En el décimo año: un balance
17/01/2003
- Opinión
Para Víctor Quintana, que anda en medio de
todo esto
El 2003 comenzó en tono mayor: en San Cristóbal de Las Casas veinte
mil zapatistas ratificaban la vigencia de su causa, mientras en el puente
internacional de Ciudad Juárez El campo no aguanta más repudiaba de nuevo
el capítulo agropecuario del tratado comercial de América del Norte. El
vos y el Comiteco hermanados con el usted y el Sotol en una añeja
rebeldía que se extiende de Chiapas a Chihuahua, del trópico al desierto,
de Mesoamérica a Aridoamérica.
1- Vamos para una década tanto del EZLN como del TLCAN y los pendientes
del país parecen los mismos. Pero en verdad los mexicanos somos otros. En
este lapso la terquedad ciudadana sacó al PRI del gobierno haciendo
presidente a un Vicente Fox mimetizado con el cambio. Y esta misma
ciudadanía, que estaba con él cuando asumió el cargo, hoy lo deserta
paulatinamente. Quizá porque con el PAN vivimos peor, pero también por el
contraste entre las seductoras promesas de campaña y la real agenda del
presidente: continuidad de la política económica neoliberal, reforma
fiscal regresiva, privatización energética, ley laboral antiobrera,
alineamiento político con el gobierno de EEUU.
Paradójicamente desde hace dos años estamos luchando contra los cambios
del gobierno del cambio. Las buenas leyes de Desarrollo Rural Sostenible
y de Información, vienen de lejos y fueron impulsadas desde la sociedad,
pero las que promueven Fox y su partido son contrarreformas. La apertura
de PEMEX y la CFE a la inversión privada, que dejaría al mercado y sus
tiburones el control energético hoy estatal, ha sido frenada por el
Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) y otras organizaciones sociales
que animan el Frente Nacional Contra la Privatizaciones; la reforma
fiscal centrada en cargar el IVA a los básicos fue abucheada por la
ciudadanía y detenida por los diputados de oposición; la nueva Ley
Federal del Trabajo, impulsada por el secretario Abascal, el charrismo y
los patrones, está siendo resistida con diferentes estrategias por el
sindicalismo tradicionalmente independiente y por la Unión Nacional de
Trabajadores; la política de desnacionalización económica y sumisión
acrítica al TLCAN salinista es repudiada por algunos empresarios grandes,
todos los pequeños y lo que queda del campesinado; el Plan Puebla-Panamá,
orientado a la neocolonización del sureste y punta de lanza del ALCA, ha
sido cuestionado por gremios, partidos, gobiernos locales, ONGs,
académicos y periodistas; la alianza estratégica con el gobierno
estadounidense, sintetizada en el apotegma del secretario Castañeda: No
se puede mamar y dar de topes, choca con la proverbial y fundada
desconfianza de los mexicanos en un gobierno que ambiciona nuestros
energéticos, maltrata a los mojados y quiere embarcarnos en sus guerras.
Y con la resistencia se va delineando la propuesta: reformas al sistema
energético en la línea de ponerlo al servicio de las prioridades
nacionales, cambios fiscales progresivos que incrementen la captación y
disminuyan la dependencia respecto de la renta petrolera, una ley del
trabajo que tutele los derechos laborales propiciando la democracia e
independencia de los sindicatos, estrategias de desarrollo nacional e
integración regional socialmente comprometidas y atentas a nuestras
prioridades, políticas agrarias filocampesinas que restablezcan la
seguridad alimentaria y laboral perdidas. El conjunto de estos
planteamientos alternos, esbozados por legisladores, partidos, uniones
obreras, frentes campesinos, ONGs, y académicos, conforma el borrador de
un proyecto de país donde la justicia económica y social sea soporte de
la democracia política.
2- Al irse haciendo efectivo el sufragio se comenzó también a desmontar
el sistema autoritario. Pero que el PRI haya perdido la presidencia y se
haya moderado el uso de la represión política no son los únicos avances
libertarios. Otro gran paso es que los chilangos -diez millones de
mexicanos hasta hace poco cívicamente minusválidos- conquistamos por fin
nuestros derechos autonómicos. Y los inauguramos de manera ejemplar
eligiendo como primer Jefe de Gobierno a Cuauhtémoc Cárdenas, emblema de
las nuevas luchas por democratizar el orden político mexicano. Por si
fuera poco tuvimos una breve gobernadora, que hizo honor a su género
impulsando en la ley los derechos de la mujer. Y en el 2 000 refrendamos
nuestra vocación de izquierda eligiendo de nuevo a un perredista: López
Obrador, quien a dos años de ejercer el cargo tiene el apoyo de ocho de
cada diez ciudadanos, y se atreve a consultarlos. Pero, entre que los
defeños somos escépticos y que en provincia no nos quieren, este notable
avance democrático no se acaba de ponderar. Ni siquiera entre la
izquierda (o quizá, particularmente entre la izquierda).
