Sobre lo comunal y sobre el comunismo

Posibilidades abiertas por la crisis del Foro Social Mundial

10/03/2009
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En este breve texto solamente vamos a analizar una de las vías de mejora del socialismo y de la praxis revolucionaria abierta en el reciente Foro Social Mundial celebrado en Belém. Nos referimos al conjunto de debates celebrado en el área dedicada a la crisis de la civilización burguesa y a las cuestiones discutidas por las naciones y pueblos oprimidos, entre las que ahora queremos destacar lo relacionado con la actualización de lo que se oculta dentro de ese amplio mundo de lo común, lo comunal, lo colectivo y lo comunista. O sea, lo que fue propiedad colectiva de la comunidad, lo que fue propiedad común y ha terminado siendo propiedad privada de una minoría explotadora. O sea, la esencia del comunismo: el problema de la propiedad privada de las fuerzas productivas.

No es casualidad que tal problema volviera a plantearse en un área que, en apariencia, tiene poco o nada que ver con los sesudos debates académicos de la casta intelectual eurocéntrica sobre la “viabilidad del comunismo”. ¿Qué cosas nuevas y mejores podíamos decir los grupos asistentes cuando era sabido que la inmensa mayoría pertenecíamos a naciones oprimidas, sin Estados ni “tradición teórica”, e incluso muchos de ellos pertenecían a pueblos originarios cuyas lenguas y culturas orales apenas han empezado a ser pasadas a la cultura escrita? ¿Qué podíamos añadir ahora cuando en los foros anteriores apenas se había dedicado algún segundo, y con suerte, a oír las opiniones de los pueblos oprimidos? Pero antes de responder a estas y otras preguntas tenemos que explicar un poco la historia del FSM, su trayectoria, sus debilidades internas y, pese a esto, lo que podemos hacer las naciones oprimidas en su interior.

Si vamos a la hemeroteca y releemos muchos textos escritos al comienzo no sólo del FSM sino también de lo que palpitaba en los inicios de las diversas reuniones internacionales que empezaron a realizarse entre diversas fuerzas hace una década, vemos que ya desde ese mismo instante surgieron, como mínimo y sin extendernos ahora, dos corrientes diferenciadas que aceptando la importancia de actuar dentro del torbellino de foros y foritos, mantenían posturas totalmente enfrentadas sobre qué se podía hacer, por qué, para qué y cómo hacerlo.

Una decía que los foros y en especial el FSM era la nueva y definitiva forma organizativa mundial por fin descubierta que iba a resolver todos los problemas pendientes, sin necesidad de volver a la derrotada y fracasada “teoría leninista de la organización”. Otra decía que si bien los foros y el FSM expresaban una realidad innegable surgida de la incapacidad del capitalismo mundial para resolver las crisis que ya se agudizaban entonces, sin embargo estos foritos y foros corrían el peligro de caer en las manos del reformismo duro, de la tercera vía, de la socialdemocracia interesada por controlar y manipular esta dinámica para sus propios intereses. Por tanto, decía esta segunda visión, había que trabajar en su interior --pero también en su exterior-- para impulsar sus contenidos revolucionarios, ayudar en su organización y en el proceso colectivo de crear alternativas radicales al capitalismo.

Desde luego que estamos simplificando al máximo las posturas enfrentadas; que existían muchas otras alternativas intermedias que mezclaban partes de las dos extremas presentadas aquí. También es cierto que, desde un principio, hubo fuerzas revolucionarias que rechazaron toda implicación en los foros y foritos, insistiendo en la necesidad de denunciar sus contenidos reformistas y la imposibilidad de cambiar desde dentro sus tendencias fuertes. Es igualmente cierto que durante bastante tiempo, la postura dominante fue la primera que hemos resumido, y precisamente en su forma menos inquietante para un capitalismo que a comienzos del siglo XXI podía ocultar con suma eficacia sus contradicciones internas en medio de una serie creciente de modas ideológicas conservadoras y reaccionarias.

