Entrevista a Aníbal Quijano:
Romper con el Eurocentrismo
27/06/2006
- Opinión
“Hasta tanto la mayoría de las poblaciones de América no haya conquistado la igualdad básica y la des/colonialidad del poder, me parece difícil que la integración de América Latina pueda avanzar y consolidarse”. Este mensaje es del sociólogo peruano Aníbal Quijano, uno de los principales investigadores de los procesos sociales de América Latina, catedrático de la Universidad de San Marcos en Lima, para quien la construcción de una sociedad más justa en el continente pasa, necesariamente, por una superación de la visión eurocéntrica. He aquí sus reflexiones.
· ¿Nos puede explicar por qué sostiene que en América Latina la cuestión de la identidad es un proyecto abierto y heterogéneo?
Esa es una de las conclusiones de un complejo argumento teórico e histórico, que está en debate desde hace más de una década. Esa conclusión implica, de una parte, que no hay aún, y que no es seguro que llegue a ser producida en el futuro, una identidad común a todos los pobladores del espacio / tiempo que llamamos, desde no hace mucho, América Latina. Esta posible identidad histórica, hoy puede ser, quizá, una delgada y delicada atmósfera subjetiva común a ciertos sectores de la población, por ejemplo a sus eurocéntricos grupos dominantes y a las capas medias educadas dentro del actual patrón de poder. No se podría afirmar, no obstante, con seguridad, que tenderá a consolidarse y a hacerse común a todos los habitantes de esta geografía del poder.
Primero, porque hay, en este mismo tiempo, varias, muchas en realidad, identidades históricas que ahora pugnan por ser reconocidas, inclusive por re-constituirse en su especificidad, en especial las que forman el llamado Movimiento Indígena, que no obstante ser objeto de una denominación común, en realidad es un heterogéneo universo de identidades.
Ya ha comenzado también un movimiento en análoga dirección, de la población que se identifica como afro-latinoamericana, cuya diversidad identitaria es menos perceptible dado su prolongado desarraigo, pero sin duda más bien amplia. Y, luego, porque hay una emergente identidad “global”, o “post-nacional” como algunos ya dicen, en sectores tecnocráticos cuyo poder e influencia no son nada desdeñables.
Hay, en segundo lugar, ciertamente, un pasado globalmente común a todos nosotros, el que dio lugar a la formación de un patrón de poder cuyo rasgo central inherente es su Colonialidad y dentro del cual todos habitamos y que nos habita a todos. Y que la “racialización” y la “capitalistización” de las relaciones sociales de tal nuevo patrón de poder, y el “eurocentramiento” de su control, están en la base misma de nuestros actuales problemas de identidad.
También, sin embargo, que a pesar de su violencia, profundidad y magnitud, la destrucción histórica durante ese proceso no logró evitar del todo que remanecieran núcleos de muy complejas y antiguas identidades históricas. Y sin duda, este patrón de poder, activo durante medio millar de años, originó también, y no ha dejado de producir, otros nuevos procesos identitarios y en su desarrollo abrió contradictorios y heterogéneos espacios de interacciones, mutaciones, conflictos, convergencias y comunidades, entre todos los agentes de ese heterogéneo y discontinuo universo de identidades remanecientes y/o en constitución. Estas no han surcado los mismos cauces o procesos históricos, aunque fueran simultáneas o coetáneas.
La heterogeneidad histórico-estructural y la discontinuidad, son por eso mismo excepcionalmente presentes en América Latina. Provenimos, pues, de muchos pasados, hemos llegado a un muy heterogéneo y conflictivo presente y estamos yendo a un igualmente heterogéneo y con seguridad muy conflictivo futuro. Abrir de nuevo estas cuestiones a la investigación y al debate hoy, es indispensable y urgente, porque es discernible que hay en el aire una tentación por igual identitaria y ahistoritaria. Así, en el debate latinoamericano actual hay una corriente, sobre todo en algunos sectores de los movimientos sociales llamados “indígenas”, por ejemplo entre algunos intelectuales aymaras, que defiende la “esencialidad”, o la “ancestralidad esencial”, de su identidad histórica, categorías que sólo podrían implicar que es posible una “identidad” capaz de atravesar inmutable el largo tiempo histórico de los últimos 500 años, sin duda uno de los más activamente cambiantes de toda la historia.
· Desde los años 90, los movimientos indígenas, sobre todo en los Andes, ganaron fuerza, derrumbaron gobiernos e impulsaron cambios en el poder. ¿Cuáles son las semejanzas entre esos movimientos de Bolivia, Perú y Ecuador? ¿Qué piensa sobre la actualidad de la propuesta del Estado plurinacional y pluriétinico?
Primero quiero llamar, de nuevo, la atención sobre las dificultades de mirar o de pensar los “movimientos indígenas” como si se tratara de poblaciones homogéneamente identificadas. Segundo, Ecuador es el único lugar en donde la virtual totalidad de todas las “identidades” o “etnicidades” “indígenas” ha logrado conformar una organización común, sin perjuicio de mantener las propias particulares. Es también el “movimiento indígena” que más temprano llegó a la idea de que la liberación de la colonialidad del poder no consistiría en la destrucción o eliminación de los otros agentes e identidades del poder, sino en la erradicación de las relaciones sociales materiales e intersubjetivas del patrón de poder y la producción de un nuevo mundo histórico inter-cultural y de una común autoridad política (puede ser el Estado), por lo tanto, inter-cultural e inter-nacional, más que multi-cultural o multi-nacional. El proyecto de una Universidad Indígena Inter-cultural y de su Instituto de Investigaciones Inter-culturales, es uno de los claros testimonios de esas propuestas, aunque su desarrollo ha sido, hasta aquí, más bien lento e irregular.
