Análisis desde la realidad latinoamericana

El Estado en tiempos de covid-19: nuevos escenarios, tendencias y perspectivas

Los Estados latinoamericanos exacerban su vulnerabilidad y su dependencia financiera y tecnológica ante los impactos de la crisis actual.

22/01/2021
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1.      Introducción

 

La irrupción a escala global del COVID-191 y su reconocimiento oficial como pandemia por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha develado las grietas de la crisis de la sociedad capitalista, en particular el carácter orgánico e interdependiente de dicha crisis en relación con el perjuicio a los sistemas ecológicos, y con las perturbaciones estructurales, que han desbordado a los sistemas sanitarios y han afectado de manera severa las dinámicas sociales, económicas, políticas y los modos de vida de una proporción muy importante de la población mundial.

 

Además de las severas repercusiones en materia de salud, con un saldo trágico (para el 20 de junio de 2020 los registros oficiales superaron los 450.000 decesos); las medidas estatales de excepción implementadas en todas las regiones del mundo, con la finalidad de contener la propagación del COVID-19, precipitaron una recesión económica de gran escala, cuyo potencial destructivo –de acuerdo con organismos regentes del sistema financiero, como el Fondo Monetario Internacional2 y el Banco Mundial3-, supera los graves y lesivos efectos producidos por la denominada crisis financiera de 2007-2008.

 

Tal situación ha acentuado el protagonismo de los Estados nacionales, como instrumentos para la gestión de las contingencias y los impactos multidimensionales producidos por la expansión intensa y masiva de los contagios de COVID-19. Los tipos de medidas implementadas por los poderes estatales, permiten apreciar lógicas de selectividad estratégica, entendidas como sesgos estructurales (Jessop, 2017) en el accionar de los mismos. Las cuales, no exentas de contradicciones internas, están condicionadas además por factores de signo geopolítico, así como por la naturaleza de las dimensiones esenciales4 particulares en cada Estado nacional.

 

Precisamente los sesgos referidos, reproducen y recomponen conflictos en el seno de las formaciones económico-sociales y en el espectro de las relaciones internacionales, ante lo cual, se vislumbran nuevas relaciones de fuerza y nuevos escenarios en las luchas de clases. En esencia, se configura todo un punto de bifurcación sistémica (que no necesariamente implica una transición hacia otro modo de producción u otra racionalidad en las relaciones sociedad-naturaleza), bajo la premisa de que esta coyuntura marcará un nuevo hito en la historia de la humanidad en la medida en que será crucial para la definición de nuevos órdenes sistémicos.

 

En ese escenario, el análisis del papel del Estado como relación social y como factor medular de la política, la economía y las relaciones sociales –en particular porque es una expresión concreta de las relaciones de fuerza en tiempos históricos determinados- (Monedero, 2019), adquiere un rango sustantivo, en la medida en que este se concibe en el presente análisis, como el instrumento que va a determinar -a darle forma y contenido mediante las estrategias políticas en medio de profundas tensiones-, a un cambio drástico, que redunde en una nueva racionalidad en los procesos de producción y de acumulación de capital, y con ello a una nueva cartografía geopolítica.

 

Para el estudio, se empleó una metodología cualitativa, de tipo documental, que acudió al método de la teoría fundamentada, el cual permite la lectura crítica de los datos obtenidos así como “nuevas formas de comprender el mundo y expresarlas teóricamente.” (García y Manzano, 2010, p. 21). Para tal efecto se recurrió a fuentes especializadas, en particular a libros y revistas científicas en disciplinas como la geografía, la historia, la economía y las ciencias políticas, así como a artículos de opinión más recientes, centrados en la crisis del sistema del capital y en los impactos del COVID-19 sobre dicha crisis.

