Sociedad espiritualista vs sociedad capitalista

01/11/2016
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Uno de los sueños de los grandes espiritualistas es que, en el futuro, la sociedad humana sea perfecta, dentro de los límites de la sensatez humana. Seres como Jesús, Gautama, Krishna, Mahoma, Moisés y otros, han deseado que la humanidad sea fraterna y que todos los hombres compartan sus bienes, espirituales y materiales, puesto que son dueños de los mismos. Así lo expresan, de una u otra manera, en sus escritos. En este contexto, los bienes de la Tierra nos pertenecen. Sin embargo, a esta postura se opone el sobredimensionamiento de la propiedad privada que se da en la sociedad capitalista. La propiedad privada emerge como un hecho social en una época y para una época. Esto quiere decir que en la medida que el hombre transforma la sociedad hacia una sociedad espiritualista, la propiedad privada se minimiza al grado que le corresponde. No existe escritura sagrada en el mundo, donde algún ser “divino”, y mucho menos Dios, haya escrito y señalado que la Tierra y sus riquezas sean sólo de algunos. En este contexto, el capitalismo, donde se adora y se rinde pleitesía a la propiedad privada (sobre todo individual) no es nada compatible con el deseo de los grandes espiritualistas.

 

Una humanidad espiritualista, involucra, en primer lugar que la persona se sienta parte de una humanidad que es su familia, y que la humanidad sienta que cada individuo es parte del todo. En este contexto, lo que la humanidad produce es de todos, y los dones de la Tierra son de toda la colectividad humana. Por cierto, la lógica de la división y pertenencia de la riqueza ocupa un lugar importante en el cerebro de un niño entre 3 y 4 años. Este niño, considera a cada objeto que sus padres le dan como suyo y lo defiende con berrinches. Para él no existe el compartir con el hermano, con el primo o con el amiguito. Entonces, esa es su realidad, que no se la puede cambiar, puesto que obedece a una etapa de su desarrollo. Y lamentablemente, todavía existen adultos-niños que no logran ver más allá de la propiedad privada. Y por esto, en los países capitalistas existen sujetos que viven ofuscados con una forma de propiedad que corresponde a sociedades infantiles.

 

En el desarrollo de las sociedades humanas, en el transcurso de los siglos, los hombres han pasado por etapas inmaduras y maduras, y esto se ha reflejado en civilizaciones que han tenido sus edades de hierro y edades de oro. En las edades de oro han logrado grandes logros y han llegado a cúspides envidiables en distintas áreas del desarrollo humano. Sin embargo, como resultado de la identificación del hombre con el poder y la riqueza, estas sociedades han entrado en decadencia y han sucumbido.

 

De la misma manera, hoy la civilización occidental ha vivido su época de oro, con un alto desarrollo en muchos países, puesto que como nunca, en pocas décadas, el hombre ha llegado al espacio inconmensurable, como prueba de los adelantos científicos. En este contexto, el capitalismo ha sido útil y ha permitido al hombre a salir de su ostracismo. La iniciativa individual ha tenido éxito, y a “punta de lanza” (real o subjetiva) los hombres han conseguido logros, como: ciudades y megaciudades, fábricas, infraestructura caminera, vehículos terrestres y aéreos ultramodernos, computadoras, telescopios gigantescos, sistemas de telecomunicaciones, infraestructura inmobiliaria, y otros. Estos beneficios, sin embargo, no han ido a la par con el desarrollo social, moral y ético. Y es aquí que el capitalismo sucumbe y paradoxalmente es remplazado por el hipercapitalismo o capitalismo salvaje. Este sistema esclaviza al hombre a la materia, por lo tanto es la forma y no la esencia la que predomina. El hipercapitalismo es la marca registrada de un imperio que intenta mostrarse incólume pero que se desmorona a cada paso que da el hombre hacia una transformación social y espiritual.

 

Hoy los hombres estamos viviendo el ocaso de una civilización escindida entre aquellos que desean la transformación continua y aquellos que desean la cristalización para perpetuar la materia. Unos desean que la humanidad evolucione hacia sociedades avanzadas, no sólo en el ámbito de lo material, sino, y sobre todo, en el ámbito de lo espiritual. Y otros desean que el Hombre involucione.

 

¿Y que involucra una sociedad espiritual?

