El papel de la democracia

23/04/2008
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La democracia está en crisis en el mundo entero, en primer lugar en Europa y en los EEUU. Es un clamor universal. En América Latina también, aunque las manifestaciones puedan ser un poco diferentes.

Para nosotros cristianos, esta crisis no nos sorprende tanto, porque el concepto de democracia en el mundo occidental siempre nos pareció superficial y destinado a ocultar un problema mucho más fundamental. El concepto de democracia pertenece al universo cultural de la modernidad. Ésta se inspira en la filosofía y en la política de la antigua Grecia.

El problema griego era saber cuál sería el mejor sistema para ordenar la ciudad: si las decisiones debieran ser tomadas por uno solo, el rey, o por un aristócrata, o por todos los ciudadanos. De todos modos, los esclavos los extranjeros y las mujeres no participaban, porque no eran ciudadanos, lo que significaba que, aun en la democracia, solo una pequeña minoría participaba en las decisiones. Los sin poder no participaban.

En la tradición cristiana, por el contrario, la cuestión fundamental, es precisamente qué pasa con los que no tienen poder, el punto de partida no es la reflexión sobre el modo de gobernar que sea más eficaz, sino el hecho social básico de la dominación de la muchedumbre de los sin poder por las minorías que tienen todo el poder, aunque la distribución pueda ser variable.

La Biblia nos presenta una visión del mundo en la que una minoría detenta todos los poderes y oprime a las mayorías, exigiéndoles que trabajen para aumentar su poder: la sociedad se divide entre dominadores y dominados. Es lo que la modernidad quería negar: creían que la democracia instituida, después de las revoluciones en Inglaterra, EEUU y Francia, iba a constituir una sociedad de hombres libres, iguales y fraternos (¡no pensaban en las mujeres!). En la sociedad moderna ya no existiría la dominación. Mejor dicho: no se consideraría ya ese problema, sino la división del poder entre los poderosos.

De la situación política del mundo Jesús piensa: “sabéis que los jefes de las naciones gobiernan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder” (Mt 20, 25). Ésta es la situación y el desafío de la política. Hay una minoría que oprime, y una mayoría oprimida. Jesús ya lo vio. Y todavía hoy es el problema.

El desafío es entonces como superar la situación de dominación, que es el primer problema de la política.

Pues, para gobernar con justicia, es necesario reprimir a los dominadores y liberar a los dominados. Esto es lo que se explicita en la figura del rey en el salmo 72: en una sociedad de dominación, el papel del rey, o sea, de la autoridad política, es reprimir a los poderosos y levantar a los oprimidos. Lo mismo dice Isaías: Is 11, 4-5.

Esta visión estuvo a la base de la doctrina política de la cristiandad. La Iglesia creó la figura del rey cristiano, que defendía a los pobres y reprimía a los señores de la tierra que dominaban a los pobres campesinos. Y esa figura es parte de una ideología más amplia: el código del “caballero cristiano”, defensor de las viudas y de los huérfanos. Su espada está al servicio de los oprimidos y su arma sirve para luchar contra los opresores del pueblo.

El ideal del caballero cristiano fue enseñado a los hijos de la nobleza. Durante siglos el clero fue víctima de la ilusión de que por ese medio podría buscar la justicia. Creyó que su influjo sobre la nobleza y los monarcas sería suficiente para garantizarla. Pero la alianza entre la jerarquía y la nobleza era demasiado estrecha. Casi todos los obispos eran de familias nobles y no tenían voluntad de exigir la aplicación del ideal que su familia no aplicaba.

Vino la democracia moderna con su ideología optimista. Los demócratas creyeron que con una Constitución se podría establecer la igualdad entre todos los habitantes del país. Creyeron que los tribunales aplicarían las leyes de la misma manera a todos, y que la elección de representantes garantizaría que los pobres pudieran exigir justicia, porque ellos mismos harían las leyes. La democracia sería el advenimiento de “la libertad, la igualdad y la fraternidad”, el reino de la razón sobre la fuerza, una sociedad justa. El poder estaría en manos de la nación, y, por tanto, ya no habría problemas de dominación. Las antiguas clases privilegiadas, el clero y la nobleza desaparecerían.

