La pandemia y la ausencia de cooperación internacional
- Opinión
El 24 de octubre próximo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) cumple su 75 aniversario, y lo hace en medio de la vorágine de la crisis pandémica y del cambio de ciclo histórico (https://bit.ly/3fULDsl) acelerado con esta crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3d32Nnd) que apunta a cambiar las formas de organización social.
En tanto red de sistemas complejos (https://bit.ly/3j7iwmV), la pandemia desnudó una de las contradicciones contemporáneas del sistema mundial: la ausencia de cooperación internacional y la atomización de la acción de los Estados para hacer frente a un hecho social total (https://bit.ly/3kAjxVA) que, en principio, es epidemiológico y que conforme se profundiza muestra múltiples ramificaciones que, con mucho, desbordan a las instituciones nacionales. Dichos Estados se estancaron en una inoperancia y postración (https://bit.ly/2Z3YYre), así como en una crisis de legitimidad (https://bit.ly/3aPdgBL) de amplias magnitudes que no solo socava la credibilidad de sus instituciones, sino también sus funciones estratégicas.
La cooperación internacional supone valores como la solidaridad, la unidad, la reciprocidad, la asociación, entre otros, que no son observados en un mundo fragmentado y carente de cohesión; movido por intereses creados y prejuicios ideológicos. Lejos de observar y concebir a la pandemia como sistemas complejos entreverados e intrincados, los Estados se muestran titubeantes y atónitos en sus funciones y acciones. Las élites políticas no solo focalizan las intervenciones estatales, sino que son incapaces de imaginar y concebir los alcances sistémicos de la crisis sanitaria, en tanto acelerador de otros procesos históricos de mayor alcance.
Particularmente, la ONU –en el contexto de la pandemia– no opera como un foro capaz de trazar mínimas estrategias rectoras que brinden luz a los Estados miembros en sus esfuerzos por atemperar la crisis epidemiológica global. Esta red de organismos internacionales funge más como una serie de centros de investigación que ofrecen diagnósticos coyunturales sobre las implicaciones de la enfermedad Covid-19. No es tarea menor y estéril la del diagnóstico sistemático y razonado, pero la ONU está obligada a ir más allá al trazar directrices consensuadas de política pública de acuerdo al carácter específico que adopta la pandemia en las múltiples regiones y países. Es necesario que se erija en un foro articulador de negociaciones, esfuerzos y acciones concretas.
La construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu) perfiló un consenso pandémico sostenido en supuestos infundados sobre un agente patógeno inédito y sobre las implicaciones de una enfermedad aún desconocida. Los mismos Estados fueron y son parte de la industria mediática de la mentira al instaurar en el imaginario social noticias falsas (fake news). Los organismos internacionales –entre ellos la Organización Mundial de la Salud (OMS)–, no solo fueron incapaces de frenar esta desinfodemia (https://bit.ly/2YrkO8U) –cuyos funcionarios mal denominan como infodemia–, sino que encubren los alcances y contradicciones de ese fenómeno en la era de la post-verdad.
La ausencia de cooperación internacional y la inoperancia de la red de organismos internacionales se relaciona también con las luchas geopolíticas y geoeconómicas por la hegemonía del sistema mundial. Las relaciones políticas y económicas internacionales de la era post-pandemia estarán signadas por una especie de triunvirato o hegemonía compartida entre China, Estados Unidos y Rusia. Vista la pandemia –de manera errónea– por las élites plutocráticas y políticas como una guerra, la salida de esa vorágine discursiva y estratégica supondrá la reconfiguración de las relaciones de poder y la misma reestructuración del capitalismo. De ahí la importancia crucial de la elección presidencial del próximo 3 de noviembre en los Estados Unidos. En esa elección se definirá el tipo de hegemonía que desea implantar esa potencia en las próximas décadas, así como el tipo de relación que tendrá con otras potencias y con los organismos internacionales.
