El cartel de Lima: la paja en el ojo ajeno
- Opinión
El 2 de enero, apenas amanecido el 2019, estrenaba su cargo el canciller de Brasil manteniendo un reunión con Mike Pompeo, Secretario de Estado del Gobierno de Donald Trump, quien había arribado a la hermana República para asistir a la asunción de Jair Bolsonaro.
La única razón por la que Jair Bolsonaro es Presidente de Brasil, es porque su principal contendiente en las elecciones, Lula da Silva, favorito hasta en la encuesta más tendenciosa fabricada por las corporaciones de la comunicación de Brasil, fue proscripto. A nadie se le ocurrió cuestionar la legalidad y legitimidad democrática del nuevo gobierno del país poblacional y económicamente más grande de América del Sur.
Ni a la OEA, ni a los países miembros del Cártel de Lima, ni a los yanquis, ni a la Unión Europea, se les ocurrió llamar la atención acerca de la democracia en Brasil, cuando el Juez que dictara la condena contra Lula da Silva, la que luego fuera utilizada como argumento para la proscripción de su candidatura, y el consecuente fraude a la voluntad popular, asumiera ese mismo día como Ministro de Justicia de quien resultara electo como consecuencia proscriptiva.
Sin embargo, Jair Bolsonaro, que recibió la banda presidencial de manos de Michel Temer, protagonista del golpe institucional contra Dilma Rousseff, se siente con la autoridad democrática de enviar a su canciller a cuestionar el resultado electoral y la matriz democrática de Nicolás Maduro, quien asume hoy como Presidente reelecto de la República Bolivariana de Venezuela.
También se sintió con autoridad para cuestionar la democracia en Venezuela el Licenciado en Administración de la Universidad de Nueva York, y hoy Presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, quien fuera reelecto sin que la Constitución se lo autorizara, destituyendo cuatro miembros de la Corte Suprema hasta lograr los votos que le permitieran un escandaloso fallo judicial que desembocó en un fraude monumental en el conteo de votos que le habilitaran su actual mandato. El protagonista del golpe de estado a Manuel Zelaya, entiende que las elecciones en Venezuela no son legítimas.
Tampoco las considera legítimas Mauricio Macri, quien asumió su Presidencia anunciando que no llevaría adelante una devaluación de la moneda, lo que efectivamente sucedió a veinticuatro horas de haber asumido su mandato, destruyendo el salario real de los Argentinos, dando inicio con esa medida al ajuste más veloz llevado adelante en nuestro país. Un país con presos políticos, que entregó su economía al FMI, en la que las variables económicas no muestra un sólo indicador positivo, en la que lo único que crece es la desocupación, la pobreza y los balances de las empresas norteamericanas que han llegado a multiplicar sus operaciones energéticas y agroexportadoras, se jacta de cuestionar la democracia en Venezuela.
Lo mismo hace Jimmy Moreno, cuya legalidad democrática en Guatemala sólo es reconocida por los parlamentarios de Estados Unidos, acusado del financiamiento ilegal de la campaña electoral. También se agravia de la democracia venezolana, Juan Carlos Varela, presidente de Panamá que busca su reelección y quien asumiera su actual mandato con denuncias escandalosas de fraude electrónico. Lo mismo Martín Vizcarra, Presidente de Perú, quien vivía en los Estados Unidos hasta el momento de asumir la presidencia luego de la renuncia de Pedro Kruczynski, envuelto en denuncias de corrupción.
Para completar lo bizarro del cuestionamiento democrático a Venezuela por parte del Cartel de Lima, la declaración que no le reconoce legitimidad al nuevo gobierno de Nicolás Maduro, está suscripta por la canciller de Santa Lucía, un pequeño protectorado de la corona británica, en la que las elecciones locales se limitan a elegir autoridades para la administración de la isla.
Las democracias tuteladas por los intereses económicos de Estados Unidos y la Unión Europea, cuyos gobiernos se han impuesto condicionando los métodos legales o estafando la voluntad popular para llevar adelante programas económicos que loteen nuestras naciones para beneficio contable de un puñado de multinacionales que operan en la región, se constituyen con el auspicio de las corporaciones de la comunicación como autoridad democrática para condicionar los procesos populares que aún resisten en nuestro continente.
Fracasado los múltiples intentos golpistas en Venezuela. Tanto institucionales con el condicionamiento de la Asamblea Nacional, militares con las minoritarias asonadas en los cuarteles, o económicos con la injerencia directa de los sectores empresarios que han provocado un brutal desabastecimiento y encarecimiento de los precios, los caminos para torcer la voluntad popular en Venezuela se han reducido a la intervención extranjera en sus asuntos locales, auspiciada por los medios masivos de comunicación en el extranjero.
Nicolás Maduro asume un nuevo mandato en medio de un bloqueo financiero internacional feroz, con la asfixia comercial que le impide abastecer una economía dependiente. Una oposición derrotada políticamente fronteras adentro de Venezuela, pero que se apoya en los Estados Unidos para torcer en su favor la legitimidad de la que carecen, tal y como se constató en múltiples procesos electorales. Nicolás Maduro asume con la amenaza decidida de Donald Trump de intervenir militarmente el país.
Es una pena que los grupos económicos de la comunicación hayan erradicado la palabra imperialismo del lenguaje popular. Es una pena, realmente, que la palabra imperialismo haya desaparecido de la clase política Argentina, incluso de aquella que intenta representar los intereses populares.
Que fácil sería explicar la realidad si la palabra imperialismo no hubiera pasado de moda. Nos hubiera permitido entender al conjunto de bandidos que se reúnen en el Cartel de Lima a mentir descaradamente sobre la corrupción, en la que están hundidos hasta el cogote. Nos permitiría asumir que han transformado la democracia en ese sistema en el que las elecciones sólo son válidas si gana el candidato que es capaz de leer (aunque no sea de corrido) los telegramas del Departamento de Estado, antes que defender los intereses del país que le toca en suerte gobernar.
Nos permitiría entender, además, porqué razón las economías sólo son prósperas cuando benefician a las potencias mundiales, o que los crecimientos económicos sólo pueden ser reconocidos cuando se concentran en los balances de un puñado de multinacionales. Nos permitiría entender, fundamentalmente, porque extraña razón se bombardea un país en nombre de la paz, la libertad y la democracia. Total normalidad, titularía un canalla en el gran diario argentino.
Por suerte, pasó de moda el imperialismo. Como todo, ¿viste vos?, como tanta otra tristeza a la que te acostumbras.
Fernando Gómez es Secretario Político de Descamisados y Director del Colectivo de Medios Oveja Negra.
Nota original en: www.ovejanegramedios.com.ar
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