 

Una sociedad espiritualista está basada en valores que priorizan lo subjetivo. A partir de valores asimilados como el amor al semejante, el respeto mutuo, la no separatividad, el actuar con sabiduría, el sentido de la justicia, el amor a la verdad, el sentido de responsabilidad individual y colectiva, y el servicio al bien común, y otros, se puede entrever una sociedad con bases altamente espirituales y profundas. Si una sociedad asume lo mencionado, todo lo material cae subyugado a las necesidades de todos los humanos que habitan este planeta. Y todo el desarrollo se focaliza en la humanidad vista como una familia.

 

El capitalismo ha demostrado que el hombre cuando se propone producir, produce. Sólo que en la actualidad, la mayor parte de los resultados de la producción va a parar en pocas manos. Si el individuo, en una sociedad espiritualista, trabajará como está trabajando hoy, con seguridad sus logros beneficiarían a todos. Por otro lado, se puede decir que no hay millonario que haya hecho su fortuna solo, la fortuna apareció cuando otros empezaron a trabajar para él. El sistema capitalista ya cumplió con creces su propósito; ahora, debe ir declinando hasta desaparecer. Entonces, no habrá ni pobres ni ricos, ni oprimidos ni opresores, ni vencidos ni vencedores. Sólo existirá una humanidad que cubra todas sus necesidades.

 

Alguien podrá decir que lo expuesto es simplemente una utopía, y que el hombre seguirá siendo cazador de sus semejantes, yendo en detrimento de cualquier intención que pretenda equilibrar las necesidades humanas. Dirá también que la humanidad se embarca hacia la distopía, o sea hacia una sociedad decadente, donde los hombres desarrollan mucho más sus instintos animales. Sin embargo, desde una cosmovisión mucho más amplia, las utopías están inmersas en la mente de los hombres. En la literatura aparecen grandes seres, humanos y no humanos, planetarios y estelares que hacen de la utopía una realidad. En la Grecia antigua, los dioses y los semidioses deseaban que el hombre llegue a alturas inalcanzables y logré igualar a los dioses. Ese anhelo, hablando simbólicamente, era más que una utopía, un sueño o una visión, donde el hombre se proyectaba hacia una sociedad perfecta. Y dentro de las singularidades en la realidad, es muy posible imaginar o pensar en sociedades que sean cada vez mejores. Las ideologías son temporales, y son como flores, que un tiempo florecen, después se marchitan y desaparecen. En la literatura hay cientos de ejemplos de sociedades utópicas que posibilitan el surgimiento de sociedades mucho mejores, y hay de sociedades distópicas donde el hombre se arrastra en lodazales inmundos.

 

Dentro de las utopías están las sociedades espirituales que posibilitan vislumbrar colectividades con alto desarrollo material y espiritual, donde los frutos que se consiguen son para todos. En estas colectividades la humanidad es una sola, los hombres y mujeres hacen parte de ella, y todo lo que hay sobre y dentro de la tierra es propiedad de todos. Entonces, la sociedad espiritualista es la cara opuesta de una sociedad hipercapitalista. Una sociedad espiritualista es incompatible con una sociedad capitalista.

 

El universo es dual y hoy estamos viviendo una crisis entre los dos polos (negativo y positivo). El polo positivo ya se proyecta mucho más en el corazón de los seres humanos. Son muy pocos los propulsores de la cristalización de la sociedad. Son demasiado pocos los defensores acérrimos del hipercapitalismo. Pese a quien pese, llegó la época de la transformación, y una sociedad espiritual surgirá para llevar al hombre por derroteros nunca imaginados.

 

Los aleteos de aquellos que desean la decadencia de la humanidad, ya son los últimos. Y por mucho que hagan los defensores del hipercapitalismo, en las distintas regiones del mundo, simplemente estarán colocando palancas para que el sistema caiga mucho más rápido.

 

La filosofía espiritual, inherente a toda creencia religiosa, no es sólo subjetiva. Cuando la luz aparece, la oscuridad se pierde. Entonces, a cada instante, que el hombre toma conciencia y se da cuenta de lo que realmente ocurre en el mundo, la sabiduría se impone y el hombre despierta a un nuevo mundo. Los religiosos y espiritualistas del mundo tienen que despertar a esta realidad emergente, y asumir una postura más crítica frente a los desmanes del hipercapitalismo. Si todo marcha bien, es posible el surgimiento de una nueva espiritualidad, y los individuos despertarán en un horizonte claro, y comprenderán verdaderamente que todos los hombres somos “hermanos de sangre”, por lo tanto, sabrán y sentirán que somos una sola raza.

 

Iván Prado Sejas es psicólogo, escritor, docente universitario y presidente del PENBOLIVIA, filial Cochabamba.


 


 

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