Las luchas en torno a la hegemonía mundial atraviesan también por erosionar la noción misma de cooperación internacional. El gobierno de los Estados Unidos, por su lado, reconociendo los intereses privados que despliegan su poder en ciertos organismos internacionales reduce o retira el financiamiento público a estas entidades. En tanto que China ofrece, en medio del huracán de la pandemia, ayuda oficial de manera individual o bilateral con la finalidad de impulsar una geoestrategia que le permita posicionar sus inversiones y aprovechar el acceso a los recursos naturales, mercados e infraestructuras de múltiples naciones. El rumbo de la ONU y de la red de organismos internacionales que le es consustancial, estará en función de las decisiones que tome China para desplegar su hegemonía y no es claro del todo si su poder se desplegará para controlar estas agencias.
La ausencia de cooperación internacional es parte consustancial del colapso civilizatorio (https://bit.ly/3mY2sXo) que le da forma a la pandemia. Sin un ejercicio de la acción colectiva global, se debilitan o erosionan los mecanismos de regulación del capitalismo, la gestión de los bienes públicos globales, y la resolución de múltiples problemas públicos. La pandemia precisa de esa acción colectiva y no de la atomización de los Estados. Solo los foros internacionales lograrán revertir el carácter faccioso del tratamiento de la crisis sanitaria y la gestión de un tema delicado como el de la vacuna. El proceso que le circunda a ésta adoptó costuras geopolíticas y se engarzó con las luchas por la hegemonía, y ello deja en la indefensión a los Estados subdesarrollados y débiles que no cuentan con los presupuestos públicos para dotar a sus poblaciones del antiviral, ni con la capacidad de negociación ante el big pharma. Estas naciones no solo no cuentan con el potencial para emprender la investigación básica que nutre a una eventual vacuna, sino que no cuentan con la suficiente y sólida institucionalidad para hacer valer el derecho a la salud entre sus poblaciones.
La lucha por el control de la vacuna cruza por tres facciones del complejo del big pharma: la alianza anglófona entre Estados Unidos y Reino Unido; Rusia y su vacuna Sputnik V, y los esfuerzos Chinos (a través de Sinopharm, CanSino y Sinovac). En ello no priva la cooperación internacional, sino la fragmentación de esfuerzos sujetos a la premura por inventar el antiviral que domestique al SARS-CoV-2. El hecho incontrovertible es que un solo complejo farmacéutico no logrará proveer más de 7 500 millones de dosis; por lo que la asociación es fundamental. Fuera de foco queda la vocación preventiva de la vacuna, tras predominar una visión paliativa e inmunizadora de la misma.
Ni que decir de la ausencia de la cooperación internacional y de los organismos internacionales en ámbitos como la crisis de hiperdesempleo profundizada con las decisiones que le dieron forma al confinamiento global y con la cultura del descarte. La atención a los múltiples náufragos o víctimas de la pandemia (https://bit.ly/3ekj5qP) es otro gran tema pendiente en el tratamiento de las relaciones internacionales. Las Naciones Unidas, desde su óptica, logran verbalizar en cierta medida y de manera parcial estos problemas públicos mundiales, pero no son capaces de coordinar las acciones ni de moderar a los poderes facticos que con sus decisiones y las estructuras de poder y riqueza que conforman drenan millones de excluidos a escala planetaria.
Las relaciones internacionales, aunque tienen su dinámica propia, están en función de la correlación de fuerzas en las escalas nacionales. Si ésta no es influida por el interés popular, continuará dislocada de la vida nacional en cuanto al perfil de sus decisiones, intervenciones y acciones intergubernamentales. Si las comunidades y poblaciones de los países miembros del Sistema de las Naciones Unidas y demás organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional no inciden en su curso y decisiones, estas tecnocracias transnacionales continuarán dando la espalda a las necesidades y problemáticas de la humanidad. Solo así logrará revertirse el consenso pandémico entronizado, entre otras entidades, por la ONU y la OMS. Una ciudadanía informada de manera fiable y dotada de una cultura política sólida a escala mundial es fundamental para ello.
Isaac Enríquez Pérez
Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.
Twitter: @isaacepunam
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