En cambio, otros diez o quince millones de mexicanos siguen con sus
libertades disminuidas. Pese a que desde hace más de diez años la lucha
indígena tiene al país en vilo, aun no se han reconocido
constitucionalmente los derechos autonómicos de los pueblos originarios.
Ascendentes desde los preparativos del 500 aniversario del proverbial
encontronazo, las reivindicaciones étnicas son emblema del EZLN desde
1996, cuando encabezan la agenda de los Diálogos de San Andrés, y en el
2000 le dan contenido a la Caravana por la Dignidad Indígena, la más
extensa e intensa campaña social por reformar el estado en la historia
moderna de México, un inaudito esfuerzo ciudadano por la justicia y la
paz frustrado por un puño de torpes legisladores. No ha sido en vano: las
comunidades indígenas recuperaron autoestima, con frecuencia ejercen de
facto la autonomía, y con ellas los mexicanos nos reconciliamos con la
mitad más profunda y lacerada de nuestra herencia. Pero los derechos aun
no son constitucionales y en Chiapas la guerra, pasmada pero cruenta,
continua.
3- Durante los últimos nueve años la política mexicana está marcada por
la presencia, estentórea o silenciosa, del EZLN: la última insurrección
indígena del ciclo que arranca en el XIX y la primera revuelta
anticapitalista de nuevo milenio. Pero los alzados de Las Cañadas son
también -quizá hasta para ellos mismos- una incomoda paradoja: un
ejército que eligió la paz, una fuerza política que rechaza la política,
luchadores contra el mal gobierno que no quieren el gobierno,
revolucionarios radicales impulsores de reformas, un persistente
oximorón.
A mi entender el EZLN ha convocado tres campañas nacionales mayores, con
apuestas fuertes y que contenían una vía de pacificación: en 1994, con la
Convención Nacional Democrática (CND), buscó comprometer al candidato
Cuauhtémoc Cárdenas y su corriente con una vía mexicana a la democracia y
la justicia que pasaría por un gobierno de transición, un nuevo
constituyente y una nueva constitución. Pero perdimos las elecciones, se
cebó el plan y reventó la CND. En 1995 y 96 invitó a una incluyente
convergencia social que, con base en la agenda del Diálogo de San Andrés,
debía diseñar un proyecto libertario de país y paralelamente negociar las
reformas con el poder ejecutivo federal en presencia coadyuvante del
legislativo representado por la Comisión de Concordia y Pacificación
(Cocopa). El proyecto de Ley Indígena fue un enorme primer paso, pero
saboteado por Zedillo, quien no conforme con incumplir lo acordado pateó
la mesa y a punto estuvo de reanudar la guerra. Finalmente, en el 2000,
llamó al Congreso Nacional Indígena (CNI) y todas las fuerzas
progresistas del país a una gran movilización por el reconocimiento
constitucional de los derechos autonómicos de los pueblos originarios. La
caravana logró una enorme convocatoria, tanto social como mediática, y la
voz de los indios se escuchó en San Lázaro. Pero la mezquindad
legislativa dio al traste con el intento y el CNI entró en una crisis no
atenuada por su anticlimática apelación al poder judicial.
Impulsar la transición a la democracia y la equidad cuando Cárdenas y el
pueblo ganaran las elecciones; sentar al gobierno a negociar la agenda de
un México libertario y justiciero; convencer a senadores y diputados de
que más les valía aprobar la Ley Indígena, fueron las sucesivas
estrategias de tres poderosas y brillantes campañas por las causas más
legítimas del pueblo mexicano. Despliegues de imaginación, de ideas y de
personas, que conmovieron al país y lograron mucho, pero no sus
propósitos expresos. Y al no alcanzarlos tampoco le permitieron al EZLN
bajarse del caballo trasformándose, por vía negociada, en fuerza social y
política de pleno derecho. Tres intentos tres. Tres asaltos al cielo, tan
generosos y estimulantes como frustrados en lo tocante a sus objetivos.
Para mi, el saldo más infausto de los tres tropiezos es el sufrimiento
prolongado de las bases de apoyo zapatistas; comunidades laceradas de
siempre que desde hace casi diez años resisten tanto el cerco militar,
policiaco y paramilitar como el desarrollismo contrainsurgente; comuneros
indoblegables que se rascan con sus propias uñas, entreverados con
indígenas tan pobres como ellos pero que han decidido no rechazar los
programas del gobierno. Y si la colindancia de territorios zapatistas y
no zapatistas se antoja difícil, el entrecruzamiento, la íntima
convivencia de credos y militancias diversos, a veces enconados, genera
dolorosos conflictos que cruzan la milpa, la huerta, el potrero, la
hamaca.
Hay que hacer que se cumplan las tres condiciones del EZLN y se abra el
camino de la paz. Es por las comunidades en resistencia, es por los
pueblos indios, es por los mexicanos todos. Es por su dignidad y por la
nuestra. Pero, cuál es la vía. Cuál el talante político de nuestra cuarta
-¿y definitiva?- campaña.
4- El mismo primero de enero que inspira este balance, Luiz Inacio Lula
da Silva tomaba posesión como presidente de Brasil, habiendo ganado con
el 61% de los votos gracias a una convergencia de gremios combativos,
como la Central Unitaria de Trabajadores y el Movimiento de los Sin
Tierra, con empresarios progresistas como el propio vicepresidente; de
partidos populares, como el Partido de los Trabajadores, con institutos
políticos centristas; de ong´s, intelectuales y artistas, con la iglesia
católica libertaria. Fuerza poderosa cuanto variopinta imposible de
construir sin el buen desempeño del PT en el legislativo y al frente de
importantes gobiernos locales. Ya lo dijo Lula en su toma de posesión:
esto no es producto de las elecciones sino de una larga lucha.
Sería estúpido empezar a buscarles cara de Lula a nuestros políticos
progresistas. No lo es, en cambio, mirarnos en el espejo de una izquierda
con identidad pero incluyente, que a partir de sus propias bases y su
propia definición política ha sabido sumar fuerzas y combinar métodos de
lucha. Porque en México -está visto- no le abriremos paso a la paz en
Chiapas mediante el reconocimiento constitucional de los derechos indios,
si no es con un gran movimiento que englobe lo sustancial de los actores
y demandas populares. Como tampoco los campesinos, si se quedan solos,
lograrán la revisión fructífera del capítulo agropecuario del TLCAN y de
la política rural; ni los obreros detendrán el proyecto regresivo de Ley
Federal del Trabajo, y menos impulsarán uno avanzado, si no buscan apoyos
en el resto de la sociedad; ni se conservará la soberanía sobre los
recursos estratégicos del país, que no es asunto sólo del SME o del
Frente contra las Privatizaciones, sino de todos los mexicanos.
Para rescatar de la derecha la mayoritaria voluntad de cambio, seguir
frenando las contrarreformas e impulsar la transformación democrática y
justiciera del país, es necesario trabajar desde abajo pero también desde
arriba. Actuar a través de movimientos sociales y de partidos políticos,
cuestionando al poder y ejerciéndolo dentro y fuera del gobierno,
demandando reformas legales y legislando, resistiendo y proponiendo. Dos
ejemplos: la Ley Cocopa y la Reforma Política de la Ciudad de México, que
deben reconocer los plenos derechos ciudadanos de unos 25 millones de
compatriotas entre indígenas y chilangos -una objetada por presuntamente
balcanizadora y la otra por la supuesta incompatibilidad territorial de
gobierno local y federal- toparon con pared en el legislativo;
particularmente en el Senado, donde se cocinó el adefesio de Ley Indígena
y se frenó la más reciente iniciativa política para el D F, ya aprobada
por asambleístas y diputados. ¿Cuál es la lección: que el Congreso es
incorregible y las leyes no sirven para nada o que necesitamos
legisladores identificados con los intereses populares? Porque no podemos
exigirle a las cámaras que apruebe nuestras iniciativas de ley, que
oriente el gasto público a los intereses nacionales, o que preserve la
soberanía de nuestra política exterior, sin preocupamos también por
llevar a ellas diputados y senadores expresamente comprometidos con la
agenda democrática y justiciera. Lo que viene mucho a cuento porque este
año se renueva la fauna de San Lázaro y el destino inmediato del país
depende en gran medida de la composición y talante de los nuevos
diputados. Y este no es asunto exclusivo de los partidos, si no de todos
los mexicanos. Lo otro es retomar la consigna de los argentinos más
desilusionados: ¡Que se vayan todos!
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En 1994 el EZLN buscó la transición del país a la democracia y la
justicia apoyándose en la campaña electoral cardenista y la izquierda
plural pero inorgánica de la Convención, el sistema hizo trampa pero
también es verdad que el pueblo siguió votando por el PRI; en 1995 y 96
el EZLN convocó a todos los actores democráticos a debatir la agenda
nacional en unos Diálogos de San Andrés que a la postre fueron saboteados
por la contraparte gubernamental; por último, en el 2000 llamó a impulsar
la reforma del Estado en lo tocante los derechos indios, mediante el
debate, la movilización popular y el llamado a la conciencia de unos
legisladores que resultaron torpes y mezquinos. ¿Se cerraron para siempre
esas puertas? No lo creo. Me parece que los luchadores sociales debemos
ser persistentes, no como el pasajero del chiste: que una vez encendió un
cigarro pero ya no fuma, otra vez tomo una copa pero ya no bebe y
naturalmente viaja con su único hijo. Pienso que la reforma democrática
del Estado debe empujarse desde abajo y desde afuera, pero igualmente con
presencia y acuerdos en el legislativo; considero que el programa del
otro México posible demanda un incluyente debate con todos los actores
sociales, pero debe ser retomado e impulsado también por los partidos
políticos; y creo que la transición a un país más justo -que no la simple
alternancia- es tarea pendiente que no empieza ni termina en las
elecciones federales, pero sin duda pasa por ellas. Y para sacar adelante
todo esto no hace falta encontrar culpables en nuestras propias filas o
satanizar presuntos traidores, hace falta sumar; porque en asuntos de
correlación de fuerzas se invierte el refrán: cuanto más burros más
olotes.
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