Sin embargo, durante todo el siglo XIX, en las naciones que habían adoptado un régimen republicano y que habían proclamado una constitución democrática, la burguesía acaparó para sí misma todas las facultades inscritas en la estructura del Estado. Desde principios del siglo XX la clase obrera pudo conquistar ciertos derechos, y su condición mejoro progresivamente. Durante cierto tiempo los trabajadores de la industria tuvieron a su disposición el arma de la huelga: eran indispensables para la producción y los patrones tuvieron que hacer concesiones. Pero esta situación que hizo posible el Estado de Bien-Estar social entre 1945 y 1975, se acabó.

La modernidad imaginó que bastaría suprimir la monarquía absoluta y las clases privilegiadas – el clero y la nobleza -, para establecer el reino de la justicia. Las instituciones políticas democráticas podrían actuar con plena libertad. Sin embargo muy pronto se vio que las fuerzas económicas que eran el clero y la nobleza no habían desaparecido, sino que habían sido reemplazadas por nuevos actores. La sociedad industrial dio origen a nuevas clases dominantes: los señores de la industria, del comercio, de los bancos. Éstos aprendieron el arte de manipular las instituciones democráticas para que fueran instrumento de su poder creciente.

La modernidad había imaginado el Estado como fuerza independiente, autónoma, encargada de crear la justicia y la prosperidad mediante la colaboración de todos los ciudadanos, considerados iguales gracias al imperio de la ley, aplicadas a todos por igual y que defendían los derechos de todos. Ya no habría víctimas de la dominación, porque todos podrían contar con el amparo de la ley aplicada por un sistema judicial imparcial.

Ahora bien, a partir de la década de 1970 la nueva revolución industrial permitió la constitución de nuevas fuerzas económicas mundiales, “las multinacionales”, de un poder inimaginable. Empezó un movimiento de concentración de la riqueza. Los Estados fueron perdiendo poco a poco cualquier posibilidad de controlar las fuerzas económicas. La economía está en manos de grupos mundiales que hacen de los Estados la garantía de su libertad de movimientos. El papel del Estado consiste en mantener tranquila a la población para que las empresas y las instituciones financieras puedan funcionar sin problemas.

Desde entonces la democracia se transformó en una teoría política vacía de contenido real, porque las fuerzas económicas imponen su voluntad a los Estados. Los Estados nuevos son más vulnerables, porque no pueden contar con el apoyo de organizaciones ciudadanas fuertes. Los Estados nuevos, en poco tiempo fueron conquistados por las grandes fuerzas multinacionales. Fue lo que sucedió en América Latina.

La democracia quedó vacía de contenido porque el Estado fue obligado a conceder la plena autonomía a las multinacionales. Éstas pueden mover sus capitales por el mundo entero, sin control. Disponen de 37 paraísos fiscales en los que todas las transacciones son posibles sin que los Estados las conozcan. Los paraísos fiscales disponen de la protección de las grandes potencias, que se han colocado a su servicio.

Las multinacionales mueven el comercio, que es principalmente comercio interno dentro de ellas, lo que no permite ningún control. Las multinacionales se unen, las más fuertes conquistan a las más débiles, de tal modo que pueden constituir casi monopolios. Pueden contar con la exención de impuestos y reciben innumerables ventajas de los Estados. Si un Estado no les concede las ventajas que exigen, amenazan con trasladar inmediatamente sus fábricas a otro país.

Las multinacionales lograron que se impusiera en la conciencia del mundo la idea de que los Estados no son capaces de tomar iniciativas económicas y deben entregar toda la economía a empresas privadas. Con esa “privatización”, los Estados han perdido la fuerza económica que les daban las empresas estatales. Fue el éxito extraordinario de una inmensa campaña de publicidad que logró de convencer a la gran mayoría de la clase intelectual y a casi todos los economistas. El mayor triunfo de las multinacionales fue el haber conquistado las mentes de las clases dirigentes y de sus asesores intelectuales. Desde entonces, los partidos políticos se han transformado en movimientos de divulgación de la ideología neoliberal, y funcionan como funcionarios de las multinacionales -que además les dan buenas retribuciones por ello-.