Después de frustradas, por apresuradas y erróneas, alianzas políticas que llevaron a algunos líderes del movimiento a formar parte del gobierno del Estado central, bajo el Coronel Gutiérrez - quien pronto se reveló como agente de la colonialidad del poder - divisiones y debates ásperos abrieron un período de grave crisis en la unidad y en la organización del movimiento. No obstante, está en curso un claro proceso de renovación organizacional y de relegitimación del nuevo liderazgo tanto dentro de la población “indígena”, como respecto de los agentes sociales de otras identificaciones. Eso ha permitido al Movimiento Indígena Ecuatoriano volver a ser el principal agente y representante político-cultural de la población popular ecuatoriana, hasta el punto de ser el conductor del actual movimiento popular que ha logrado bloquear e impedir la aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Ecuador y Estados Unidos.
Sin duda, dentro del movimiento indígena ecuatoriano estará pronto, si no lo está ya, el debate en torno al avance hacia el gobierno del Estado. Y en ese caso, las cuestiones de la Inter-Culturalidad y de la Inter-Nacionalidad del Estado, sus formas de representación y de organización institucional para la práctica de ambas propuestas, nos convocarán a todos en América Latina.
· ¿Y en Bolivia?
En el caso de Bolivia, no ha ocurrido un proceso semejante. Los que se auto-identifican como “indígenas” no han logrado producir una organización común, ni propuestas culturales y políticas comunes. El Movimiento al Socialismo (MAS) no se formó, ni se desarrolló, como “movimiento indígena”, sino como organización sindical, primero, y política después, aunque la población que lo integra, comenzando por su principal líder, Evo Morales, sea identificada o inclusive pueda auto-identificarse como “indígena”, según la clasificación social fundante de la colonialidad del poder, es decir, en términos de “raza”.
Sin embargo, Bolivia es el primer país latinoamericano en el cual los “indígenas” (en términos ya no sólo “raciales”, sino ante todo “culturales”) han terminado siendo hegemónicos en un amplio movimiento popular que ha logrado asumir, por votación mayoritaria de la población, el gobierno del Estado Central del país.
· ¿Por qué ello ocurre justamente allí?
Eso abre a la investigación y al debate un complejo conjunto de cuestiones. La primera y obvia es si Evo Morales y el MAS habrían llegado a ser lo que son si se hubieran presentado, desde el primer momento, como un “movimiento indígena”, en lugar de formarse y desarrollarse como un movimiento político “popular” (esto es, pluri-social y pluri-étnico), cuya meta histórica sería el Socialismo. Evo Morales es Aymara, pero en momento alguno apareció como el dirigente aymara de mayor autoridad y reconocimiento. Felipe Quishpe, apodado El Mallqu, estuvo, quizás aún lo esté, más cerca de ese lugar y de ese papel. Y mientras que para una parte influyente de la inteligencia y del liderazgo político aymara, el proyecto central aymara es el restablecimiento del Collasuyo (nombre del ámbito geohistórico aymara dentro del Tawantinsuyo o “Imperio Incaico”), para el actual gobierno del MAS el proyecto político central es, de una parte, el establecimiento de un Estado Multi-Cultural y Multi-Nacional. Esto es, la redistribución de la representación política de todas las “culturas” y/o “naciones” en el mismo Estado.
Esa democratización de las condiciones y límites de la dominación política, si tiene éxito, implicaría un proceso peculiar de des/colonialización del Estado y abrirá, sin duda, cruciales cuestiones en el debate boliviano, latinoamericano y mundial. En especial, acerca de cuáles podrían ser las formas de representación multi-nacional y multi-cultural y cuáles las respectivas formas de institucionalización en el nuevo Estado.
Puesto que ningún “Movimiento Indígena” unificado y organizado ha estado debatiendo aquellas cuestiones durante el proceso que ha llevado al MAS al gobierno del Estado, el indispensable debate está apenas comenzando. Y esas discusiones sin duda serán algunas de las más álgidas áreas del conflicto político durante y después de la Asamblea Constituyente. En lo fundamental, las opciones en debate podrían ser:
a) Si lo “multicultural” y lo “multinacional” del Estado consistirían en que individuos de todas las varias “culturas” y/o “naciones” tendrían lugar y papel en el gobierno del Estado;
b) si tales roles serían distribuidos entre individuos “indígenas”, proporcionalmente a la magnitud de cada una de las “identidades”, pero en un Estado con la misma estructura institucional que el actual, esto es, su conocida y respectiva “división de poderes”.
c) si cada una de las poblaciones que reclaman identidad diferenciada y propia tendrán, como están ya reclamando, autonomía territorial, política y jurídica; y
d) si los organismos constituidos por las poblaciones pluri-identitarias, en sus principales momentos de las luchas de los últimos años, por ejemplo la Federación de Juntas Vecinales del Alto, la Coordinadora del Agua, la CONAMAC y otros equivalentes actuales y posteriores, formarán también parte de un nuevo universo institucional de autoridad colectiva y pública, si se quiere, de un nuevo Estado.
· ¿Estamos hablando de socialismo?
Aunque el término Socialismo está inscrito en el nombre mismo de la organización política (MAS) gobernante, el Vice-Presidente Álvaro García Linera sostiene que en Bolivia no están dadas las condiciones para tratar de ir ahora hacia el Socialismo, pues no existe en ese país una clase obrera amplia, mucho menos mayoritaria.