Las grandes manifestaciones de masas contra la inhumana agresión imperialista a Iraq, muchas de ellas, la mayoría, realizadas de alguna forma alrededor del mito inflado de la capacidad de movilización activa del FSM, esta demostración relativa y pasajera de fuerza sirvió en gran medida para reforzar el poder interno de la postura dominante en el Foro Social Mundial. Los enfrentamientos con las fuerzas represivas en Génova y el asesinato del joven Giuliano, así otros enfrentamientos en otros actos de rechazo a las reuniones imperialistas, indicaban la existencia de un malestar social apreciable. Pero como sucede cuando el malestar social carece de vertebración organizativa interna, bien pronto la interacción de cuatro factores acabó por debilitar su potencia. Éstos fueron: una, la criminalización represiva burguesa; otra, la acción interna de la socialdemocracia y del reformismo blando para asegurar su poder en los órganos directores; tres, la deriva hacia posturas de reformismo duro al “realismo político” y al rechazo de toda autodefensa de las manifestaciones, y cuatro, la incapacidad última de las izquierdas revolucionarias para llegar a unos puntos mínimos de unidad dentro de los foros, pese a las reuniones habidas.

Aunque la crisis de fondo del capitalismo a comienzos del siglo XXI era una realidad, como hemos dicho, empero el creciente impacto propagandístico del mitos como “la nueva economía”, la “economía intangible y del conocimiento”, etc., así como la muy rápida financiarización del capitalismo mundial abriendo una fase espuria de crecimiento envenenado que llegó al cenit a finales de 2006 para sufrir su primera crisis mundial --había habido otras regionales con anterioridad-- en verano de 2007, este impacto propagandístico facilitó también a las posturas dominantes en el FSM que divagaban sobre una supuesta “sociedad civil mundial” enfrentada por medios pacíficos y parlamentarios a una “globalización” nacida a raíz de un supuesto cambio cualitativo en el capitalismo que había superado su fase histórica de crisis sistémicas y había entrado en una dinámica autorreguladora que iría siendo permeable a las peticiones democráticas de la “ciudadanía mundial”.

En estas condiciones, el grueso de las reuniones del FSM se caracterizaron por marginar solapada o abiertamente a cinco grandes bloques sociales que no encontraban apenas o nada, bajo ninguna forma, una representación suficiente en los foros, y menos todavía un medio de coordinación de acciones de resistencia mundial al imperialismo. Y varios de ellos siguen sin encontrarlo. Fueron y son los siguientes: uno, la ausencia casi completa de las organizaciones y representantes de las luchas de África, Asia, Oceanía y de grandes áreas de los EEUU y de Canadá. Es decir, de extensas zonas de planeta en las que se libran soterradas luchas que serán decisivas en las décadas que se avecinan. Un fundamental papel juegan aquí los cientos de millones de campesinas y campesinos, de trabajadores mixtos que simultaneas el campo con el trabajo asalariado, de los cientos de millones de asalariados precarizados y explotados hasta lo inhumano que malviven en las inmensas conurbaciones de estas áreas, etc.

Un segundo bloque ausente es el de los movimientos denominados “indigenistas”, de los pueblos y naciones originarias, autóctonas o aborígenes, que han resistido de algún modo las agresiones capitalistas y eurocéntricas desde finales del siglo XV en adelante, especialmente en Amerindia. Inicialmente se volcaron en los foros, pero se decepcionaron pronto debido al paternalismo despectivo inherente al eurocentrismo dominante en el FSM, a su palabrería impotente y a su pasividad ante el incontenible ataque a sus condiciones de vida, a sus reservas naturales y a sus culturas, ataque realizado por transnacionales capitalistas con el consentimiento activo o pasivo de los gobiernos “progresistas” que apoyaban oficialmente al FSM.