 

El análisis se orientó mediante tres preguntas generadoras. En primer lugar: ¿Cuál era la función de los poderes estatales a escala global antes de la irrupción de la pandemia? En segundo lugar: ¿Cómo fue la actuación general de los poderes estatales ante la irrupción de la pandemia? En tercer lugar: ¿Qué escenarios, tendencias y perspectivas generales se vislumbran a partir de las lógicas de funcionamiento de los poderes estatales en el marco de la crisis desencadenada por el COVID-19? La información fue procesada a través de un análisis con base en el materialismo histórico-geográfico y su lógica de comprensión de la realidad como totalidad orgánica, y como herramienta para identificar las dinámicas y las tendencias de la función del poder estatal.

 

2. El Estado en el tiempo histórico del pre-COVID-19

 

A pesar del dominio de las narrativas neoliberales durante las últimas décadas en el debate político, fundadas sobre la presunta desaparición del Estado como factor de la política y la economía, en el mundo de hoy: “la práctica política se centra en el ejercicio del poder estatal” (Jessop, 2017. p. 54). Esa premisa es verificable con mayor énfasis en coyunturas de agudización de conflictos y de despliegue de turbulencias que afectan el metabolismo del sistema-mundo.

 

La recesión económica de 2007-2008, marcó un hito de ruptura de facto con estas narrativas, e inauguró una nueva época de protagonismo explícito del Estado como dispositivo fundamental de intervención en escenarios de crisis en el marco de las realidades particulares de las formaciones económico-sociales y de sistemas de alianzas supranacionales en el marco de pugnas geopolíticas de amplio espectro (Merino, 2018).

 

Lo anterior, tanto para mitigar los efectos de la depresión mediante rescates financieros (signados por una selectividad estratégica centrada en la defensa del establecimiento), a través de un endeudamiento astronómico del conjunto de la sociedad para la protección de grandes corporaciones privadas y para programas de inversión pública, así como de la generación de condiciones -tributarias, monetarias y de comercio exterior- que derivan en el favorecimiento de la reactivación de los procesos de acumulación de capital.

 

La intervención estatal de amplio espectro y gran escala, se ha mantenido desde entonces en el marco de un ciclo de inestabilidad sistémica. Sin embargo, no se han dado los resultados esperados. Las economías de los países metropolitanos han fluctuado entre el crecimiento cero y el crecimiento anémico (Roberts, 2013). Mientras que las denominadas economías emergentes, luego de un periodo de crecimiento -en particular ante el auge dado por el aumento de precios de materias primas- han experimentado caídas en sus respectivos PIB, situaciones de crisis de deuda, devaluaciones monetarias y el colapso de sus bolsas de valores (Roberts, 2019).

 

Las repercusiones de esta fase de recesión, han resultado devastadoras para América Latina, cuyos problemas estructurales de desigualdad y pobreza se han exacerbado en los últimos años, precisamente por lógicas de selectividad estratégica de los poderes estatales de la región, que priorizan los intereses del gran capital por sobre los intereses de la población, configurando así un escenario signado por turbulencias sociales de amplio espectro5.

 

Mientras tanto, desde una perspectiva más global, el lugar central de la función de los Estados, ascendió un nuevo estadio ante la nueva orientación estratégica de la política exterior de la administración de Donald Trump en el gobierno de los Estados Unidos de América. En primer término, ante el despliegue de medidas arancelarias diferenciadas respecto al comercio exterior de ese país, que desencadenó la denominada guerra comercial entre la potencia norteamericana y la República Popular de China (RPCh), pero que de manera colateral perjudica notablemente a varios países de América Latina. En segundo término, ante las políticas monetarias y tributarias orientadas a contener una Gran Recesión que antes de la irrupción del COVID-19, ya parecía inminente e inexorable (Roberts, 2020).

 

En América Latina por su parte, los Estados nacionales enfrentaban una coyuntura de gran complejidad, condicionada en gran medida por su función como determinación dependiente de poderes metropolitanos (Thwaites y Ouviña, 2012), y por el menoscabo o la pérdida de legitimidad en sus dimensiones esenciales en el marco de una época especialmente convulsa.

 

Las polémicas en torno al funcionamiento de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en particular en cuanto a la reelección de su Secretaría General y su actuación sesgada ante crisis políticas e institucionales como las de Bolivia y Honduras. Además, la creación del Grupo de Lima como instancia diplomática exógena al sistema multilateral y por ende a las pautas que rigen el Derecho Internacional (con una subordinación a Washington que resulta obscena).

 

Por otro lado, las contradicciones internas en gran parte de los países de la región, prefiguraban un escenario convulso antes de la instauración de las políticas de confinamiento, ante fenómenos como:

 

- El colapso económico en Venezuela, la crisis institucional y la doctrina de Estado de excepción que se ha venido consolidando en ese país en los últimos años.

 

- El incumplimiento sistemático del gobierno de Iván Duque al Acuerdo de Paz entre el Estado y las FARC-EP, factor clave del recrudecimiento del conflicto, traducido en asesinatos selectivos a líderes sociales y en el retorno de masacres y situaciones de desplazamiento forzoso6.

 

- La ruptura constitucional y la crisis institucional en Bolivia, regentada por un gobierno de facto que emplea la fuerza pública y los poderes del Estado como medios para instaurar un régimen sin sustento legal y sin legitimidad democrática.

 

- Las tensiones entre poderes públicos y factores del Estado profundo ante el desempeño del gobierno de Brasil.

 

- El auge de protestas extraordinariamente masivas con gran potencia en Ecuador, Chile y Colombia por mencionar las más notables de Sur América (Bruckmann, 2019).

 

Todos los fenómenos mencionados, expresan la carga histórica de tensiones sociales y de inestabilidad política en la región. En los hechos, se demuestra la decadencia o agotamiento de la legitimidad de los Estados bajo el paradigma actual (Monedero, 2017), especialmente por el aumento de políticas de excepción que tienden a socavar la seguridad de los derechos y las garantías democráticas.

 

Ese escenario de conflictividad, tiende a agravarse porque la crisis desencadenada por la pandemia, expone las carencias de los sistemas de salud y de los regímenes de seguridad social. Estos fueron desmantelados de manera sistemática en las últimas décadas, a partir de la implementación de programas de ajuste estructural concentrados en una lógica de transferencia de competencias en la materia mediante la privatización de esos servicios.

 

El predominio de políticas de sesgo neoliberal en las últimas décadas desde el poder estatal, bajo la orientación de los organismos financieros multilaterales –el cual no fue mitigado por el denominado ciclo progresista a pesar de las retóricas de esos gobiernos-, dejó una huella de desregulación y privatización de la salud. Tal situación supone un riesgo de gran escala para la región, en la medida en que una crisis de salud pública, como la que potencialmente podría desencadenar esta pandemia, o de insatisfacción de necesidades vitales para gran parte de la población, desbordaría las capacidades de los Estados y daría entrada a un contexto de desregulación absoluta.

 

3. El COVID-19 y los tipos de estrategias desplegadas desde el poder estatal

 

La propagación del COVID-19 a escala global, determinó un punto de inflexión en la(s) racionalidad(es) e imaginarios del papel de los Estados. Tal circunstancia influyó en la intensificación en tiempo y espacio de contradicciones internas nacionales, pero también de las turbulencias en el sistema de relaciones internacionales. En el centro de las tensiones inherentes a este nuevo escenario, subyacen intereses económicos y geopolíticos, enmarcados en la crisis de hegemonía y la transición hacia un nuevo orden en el sistema-mundo (Gandásegui -h-, 2019).

 

En primer lugar, se ha configurado de manera explícita una gran crisis sistémica (Beinstein, 2005), probablemente sin precedentes en la historiografía -estructurada desde antes de la irrupción de la pandemia- (Roberts, 2020): tanto por el alcance global de la misma, que ha logrado obtener ubicuidad en todas las regiones del planeta; como por el signo multidimensional e integral de sus manifestaciones concretas sobre la totalidad social, en la medida en que atraviesa y afecta todos los ámbitos de las relaciones sociales, hasta el punto de poner en riesgo el metabolismo del sistema-mundo.