García Linera propone ir, más bien, hacia un “capitalismo andino-amazónico”. En lo fundamental, esa fórmula pareciera referirse, de un lado, al control estatal de una parte mayor de la renta producida por la producción mercantil del gas y del petróleo, como resultaría de la reciente nacionalización de los respectivos yacimientos, para re-distribuirla entre las comunidades, pueblos, pequeñas y medianas empresas, y servicios públicos.
Esa política podría implicar una relativa desconcentración del control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Pero, del otro lado, sería mantenido el control privado-empresarial de lo restante de la acumulación capitalista, actualmente en manos, sobre todo, de la burguesía de Santa Cruz, Tarija y otros centros menores, asociada ya al capital global. No está aún esclarecida la relación entre ambas formas de administración del capital.
Los conflictos y las asociaciones serán, probablemente, discutidos y negociados en la Asamblea Constituyente y en el Referéndum Autonómico que también ha sido acordado para resolver la cuestión de las autonomías. Las burguesías regionales plantean, obviamente, el control autónomo de sus respectivas regiones (sobre todo Santa Cruz y Tarija, donde están las reservas de hidrocarburos, la más moderna agricultura comercial y algunas industrias), pero las “identidades indígenas” demandan autonomía territorial por cuestiones culturales y jurídico / políticas, esto es, en tanto que identidades nacionales.
La historia que viene permitirá contestar una crucial e ineludible cuestión: ¿La redistribución multi-cultural y/o multi-nacional del control del Estado, puede ocurrir por separado de la redistribución del control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, y sin cambios igualmente profundos en los otros ámbitos básicos del patrón de poder?
· ¿Y el movimiento indígena en Perú?
En el caso del Perú, la mayor parte de la población que “racialmente” es considerada “india” o “indígena”, no está incorporada, ni parece hasta aquí interesada en entrar a ningún “movimiento indígena” de las mismas dimensiones e impacto que en los otros países en referencia. La propuesta teórica para explicar esa diferencia es que, sobre todo, después de 1945, ocurrió una vasta “des-indianización”, en el proceso de la urbanización de la sociedad peruana, en los cauces de la migración rural / urbana, de la crisis del “Estado Oligárquico” y de la bancarrota de sus dos expresiones de dominación cultural más afirmadas: la “cultura gamonal-andina” en las relaciones entre el señorío terrateniente y los “indios”, sobre todo en el campo, pero también en las ciudades de la Sierra, y de la “cultura señorial-criolla” en las relaciones entre la burguesía señorial, los grupos de capas medias educados por aquella, y los “negros”, “mestizos” e “indios”, en las ciudades de la Costa.
· ¿Pero qué es lo que ello generó?
Ese proceso de “des-indianización” fue abrupto, masivo y abarcó a todo el país, y produjo una población, sobre todo urbana, aunque también rural, a la que dentro de la “cultura señorial-criolla” se le impuso el nombre de “cholo”. La “des-indianización” produjo, así, una “cholificación” de la población. Esa población identificada por los otros como “chola” fue, sin duda, el agente mayor del cambio de la sociedad y del poder en el Perú, aunque fue contenida y derrotada políticamente primero, comenzando con los sucesivos regímenes militares que se autodenominaron “revolucionarios”, y en buena parte cooptada después al cambiado patrón de poder post-oligárquico, en especial desde la re-privatización del control del Estado y la profunda reconcentración del control de los recursos de producción y de los ingresos, que comenzó con la funesta dictadura fuji-montesinista.
Una amplia parte de la población que no se des-indianizó, fue víctima de la “guerra sucia” entre el terrorismo de estado y el de Sendero Luminoso, entre 1980 y 2000. Según el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, la mayoría de los más de 60 mil asesinados en ese período, eran, precisamente, campesinos “indígenas”. No faltan ahora intentos procedentes de algunos grupos de la ex “izquierda”, para formar un “movimiento indígena” y hasta se ha montado por cuenta de la “primera dama” del gobierno Toledo, una maquinaria burocrática, ya acusada de corrupción fiscal, para manipular algunos pocos y pragmáticos grupos con un discurso “originario”.
Los únicos grupos que de verdad se mueven en esa dirección, son las comunidades de la Selva Amazónica, donde comenzó hace unas tres décadas, con la formación de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), toda la historia reciente de los movimientos indígenas del área andino-amazónica. Más recientemente, bajo los impactos de los procesos de Bolivia y de Ecuador, algunas comunidades campesinas, sobre todo aquellas enfrentadas a las corporaciones mineras multinacionales, han comenzado a identificarse como “indígenas” y a plantearse como nuevos movimientos políticos identitarios, siguiendo, principalmente, el ejemplo del Ecuador.
De todos modos, el mapa político de América Latina, tanto en términos territoriales como “culturales” o “étnicos”, está cambiando notoriamente. Pero la cuestión central de estos procesos es la crisis de la Colonialidad del Poder. Históricamente fundado en estas tierras, también aquí está entrando en su más radical momento de crisis.
· En América Latina hay una camada de presidentes con origen en el movimiento popular o de orientación de izquierda y nacionalistas, que para los movimientos sociales han decepcionado por mantener una política de clara orientación neoliberal. ¿Se debe a que los Estados en las naciones en desarrollo se han transformado en estructuras de administración local de los intereses del capital mundial? ¿Dónde queda el interés nacional?
En el actual patrón de poder, uno de cuyos ejes centrales es el Capitalismo, la idea de un interés social llamable “nacional” corresponde a la existencia de una sociedad nacional dominada por una burguesía nacional, con un estado nacional. Es decir, a una estructura de poder configurada según esas condiciones. En América Latina, antes de la llamada Revolución Mexicana, esas características correspondían solamente a Chile, desde la República Portaliana, desde la segunda década del Siglo XIX. Tal Estado Nacional Oligárquico fue consolidado con el exterminio genocida de los “mapuches” -denominación impuesta a una población de “indios” de diversos orígenes.
Los movimientos sociales, sobre todo de las capas medias y del proletariado minero hacia un Moderno Estado-Nación, que se desarrollaban desde los años 20 del Siglo XX, culminaron en los 30s con el Gobierno del Frente Popular, que implicó una suerte de pacto político entre la burguesía chilena y los partidos políticos de los trabajadores y de las capas medias, para consolidar las normas y las instituciones de la democracia liberal / burguesa.
Fue con ellas que los trabajadores y sus asociados en las capas medias llegaron con Allende al gobierno del Estado en 1971, pero fue también su lealtad con ellas que facilitó su derrota bajo un cruento golpe militar en 1973. Bajo el Pinochetismo se llevó a cabo una contra-revolución. Se impuso una sangrienta dictadura mientras eran removidas y cambiadas las más corroídas bases sociales de este Estado, para adecuarlas a la neo-liberalización del capitalismo, que fue precisamente iniciado allí y entonces, y a las necesidades de la globalización, esto es de la reconcentración mundial del control del trabajo y del Estado. Pero eso produjo también una nueva sociedad capitalista nacional y su respectivo nuevo estado-nación.
· ¿Se trata de un proceso focalizado?
Esa condición es lo que explica que lo que ocurre hoy con el capitalismo en Chile, no ocurriera en Bolivia, no obstante que también allí dictaduras militares ferozmente represivas actuaron desde más antes y durante los mismos años, o más tarde en Argentina o Uruguay. O que no ocurriera en un país como el Perú, de lejos mejor dotado en términos de recursos, pero cuya burguesía no ha dejado de practicar la rapiña desde el comienzo mismo de la República, en asociación con el capital imperialista.
Por eso hoy, como ocurre en Bolivia, la demanda de las poblaciones que, precisamente, fueron víctimas de estados no-nacionales y no-democráticos, es no tanto más “nacionalismo” y más estado, sino, ante todo, otro estado, esto es, des/colonializar ese estado, que es la única forma de democratizarlo. Pero si ese proceso llega a ser victorioso, el nuevo estado no podría ser un estado-nación o un estado nacional, sino uno multi-nacional o, mejor, inter-nacional. En los demás países, han sido derrotados procesos que iban en esa dirección, como en Brasil desde el 64 o en Perú desde 1990. En la imposición global del “neoliberalismo”, es decir, de la re-concentración mundial del control del trabajo y del estado, por parte de las corporaciones globales y de su Bloque Imperial Global, la erosión de la autonomía de los estados menos democráticos y menos nacionales, es continua.
Desde esa perspectiva, fue un error trágico, teórico, político e histórico, la propuesta de la Tercera Internacional de que todos los países sometidos al imperialismo tuvieran “burguesías nacionales” con las cuales los dominados/explotados/reprimidos, tenían que hacer alianzas porque supuestamente había un terreno común de intereses frente a la dominación imperialista. La propensión homogenizante, reduccionista y dualista del Eurocentrismo, se expresaba también en ese “materialismo histórico” post Marx. Como toda teoría eurocéntrica, produjo en América Latina desvaríos teóricos, prácticas políticas erróneas e inconducentes y derrotas cuyas víctimas fueron y son los trabajadores y todas las víctimas de la colonialidad del poder. Aunque José Carlos Mariátegui había insistido en que América Latina no había fundamento histórico para ninguna “burguesía nacional”, a diferencia de otras áreas, como en Asia, por ejemplo, a su muerte fue impuesta sobre la inmensa mayoría de las “izquierdas”, la doctrina de la burguesía nacional y de la alianza nacional de los trabajadores con ella. El “nacionalismo” dominó virtualmente todo el debate de las izquierdas en América Latina durante el Siglo XX, con una asociación puramente ideológica con el “socialismo”, sobre todo porque ambas vertientes buscaban el control del mítico Estado-Nación, precisamente en países en los cuales, como obviamente en los “andinos”, la colonialidad del poder había hecho históricamente inviable el proyecto liberal/ eurocéntrico de un moderno estado-nación
Así en el Perú, por ejemplo, Alan García Pérez, presidente electo, fue entre 1985 y 1990, uno de los agentes de tales desvaríos teóricos y errores políticos, por los cuales llevó a su pueblo a una derrota cuyas consecuencias no hemos terminado de pagar. Y, peor, al regresar ahora muestra que aprendió al revés la lección política de esa historia.
· ¿Por qué sostiene que la “colonialidad del poder” tiene una relación profunda con el actual patrón de poder?
La Colonialidad no solamente tiene una relación profunda con el patrón de poder hoy mundialmente dominante. Es el carácter central mismo de este patrón de poder. La asociación entre el nuevo sistema de dominación social fundado en la idea de “raza” y de un nuevo sistema de explotación del trabajo, que consiste en la combinación de todas las formas de explotación en una única estructura de producción de mercancías para el mercado mundial, bajo la hegemonía del capital, es decir formando en su conjunto el capitalismo mundial, no sería posible de otro modo.
· ¿Y qué nos dice sobre la integración socio-política en América del Sur a partir de los actuales Estados?
Hasta tanto la mayoría de las poblaciones de América no haya conquistado la igualdad básica y la des/colonialidad del poder, me parece difícil que la integración de América Latina pueda avanzar y consolidarse. Hasta ahora los intentos se hacen en términos de mercado, porque los mercados locales son considerados pequeños, dada la limitada, decreciente en rigor, capacidad adquisitiva de las mayorías. Pero ¿No es tiempo de preguntarse porqué Suiza o Bélgica, que no tienen los recursos de nuestros países, ni el tamaño de nuestras poblaciones, tienen sin embargo grandes mercados internos? Esa cuestión no puede ser indagada, ni contestada, sino en términos de la colonialidad del poder.
· ¿Nos puede explicar por qué sostiene que en América Latina la cuestión de la identidad es un proyecto abierto y heterogéneo?
Esa es una de las conclusiones de un complejo argumento teórico e histórico, que está en debate desde hace más de una década. Esa conclusión implica, de una parte, que no hay aún, y que no es seguro que llegue a ser producida en el futuro, una identidad común a todos los pobladores del espacio / tiempo que llamamos, desde no hace mucho, América Latina. Esta posible identidad histórica, hoy puede ser, quizá, una delgada y delicada atmósfera subjetiva común a ciertos sectores de la población, por ejemplo a sus eurocéntricos grupos dominantes y a las capas medias educadas dentro del actual patrón de poder. No se podría afirmar, no obstante, con seguridad, que tenderá a consolidarse y a hacerse común a todos los habitantes de esta geografía del poder.
Primero, porque hay, en este mismo tiempo, varias, muchas en realidad, identidades históricas que ahora pugnan por ser reconocidas, inclusive por re-constituirse en su especificidad, en especial las que forman el llamado Movimiento Indígena, que no obstante ser objeto de una denominación común, en realidad es un heterogéneo universo de identidades.
Ya ha comenzado también un movimiento en análoga dirección, de la población que se identifica como afro-latinoamericana, cuya diversidad identitaria es menos perceptible dado su prolongado desarraigo, pero sin duda más bien amplia. Y, luego, porque hay una emergente identidad “global”, o “post-nacional” como algunos ya dicen, en sectores tecnocráticos cuyo poder e influencia no son nada desdeñables.
Hay, en segundo lugar, ciertamente, un pasado globalmente común a todos nosotros, el que dio lugar a la formación de un patrón de poder cuyo rasgo central inherente es su Colonialidad y dentro del cual todos habitamos y que nos habita a todos. Y que la “racialización” y la “capitalistización” de las relaciones sociales de tal nuevo patrón de poder, y el “eurocentramiento” de su control, están en la base misma de nuestros actuales problemas de identidad.
También, sin embargo, que a pesar de su violencia, profundidad y magnitud, la destrucción histórica durante ese proceso no logró evitar del todo que remanecieran núcleos de muy complejas y antiguas identidades históricas. Y sin duda, este patrón de poder, activo durante medio millar de años, originó también, y no ha dejado de producir, otros nuevos procesos identitarios y en su desarrollo abrió contradictorios y heterogéneos espacios de interacciones, mutaciones, conflictos, convergencias y comunidades, entre todos los agentes de ese heterogéneo y discontinuo universo de identidades remanecientes y/o en constitución. Estas no han surcado los mismos cauces o procesos históricos, aunque fueran simultáneas o coetáneas.
La heterogeneidad histórico-estructural y la discontinuidad, son por eso mismo excepcionalmente presentes en América Latina. Provenimos, pues, de muchos pasados, hemos llegado a un muy heterogéneo y conflictivo presente y estamos yendo a un igualmente heterogéneo y con seguridad muy conflictivo futuro. Abrir de nuevo estas cuestiones a la investigación y al debate hoy, es indispensable y urgente, porque es discernible que hay en el aire una tentación por igual identitaria y ahistoritaria. Así, en el debate latinoamericano actual hay una corriente, sobre todo en algunos sectores de los movimientos sociales llamados “indígenas”, por ejemplo entre algunos intelectuales aymaras, que defiende la “esencialidad”, o la “ancestralidad esencial”, de su identidad histórica, categorías que sólo podrían implicar que es posible una “identidad” capaz de atravesar inmutable el largo tiempo histórico de los últimos 500 años, sin duda uno de los más activamente cambiantes de toda la historia.
· Desde los años 90, los movimientos indígenas, sobre todo en los Andes, ganaron fuerza, derrumbaron gobiernos e impulsaron cambios en el poder. ¿Cuáles son las semejanzas entre esos movimientos de Bolivia, Perú y Ecuador? ¿Qué piensa sobre la actualidad de la propuesta del Estado plurinacional y pluriétinico?
Primero quiero llamar, de nuevo, la atención sobre las dificultades de mirar o de pensar los “movimientos indígenas” como si se tratara de poblaciones homogéneamente identificadas. Segundo, Ecuador es el único lugar en donde la virtual totalidad de todas las “identidades” o “etnicidades” “indígenas” ha logrado conformar una organización común, sin perjuicio de mantener las propias particulares. Es también el “movimiento indígena” que más temprano llegó a la idea de que la liberación de la colonialidad del poder no consistiría en la destrucción o eliminación de los otros agentes e identidades del poder, sino en la erradicación de las relaciones sociales materiales e intersubjetivas del patrón de poder y la producción de un nuevo mundo histórico inter-cultural y de una común autoridad política (puede ser el Estado), por lo tanto, inter-cultural e inter-nacional, más que multi-cultural o multi-nacional. El proyecto de una Universidad Indígena Inter-cultural y de su Instituto de Investigaciones Inter-culturales, es uno de los claros testimonios de esas propuestas, aunque su desarrollo ha sido, hasta aquí, más bien lento e irregular.
Después de frustradas, por apresuradas y erróneas, alianzas políticas que llevaron a algunos líderes del movimiento a formar parte del gobierno del Estado central, bajo el Coronel Gutiérrez - quien pronto se reveló como agente de la colonialidad del poder - divisiones y debates ásperos abrieron un período de grave crisis en la unidad y en la organización del movimiento. No obstante, está en curso un claro proceso de renovación organizacional y de relegitimación del nuevo liderazgo tanto dentro de la población “indígena”, como respecto de los agentes sociales de otras identificaciones. Eso ha permitido al Movimiento Indígena Ecuatoriano volver a ser el principal agente y representante político-cultural de la población popular ecuatoriana, hasta el punto de ser el conductor del actual movimiento popular que ha logrado bloquear e impedir la aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Ecuador y Estados Unidos.
Sin duda, dentro del movimiento indígena ecuatoriano estará pronto, si no lo está ya, el debate en torno al avance hacia el gobierno del Estado. Y en ese caso, las cuestiones de la Inter-Culturalidad y de la Inter-Nacionalidad del Estado, sus formas de representación y de organización institucional para la práctica de ambas propuestas, nos convocarán a todos en América Latina.
· ¿Y en Bolivia?
En el caso de Bolivia, no ha ocurrido un proceso semejante. Los que se auto-identifican como “indígenas” no han logrado producir una organización común, ni propuestas culturales y políticas comunes. El Movimiento al Socialismo (MAS) no se formó, ni se desarrolló, como “movimiento indígena”, sino como organización sindical, primero, y política después, aunque la población que lo integra, comenzando por su principal líder, Evo Morales, sea identificada o inclusive pueda auto-identificarse como “indígena”, según la clasificación social fundante de la colonialidad del poder, es decir, en términos de “raza”.
Sin embargo, Bolivia es el primer país latinoamericano en el cual los “indígenas” (en términos ya no sólo “raciales”, sino ante todo “culturales”) han terminado siendo hegemónicos en un amplio movimiento popular que ha logrado asumir, por votación mayoritaria de la población, el gobierno del Estado Central del país.
· ¿Por qué ello ocurre justamente allí?
Eso abre a la investigación y al debate un complejo conjunto de cuestiones. La primera y obvia es si Evo Morales y el MAS habrían llegado a ser lo que son si se hubieran presentado, desde el primer momento, como un “movimiento indígena”, en lugar de formarse y desarrollarse como un movimiento político “popular” (esto es, pluri-social y pluri-étnico), cuya meta histórica sería el Socialismo. Evo Morales es Aymara, pero en momento alguno apareció como el dirigente aymara de mayor autoridad y reconocimiento. Felipe Quishpe, apodado El Mallqu, estuvo, quizás aún lo esté, más cerca de ese lugar y de ese papel. Y mientras que para una parte influyente de la inteligencia y del liderazgo político aymara, el proyecto central aymara es el restablecimiento del Collasuyo (nombre del ámbito geohistórico aymara dentro del Tawantinsuyo o “Imperio Incaico”), para el actual gobierno del MAS el proyecto político central es, de una parte, el establecimiento de un Estado Multi-Cultural y Multi-Nacional. Esto es, la redistribución de la representación política de todas las “culturas” y/o “naciones” en el mismo Estado.
Esa democratización de las condiciones y límites de la dominación política, si tiene éxito, implicaría un proceso peculiar de des/colonialización del Estado y abrirá, sin duda, cruciales cuestiones en el debate boliviano, latinoamericano y mundial. En especial, acerca de cuáles podrían ser las formas de representación multi-nacional y multi-cultural y cuáles las respectivas formas de institucionalización en el nuevo Estado.
Puesto que ningún “Movimiento Indígena” unificado y organizado ha estado debatiendo aquellas cuestiones durante el proceso que ha llevado al MAS al gobierno del Estado, el indispensable debate está apenas comenzando. Y esas discusiones sin duda serán algunas de las más álgidas áreas del conflicto político durante y después de la Asamblea Constituyente. En lo fundamental, las opciones en debate podrían ser:
a) Si lo “multicultural” y lo “multinacional” del Estado consistirían en que individuos de todas las varias “culturas” y/o “naciones” tendrían lugar y papel en el gobierno del Estado;
b) si tales roles serían distribuidos entre individuos “indígenas”, proporcionalmente a la magnitud de cada una de las “identidades”, pero en un Estado con la misma estructura institucional que el actual, esto es, su conocida y respectiva “división de poderes”.
c) si cada una de las poblaciones que reclaman identidad diferenciada y propia tendrán, como están ya reclamando, autonomía territorial, política y jurídica; y
d) si los organismos constituidos por las poblaciones pluri-identitarias, en sus principales momentos de las luchas de los últimos años, por ejemplo la Federación de Juntas Vecinales del Alto, la Coordinadora del Agua, la CONAMAC y otros equivalentes actuales y posteriores, formarán también parte de un nuevo universo institucional de autoridad colectiva y pública, si se quiere, de un nuevo Estado.
· ¿Estamos hablando de socialismo?
Aunque el término Socialismo está inscrito en el nombre mismo de la organización política (MAS) gobernante, el Vice-Presidente Álvaro García Linera sostiene que en Bolivia no están dadas las condiciones para tratar de ir ahora hacia el Socialismo, pues no existe en ese país una clase obrera amplia, mucho menos mayoritaria.
García Linera propone ir, más bien, hacia un “capitalismo andino-amazónico”. En lo fundamental, esa fórmula pareciera referirse, de un lado, al control estatal de una parte mayor de la renta producida por la producción mercantil del gas y del petróleo, como resultaría de la reciente nacionalización de los respectivos yacimientos, para re-distribuirla entre las comunidades, pueblos, pequeñas y medianas empresas, y servicios públicos.