Un tercero era y es el bloque compuesto por las naciones oprimidas dentro del imperialismo, ya que la posición dominante en el FSM se caracterizaba por un disimulado o público nacionalismo de los grandes Estados imperialistas, llegándose a lo insoportable en el caso de los Estados español y francés. El nacionalismo español ha hecho lo imposible por dinamitar la presencia de las naciones que oprime, por denigrar en el FSM sus reivindicaciones y, a la vez, por ocultar la realidad antidemocrática de la constitución del reino de España. No hace falta decir que el nacionalismo español ha tenido la ayuda del nacionalismo del resto de las fuerzas estatalistas europeas presentes en el FSM.

Un cuarto bloque ausente es el de las clases trabajadoras del capitalismo imperialista y sobre todos sus fracciones más explotadas, las formadas por las mujeres, las y los emigrantes, la juventud precarizada, el paro estructural, etc. En los foros era y es muy difícil encontrar a organizaciones asentadas en estas capas del proletariado del capitalismo imperialista, y era aún más difícil, por no decir imposible, elaborar alternativas prácticas de lucha. Mientras que, al contrario, abundan toda serie de grupitos y ONGs que van a los foros en primer lugar para sacar dinero, en segundo lugar para cumplir los proyectos por los que cobran las subvenciones que les mantienen con vida y que vienen del poder político y económico, y en tercer lugar, para conocer países diferentes, es decir, de turismo subvencionado.

Un quinto y último bloque ausente es el de las organizaciones que se niegan a caer en la trampa del pacifismo, en el agujero negro del institucionalismo burgués, a renegar de un derecho humano elemental como es el derecho a la autodefensa, y cedérselo en exclusiva a las clases explotadoras para que lo tergiversen y lo apliquen en forma de “monopolio de la violencia” contra la humanidad trabajadora. Sin entrar ahora al debate sobre su el pacifismo confeso de la corriente dominante en el FSM es válido o no en el capitalismo imperialista, sí se puede decir que no es de recibo exigir al resto de movimientos, organizaciones y colectivos que actúan en el planeta entero que admitan como principio apodíctico, incuestionable y excluyente ese dogma pacifista que la corriente dominante en el FSM aplica en la capitalismo imperialista.

Los cinco bloques aquí citados, que se han reducido en parte en este último Foro al haberse desarrollado un área de debate en el que han participado muchas naciones oprimidas que antes no podían hacerlo o encontraban muchas dificultades, muestran no sólo las limitaciones geográficas del FSM, sino también sus límites políticos y sociales marcados tanto por su eurocentrismo como por el reformismo de la corriente que domina el su seno. Además de esto, lo grave también es que estas ausencias tan escandalosas debilitan la fuerza de las corrientes revolucionarias en el seno del FSM y refuerzan las tesis de la “ciudadanía global”, de la política entendida como “conjunto de demandas de la sociedad civil”, cuando no como espectáculo parlamentario.

Ahora bien, el FSM es sólo una parte de la totalidad de fuerzas políticas que existen en el mundo, y al igual que el resto también está sometido a las fases de auge y retroceso de la lucha de clases mundial, de las crisis económicas parciales que van confluyendo en una crisis sistémica, etc. Tenemos que tener en cuenta el cambio de fase global que se ha acelerado en la última década para comprender por qué se han agudizado las contradicciones dentro del FSM hasta aparecer varias posturas diferentes que muy probablemente se agudicen según aumente la crisis capitalista mundial y con ella aumenten las luchas antiimperialistas de todo tipo, presionando así desde fuera y desde dentro del FSM.

Es todavía pronto para hacer una descripción rigurosa de los debates que tenderán a agudizarse dentro del FSM. En la medida en que aumenten las luchas y en que las masas explotadas se autoorganicen y apoyen a las organizaciones revolucionarias, elaborando mutuamente programas concretos, en esta medida los foros y foritos, el FSM, etc., serán presionados desde dentro y desde fuera; pero en la medida en que, como reacción contraria, la corriente reformista ahora dominante multiplique sus malas artes manipuladoras, sus manejos por la espalda y sus poder burocrático, en esta medida opuesta las tensiones pueden agravarse. De cualquier modo, será la interacción entre la lucha exterior y la lucha interior la que nos indique el camino de las peleas en el FSM.

