El Salvador: los Acuerdos de Paz y la disputa por el imaginario popular
La institucionalidad creada y las conquistas democráticas alcanzadas por los Acuerdos de Paz de 1992 se encuentran amenazadas. El desafío histórico pasa por reactivar el movimiento popular y derrotar la tendencia autoritaria del proyecto Bukele.
- Opinión
La conmemoración del 30 aniversario de los Acuerdos de Paz de enero de 1992 se ha convertido en una abierta disputa ideológica, entre diversos proyectos políticos en pugna, por conquistar el imaginario popular, el sentido común sobre el significado histórico de estos acuerdos y su vigencia.
Este trigésimo aniversario de estos acuerdos transcurre en el marco de la fase de entronización de un nuevo sistema político, que inicia en 2019 y se caracteriza por ser un régimen político autoritario y populista, que responde los intereses de un nuevo bloque de poder, dirigido por el presidente Nayib Bukele.
Asimismo, se da en un contexto en el que las principales fuerzas políticas que impulsaron tales acuerdos de paz en 1992, y que luego gobernaron por treinta años, los partidos ARENA y FMLN, se encuentran en una situación de profunda debilidad política, ideológica y ética.
A continuación, hacemos un breve recorrido histórico por la evolución del imaginario popular, el significado de los Acuerdos de Paz de 1992, y la actual situación de disputa ideológica y política.
La evolución del imaginario popular
Desde el surgimiento a principios del siglo pasado, de un movimiento popular emancipador, ubicado en la izquierda, con sus propias reivindicaciones y símbolos, se abrió una brecha en el orden social, en particular en el orden simbólico de naturaleza liberal y oligárquica.
Desde entonces existe una ruptura en el orden simbólico. Mientras el orden liberal oligárquico celebra la continuidad de la dominación, las fuerzas de la transformación social celebran sus propias gestas emancipadoras y veneran sus propios héroes.
Cada fuerza trata de construir e imponer su visión y de ridiculizar y desplazar hacia el olvido la narrativa enemiga. Esto es lo que pretende el proyecto Bukele con relación a los Acuerdos de Paz de 1992.
Veamos dos ejemplos, el uno en 1894 y el otro en 1919.
Como Ciudad Heroica calificaron a Santa Ana los exilados de la oligarquía que ingresaron desde Guatemala en 1894 para derrocar al régimen de los Ezeta. Cuenta la leyenda que estos 44 “demócratas” atrincherados en la barranca Santa Lucía, atacaron y se tomaron el cuartel de artillería. Esta gesta oligárquica pasó a formar parte del imaginario popular y fue motivos de celebraciones por varios años. La oligarquía logró cautivar y colonizar así el imaginario popular.
A contrario sensu, en 1919 los sastres realizan la primera huelga exigiendo reivindicaciones económicas, pero rompiendo con el orden patronal que promovía la “concordia” entre obreros y dueños de talleres. La derecha los acuso de desestabilizadores, de fomentar el desorden público.
Pero así comienza el largo esfuerzo por educar políticamente a los trabajadores en los caminos de la lucha de clase, por organizar, influenciar y movilizar a los sectores populares.
Desde entonces, esta disputa ha ido creciendo. Los sectores dominantes, en sus diversas expresiones, necesitan construir y promover sus relatos de victoria, que justifiquen su dominación.
Y es por esto que se celebró con un te deum en Catedral la derrota del levantamiento indígena-campesino del 22 de enero de 1932*, la salida del General Martínez el 8 de mayo de 1944, la “revolución de los mayores” del 14 de diciembre de 1948; la Constitución de 1982 que reconoció el pluralismo ideológico; la victoria electoral de ARENA en 1989 y los Acuerdos de Paz de enero de 1992.
*Fue hasta el 22 de enero de 1980, casi cincuenta años después, que el movimiento revolucionario pudo reivindicar públicamente con una multitudinaria marcha, la insurrección indígena-campesina de 1932.
En el caso de los sectores populares, entre sus gestas principales se encuentra el levantamiento de enero de 1932, las jornadas de abril y mayo de 1944 contra el General Martínez, la Guerra Popular Revolucionaria de 1980 a 1992, la conmemoración del martirio de Monseñor Romero, los Acuerdos de Paz de enero de 1992 y la victoria electoral del FMLN en 2009.
Hay situaciones en el orden simbólico que asumen un carácter nacional, en las cuales participan en la celebración tanto sectores populares como sectores oligárquicos, y cuando esto sucede, el peso de tales celebraciones y su incorporación al imaginario popular es mayor. Tal fue el caso de las jornadas de abril y mayo de 1944, así como de los Acuerdos de Paz del 16 de enero de 1992.
Y esto explica la necesidad del régimen de Bukele de pretender desplazar del imaginario popular los Acuerdos de Paz de 1992, calificarlos como una “farsa” para poder construir su propia narrativa a partir de su llegada al gobierno en 2019.
Su éxito o fracaso va a depender de la capacidad de los sectores afectados en mantener esta narrativa y vincularla directamente, en la calle y en el debate público, a la lucha por la defensa de las libertades democráticas, amenazadas fuertemente por el proyecto político de Bukele.
El significado de los Acuerdos de Paz de 1992
Los Acuerdos de Paz de enero de 1992 marcan el fin del conflicto armado que duró doce años, así como la desaparición de la dictadura militar que había gobernado durante sesenta años.
Inician el proceso democrático más prolongado y profundo vivido por la sociedad salvadoreña, mediante un sistema político bipartidista, en el cual ARENA y FMLN se distribuían periódicamente el control del aparato de estado, con el claro compromiso de no realizar cambios en el orden económico oligárquico.
Los Acuerdos de Paz de 1992 significaron el desplazamiento de la Fuerza Armada como principal actor político y la emergencia de los partidos políticos, como los únicos instrumentos autorizados constitucionalmente para acceder al poder.
Asimismo, comprenden la apertura de un amplio sistema de libertades públicas, y la creación de una nueva institucionalidad democrática, mediante un conjunto de reformas constitucionales, que incluyeron una nueva doctrina militar, reforma judicial y electoral, la creación de la Policía Nacional Civil y de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos.
Los nuevos escenarios de disputa
Hoy la institucionalidad creada y las conquistas democráticas alcanzadas por los Acuerdos de Paz de 1992 se encuentran amenazadas. Y desde septiembre del año pasado el movimiento popular y social se encuentra pie de lucha por la defensa de estas libertades. Este 16 de enero, mediante la movilización popular se escribirá en las calles capitalinas, otra página de esta lucha.
Esta amenaza se manifiesta mediante el control que el partido Nuevas Ideas, como principal instrumento del proyecto político del presidente Bukele, ejerce sobre diversas ramas del aparato de estado. Y es desde estos espacios institucionales que se promueven campañas y se toman decisiones que vulneran las libertades democráticas conquistadas mediante los Acuerdos de Paz de 1992.
El desafío histórico planteado en esta situación es el de revertir y derrotar esta tendencia autoritaria del proyecto Bukele, y esto pasa por la necesidad de recomponer y reactivar el movimiento popular y social, así como reivindicar los Acuerdos de Paz de 1992, como momento de avance histórico en el largo camino hacia la construcción de un nuevo El Salvador, democrático y justo.
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