La pandemia, el Estado y la geopolítica de las vacunas

La ausencia de cooperación solidaria internacional es una constante desde el inicio de la pandemia y en torno a la vacuna se mantiene esa marcada tendencia.

25/02/2021
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
vacunas_salud_pobreza.jpg
Foto: https://www.futuro360.com
-A +A

Además del desmantelamiento y precariedad de los sistemas de salud en múltiples países, la postración, inoperancia e incapacidad de los Estados (https://bit.ly/2Z3YYre) de cara a la pandemia se trasluce en el tema de las vacunas. Empecinados en subsidiar a las corporaciones del Big Pharma y a estrechar multimillonarios contratos para la adquisición de biológicos, los Estados renunciaron a toda posibilidad de ejercicio de la investigación básica –salvo pocas excepciones–, la invención, la experimentación (pruebas), la certificación, la producción y de la distribución de las vacunas anti Covid-19. Y, con ello, la misma universidad fue diezmada como organización productora de conocimientos científicos y que –a su vez– puede abrir márgenes para la creación de bienes públicos globales. Ello en su conjunto es el principal botón de muestra de la privatización de las decisiones y de las posibles soluciones respecto a la pandemia, en lo que es un ejercicio a gran escala de acumulación por desposesión y de socavamiento del espacio público.

 

La vacuna fue posicionada por los intereses creados –sean públicos o corporativos– como la única solución de cara al inclemente látigo de la pandemia y como el paso imprescindible para ingresar a una supuesta y demagógica “nueva normalidad”. Sin embargo, con ello se pierde –interesadamente o no– la perspectiva respecto a las múltiples aristas de una enfermedad como el Covid-19: co-morbilidades (diabetes, hipertensión, obesidad, etc.); sistemas inmunitarios debilitados; desnutrición, mal nutrición y hábitos alimenticios basados en la junk food (comida chatarra o basura); postergación de la adaptación de los organismos humanos al coronavirus SARS-CoV-2; distorsiones y contradicciones del patrón de producción y consumo; entronización de un patrón de acumulación que privilegia la gestión cotidiana y paliativa de la enfermedad; la mercantilización de la salud; el abandono de las estrategias sanitarias preventivas y de la especialidades en medicina familiar y comunitaria, etc. No se trata de resolver los problemas profundos de la salud pública, sino de mantener en una condición mórbida o enferma a importantes contingentes de la población mundial; y ello se evidencia con la obstinación respecto a la vacuna. Menos se atienden desde este enfoque estrecho de la pandemia flagelos sociales como la desigualdad social e internacional, el drenaje global de pobreza en que se tornaron los confinamientos, y la misma crisis sistémica y ecosocietal (https://bit.ly/3l9rJfX) que se entrelaza con la pandemia.

 

A su vez, los Estados son parte sustancial de estas cruentas luchas en torno a las vacunas. Pero son las corporaciones del Big Pharma –apoyadas en el complejo mediático global– las que inducen la escasez de este biológico en el inicio de las campañas de vacunación. Los procesos de bursatilización de la vacuna suponen la sumisión de gobiernos como los de la Unión Europea, los Estados Unidos, Israel y Canadá. La especulación financiera y el carácter monopólico del Big Pharma incentiva el proceso de acaparamiento de las vacunas por parte de estas naciones en cantidades mayores al número de habitantes. Frente a ello, las sociedades subdesarrolladas son desplazadas de los megacontratos discrecionales y confidenciales promovidos e impuestos por empresas farmacéuticas como AstraZeneca, Pfizer-BioNTech, Moderna, Sanofi-GSK, y Johnson & Johnson. Corporaciones varias de ellas implicadas en sobornos a gobiernos y organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS); además de fraudes como el que ahora alcanza a divisarse al protegerse legalmente estas empresas ante las reacciones negativas y efectos secundarios de la vacuna anti Covid-19.

 

Es la lógica del fundamentalismo de mercado en su más acabada expresión; pero apoyada en presupuestos públicos dirigidos a laboratorios, y en cuantiosos subsidios y créditos fiscales que benefician a estas corporaciones privadas que, una vez logradas y patentadas las vacunas, las venden a los gobiernos a un sobreprecio. Es de destacar que los rendimientos promedio del Big Pharma rondan el 17,3 %; porcentaje muy superior a los de cualquier otra gran industria. Particularmente, con el biológico anti Covid-19 se corre el riesgo de la configuración de mercados negros y del despliegue de la piratería de vacunas si los mecanismos de regulación de esas transacciones no se hacen efectivos desde lo organismos internacionales y los gobiernos nacionales.

