Terrorismo, un legado de la historia.
07/10/2001
- Opinión
Es sorprendente que un hecho tan simple parezca escapar a la
inmensa mayoría de los que escriben sobre el terrorismo: se
trata de una acción practicada por los seres humanos, no por
extraterrestres enfurecidos. Por ser un acto humano, puede ser
comprendido únicamente como un resultado de la historia.
En el siglo 20, en particular, se banalizó el terror (esto es,
el uso de la violencia sistemática, con objetivos políticos,
contra civiles o blancos militares que no estaban en operación
de guerra). También se multiplicaron sus formas.
Existen terroristas que actúan en nombre de Dios (como los
grupos extremistas islámicos); los mercenarios (milicianos
franceses y norteamericanos que luchan en África); los
nacionalistas (como el IRA o el ETA); y, también, los
ideológicos (como el grupo de Tim McVeigh, responsable de la
destrucción del edificio de Oklahoma, en 1995).
Existe también el terrorismo de Estado -la práctica de eliminar
poblaciones y blancos civiles (como los Estados Unidos, en
Hiroshima y en Vietnam, o Pol Pot en Camboya) o la segregación
y masacre de minorías (caso del antiguo régimen de apartheid en
África del Sur, y de Israel contra los palestinos), y también
la práctica de torturar y asesinar a los que piensan diferente
(dictaduras latinoamericanas, de los años 60 y 70).
Claro, el terror no comenzó en el siglo pasado. Al contrario,
tiene una larga historia. Basta recordar, en la era moderna,
el régimen implantado en Francia por Robespierre, en 1793. O
en su momento el asesinato del zar de Rusia Alejandro II, en
1881, por la organización "Voluntad del Pueblo".
La primera noticia de un atentado terrorista publicada por un
periódico en Brasil data de mayo de 1878. El blanco era el
emperador Guillermo de Prusia. El detonante de la Primera
Guerra fue el asesinato, en 1914, del archiduque Francisco
Fernando por el estudiante Gavrilo Prinzip, miembro del grupo
terrorista serbio "Mano Negra".
Hasta los años 20, el terrorismo era un fenómeno esporádico.
Él comenzó a ganar espacio e importancia con el surgimiento de
los regímenes de José Stalin y Adolfo Hitler. Ya al final de
los años 20, Stalin enviaba a los campos de concentración a
centenas de miles de opositores, sin contar con los millones de
campesinos ejecutados durante la colectivización de las
tierras, entre 1929 y 1932.
En la Alemania de los años 30, Hitler perseguía comunistas,
judíos, gitanos y eslavos. Hasta el final de la Segunda
Guerra, en 1945, serían asesinados seis millones. Los dos
regímenes eran semejantes, en lo que se refiere al culto a la
personalidad de los dirigentes y a los poderes de la policía
política (KGB y Gestapo).
El totalitarismo le dio una nueva dimensión al terror. Por
primera vez en la historia, la maquinaria del Estado era
colocada al servicio de las ideologías que propugnaban la
eliminación de los adversarios. El terror extendía sus
tentáculos sobre el conjunto de la sociedad. Un método
semejante sería adoptado por Mao Tsetung, después de tomar el
poder, en China, en octubre de 1949.
El legado del terror fue sintetizado por el filósofo alemán
Theodor Adorno, con su terrible sentencia: después de
Auschwits, se tornó imposible hacer poesía. Adorno investigaba
el sentido de la cultura. Auschwitz aconteció en el país de
Schiller, Goethe, Marx, Bach, Kant... La tecnología de la
muerte ridiculizó las más elevadas ideas de la belleza, la
verdad y el bien.
EE.UU. y la Comunidad de Naciones
No hay límites para la capacidad destructiva del hombre. El
terrorismo también daría un salto gigantesco, con Hiroshima y
Nagasaki, en agosto de 1945. La bomba hizo de la muerte del
mundo una opción política: bastaría que uno de los dos lados
"apriete el botón" para iniciar la guerra nuclear -la última de
la especie. La política y el diálogo habían perdido su razón
de ser.
El "equilibrio del terror" marcó las cinco décadas de Guerra
Fría. La "banalización del mal" denunciada por Hannah Arendt
alcanzaba su cumbre.
El ser humano que emergió de ese proceso se tornó más cínico y
"duro", menos solidario. En los años 80, la ideología
neoliberal -"no hay sociedad, únicamente individuos", dijo
Margaret Thatcher- proporcionó un cuadro mental perfecto para
un mundo afectivamente devastado, conformado por seres
solitarios, atomizados, inmersos en sus propias angustias.
Los Estados Unidos (que, por lo demás, entrenaron a Osama bin
Laden y armaron a Sadam Hussein), particularmente, tienen una
gran responsabilidad en el clima de terror que enmarca las
relaciones internacionales. La totalidad de su política
externa se basa sobre la fuerza bruta y el total desprecio por
la comunidad de naciones.
Basta recordar la reciente ruptura de Washington con el
Protocolo de Kyoto, en nombre de sus específicos intereses
comerciales, o el abandono de la Conferencia contra el Racismo,
en Durban. No casualmente, en abril los Estados Unidos fueron
excluidos de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Los
motivos citados por la Asociación Americana de Juristas hablan
por sí:
"Los Estados Unidos no adherieron a buena parte de los
instrumentos internacionales de derechos humanos vigentes.
Entre otros, al Pacto Internacional de Derechos económicos,
Sociales y Culturales; los dos protocolos del Pacto de Derechos
Civiles y Políticos; la Convención contra el apartheid; la
Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de
guerra de lesa humanidad; (...) la Convención sobre el Estatuto
de los Refugiados; la Convención de Ottawa, de 1997, que
prohibe las minas antipersonales (...). Tampoco votó por la
creación de una Corte Penal Internacional (...). Al ratificar
el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos,
formularon reservas a numerosos artículos, entre ellos el
artículo 6.5, que prohibe la aplicación de la pena capital por
delitos cometidos antes de los 18 años (...). Es uno de los
dos países del mundo (el otro es Somalia), que no ratificó la
Convención de los Derechos de los Infantes".
La destrucción del World Trade Center apenas proyectó la sombra
del Gulag, de Auschwitz, de Hiroshima y de Vietnam sobre
Manhattan. No se pretende, con esta afirmación -es obvio!-,
justificar aquel o cualquier otro atentado terrorista, venga de
donde venga. Muy al contrario.
Se pretende, apenas, situar el debate en su lugar concreto: la
historia.
https://www.alainet.org/pt/node/105363
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