José de Sucre, merecer la espada
- Opinión
“Siendo una misma la causa de los americanos es una misma nuestra Patria”
José de Sucre, nacido el 3 de febrero de 1795
Cuando en la guerra revolucionaria cubana, el Che se enteró que habían matado en combate a uno de sus cuadros guerrilleros más confiables y cercanos, “el vaquerito”, exclamó: “me han matado a cien hombres”. Y esa frase calza perfectamente para describir a José de Sucre, casi el arquetipo de cuadro revolucionario de la independencia, cuyas capacidades, talentos y consagración a la lucha lo convertían en un verdadero ejército de uno.
De carácter serio y frugal, adusto, severamente disciplinado, excesivamente modesto, ajeno a las vanidades personales. Entregado e infatigable hasta el ascetismo, casi un místico de la revolución, con un tipo de personalidad ajena a lo mundano, similar a la del mismo Che, y a la de José de San Martín.
Combatiente
Al igual que San Martín, conoce la vida militar desde la infancia, literalmente. A los 13 años de edad se hace cadete, y desde allí, en medio de la guerra de independencia y gracias a su desempeño de genio militar, organizador e intelectual, alcanza todos los grados existentes. A los 16 años, bajo el mando del gran Francisco de Miranda, es comandante. A los 21, al lado de Bolívar, es general, hasta hoy el general más joven de la historia nuestroamericana. En 1824, a los 28 años, es nombrado por el congreso peruano Gran Mariscal de Ayacucho, grado militar único, no alcanzado por nadie más.
Bolívar lo describe así en 1825: “se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas”.
La moral revolucionaria
Cuando Bolívar libera Nueva Granada y crea la república de Colombia, en noviembre de 1820, firma con los realistas españoles un Tratado de armisticio y regularización de la guerra, para poner fin a la cruenta “guerra a muerte”, violatoria de derechos humanos, librada hasta allí. Sucre fue el encargado de redactar este tratado, el cual Bolívar describe así: "este tratado es digno del alma de Sucre… el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra".
A pesar de que Sucre, entonces de 24 años de edad, era un implacable combatiente, de que castigaba con severidad suprema los actos de crímenes y corrupción, de que la más cruel venganza del enemigo había devastado a su familia, y de que esta era su primera misión diplomática, este documento es considerado un hito precursor del derecho internacional humanitario de guerra, pues fijó los parámetros que en adelante normaron el trato de los vencidos por parte de los vencedores en los conflictos bélicos, especialmente en el cuidado de prisioneros y heridos. es también un antecedente precursor de la moral de guerra superior de los revolucionarios que teorizará más tarde Mao Tse Tung, el Che y Carlos Fonseca Amador, el fundador y comandante sandinista de Nicaragua que acuñó la consigna: “implacable en el combate, generoso en la victoria”.
Intelectual orgánico
En medio de la guerra suramericana, es además brillante organizador, diplomático, congresista, ministro, gobernador. Incansable fundador de repúblicas, bibliotecas públicas, escuelas, tribunales de justicia y órganos de prensa. Está donde sea que lo llame el deber revolucionario y cumple con sencillez abnegada cualquier tarea de la hora. Casi un modelo de lo que el revolucionario italiano Antonio Gramsci llamará en el siglo XX un “intelectual orgánico”.
A diferencia de casi la mayoría de sus colegas oficiales, escribe la mayoría de sus comunicaciones con su propia mano, prescindiendo de secretarios. Mientras recorre un continente entero a caballo, librando batallas y organizando imposibles, llega a escribir a lo largo de su vida más de 7.000 páginas que se conservan hasta hoy. Su actividad sobrehumana podría ponerlo fácilmente en los récords Guinness; se sabe, por ejemplo, que el 6 de septiembre de 1822, durante la campaña de Quito, Ecuador, expidió más de 52 comunicaciones en un solo día.
Por eso, es plenamente coherente que en 2003 la revolución bolivariana de Venezuela pusiera su nombre a una misión cuyo objetivo fue abrir por primera vez en la historia del país la universidad y los estudios profesionales a los sectores más excluidos y vulnerables de la sociedad.
Continentalista
Como todos los cuadros de esa primera generación revolucionaria independentista, como su amigo y mentor, Simón Bolívar, sabía perfectamente que la independencia y la justicia social por la que luchaban no sería posible sin una sola Patria Grande, la cual por unida fuera fuerte, para contener con esa fuerza las pretensiones expansionistas de las potencias europeas y norteamericana.
En carta a Bolívar de 1826, deslinda con toda claridad y consecuencia personal con los chovinismos fratricidas que, agitados por las oligarquías locales y las potencias extranjeras, ya empiezan a destruir el proyecto continental: “Si yo me redujera a pensar como colombiano, en sólo mi país, me excusaría de inmensos disgustos y opinaría de otro modo; pero en mis procederes debo siempre tener presente que soy americano”.
Por eso, su mutua admiración y cooperación militar revolucionaria con José de San Martín, su igual, a pesar de ser mucho mayor, en valor, genio, personalidad y programa revolucionario, testimoniado en magníficas cartas entre compañeros.
Por eso, nadie mejor que él para comandar en la victoria independentista definitiva de Ayacucho en 1824 a combatientes portorriqueños, guatemaltecos, mexicanos, cubanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos, chilenos, uruguayos y peruanos, incluso brasileños e internacionalistas europeos.
Por eso, su amistad con Bernardo de Monteagudo, chuquisaqueño, magnífico arquitecto de la integración continental. Y con Manuela Sáenz, gran revolucionaria latinoamericanista, a quien permite combatir en el campo de Ayacucho como lancera a caballo, después que meses antes Bolívar, movido por su amor por ella, hace valer su cargo en el estado mayor y le ordena no combatir en Junín. Justo y correcto, tras la batalla, reconoce el extraordinario valor en combate de su amiga y compañera y recomienda su ascenso a coronela.
Cuando en 1825 libera el Alto Perú, reconoce el deseo de los habitantes de no subordinarse a la conservadora y reaccionaria Lima y declarar su independencia. Bolívar en un primer momento se molesta y lo recrimina. Es Manuela Sáenz la que hace ver a Bolívar que Sucre no quiere ni debe aplastar sangrientamente los deseos soberanos de la población altoperuana y que más bien hay en ese nuevo Estado la última oportunidad, casi de laboratorio, de construir la república social con la que han soñado y que ya ha sido derrotada por la traición de las oligarquías locales en todos los demás países. Manuela le dice a Bolívar que esa nueva Bolivia será la hija que nunca tuvieron por sacrificar sus vidas a la causa de la libertad.
En 1826, Sucre como Presidente de Bolivia, da muestras de su consecuencia continentalista y escribe planes con Bolívar para libertar del coloniaje a Cuba y a Puerto Rico. Fidel Castro, en 1959, reconocerá públicamente esta precursora consecuencia continental de los libertadores: "Recordarán también que Bolívar no se olvidó de Cuba, recordarán también que entre sus planes estaba aquel que nunca llegó a realizarse —porque no pudo realizarlo, pero que no la dejó en el olvido— de libertar también a la isla de Cuba. No pudo El Libertador unir aquella isla al racimo de pueblos que libertara, y nuestra isla permaneció casi un siglo más bajo el yugo de la opresión y de la colonización".
La justicia
Conoció el exilio, las derrotas y persecuciones, sobrevivió apenas a un naufragio. Los colonialistas españoles, en venganza por su obstinada lucha libertaria, asesinaron a 14 de sus parientes, incluyendo tres hermanos, entre ellos una hermana de 14 años. Los maltratos de 15 años de guerra a caballo deterioraron dolorosamente su salud, a pesar de ser muy joven.
Sin embargo, al igual que ocurrió con todos los cuadros de su generación revolucionaria, lo más terrible fue el cruel ensañamiento de las oligarquías traidoras y enemigas de su proyecto de independencia, unidad continental y justicia social.
Deslindando con los oligarcas que concebían la independencia como un traspaso de privilegios de España hacia ellos, sin encarar las radicales transformaciones sociales anti esclavistas y anti oligárquicas, en 1825, escribe: “Cuando la América ha derramado su sangre por afianzar la libertad, entendió también que lo hacía por la justicia, compañera inseparable la justicia de la libertad. Sin el goce absoluto de ambas: libertad y justicia, habría sido inútil la emancipación”.
En mayo de 1826, define con hermosa precisión el carácter inédito del programa revolucionario social del ejército libertador, con palabras que parecen profetizar el auténtico nacionalismo militar revolucionario latinoamericano, de Árbenz, Perón, de Velasco y de Chávez: “Si es acaso la primera vez que los guerreros conducen… a la par de los laureles las garantías sociales; y que los ciudadanos han encontrado en soldados… el apoyo de sus derechos y el escudo de la justicia”.
En febrero de 1826, como Presidente de Bolivia, decreta radicales normas en consecuencia: “Considerando: 1° Que los principios del Gobierno están opuestos a toda especie de desigualdades entre los ciudadanos por su nacimiento… sean blancos, indios o de cualquiera clase indistintamente”.
Las campañas de calumnias, el hostigamiento a sus amigos y familiares fueron el precio de su radical lucha por la justicia social. Envuelto en conspiraciones y traiciones, cansado, renuncia a la presidencia de Bolivia. Exige como único “premio” a su labor presidencial la renuncia voluntaria a su inmunidad legal, asumir absolutamente toda responsabilidad por su gobierno, y que “se examine escrupulosamente su conducta”.
Finalmente, en 1830, es asesinado en cobarde atentado, a la edad de 35 años. Bolívar al enterarse de su asesinato exclamó: “¡Se ha derramado la sangre de Abel!... La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida".
Al igual que todos los libertadores y libertadoras, su cadáver quedó abandonado varios días, fue recogido por su esposa y sepultado casi en secreto en una iglesia y después en un monasterio. Sólo en el año 1900, el Presidente patriota y revolucionario de Ecuador, Eloy Alfaro, hace reposar sus restos con merecido reconocimiento oficial.
Bolívar murió poco después. Al igual que Sucre, Bolívar venía de una de las familias criollas más ricas de Venezuela pero murió en la miseria, habiendo entregado todas sus riquezas materiales a la lucha revolucionaria, hubo que hacer colecta entre los vecinos del poblado donde murió para enterrarlo y pedir prestada una camisa para cubrirlo porque la suya estaba llena de agujeros.
Una de las pocas pertenencias de valor que conservaba era la espada de oro y de diamantes que el pueblo del Perú le había regalado en reconocimiento al Mariscal de Ayacucho, y que éste había testamentado para Bolívar, al que había dicho querer más que a un padre. Bolívar, a su vez, la testamenta de vuelta a la viuda de Sucre, en un gesto que el Presidente Hugo Chávez interpretó con estas acertadas palabras, en Italia en octubre de 2005: “sólo ella la merece, con esto estaba diciendo quizá que ningún general merecía la espada”.
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