De lo que sí podemos hablar ya es de la razón que explica por qué se ha creado por fin un área específica de debate entre las naciones y pueblos oprimidos, por qué es ahora cuando el nacionalismo estatalista eurocéntrico e imperialista ha tenido que plegarse a una exigencia democrática tan incuestionable y obvia como ésta. La fracción dominante en el FSM no ha tenido más remedio que plegarse ante una tendencia en aumento: son los pueblos oprimidos por el imperialismo mundial, con o sin Estado propio, los que llevan sobre sus espaldas el peso mayor de la emancipación de la humanidad trabajadora. Seguir negándolo u ocultándolo carece ya de sentido. Si el FSM quiere hacer honor a su nombre ha de analizar la dinámica mundial de la lucha contra el imperialismo y, al hacerlo, se topa con la dialéctica entre liberación nacional, liberación de clase, antipatriarcal, ecologista y medioambiental. No ha tenido otra alternativa.

Los grupos y organizaciones, y hasta personas a título individual, que han asistido y participado en el área de análisis de la crisis de la civilización burguesa, están orgullosos por haber logrado, al fin, esta área o carpa oficial de debate, y poder reflexionar sobre múltiples cuestiones, destacando de entre ellas algunas decisivas para su futuro como veremos. Además, entienden que esta conquista es el producto de los años dedicados dentro del Foro a impedir la invisibilización de su problemática, en primer lugar, y luego y fundamentalmente, a conseguir abrir un debate permanente y oficial en el FSM. Conocen las dificultades que han tenido que ir superando dentro y fuera, y son conscientes de que esta conquista no está asegurada definitivamente porque el nacionalismo estatalista e imperialista eurocéntrico no se resiste a perder su influencia en el FSM.

El enmarque conceptual que daba sentido y significado a las áreas fundamentales de debate era el de la denominada “Crisis de Civilización”. Hay tantas definiciones de “civilización” como se desee, aunque aquí utilizaremos aquella que la entiende como la síntesis social de un modo de producción. Quiere esto decir que no existe una “civilización cristiana” en el sentido estricto, por ejemplo, sino que diversas formas sucesivas de cristianismo se van adaptando a las civilizaciones tributarias, esclavistas, feudal y burguesa o capitalista, sin mayores precisiones ahora. Lo decisivo por tanto no es el cristianismo, una mera ideología que las clases dominantes modifican según sus necesidades bajo las presiones objetivas de las transiciones de un modo de producción a otro, sino que lo decisivo a la hora de definir las civilizaciones son las características esenciales de cada modo de producción.

Un ejemplo de esto lo tenemos en el debate sobre el boicot al Estado terrorista de Israel que se celebró en esa carpa o área oficial del FSM. Si definimos la civilización según el idealismo y la metafísica creemos que la actual Israel es la continuidad de una “civilización” que giraba alrededor de los “textos sagrados” antiguos y que ha impregnado de manera indeleble a la “civilización occidental” al fusionarse con la “civilización greco-romana” y con un cristianismo abstracto y a-histórico, dando así cuerpo a la “civilización” por excelencia. Pero si aplicamos el criterio materialista vemos que Israel el una potencia terrorista mantenida por el imperialismo norteamericano y europeo para asegurar su control en una zona geoestratégica para el capitalismo.

La civilización burguesa ha integrado aquellos componentes reaccionarios de la tradición del pueblo hebreo, de lo que muy tardíamente se definió como “civilización griega” y de las partes conservadoras del cristianismo. Ha integrado, ha subsumido estos componentes dentro de la lógica mercantil y de la acumulación de capital tal cual se generó en la Europa de los siglos XVI-XVII. Luego, en la medida en que la acumulación necesitaba expandirse y reforzarse, integró de diversas formas en su síntesis social a otros componentes ideológicos precapitalistas, como el budismo, el islamismo y, por no extendernos, hasta restos de las ideologías político-religiosas de otras culturas que habían pertenecido en su tiempo a civilizaciones precapitalistas y hasta preclasistas no eurocéntricas, como algunas andinas y mesoamericanas, etc.

En la medida en que el capitalismo arrasa al mundo impelido por su ciega necesidad de acumulación ampliada, debe destruir otros modos de producción anteriores y sus civilizaciones respectivas, y debe en algunos casos absorber partes de sus restos para facilitar su propia dinámica expansiva. La civilización del capital, la síntesis social burguesa está por tanto en permanente destrucción y a la vez en permanente absorción. Pero cuando la acumulación entra en crisis sistémica, como ahora, entonces su capacidad destructora y a la vez de autorefuerzo también entra en crisis. Dicho muy brevemente, según sea la gravedad de la crisis de acumulación será la gravedad de la crisis de civilización, aunque ésta segunda tiene una autonomía relativa bastante considerable que le permite resistir mucho más tiempo una vez que ha infectado la subjetividad social.

La civilización burguesa es la primera que ha llevado al máximo la destrucción de lo colectivo, de lo comunal, para facilitar así la producción generalizada de mercancías, de valores de cambio. Las civilizaciones anteriores mantenían en diversos niveles más o menos espacios comunales en lo material y en lo simbólico, y es en este sentido crucial que el modo capitalista de producción no ha querido en modo alguno integrar en su síntesis social ningún resto de lo comunal, intentando desesperadamente destruirlos todos hasta la raíz. La obsesión represiva del Vaticano contra la Teología de la Liberación, por ejemplo, nace del hecho de que ésta Teología ha intentado recuperar los muy debilitados restos comunalistas supervivientes a la expurgación represora realizada por el cristianismo paulino, como lo hicieron otros movimientos heréticos, milenaristas y redentoristas anteriores.

Bien mirada, la globalización no es otra cosa que la destrucción masiva de los pocos espacios de propiedad comunal y colectiva, estatal en los países que se llamaron “socialistas”, además de otras formas de propiedad privada precapitalista, que resistían mal que bien a la expansión de la propiedad burguesa a escala mundial. Desde esta visión radical porque va a la raíz, el derecho de autodeterminación de los pueblos es su derecho a recuperarse a sí mismos como propietarios-de-sí, a recuperar lo que es suyo, lo que le es común a ellos. El debate sobre globalización y autodeterminación realizado en la carpa dejó claro que, en el fondo, lo que estaba en cuestión era si el imperialismo y el nacionalismo opresor aceptaban que los pueblos deben y pueden ser propietarios de sí mismos, soberanos e independientes, o propiedad de los Estados opresores, imperialistas.

No debe resultarnos sorprendente que un debate crítico sobre la globalización y un debate constructivo sobre el derecho de autodeterminación en el capitalismo actual llevara, al poco tiempo, a otro debate sobre qué instituciones internacionales alternativas a las actuales necesitan los pueblos y naciones oprimidas para defenderse del imperialismo. ¿Pueden servir aparatos creados por los EEUU como el FMI y el Banco Mundial, el fenecido GATT reavivado en OMC, u otros muchos no tan conocidos o incluso desconocidos para la inmensa mayoría de la humanidad, pero decisivos para la explotación capitalista? Mientras que el reformismo duro, la tercera vía y otras opciones que buscan desarrollar lo “bueno” del capitalismo superando lo “malo”, sólo plantear cambios de maquillaje de estos aparatos imperialistas, por el contrario, la totalidad de las organizaciones asistentes daban por hecho la urgencia de avanzar hacia otras instituciones internacionales muy diferentes, aunque no se concretó mucho en esta cuestión porque justo se había iniciado el debate al respecto.

Otro ejemplo lo tenemos en los debates sobre la muy compleja relación entre tierra, territorio e identidad, en la que intervinieron colectivos de diversos continentes. