Las utilidades y urgencias del pensamiento crítico en tiempos pandémicos

La humanidad atraviesa por contradicciones y rupturas solo equiparables con el aparente interregno entre 1918 y 1939, y con la reconfiguración económica y política derivada de la Segunda Gran Guerra.

24/01/2022
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
europapress_2774081_01_april_2020_china_wuhan_person_in_coverall_suit_sits_on_the_side_of_the-1440x808.jpg
-A +A

Los tiempos que corren son volátiles e inciertos. Dinamitados por acontecimientos que trastocan las formas en que las sociedades se acostumbraron a organizarse y a propiciar la vida cotidiana de los individuos. Las aparentes seguridades no solo tienden a desvanecerse, sino que se extinguen conforme la humanidad se adentra en el laberinto del caos y conforme se envuelve en el colapso civilizatorio. La pandemia del Covid-19 no hizo más que acelerar esos cambios al expresar las magnitudes de la crisis sistemática y ecosocietal exacerbada con el fundamentalismo de mercado.

 

La emergencia de nuevos dispositivos autoritarios y cuasi totalitarios se disfraza –sin que se restablezca la legitimidad erosionada– con el discurso oficial, infundado y falaz de la democracia, los derechos humanos y los cuidados, y hacen del mercado el nuevo mecanismo de disciplinamiento de los cuerpos, las mentes, la conciencia y la intimidad. La misma violencia relacionada con el poder tendió a privatizarse y hasta en la construcción de significaciones e imaginarios se imponen esos poderes fácticos. Una especie de fascismo renovado que en el caso de los Estados Unidos se apoya en un complejo militar/industrial/digital, y desde allí se irradia –salvo en los casos de China y Rusia– hacia distintas escalas y territorios para apuntalar estructuras de poder, riqueza y dominación. La ampliación de los márgenes de maniobra del régimen cibercrático global es una expresión de esas disputas, y ello se acompaña de la lapidación de la palabra y de un sojuzgamiento de la praxis política.

 

La humanidad atraviesa por contradicciones y rupturas solo equiparables con los sismas del aparente interregno transcurridos entre 1918 y 1939 y con la reconfiguración económica y política derivada de la Segunda Gran Guerra. La crisis epidemiológica global y su consustancial gran reclusión no solo exacerbaron las desigualdades extremas, sino que profundizaron las tendencias conflictivas de las últimas cinco décadas y la relación de éstas con la crisis estructural del capitalismo y su proclividad al caos sistémico.

 

¿Cuál es la utilidad y el devenir del ejercicio del pensamiento crítico en este escenario signado por la incertidumbre y el extravío de las sociedades contemporáneas? Responder a este interrogante supone asumir que el pensamiento crítico no es exclusivo ni emana únicamente de las universidades. En estas organizaciones podría alcanzar un nivel de sistematización, sofisticación y proyección importante, pero la realidad es que está presente en múltiples actividades humanas y es posible desplegarlo desde distintos frentes como parte de una praxis dotada de imaginación creadora.

 

En principio, la magnitud de la crisis sistémica y ecosocietal y su carácter disruptivo supone reivindicar el despliegue del pensamiento crítico en las disputas por la construcción de las significaciones; incluso más allá de las cortinas de humo y de la falsa polarización que caracteriza a las sociedades contemporáneas.

 

De ahí que la misma praxis política tenga que repensarse a sí misma en sus alcances y en la forma en que se despliega, pues desde ella no emanan las urgentes soluciones que demandan los grandes problemas mundiales. Ello, en buena medida, explica el colapso de legitimidad de los Estados y la pérdida de fe que embarga a los ciudadanos respecto a la política y quienes toman las decisiones públicas. La gran tragedia que experimenta esta praxis desde décadas previas es la privatización de sus atribuciones y alcances, así como la mutación del espacio público en un botín al cual expoliar desde la racionalidad tecnocrática. Entonces el ejercicio del pensamiento crítico es crucial para despojar a la política de esa falsa polarización pulsiva que socava el sentido de la palabra, defenestra la deliberación pública constructiva, y entroniza las emociones.

 

El proceso económico tal como es gestionado en los márgenes de un capitalismo expoliador, extractivista y rentista, tiene que cuestionarse –más allá de la falaz escasez– en sus fundamentos y desviaciones. La destrucción del medio natural se relaciona con un patrón de consumo altamente depredador del resto del reino animal. 80 000 millones de vacas, cerdos y pollos crecen y son torturados en criaderos a través de hormonas que aceleran su crecimiento. Además, sus excrementos expelen butano, compuesto que está detrás de más de la mitad de gases de efecto invernadero que explican el calentamiento global. Esta modalidad de ganadería intensiva explica la emergencia de epidemias y la zoonosis que traslada virus y bacterias a las grandes regiones megalopolitanas. Ante ello, el pensamiento crítico tiene como urgencia hurgar en las causas profundas y últimas de estos fenómenos económicos depredadores y erradicar posturas como las del antropoceno que endilgan al conjunto de la humanidad el colapso climático que se padece. Si el pensamiento crítico no deconstruye la noción de que la ciencia se oriente a la irrestricta apropiación y uso del medio natural, continuarán invisibilizándose y encubriéndose los rasgos del capitaloceno.

 

El terreno de la salud quizás es el que mayores fisuras evidencia con la actual crisis pandémica. La incapacidad y desbordamiento de los sistemas de salud en Europa y en el hemisferio americano se explica en gran medida por la austeridad fiscal y los recurrentes recortes que castigan la calidad y el carácter oportuno de los servicios sanitarios, así como la edificación de infraestructura básica y la contratación de nuevo personal en condiciones laborales estables y distantes de la precariedad laboral. Sin embargo, la dimensión que fue desnudada de manera más cruda por la pandemia es la referida al dislocamiento del ejercicio de la medicina con las causas profundas de las enfermedades contemporáneas. Esto es, se privilegió, en beneficio de los intereses creados del big phama, una medicina curativa por encima de la medicina preventiva que tuviese como sustrato la medicina familiar y comunitaria. Bajo el imperativo de que un individuo curado o sano no es rentable, se apuntalaron sistemas sanitarios que gestionan la enfermedad y otorgan paliativos pasajeros. A su vez, se posicionó unilateralmente a la vacuna como la única solución para arrinconar al coronavirus SARS-CoV-2, y se desinformó sobre su carácter experimental y basado en vectores génicos. La incursión del pensamiento crítico en la praxis médica y en la salud pública quizás contribuya a asimilar que los seres humanos convivimos y co-evolucionamos con un sinfín de virus y bacterias como parte de los necesarios equilibrios ecológicos y que los organismos humanos tienden a adaptarse de manera intrínseca a los desafíos orgánicos que estos agentes patógenos infringen.

 

Los mass media –y las mismas redes sociodigitales– y la industria mediática de la mentira que les es consustancial se erigieron en los dispositivos idóneos para la irradiación del miedo y para instaurar discursos de pánico que multiplicaron los riesgos y la vulnerabilidad de los sistemas inmunitarios de los organismos humanos. La incursión del pensamiento crítico precisa orientarse a reivindicar y reinventar el periodismo de investigación y a despojar de los intereses creados a este oficio en el ánimo de reposicionar a la palabra, el disenso y las múltiples posturas respecto a los problemas públicos. Si en los mass media se libra la batalla más intensa en torno a la irradiación del pensamiento hegemónico y la construcción de las significaciones y los imaginarios colectivos, las dosis del pensamiento crítico necesitan ventilar esos territorios en disputa para alejarnos de la construcción mediática del coronavirus y del mismo consenso pandémico.

 

En este tenor, la universidad juega un papel crucial en la construcción, revitalización y proyección del pensamiento crítico. Pero para desplegar plenamente esa función de cara a la emergencia de la era post-pandémica las universidades precisan reinventarse y adoptar para sí el pensamiento crítico en aras de cuestionarse a sí mismas en sus alcances y limitaciones. El pensamiento hegemónico, el fundamentalismo de mercado y la racionalidad tecnocrática se instalaron en las universidades como mantras incuestionables que se fundamentan en el individualismo hedonista y ello devino en la postración de estas organizaciones y en el retiro autoimpuesto de la academia respecto a los grandes problemas mundiales. De ahí la urgencia de que el pensamiento crítico se erija en un alfil para que la universidad sea (re)pensada desde adentro, reformada en sus prácticas académicas y en sus teorías, y despojada de los intereses creados.

 

En suma, sin el ejercicio sistemático del pensamiento crítico en distintos frentes y escenarios, la humanidad pavimenta su camino directo a la involución y torna cualquier progreso en cadenas que oprimen a las sociedades hasta conducirlas a la inanición. Si el pensamiento crítico no enfatiza en la emergencia de las nuevas desigualdades y conflictividades atizadas al calor de la pandemia, su utilidad será infructuosa y se cerrarían senderos que sean iluminados por su luz y perspectiva constructiva.

https://www.alainet.org/fr/node/214775
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS