La contradicción por dentro

25/02/2014
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Los últimos acontecimientos en Venezuela ocupan los espacios de comunicación hegemónicos nacionales e internacionales, atizando el fuego de la confrontación. Pocos se detienen a dar una interpretación crítica que se salga del marco de la polarización estimulada por los centros de poder económicos y políticos del mundo.
 
Hacia afuera aparecen una inflación desbordada, superior al 50%, el desabastecimiento de bienes básicos, una violencia galopante, una deuda externa incrementada y entrega de petróleo a países amigos, calificada como cesión de divisas del país a cambio de apoyos a los bloques regionales que impulsa el chavismo, Algunas de ellas sensibles a amplios sectores de la población. Sin embargo, unas y otras, sometidas a la puja por el poder de una ultraderecha ramificada con soportes internacionales.
 
Las marchas estudiantiles que intentan ser un catalizador del descontento de sectores de la sociedad venezolana no son algo nuevo en la historia política venezolana desde que asumió el poder Hugo Chávez Frías por la vía electoral. Ni tampoco la de quienes son sus mentores, las múltiples facciones de la oposición que intentan retomar el poder. Si bien la imagen del comandante logra su aceptación popular a partir de su intento de dar un golpe de estado en 1992, pocos preveían que posterior a su triunfo electoral en 1998 diera un giro a la izquierda tan radical que lo llevara a alinearse con el gobierno cubano. Su inmediato llamado a una Asamblea Nacional Constituyente y su nueva constitución, le permitieron establecer los parámetros institucionales con los que daría un giro radical hacia la Revolución Bolivariana, articulada con lo que devendría en denominarse socialismo del siglo XXI.
 
Es a partir de allí que se produce una polarización auspiciada por los Estados Unidos, grandes consorcios internacionales que veían escurrirse en sus manos las ganancias obtenidas por la gigantesca renta petrolera, y empresarios y sectores de la clase media convertidos en espectadores de los deleites del poder hasta ese gobierno asegurados. En febrero de 2002 dan un golpe de estado e imponen como presidente al dirigente de Fedecámaras, Pedro Carmona. Levantamiento que solo dura dos días tras la retoma del poder de Chávez. En esa ocasión, no solamente participaron sublevados del ejército. Lo hicieron también la cúpula de la Iglesia Católica y sectores empresariales.
 
De tal manera, que lo de ahora no es de ahora. Es el acumulado de una conflictividad entre un modelo de desarrollo neoliberal que se niega a ceder paso a uno de contenido social. Es la continua política estadounidense de considerar a América Latina su patio trasero y violar la soberanía de los estados y naciones cuando considera que no están dentro de sus mandatos: “América para los americanos”. La chile de Salvador Allende en 1973 es un testimonio. El minado de los puertos de Nicaragua cuando se toma el poder el Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1979, las invasiones a la pequeña isla de Granada en 1983 y a Panamá en 1989, son acciones que no dejan duda. En este caso con mayores veras, pues se trata nada más ni nada menos que del país con la mayor reserva de petróleo del mundo. Si no ha procedido militarmente contra Venezuela no es porque le falten ganas. Es porque hay una alianza latinoamericana y caribeña expresada en diferentes bloques regionales que lo obligan a esperar condiciones para entrar a “defender las libertades y la Democracia”, como lo ha hecho en otros países.
 
Por supuesto, ayuda el hecho de que el chavismo haya incentivado la formación de milicias para “defender la revolución” que coincidentes con grupos paramilitares desencadenan hechos de violencia, como los que se han producido en este mes de febrero, condenables por quienes defendemos los Derechos Humanos. Lo mismo que las condiciones de violencia social y desabastecimiento. Sin embargo, no necesariamente ambas son producidas estrictamente por el régimen chavista. Es cierto que la ausencia de oferta laboral incentiva la creación de bandas y pandillas que hacen de la violencia su oficio. Colombia, dolorosamente, es una escuela que lo ejemplifica. A la vez, no es descartable la presencia paramilitar y del narcotráfico que reproduce lo que en nuestro país es la noticia cotidiana. Actores que en momentos de confusión y de acentuación de la conflictividad, como los de ahora, entran en el escenario agudizando las contradicciones. Agreguémosle que un proceso de transición de un tipo de sociedad a otra ha producido generalmente en la historia secuelas dolorosas, pero inevitables, entre quienes se aferran a los privilegios del pasado y los que movidos por un impulso vital de la utopía persisten en transformar la sociedad.
 
Frente al desabastecimiento es factible tener en cuenta dos líneas de análisis. Una de ellas es la defendida por el gobierno chavista de que es uno de los frentes de lucha de la oposición. Si ya Fedecámaras, que dirige al empresariado venezolano, había sido protagónico en el golpe de estado de 2002, no podía esperarse que se quedara quieta en los sucesivos procesos de la lucha por el poder. Una forma ha sido la de no ofertar muchos de sus productos o especular con los precios. En el programa de noticias de Caracol radio, que milita abiertamente en el antichavismo, en uno de los frecuentes informes de la situación en Venezuela, uno de los que comparten el set con Darío Arismendi comentó que le parecía extraño que Polar distribuyera leche en Colombia y no en su país de origen. El director ignoró el comentario y centró la atención en otro aspecto.
 
No es, entonces, simplemente una postura del gobierno sino un hecho real en que también se atiza su caída. Tampoco es ajena a esta situación el contrabando de productos que subsidiados en ese país son expendidos en muchos de los municipios colombianos fronterizos. En esta dirección, la ley de costos y precios justos que aprieta a los empresarios y les pone un límite a sus ganancias es un antecedente inmediato de estas movilizaciones. Ubicados en el libre mercado del neoliberalismo, no había nada que atajara sus ilimitadas ganancias. El gobierno bolivariano le puso coto a esto dentro de su orientación del socialismo del siglo XXI. Factor que no dejaría en la quietud a la oposición. Al contrario, estimularía la inestabilidad del chavismo gobernante.
 
Otro aspecto es el que se refiere a una de las debilidades de la revolución bolivariana. Identificada nada menos que por el ministro del petróleo y vicepresidente de la economía, Rafael Ramírez: “no hemos estimulado la producción interna. (,,,) Hemos planteado un esquema, un modelo socialista, pero no hemos avanzado en su construcción en lo económico”. (Revista Bocas # 27, febrero de 2014, pag. 46) Eso hace que el propio Estado no haya avanzado en crear la infraestructura económica para proveer a la población de los bienes para su subsistencia. Factor que hace depender al consumidor de lo que la empresa privada oferte en el mercado. Así, el modelo bolivariano es víctima de un proceso inédito que hecho a caminar. O sea, mantener una doble concurrencia entre un modelo empresarial neoliberal, ajeno a la inversión social y a la redistribución de sus ganancias. Otro bajo la guía del modelo cubano intentando aplicar el socialismo en el desarrollo de sus políticas revolucionarias. La tensión sigue su curso con la estela de dolor dibujada en las calles de ciudades venezolanas. Es difícil que la variopinta oposición logre su cometido. También lo es que el gobierno mantenga su estabilidad si no asume autocríticamente el proceso, lo cual llevaría a poner en juego lo hasta ahora logrado con el concurso de un gran apoyo popular.
 
Diego Jaramillo Salgado
Doctor en Estudios Latinoamericanos. UNAM,
 
https://www.alainet.org/fr/node/83451
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