Venezuela, vórtice de la guerra del siglo XXI
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El siglo XXI se inaugura con una ola de gobiernos progresistas revolucionarios elegidos democráticamente en América Latina. La simultaneidad de los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Néstor Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay, Manuel Zelaya en Honduras, Lula da Silva en Brasil, José Mujica en Uruguay y Fidel Castro en Cuba, determina la definición de la “década ganada” para el continente. Aunque son amplias las diferencias entre uno y otro proyecto de gobierno, todos coinciden en el esfuerzo programático de lo que Hugo Chávez denominaría “saldar la deuda social”: redistribución y democratización del acceso a bienes y servicios básicos –con las reformas jurídicas y administrativas del aparato estatal que esto implicaba– y desarrollo de una cultura política de la participación social que renovaría las bases de la democracia.
A partir de los últimos cinco años y a raíz de la aparente caída o decadencia de los Gobiernos de izquierda, es común encontrar alusiones al “fin del ciclo progresista” o a la “restauración conservadora”, sustentadas en la victoria electoral en 2015 de Mauricio Macri en Argentina, la imposibilidad de revertir los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, la destitución de Dilma Roussef en Brasil seguida por la victoria electoral de Jair Bolsonaro (previo encarcelamiento del candidato al que las encuestas daban por ganador con amplio margen, Lula da Silva) y el giro de 180° del perfil político de Lenín Moreno en Ecuador.
Analizar la trama histórica que atraviesa a ambos momentos implica sortear el riesgo de la simplificación teórica, que tiende a restringir la complejidad política y geopolítica en que está inmersa América Latina a un movimiento pendular (derecha-izquierda) o a ciclos acotados. Es entonces necesario detenernos en las porosidades de los procesos sociales y en la centralidad del sujeto popular como reactor de las transformaciones. Por ello, creemos pertinente superar la idea que ubica como signo fundacional (o de cierre) la llegada de la izquierda al poder, lectura que tiende a asumir estas victorias electorales como reacciones que responden al surgimiento (en apariencia inesperado, espasmódico) de grandes líderes que “guiarían” a los pueblos en procesos que parecen iniciar y terminar en la medida en que se mantiene el control del Gobierno, omitiendo la densidad histórica de los movimientos sociales y del poder popular que los germinaron.
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