La democracia perdió su contenido porque los Estados han perdido su autonomía. Al mismo tiempo los pueblos han dejado de existir como fuerza social. Por la “tercerización” y por la “deslocalización”, las empresas mantienen a los trabajadores en estado de inseguridad total. Nadie se siente seguro de su empleo. En cualquier momento cada cual puede ser despedido. En las empresas tercerizadas la huelga es totalmente ineficiente. La clase obrera ha dejado de existir y está desintegrada.

El sistema económico neoliberal ha sido capaz de crear una formidable industria de la diversión. No hay pueblo que resista. Todos los ex-ciudadanos se dejan envolver por esa máquina de diversión que funciona las 24 horas. Actúa en forma combinada con la publicidad, que sostiene la cultura del consumo. La gente se olvida de los derechos del ciudadano, porque está ocupada en el consumo y la diversión, que ocultan la realidad de la dependencia y la pobreza. El sistema ha logrado convencer a las mayorías de que no hay nada que se pueda hacer, que el sistema actual es la única posibilidad, y que no hay ninguna alternativa.

En medio de tal situación, los derechos humanos van perdiendo sus defensores. EEUU practica ahora, con el reconocimiento público del presidente, la tortura, los desaparecimientos, los tribunales militares, las ejecuciones secretas, el aislamiento de los presos. El lugar más conocido es Guantánamo. Estimulados por tal ejemplo los servicios de seguridad de muchos Estados “democráticos” permiten violaciones de los derechos humanos.

Las constituciones liberales siguen en el papel. No se les da importancia, o no se crean leyes para su aplicación. Los partidos políticos aprenden a repetir todos el mismo lenguaje, formulado por las multinacionales, y se someten a sus exigencias. Las elecciones solamente producen sentimientos de frustración. Además, en muchos países, muchos ciudadanos, sobre todo los jóvenes, ya no creen en las elecciones, y no participan.

En los últimos años ha crecido la conciencia de que el sistema democrático actual no funciona. Algunos proponen reformas políticas, pero ninguna reforma podrá cambiar el sistema si no logra destruir el poder de los nuevos señores feudales.

Desde 1999 un movimiento de defensa y promoción de la democracia empezó a expresarse y su voz está creciendo cada año. Los Foros Sociales Mundiales reúnen cada año miles de movimientos que buscan una alternativa. Pero estamos todavía en la fase de las protestas y de la divulgación en el mundo entero de un sentimiento de revuelta, o por lo menos de insatisfacción. Todavía no aparecen las salidas.

El reto es: ¿cómo limitar y reducir a las multinacionales de hoy, que pueden contar con el apoyo político de las mayores potencias de la actualidad? No hay democracia sin poder, poder que consiste en quitarles el poder a los grandes señores feudales de hoy. ¿Cuáles serán los caminos? He aquí algunas consideraciones al respecto.

Las futuras potencias políticas del mundo serán China e India. China ya es la tercera economía del mundo y alcanzará el nivel de EEUU en diez años más. ¿Qué hará China entonces? ¿Podrá conquistar poderes sobre las multinacionales? ¿Podrá imponer sus condiciones a los movimientos de capitales, al comercio mundial, a los paraísos fiscales? ¿Podría crear un nuevo orden mundial imponiendo un control sobre las fuerzas económicas? ¿O bien podría China liderar una alianza de las antiguas naciones del Tercer Mundo para imponer limitaciones al poder y a las libertades de las multinacionales? ¿Podrían fuerzas populares de las naciones dominadas realizar acciones comunes desafiando las grandes multinacionales, haciendo su presencia imposible en sus territorios? ¿Podrían organizaciones privadas no gubernamentales juntar fuerzas suficientes para controlar los paraísos fiscales, los grandes centros financieros o el comercio internacional?

En todo caso, no hay democracia sin la conquista del poder sobre los grandes conjuntos económicos, que actualmente son internacionales y tienen sus centros en los países dominantes.

Mientras tanto, ¿qué pasa en América Latina?


Oficialmente, todas las naciones siguen las normas de la democracia liberal según el modelo de EEUU. Practican los ritos de las elecciones, de las asambleas legislativas, de la Constitución y de las leyes. Es el triunfo de la democracia después de la era de las dictaduras militares.

Sin embargo, la insatisfacción está creciendo. En todas las elecciones recientes el pueblo vota por partidos que ofrecían un programa de transformación profunda. Una vez elegido el nuevo presidente elegido e instalado el nuevo Congreso, no pasa nada. Todo continúa como antes. Es como si el sistema mismo opusiera una resistencia insuperable. Los nuevos gobernantes no pueden cumplir con sus promesas. Están prisioneros del sistema, o sea, de las grandes fuerzas económicas.

Pero han aparecido algunas señales que bien podrían ser el comienzo de un cambio. La primera señal fue el MERCOSUR, a pesar de todas las dificultades que encontró. El MERCOSUR sobrevive, y puede crecer. Es el comienzo de formación de un conjunto de naciones que se defienden juntas contra las grandes fuerzas multinacionales.

Otro hecho más significativo ha aparecido: la figura carismática de Hugo Chávez en Venezuela. En muchas ocasiones las masas populares le han renovado el apoyo más firme. Sin cambiar el sistema establecido, Hugo Chávez logró construir algo como un Estado paralelo de servicio al pueblo. Gracias al petróleo, ha podido establecer un nuevo sistema de salud y educación para los pobres. Ha iniciado una reforma agraria. Ha iniciado una estrecha colaboración con Cuba, y muestra que tiene capacidad para promover una unión de las naciones de América del Sur, que sería como una extensión y una ampliación del MERCOSUR. Venezuela ya entró en él.

Chávez fue elegido según las formas convencionales, en forma independiente de los partidos. En Venezuela todos los partidos estaban en un estado de corrupción avanzado. El pueblo lo eligió, y eligió una asamblea favorable fuera de los partidos. Chávez logró organizar de alguna manera el pueblo de los pobres, sin formar partido. Entre él y el pueblo hay una identificación que recuerda lo que en América Latina ya se manifestó diversas veces: un líder carismático despierta las energías de un pueblo que se encontraba humillado e imposibilitado de actuar. El desprestigio de los partidos y del sistema es un fenómeno creciente en América Latina. Si aparece un líder popular carismático, el pueblo abandonará los partidos para adherirse al jefe, con el que se identificará.

El caso de Evo Morales en Bolivia es sorprendente. Ganó las elecciones en el primer turno porque no solamente los pueblos indígenas, sino también sectores de clase media o de mestizos votaron por él. Todavía es temprano para saber lo que va a poder hacer, pero el hecho parece también significativo. Ahora, ¿cuál será el país que va a pasar por un proceso semejante?

En estos dos casos, estaba claro que el pueblo esperaba un líder fuerte, capaz de dar autoridad al Estado. El sistema neoliberal hizo lo posible para destruir los Estados en todos los países dependientes, y lo logró en gran parte. Ahora se da la rebelión de los pueblos: quieren un Estado fuerte.

Las elecciones en Brasil, Argentina, Uruguay mostraron pueblos que también querían un Estado fuerte, aunque sus expectativas hayan sido frustradas en gran parte. Es una señal: están aguardando que aparezca un líder fuerte capaz de rehacer un Estado fuerte.

Con las experiencias de Chávez y Morales, los pueblos han dejado de creer que EEUU tiene una fuerza ilimitada y que puede imponer su dominio siempre y en todo lugar. Han descubierto que es posible resistir y que se puede pensar en una alternativa. Tienen la impresión de que la lucha por la independencia ha empezado. Durante más de 40 años EEUU impuso la “pax americana” a todo el continente. Hay señales de que esta situación se agota.

En toda América Latina, hay una sorda reivindicación, una protesta latente que está esperando el momento en que alguien sea capaz de organizar las fuerzas sociales existentes y de construir en torno a ellas la unanimidad de los oprimidos. Lo que pasó en Venezuela y en Bolivia es revelador. Y algo semejante está en preparación en todos los países. Cada cual tiene su historia, y los caminos serán diversos, pero hay algo que ya se está manifestando.

En Brasil, muchos esperaban que el PT fuera la fuerza capaz de unificar los movimientos populares, las esperanzas de las masas y el resentimiento de la clase media. El PT no quiso ese papel, prefirió ejercer el gobierno al gusto de las grandes familias y de las multinacionales. No quiso oír la voz de las masas populares, o bien, sencillamente, no la oyó. La experiencia dejó claro que nunca será un partido político capaz de asumir ese papel…

Está en curso una proletarización de la clase media. Con esto, se hace posible una alianza política entre la clase media, los trabajadores y los excluidos, lo que es la base de sustentación de Hugo Chávez y Evo Morales. Con esa alianza, las estructuras democráticas pueden permitir que se escuche la voz de la mayoría.

En esa forma se podría romper la alianza tradicional entre los opresores y los oprimidos, entre los más ricos y los más pobres, por medio de la cual los ricos siempre han recibido el apoyo electoral de los pobres. Los ricos, por medio de beneficios minúsculos, siempre supieron comprar los votos de los pobres. Si la clase media llega a abrir los ojos de los pobres, la situación puede cambiar. De todos modos, nada podrá cambiar si las masas populares permanecen dispersas.

¿Cuál podría ser hoy el papel de las Iglesias?

De la jerarquía poco se puede esperar, pues tiene la sensibilidad de la clase alta. Se deja impresionar por los temores de la clase dirigente. Va a oponerse a todos los cambios y va a defender el sistema vigente, que ofrece tantas ventajas a la clase dirigente. Lo hará invocando los argumentos de la paz social, de la lucha contra la violencia y de la neutralidad de la Iglesia en materia política. Lo que sucede en Venezuela, donde la jerarquía está al frente de la lucha contra Chávez, o en Bolivia, donde la jerarquía evita cualquier apoyo a la experiencia de los indígenas, parece mostrar lo que va a pasar en los demás países. Por parte del Vaticano, la alianza firme con el gobierno Bush permite prever cuál será su actitud: oposición a cualquier cambio que perjudique a EEUU.

Sin embargo siempre habrá una minoría de la jerarquía, del clero y de religiosos o religiosas comprometidos con cambios sociales radicales. Son los fieles herederos de Medellín y Puebla.

Pero también son Iglesia los millones de ciudadanos que se declaran católicos y han recibido orientaciones inspiradas en la Biblia y en la herencia de 40 años de Medellín. Éstos darán todo el apoyo a los futuros movimientos populares, como lo están dando en Venezuela y Bolivia. Deberán buscar el entendimiento con los protestantes pentecostales, que frecuentemente se han alejado de las luchas por el poder porque se sentían minorías insignificantes. Hoy día los pentecostales son una parte importante de la población y nada se hará sin ellos.

Entonces, el pueblo de Dios está marchando hacia un cambio de las estructuras sociales desde ahora. Son los que le dan fuerza a Chávez o a Morales y apoyarán a los movimientos que van a aparecer en América Latina.

El tiempo de la dictadura económica del sistema neoliberal ya pasó. Estamos entrando en otra etapa de la historia. Podría ser el advenimiento de una democracia más auténtica.

- El P. José Comblin es teólogo de la Liberación. Vivió muchos años en Chile, actualmente reside en Brasil. Colaborador de la revista Reflexión y Liberación.

Fuente: Crónica Digital (Santiago de Chile)
http://www.cronicadigital.cl

https://www.alainet.org/pt/node/127189
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