 

En segundo lugar, se puede afirmar que se produjo un quiebre –temporal- de las tendencias instauradas a partir del proceso de globalización, con lo cual las políticas de restricción de los flujos de materia y fuerza de trabajo aplicadas por los Estados afectaron las cadenas globales de valor y con ello se constriñeron los circuitos de capital productivo e incluso las redes de suministro, específicamente por las medidas de confinamiento masivo como medida sugerida por la OMS para contener los contagios del COVID-19, pues se reconoce ampliamente que las “altas tasas de contagio y la interconexión del mundo globalizado fueron el caldo de cultivo para su vertiginosa expansión” (Muñoz y Michelena, 2020).

 

En tercer lugar, se han exacerbado las diferencias en los modelos de gobernanza de los Estados en pugna por la hegemonía global, con dos referentes fundamentales: uno centrado en un liberalismo fundamentalista (que contradictoriamente funciona bajo el amparo y el subsidio de los poderes estatales), en el que los Estados actúan como instrumentos para la acumulación por desposesión en el seno de sus propias formaciones sociales a través de los rescates a las grandes corporaciones (Toussain, 2020); otro cimentado en el fortalecimiento del lugar de los Estados en la sociedad, con una economía centralizada y planificada7,, y con una gestión hipertecnificada sustentada en el control social, cuyo referente fundamental es la República Popular de China8.

 

Asimismo, se han intensificado las tensiones entre las potencias mencionadas, para preservar y/o ganar posiciones en la cartografía geopolítica global por parte de estos factores, en gran medida sobre la base de sus modelos de gobernanza, pero primordialmente, de las cadenas de subordinación y–con mayores cotas de acumulación por desposesión- de las formaciones sociales periféricas.

 

En cuarto lugar, se evidencian políticas dominadas por lógicas de selectividad estratégica diferenciadas entre los países metropolitanos, y la gran mayoría de los países subalternos (coherentes con la carga histórica de dominación derivada del colonialismo y el imperialismo). Mientras los Estados regentes del orden mundial implementan medidas fiscales y monetarias unilaterales –que incluyen la inyección de billones de dólares para sus economías-, para los Estados periféricos se impone el endeudamiento público multilateral como mecanismo para aliviar las severas repercusiones de la coyuntura.

 

En ese orden de ideas, se producen movimientos estratégicos en el sistema financiero multilateral derivado de Breton Woods (bajo la égida estadounidense), para que los impactos de la pandemia funcionen como el medio para recrudecer la dependencia de países (e incluso de regiones enteras) a partir de mecanismos como la deuda pública, con lo cual se adquieren compromisos para la implementación de renovados Planes de Ajustes Estructurales, mercantilización absoluta de bienes comunes y otras formas de saqueo (Harvey, 2018). Tales circunstancias, tenderán a acentuar las carencias de los sistemas de salud, por medio de la profundización de lógicas de desregulación y privatización que se han develado con la crisis actual.

 

En quinto lugar, se han acentuado las disfuncionalidades de Estados periféricos. El FMI prevé una caída abrupta del Producto Interno Bruto, con la peor contracción económica registrada en América Latina9. Con ello se producirá de manera inevitable una reducción drástica de los ingresos fiscales de las economías emergentes y de las denominadas economías en desarrollo. Tal circunstancia afectará con mayor intensidad a los países más vulnerables –en especial a los países cuyas economías dependen de las fluctuaciones de los commodities en el mercado mundial-, los cuales tendrán severas dificultades para sostener sus compromisos, variable que tenderá a exasperar la conflictividad social reseñada brevemente en el apartado anterior.

 

A ese cuadro de enorme complejidad, hay que agregar en primer lugar, que entre mayo y junio de 2020, América Latina se ha convertido en el foco de contagios global, lo cual acentúa las dificultades para la región. Brasil superó el millón de contagios el 19 de junio, y se prevé que otros países de la región presenten situaciones de gran complejidad; en segundo lugar, el aumento de la violencia en la guerra interna y la exacerbación de la conflictividad social, acompañada del referido exterminio sistemático de líderes sociales y defensores de Derechos Humanos en Colombia10; y en tercer lugar, las dificultades que se prevén en Venezuela ante la continuación e intensificación de la depresión económica y la persistencia de una crisis política e institucional, enmarcada y agravada ante una escalada de medidas coercitivas unilaterales -las denominadas sanciones- y agresiones de carácter multidimensional de origen estadounidense, las cuales incluyen un posicionamiento belicista de ese país en las adyacencias a Venezuela (Ceceña y Barrios, 2018).

 

4. Escenarios geopolíticos y lógicas de Estado en el post COVID-19

 

Las relaciones de fuerza que dominan al poder estatal, entre las que se incluyen el haz de fuerzas de sus Deep State, los denominados Estados profundos, integrados por los factores de la sociedad política y de la sociedad civil, los poderes militares y policiales, religiosos, científicos-académicos, y la intermediación de intereses económicos y políticos exteriores a los Estados nacionales (Gramsci, 1999), no permiten avizorar un cambio radical en la sociedad, a partir de las rupturas temporales y las reconfiguraciones producidas en el marco de la crisis desencadenada por la pandemia.

 

Esto confirmaría la tesis de que el sistema capitalista tiene la capacidad de rehacerse “periódicamente a sí mismo en momentos de ruptura histórica” (Fraser, 2009. p. 98), e incluso de recomponerse a través de mutaciones dadas en situaciones de turbulencias sistémicas, como la actual. La utopía no es un escenario negado, pero la pandemia genera condiciones para que los factores del capital concentrado en determinados núcleos de acumulación (primordialmente de Norte América y de Asia) asuman la delantera en la configuración de ese nuevo orden del sistema-mundo -en su localización y adaptación sobre el continente- el que se prefigura en la post-pandemia.

 

Un análisis prospectivo e integrador de las tendencias esbozadas en el apartado anterior, permiten la presunción de escenarios geopolíticos particulares, y de identificación de lógicas estructurales de poder estatal y supraestatal (válidas para el plazo inmediato), en pugna desde antes de la irrupción de la pandemia, las cuales van a acentuar la estructuración de al menos tres (03) escenarios para América Latina (no exentos de áreas difusas o yuxtaposiciones y mucho menos de resistencias y de rupturas a partir del desarrollo de conflictos enmarcados en las luchas de clases), de cuyas tensiones y relaciones de fuerza se configuraría una nueva cartografía geopolítica y se forjaría –en una transición compleja- un nuevo orden sistémico.

 

4.1 Neocolonialismo:

 

Los Estados metropolitanos tradicionales, en particular los occidentales, orientan sus estrategias hacia la preservación de las denominadas áreas de influencia, concebidas como espacio vital geopolítico y como circuitos para la acumulación de capital, con base en la exacerbación de la desposesión de las formaciones sociales periféricas11. Se trata de un marco de relaciones de signo neocolonial, que reconoce de manera formal los poderes estatales no centrales, pero que a través de la fuerza, impone lógicas de intercambio que profundizan el saqueo económico y la sumisión política de dichas sociedades subalternas.

 

En ese marco, se inscribe la contraofensiva imperialista para recuperar su dominio sobre América Latina y el Caribe, mediante la cual se ha revertido el denominado ciclo progresista -que puso en entredicho la hegemonía estadounidense en la región-, así como la racionalidad política que ha derivado en la ruptura de procesos de integración autónomos de la tutela de Washington, entre los que sobresalieron en su momento la CELAC, la UNASUR e incluso un MERCOSUR renovado e insubordinado a los designios de la potencia norteamericana (Mongerfeld, 2019).

 

En esos términos, los Estados neocoloniales se entrevén como una nueva etapa del imperialismo regente durante el siglo XX, en su proceso de adaptación al tiempo histórico actual, signado por profundas rupturas del orden sistémico precedente, condicionadas especialmente por el declive del dominio global estadounidense (Wallerstein, 2007), con nuevos desafíos y nuevos escenarios ante la inminente transición ante una IV Revolución Industrial, que reconfiguraría la División Internacional de Trabajo y las tendencias de los flujos de capital a escala mundial, y que además intensificaría las transferencias de rentas y con ello, las lógicas de Desarrollo Desigual y Combinado.

 

Este escenario significaría para América Latina y el Caribe, la intensificación de las cadenas de subordinación política y de explotación económica respecto al capital monopólico concentrado en los Estados Unidos de América. Cabe destacar, que la recomposición geopolítica de la última década, supone un avance notable en ese sentido. No obstante, las resistencias ante esta forma de dominación serán directamente proporcionales respecto a la intensidad de sus procesos de explotación y opresión.

 

4.2 Segunda Globalización

 

Antes de la irrupción de la pandemia, el sistema-mundo acumulaba contradicciones profundas. Determinadas en gran medida por el posicionamiento de la RPCh como una potencia de escala global. La extraordinaria concentración de capital, en combinación con el desarrollo de un estilo tecnológico autónomo y de vanguardia, así como la constitución de un sistema de alianzas geopolíticas con otras potencias y de crecimiento exponencial de sus áreas de influencia de ese Estado nacional, determinó una nueva correlación de fuerzas en la geopolítica del sistema-mundo. Antes de la pandemia, ya era evidente una crisis de hegemonía, la guerra comercial y la guerra tecnológica precedentes (cuyo hito más notorio fue el conflicto por las sanciones hacia la empresa tecnológica china Huawei), son una expresión concreta de esa crisis (Roberts, 2019b).

 

Durante las últimas décadas, la política exterior de Pekín, se ha concentrado en la ampliación de sus alianzas supranacionales, y de manera simultánea, de los circuitos de capital de su economía. Los proyectos estratégicos de Estado denominados China 2025 y la Nueva Ruta de la Seda, son referentes del crecimiento de la competitividad de China en materia de tecnología y de comercio exterior12.

 

En América Latina, la presencia económica y geopolítica de China presentó un crecimiento exponencial en los tres primeros lustros del siglo XXI. De acuerdo con cifras registradas por la ONU (citadas por Hernández, 2019): el comercio bilateral entre el gigante asiático y los países integrantes de la CELAC, aumentó desde los 12.500 millones de dólares en el año 2000, hasta los 259.500 millones de dólares en 2014, mientras que la inversión y el financiamiento directo ascendió casi el 600% entre 2012 y 2014, con lo cual Pekín se convirtió en la principal fuente de financiamiento del continente (desplazando de esa función al FMI y al BID), y se instauró una nueva cartografía del comercio exterior y una nueva dinámica en los flujos económicos en la región.

 

En tiempos de pandemia, la capacidad financiera, tecnológica y logística desplegada por China ante el desbordamiento de la pandemia en la provincia de Hubei, así como la política de cooperación y de exportación de su modelo de gestión de máxima intervención del Estado, son indicadores de que el liderazgo asiático se va a consolidar en la post-pandemia, y que su proyecto estratégico de expansión no se va a clausurar, sino por el contrario, se va a mantener.

 

Ese escenario plantearía una especie de Segunda Globalización (regentada por Capitalismos de Estado), cuya naturaleza híbrida, entre la promoción de un comercio exterior intensivo y la intervención de los poderes estatales, buscaría la integración de formaciones sociales y mercados a un circuito de capital con monumentales potencialidades de reproducción ampliada, con una racionalidad de distribución de las riquezas menos asimétrica que la instaurada en la globalización neoliberal, pero que acentuaría tendencias de hipervigilancia social, autoritarismo político y fetichización de las mercancías que ha caracterizado a las últimas décadas.

 

Para América Latina y el Caribe, ese escenario supone una transición compleja, porque la reconquista geopolítica lograda por los Estados Unidos durante los últimos años, funcionaría como un dique para la integración intensiva de la región en ese circuito, lo cual tendería a determinar un aislamiento relativo del continente respecto a esa nueva etapa de globalización.

 

4.3 Ampliación de la crisis de hegemonía y profundización del ciclo de inestabilidad sistémica

 

Se trata de un escenario en el que las tensiones respecto a los modelos hegemónicos descritos someramente, desbordan las capacidades de los Estados y reproducen profundas contradicciones internas en el seno de sus formaciones económico-sociales nacionales, tal y como ha sucedido en coyunturas de turbulencias sistémicas (como las denominadas guerras mundiales), así como resistencias externas que atentarían contra sus posiciones en el escenario internacional.

 

Tal situación derivaría en una situación de crisis de legitimidad interna en los Estados metropolitanos (tal y como sucede en el propio seno de la sociedad estadounidense mientras se escriben estas líneas, por la ola de revueltas contra la violencia policial y el racismo que ha desbordado a los poderes estatales de esa nación13), y además, haría insostenible su hegemonía sobre las periferias.

 

Las repercusiones de un escenario caótico e inestable son impredecibles. Pero la historia moderna exhibe dos grandes vertientes. Por una parte, la exaltación del autoritarismo y de las lógicas de dominación, entre las que se incluyen ideologías supremacistas (crecientes en la última década, especialmente en sociedades metropolitanas) que reproducen tendencias como las que determinaron el surgimiento y el ascenso del nazismo y el fascismo en el periodo entre las guerras mundiales.

 

Por otra parte, la agudización de las crisis orgánicas propicia la creación de situaciones revolucionarias, que en algunos casos han derivado en la emergencia de sujetos sociales subalternos hacia roles protagónicos, experiencias de rebeliones sociales y de transiciones de amplio espectro hacia otras formas de Estado (tal y como sucedió en las revoluciones de Rusia en 1917 y de China en 1949).

 

En ese sentido, la acumulación de fuerzas entre sujetos sociales subalternos y en resistencia y la carga histórica de experiencias de lucha por la democracia y la justicia social, así como por la defensa de los bienes y del equilibrio ecológico (y con ello de la vida) como premisa esencial, tienen una gran significación en un contexto convulso como el actual, como elementos clave para la búsqueda de fórmulas de emancipación y como factores de contención ante la irrupción de opciones autoritarias.

 

5. Conclusiones

 

- En el tiempo histórico actual el poder estatal es un factor medular de la política, la economía y de las relaciones sociales en general. Esa situación era un hecho cierto antes de la irrupción del COVID-19, y con las contingencias desencadenadas, ha adquirido mayor relieve y tenderá a ser determinante para definir el devenir de las sociedades, en un contexto de profundas contradicciones sistémicas.

 

- La crisis actual ha perturbado el metabolismo instaurado en el marco de la globalización y prefigura cambios sustantivos en las lógicas de las relaciones internacionales de los Estados. De igual manera, ha acentuado las tensiones geopolíticas entre dos modelos de gobernanza mundial que se contraponen (de origen anglo-estadounidense y asiático respectivamente), con lo cual se prevé una profundización de la crisis de hegemonía del sistema-mundo.

 

- Las relaciones de fuerza en la geopolítica global, tenderán a derivar en tres escenarios probables confrontados y yuxtapuestos entre sí, en una transición compleja e inestable:

 

i) Estructuración de Estados neocoloniales con proyección regional-continental e incluso extracontinental;

 

ii) Instauración de una Segunda Globalización, dirigidos por Capitalismos de Estado (bajo la órbita de China);

 

iii) Profundización de la crisis de hegemonía y la agudización de la inestabilidad sistémica que ha infiltrado a la cartografía de la geopolítica, así como a las dinámicas de poder estatal y sus consecuencias sobre las relaciones internacionales.

 

- Los Estados conservarán una tendencia a favorecer los procesos metabólicos de acumulación por desposesión y reproducción ampliada de capital, a profundizar las líneas globales que dividen el mundo en dos grandes fracciones, división que resulta medular para la existencia del sistema, por sobre las posibilidades de supervivencia de la propia vida en el planeta.

 

- Los Estados latinoamericanos exacerban su vulnerabilidad y su dependencia financiera y tecnológica ante los impactos de la crisis actual, con lo cual se acentúa su condición de determinación dependiente y de formación social periférica, bajo la égida de potencias metropolitanas.

 

- La acción programática de las fuerzas anticapitalistas, contrahegemónicas y en general, debe preservar la conquista del poder estatal como medio para la transformación social, la defensa de la justicia social desde una concepción fecopolítica, así como un marco de relaciones internacionales y un orden mundial más democrático, aspectos medulares para la mediación en el conflicto entre el capital y la vida: el conflicto esencial en el mundo contemporáneo.

 

Referencias

 

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WALLERSTEIN, I. (2007). La situación mundial frente al declive de Estados Unidos. En: Crisis de hegemonía de Estados Unidos: Coord. Gandásegui, M. (hijo). CLACSO-Siglo XXI Editores, México.

 

 

Jorge Forero

Profesor e Investigador

 

El presente artículo fue publicado originalmente en la Revista Rural y Urbano de la Universidad Federal Rural de Pernambuco de la República Federativa de Brasil. Su versión original se puede consultar en:

Revista Rural & Urbano. Recife. v. 05, n. 02, p. 67-83, 2020. ISSN: 2525-6092 https://periodicos.ufpe.br/revistas/ruralurbano/article/view/246481/36976

 

1 Coronavirus SARS-Cov-2.

2 El FMI proyecta la peor caída de la economía mundial desde la gran depresión https://www.marca.com/claro-mx/trending/2020/06/24/5ef39c0ae2704e34048b45bc.html

4 De acuerdo con el precitado Bob Jessop (2017), “Tres de estas dimensiones hacen referencia a aspectos institucionales, sobre todo formales” (p. 104): i) Los modos de representación; ii) Los modos de articulación; iii) Los modos de intervención. Mientras que “las otras tres dimensiones se refieren a los aspectos discursivos y orientados a la acción del Estado y dotan de contenido y significado estratégico a sus características más formales (p. 105): i) Bases sociales; ii) Proyecto de Estado; y iii) Visión hegemónica.

6 El asesinato de líderes sociales: la otra pandemia https://razonpublica.com/asesinato-lideres-sociales-la-otra-pandemia/

7 Cuyos procesos de creación de valor y de acumulación de capital siguen vinculados orgánicamente a la arquitectura regentada por el imperialismo metropolitano occidental.

8 Por supuesto, existen modelos intermedios, entre los que sobresalen por su importancia geopolítica, los utilizados por Estados como Alemania, Corea del Sur y Francia, los cuales implementaron medidas híbridas, sobre la base de tecnología poblacional (con test masivos), atención especial a población vulnerable y regulación relativa de las actividades económicas.

9 Informes de Perspectivas de la Economía Mundial Junio de 2020 https://www.imf.org/es/Publications/WEO/Issues/2020/06/24/WEOUpdateJune2020

10 ONU en Colombia: "Los asesinatos de líderes sociales son crímenes políticos" https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51745651

11 Este fenómeno resulta explícito en la orientación estratégica de la política exterior estadounidense –con ambiciones globales pero con énfasis hacia América Latina-, así como la política exterior de potencias europeas respecto a África.

12 A estas variables hay que agregarles todo un sistema de financiamiento de alcance global paralelo e independiente del orden mundial instaurado a partir de Bretton Woods y del Petro-Dólar.

https://www.alainet.org/fr/node/210635
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