Esa política podría implicar una relativa desconcentración del control del trabajo, de sus recursos y de sus productos. Pero, del otro lado, sería mantenido el control privado-empresarial de lo restante de la acumulación capitalista, actualmente en manos, sobre todo, de la burguesía de Santa Cruz, Tarija y otros centros menores, asociada ya al capital global. No está aún esclarecida la relación entre ambas formas de administración del capital.
Los conflictos y las asociaciones serán, probablemente, discutidos y negociados en la Asamblea Constituyente y en el Referéndum Autonómico que también ha sido acordado para resolver la cuestión de las autonomías. Las burguesías regionales plantean, obviamente, el control autónomo de sus respectivas regiones (sobre todo Santa Cruz y Tarija, donde están las reservas de hidrocarburos, la más moderna agricultura comercial y algunas industrias), pero las “identidades indígenas” demandan autonomía territorial por cuestiones culturales y jurídico / políticas, esto es, en tanto que identidades nacionales.
La historia que viene permitirá contestar una crucial e ineludible cuestión: ¿La redistribución multi-cultural y/o multi-nacional del control del Estado, puede ocurrir por separado de la redistribución del control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, y sin cambios igualmente profundos en los otros ámbitos básicos del patrón de poder?
· ¿Y el movimiento indígena en Perú?
En el caso del Perú, la mayor parte de la población que “racialmente” es considerada “india” o “indígena”, no está incorporada, ni parece hasta aquí interesada en entrar a ningún “movimiento indígena” de las mismas dimensiones e impacto que en los otros países en referencia. La propuesta teórica para explicar esa diferencia es que, sobre todo, después de 1945, ocurrió una vasta “des-indianización”, en el proceso de la urbanización de la sociedad peruana, en los cauces de la migración rural / urbana, de la crisis del “Estado Oligárquico” y de la bancarrota de sus dos expresiones de dominación cultural más afirmadas: la “cultura gamonal-andina” en las relaciones entre el señorío terrateniente y los “indios”, sobre todo en el campo, pero también en las ciudades de la Sierra, y de la “cultura señorial-criolla” en las relaciones entre la burguesía señorial, los grupos de capas medias educados por aquella, y los “negros”, “mestizos” e “indios”, en las ciudades de la Costa.
· ¿Pero qué es lo que ello generó?
Ese proceso de “des-indianización” fue abrupto, masivo y abarcó a todo el país, y produjo una población, sobre todo urbana, aunque también rural, a la que dentro de la “cultura señorial-criolla” se le impuso el nombre de “cholo”. La “des-indianización” produjo, así, una “cholificación” de la población. Esa población identificada por los otros como “chola” fue, sin duda, el agente mayor del cambio de la sociedad y del poder en el Perú, aunque fue contenida y derrotada políticamente primero, comenzando con los sucesivos regímenes militares que se autodenominaron “revolucionarios”, y en buena parte cooptada después al cambiado patrón de poder post-oligárquico, en especial desde la re-privatización del control del Estado y la profunda reconcentración del control de los recursos de producción y de los ingresos, que comenzó con la funesta dictadura fuji-montesinista.
Una amplia parte de la población que no se des-indianizó, fue víctima de la “guerra sucia” entre el terrorismo de estado y el de Sendero Luminoso, entre 1980 y 2000. Según el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, la mayoría de los más de 60 mil asesinados en ese período, eran, precisamente, campesinos “indígenas”. No faltan ahora intentos procedentes de algunos grupos de la ex “izquierda”, para formar un “movimiento indígena” y hasta se ha montado por cuenta de la “primera dama” del gobierno Toledo, una maquinaria burocrática, ya acusada de corrupción fiscal, para manipular algunos pocos y pragmáticos grupos con un discurso “originario”.
Los únicos grupos que de verdad se mueven en esa dirección, son las comunidades de la Selva Amazónica, donde comenzó hace unas tres décadas, con la formación de la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (COICA), toda la historia reciente de los movimientos indígenas del área andino-amazónica. Más recientemente, bajo los impactos de los procesos de Bolivia y de Ecuador, algunas comunidades campesinas, sobre todo aquellas enfrentadas a las corporaciones mineras multinacionales, han comenzado a identificarse como “indígenas” y a plantearse como nuevos movimientos políticos identitarios, siguiendo, principalmente, el ejemplo del Ecuador.
De todos modos, el mapa político de América Latina, tanto en términos territoriales como “culturales” o “étnicos”, está cambiando notoriamente. Pero la cuestión central de estos procesos es la crisis de la Colonialidad del Poder. Históricamente fundado en estas tierras, también aquí está entrando en su más radical momento de crisis.
· En América Latina hay una camada de presidentes con origen en el movimiento popular o de orientación de izquierda y nacionalistas, que para los movimientos sociales han decepcionado por mantener una política de clara orientación neoliberal. ¿Se debe a que los Estados en las naciones en desarrollo se han transformado en estructuras de administración local de los intereses del capital mundial? ¿Dónde queda el interés nacional?
En el actual patrón de poder, uno de cuyos ejes centrales es el Capitalismo, la idea de un interés social llamable “nacional” corresponde a la existencia de una sociedad nacional dominada por una burguesía nacional, con un estado nacional. Es decir, a una estructura de poder configurada según esas condiciones. En América Latina, antes de la llamada Revolución Mexicana, esas características correspondían solamente a Chile, desde la República Portaliana, desde la segunda década del Siglo XIX. Tal Estado Nacional Oligárquico fue consolidado con el exterminio genocida de los “mapuches” -denominación impuesta a una población de “indios” de diversos orígenes.
Los movimientos sociales, sobre todo de las capas medias y del proletariado minero hacia un Moderno Estado-Nación, que se desarrollaban desde los años 20 del Siglo XX, culminaron en los 30s con el Gobierno del Frente Popular, que implicó una suerte de pacto político entre la burguesía chilena y los partidos políticos de los trabajadores y de las capas medias, para consolidar las normas y las instituciones de la democracia liberal / burguesa.
Fue con ellas que los trabajadores y sus asociados en las capas medias llegaron con Allende al gobierno del Estado en 1971, pero fue también su lealtad con ellas que facilitó su derrota bajo un cruento golpe militar en 1973. Bajo el Pinochetismo se llevó a cabo una contra-revolución. Se impuso una sangrienta dictadura mientras eran removidas y cambiadas las más corroídas bases sociales de este Estado, para adecuarlas a la neo-liberalización del capitalismo, que fue precisamente iniciado allí y entonces, y a las necesidades de la globalización, esto es de la reconcentración mundial del control del trabajo y del Estado. Pero eso produjo también una nueva sociedad capitalista nacional y su respectivo nuevo estado-nación.
· ¿Se trata de un proceso focalizado?
Esa condición es lo que explica que lo que ocurre hoy con el capitalismo en Chile, no ocurriera en Bolivia, no obstante que también allí dictaduras militares ferozmente represivas actuaron desde más antes y durante los mismos años, o más tarde en Argentina o Uruguay. O que no ocurriera en un país como el Perú, de lejos mejor dotado en términos de recursos, pero cuya burguesía no ha dejado de practicar la rapiña desde el comienzo mismo de la República, en asociación con el capital imperialista.
Por eso hoy, como ocurre en Bolivia, la demanda de las poblaciones que, precisamente, fueron víctimas de estados no-nacionales y no-democráticos, es no tanto más “nacionalismo” y más estado, sino, ante todo, otro estado, esto es, des/colonializar ese estado, que es la única forma de democratizarlo. Pero si ese proceso llega a ser victorioso, el nuevo estado no podría ser un estado-nación o un estado nacional, sino uno multi-nacional o, mejor, inter-nacional. En los demás países, han sido derrotados procesos que iban en esa dirección, como en Brasil desde el 64 o en Perú desde 1990. En la imposición global del “neoliberalismo”, es decir, de la re-concentración mundial del control del trabajo y del estado, por parte de las corporaciones globales y de su Bloque Imperial Global, la erosión de la autonomía de los estados menos democráticos y menos nacionales, es continua.
Desde esa perspectiva, fue un error trágico, teórico, político e histórico, la propuesta de la Tercera Internacional de que todos los países sometidos al imperialismo tuvieran “burguesías nacionales” con las cuales los dominados/explotados/reprimidos, tenían que hacer alianzas porque supuestamente había un terreno común de intereses frente a la dominación imperialista. La propensión homogenizante, reduccionista y dualista del Eurocentrismo, se expresaba también en ese “materialismo histórico” post Marx. Como toda teoría eurocéntrica, produjo en América Latina desvaríos teóricos, prácticas políticas erróneas e inconducentes y derrotas cuyas víctimas fueron y son los trabajadores y todas las víctimas de la colonialidad del poder. Aunque José Carlos Mariátegui había insistido en que América Latina no había fundamento histórico para ninguna “burguesía nacional”, a diferencia de otras áreas, como en Asia, por ejemplo, a su muerte fue impuesta sobre la inmensa mayoría de las “izquierdas”, la doctrina de la burguesía nacional y de la alianza nacional de los trabajadores con ella. El “nacionalismo” dominó virtualmente todo el debate de las izquierdas en América Latina durante el Siglo XX, con una asociación puramente ideológica con el “socialismo”, sobre todo porque ambas vertientes buscaban el control del mítico Estado-Nación, precisamente en países en los cuales, como obviamente en los “andinos”, la colonialidad del poder había hecho históricamente inviable el proyecto liberal/ eurocéntrico de un moderno estado-nación
Así en el Perú, por ejemplo, Alan García Pérez, presidente electo, fue entre 1985 y 1990, uno de los agentes de tales desvaríos teóricos y errores políticos, por los cuales llevó a su pueblo a una derrota cuyas consecuencias no hemos terminado de pagar. Y, peor, al regresar ahora muestra que aprendió al revés la lección política de esa historia.
· ¿Por qué sostiene que la “colonialidad del poder” tiene una relación profunda con el actual patrón de poder?
La Colonialidad no solamente tiene una relación profunda con el patrón de poder hoy mundialmente dominante. Es el carácter central mismo de este patrón de poder. La asociación entre el nuevo sistema de dominación social fundado en la idea de “raza” y de un nuevo sistema de explotación del trabajo, que consiste en la combinación de todas las formas de explotación en una única estructura de producción de mercancías para el mercado mundial, bajo la hegemonía del capital, es decir formando en su conjunto el capitalismo mundial, no sería posible de otro modo.
· ¿Y qué nos dice sobre la integración socio-política en América del Sur a partir de los actuales Estados?
Hasta tanto la mayoría de las poblaciones de América no haya conquistado la igualdad básica y la des/colonialidad del poder, me parece difícil que la integración de América Latina pueda avanzar y consolidarse. Hasta ahora los intentos se hacen en términos de mercado, porque los mercados locales son considerados pequeños, dada la limitada, decreciente en rigor, capacidad adquisitiva de las mayorías. Pero ¿No es tiempo de preguntarse porqué Suiza o Bélgica, que no tienen los recursos de nuestros países, ni el tamaño de nuestras poblaciones, tienen sin embargo grandes mercados internos? Esa cuestión no puede ser indagada, ni contestada, sino en términos de la colonialidad del poder.
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