Crisis sistémica: Origen y alternativas para un desafío común (II)
23/03/2011
- Opinión
Tal y como apuntábamos en el artículo anterior, la crisis financiera ha sido la eclosión final en un proceso de crisis acumuladas que está evidenciando la insostenibilidad del actual modelo económico. La profunda crisis global que vivimos está resquebrajando los cimientos sobre los que se ha construido nuestra civilización, ya que afecta a los modos de producir y consumir, a la propia reproducción social y a las relaciones que las personas establecen entre sí y con la naturaleza.
El deterioro ambiental es más que evidente. A principios de los setenta aparecieron los primeros informes constatando la inviabilidad a largo plazo de un modelo de desarrollo basado en un crecimiento permanente. Alertaban del riesgo de superar los límites del planeta si no se revertía la tendencia al alza tanto en el consumo de bienes naturales como en la degradación de los ecosistemas. Treinta años después, la extracción de recursos naturales y la generación de residuos continúa creciendo exponencialmente a escala planetaria. Como resultado, hoy dos tercios de los servicios que presta el planeta están ya muy deteriorados.
Además, esta crisis ambiental global se da en un entorno social profundamente desigual. La promesa de desarrollo para el Sur basada en el crecimiento económico no sólo no se ha cumplido, sino que los niveles de pobreza y las desigualdades internas de estos países han aumentado considerablemente y la brecha Norte-Sur se ha hecho aún mayor. El mundo se halla cada vez más polarizado entre un Norte que atrae capitales, sobreconsume recursos y genera residuos de forma alarmante y un Sur que actúa como almacén de materias primas y vertedero de residuos, cuya gran mayoría social no tiene acceso a los recursos básicos y ve además peligrar sus medios de subsistencia con la profundización de la pobreza que ello supone.
Para completar este oscuro panorama, hay que señalar la incidencia de una invisibilizada crisis de cuidados. Nuestro sistema económico ha venido apropiándose del trabajo no remunerado de las mujeres para llevar a cabo la reproducción social. La reciente inserción de la mujer en el mercado laboral, el envejecimiento de la población y el cambio de patrón en la unidad de convivencia están resquebrajando el modelo tradicional. Ante este nuevo escenario, en el que las necesidades de cuidados siguen presentes pero no hay corresponsabilidad por parte de los hombres y con un sistema económico que antepone el beneficio económico a la sostenibilidad de la vida, no es extraño que la reproducción social esté en crisis.
La principal responsable del deterioro socio-ambiental es la lógica productivista que subyace a nuestro modelo económico. La ceguera económica que implica reducir la consideración de valor a lo exclusivamente monetario ha conseguido invisibilizar todo aquello que no se ha conseguido traducir a dinero. Así, la contabilidad del actual sistema económico suma positivamente el valor mercantil de lo producido, pero no restan los efectos perjudiciales para las personas y el medio ambiente que traen inevitablemente asociadas las actividades productivas. Vivir a espaldas de estos efectos negativos es precisamente lo que ha incitado a incrementar la producción ilimitadamente.
Esta forma de entender la realidad ha permitido asociar conceptos como progreso, riqueza, bienestar o desarrollo al crecimiento económico de un país y, en definitiva, a la cantidad de bienes y servicios que una determinada sociedad consume. Esta es la base sobre la que se sostiene un sistema económico que necesita de un crecimiento permanente para no colapsar. Sin embargo, la realidad puede ser vista con otras gafas si reinterpretamos los indicadores económicos al uso bajo otra óptica, esto es: a mayor PIB, mayor contribución a la perdida riqueza en términos de salud de los ecosistemas y calidad de relaciones sociales.
Apuesta por un decrecimiento consciente
La Tierra es un planeta finito. Crecer ilimitadamente en un planeta con límites no es posible. La ignorancia de este planteamiento obvio nos ha conducido a la actual situación de translimitación. A día de hoy, ajustarse a los límites de la Biosfera implica forzosamente una reducción del tamaño de la esfera económica, es decir decrecer.
La corriente de pensamiento decrecentista surge hacia los setenta tras la toma de conciencia de la crisis ecológica. Aunque tiene como punto de partida la crítica social y ecológica del modelo económico actual, recoge influencias del feminismo y reivindicaciones del Sur. Pone en entredicho la viabilidad ecológica, política y social de un sistema económico basado en el crecimiento y denuncia la sociedad de la desmesura en la que vivimos.
El decrecimiento no debe entenderse como un fin en sí mismo, sino como un camino a recorrer hasta alcanzar parámetros de sostenibilidad y equidad. Se trata de una reducción radical tanto en el consumo material y energético como en la generación de residuos, hasta conseguir acompasar los ritmos del proceso económico con los de producción y regeneración de la Biosfera, entrando posteriormente en una fase acrecentista que permita cubrir las necesidades reales de todas las personas.
Para ello, su propuesta principal es la de descolonizar nuestro imaginario. Cambiar nuestra mirada sobre la realidad para poder salir de la lógica del crecimiento y desprendernos de nuestro insostenible modo de vida. Se trata, en última instancia, de desaprender y redefinir conceptos básicos de nuestras sociedades hasta ahora regidos por la lógica del mercado, como: trabajo, bienestar, progreso, riqueza o tiempo. Sus alternativas de transición están articuladas entorno a una serie de principios acordes a una situación de recursos limitados. Conceptos positivos como proximidad, cooperación, autocontención, suficiencia, eficiencia, durabilidad y equidad nos ofrecen ideas para la construcción de nuevos enfoques con los que analizar las relaciones entre la economía, la naturaleza y la sociedad de un modo sostenible y equitativo.
Para ajustarse a los límites físicos con criterios de justicia el proyecto decrecentista adopta distintos significados según los diferentes contextos presentes en el planeta. Así, mientras que para las sociedades de los países del Norte el decrecimiento significaría desacoplar el concepto de bienestar y progreso al de crecimiento económico, reducir drásticamente la producción y consumo, y hacer frente a la “deuda del crecimiento” contraída con el Sur; para los países del Sur consistiría en abandonar las imposiciones que obligan a imitar las pautas del maldesarrollo occidental, así como romper con las estructuras de dependencia que impiden la construcción de sociedades autónomas.
Eco-feminismo: Mirando de frente a las deudas
Poner en entredicho el sistema capitalista y su crecimiento nos lleva a cuestionar el patriarcado como sistema social y moral que lo sustenta. El patriarcado es un modelo de organización social que divide la realidad en pares dicotómicos y jerarquizados: Cultura-Naturaleza, Hombre-Mujer, Razón-Emoción, Público-Privado, Trabajo productivo-Trabajo reproductivo... En una sociedad patriarcal la primera parte de estos pares se asocia con lo masculino y la segunda con lo femenino. Además, establece una jerarquía entre ellos hasta el punto de que el primer término llega a invisibilizar al segundo y acaba convirtiéndose en patrón de normalidad. Así, la mujer queda confinada al mundo simbólico de lo femenino: la naturaleza, las emociones, lo privado... que es sistemáticamente infravalorado e invisibilizado por la sociedad. Esta simplificación de la realidad ha justificado ideológicamente el dominio y la explotación de la naturaleza, así como la subordinación de las mujeres, en favor del hombre y de los valores considerados masculinos.
La economía de mercado intensifica esta invisibilidad al no contabilizar los trabajos de cuidados y reproducción social que realizan las mujeres ni los servicios que presta la naturaleza, al presuponer que no generan valor en términos económicos. Ha sido precisamente una doble invisibilización lo que ha permitido someterlas y apropiarse de sus trabajos. El sistema capitalista patriarcal las ha reducido a simples herramientas con las que alimentar el crecimiento del capital.
Es precisamente este doble sometimiento el punto de partida del pensamiento ecofeminista. Este movimiento plural de mujeres coincide en ver una conexión íntima entre la degradación y explotación del medio ambiente y la subordinación y opresión de las mujeres. El ecofeminismo une los planteamientos ecologistas y feministas hacia un objetivo común: la sostenibilidad de la vida.
Dado que la mayoría de sus planteamientos son sinérgicos, pueden establecerse interesantes paralelismos entre ambos. El ecologismo social ha acuñado el término de “deuda ecológica” para denunciar tanto la apropiación y control de los recursos naturales como el daño social y ambiental que los países del Norte han causado en todo el planeta con sus patrones de producción y consumo. Este concepto pone sobre la mesa la desigual responsabilidad en la destrucción ambiental y puede servir para reconocer y compensar tal desequilibrio. Desde una perspectiva de género, podemos establecer un paralelismo entre la “deuda ecológica” y la “deuda de los cuidados”. Si entendemos “huella de los cuidados” como la relación entre el tiempo, el afecto y la energía amorosa que las personas reciben para atender sus necesidades y las que aportan a otras personas, es evidente que en la sociedad capitalista-patriarcal los hombres acumulan un balance negativo, ya que han recibido más cuidados de los que han aportado, contrayendo por tanto, una deuda histórica con las mujeres.
El ecofeminismo parte de la constatación de que el cuidado de las personas y los trabajos que permiten la reproducción social son absolutamente imprescindibles. Por ello, cuestiona la división sexual del trabajo que ha hecho que estas tareas recaigan exclusivamente sobre las mujeres y reivindican en primer lugar, la visibilización de la enorme cantidad de trabajo oculto desarrollado en el espacio doméstico; en segundo lugar, un reconocimiento y una restitución del valor que tienen estas tareas; y en tercer lugar, un reparto justo y urgente de las mismas para lo que será necesario que los hombres, además del Estado y los mercados, asuman su corresponsabilidad en ellas.
Pese a que cada vez es más evidente que la situación crítica que atravesamos es inherente al actual sistema económico, no parece que los gobiernos e instituciones vayan a impulsar un cambio estructural de modelo que nos permita salir de este atolladero. Más bien al contrario. La gestión economicista con la que están afrontando el momento actual está logrando invisibilizar la gravedad de la crisis ecosocial planetaria. Su receta para salir de esta crisis global es una huida hacia adelante que no hará sino posponer y agravar aún más el problema.
Para afrontarla es imprescindible un cambio de paradigma civilizatorio que nos sitúe fuera del actual modelo. En este sentido, el decrecimiento y el ecofeminismo nos ofrecen alternativas para transformar nuestra sociedad en otra ecológica y socialmente sostenible, que tenga como eje central la cultura del cuidado de la vida humana y de la naturaleza.
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Natalia Escolar
Colaboradora del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL)
https://www.alainet.org/fr/node/148534
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