 

La ausencia de cooperación solidaria internacional (https://bit.ly/3lu3o47) es una constante desde el inicio de la pandemia y en torno a la vacuna se mantiene esa marcada tendencia. El mismo Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, refiere el egoísmo de las naciones desarrolladas y de las corporaciones del Big Pharma, de tal manera que el este funcionario sentencia que en materia de distribución de vacunas “el mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral y el precio será pagado con vidas en los países más pobres” (http://bit.ly/3kkbU6R).

 

La geopolítica de la vacuna incorporó a China (con los laboratorios CanSino, Sinopharm –que produce el antígeno no de manera transgénica–, y Sinovac) y a Rusia con la Sputnik V. Sin embargo, sus biológicos son presa de la ideologización anticomunista, el estigma y el desprecio propios de la época de la “cazería de brujas”. Agregando ello ingredientes nocivos en lo que son las nuevas significaciones del miedo en medio de la crisis pandémica (https://bit.ly/35KfaRU).

 

La conspiranoia también es otro de los rasgos de la pandemia (https://bit.ly/36d82iJ) y las vacunas no escapan a esas lógicas perversas inducidas por la ignorancia o por los intereses creados. “El virus chino” (esgrimido por Donald Trump); “la vacuna rusa inoculará comunismo soviético”; o las vacunas chinas y rusas no sirven o no son de fiar, son algunos de esos argumentos tendenciosos que proliferan a la par de la construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu). Más allá de los dichos, lo que prevalece es una postura desinformada auspiciada por la discrecionalidad de las decisiones en torno a las vacunas; al tiempo que se afianza la tendencia a no asumir a estos antígenos como bienes públicos globales o como patrimonio de la humanidad. Imperan más bien, en torno a estos biológicos las cruentas disputas comerciales para apropiarse de los mercados y de los consumidores cautivos bajo la égida del incremento de las ganancias.

 

A su vez, el mundo subdesarrollado está prácticamente al margen de la carrera farmacéutica por las vacunas. Tanto en materia de investigación y desarrollo, producción y acceso, estas sociedades se enfrentan a la misma estratificación de las relaciones económicas y políticas internacionales. Salvo el caso de Cuba con la vacuna Soberana 02, el gran foso que separa a estas naciones de los centros del poder tecnológico las posiciona ante la pandemia en condiciones extremadamente desventajosas.

 

Inmunizar a 7 700 millones de seres humanos será una labor colosal que supone movilizar amplias cadenas de producción y suministro, así como recursos financieros, humanos y tecnológicos en grandes proporciones, aún sin certezas de que esa proeza sea el elixir ante el carácter zigzagueante de la pandemia. Si el coronavirus SARS-CoV-2 llegó para quedarse –como se especula–, será urgente pensar en otros mecanismos que faciliten la adaptación del organismo humano al mismo o en otras acciones para hacer frente al conjunto de problemas de salud pública que le son consustanciales y que potencian su letalidad.

 

Todo lo anterior supone replantear el conjunto de las estrategias sanitarias de cara a la crisis epidemiológica global. Particularmente, ampliar la mirada en los procesos de toma de decisiones (https://bit.ly/3shJLjs) y desembarazarse de los intereses creados que desde el capitalismo filantrópico –al estilo de Bill Gates y su obsesión por las vacunas–, el Big Pharma, la misma OMS y múltiples gobiernos nacionales se entronizan subsumiendo la salud de la población y, sobre todo, de los pobres. Concebir a la vacuna como un bien público global o como un Patrimonio de la Humanidad es un paso necesario pero no suficiente. Se precisa de acciones concertadas entre múltiples agentes y Estados, así como del papel activo de la universidad (https://bit.ly/3fPmlfz) que, en tanto centro del saber, está prácticamente postrada ante el implacable paso del huracán pandémico.

 

Si la pandemia, en sí, reviste costuras geopolíticas, la vacuna refuerza esas tendencias. De ahí la urgencia de una acción colectiva global impulsada desde el Sur del mundo para crear y difundir iniciativas que propicien la equidad en el acceso masivo al fármaco. Ello es un paso impostergable para enfrentar la segregación de miseria y desigualdad que es acelerada por la pandemia y la gran reclusión.

 

Isaac Enríquez Pérez

Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/211127
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS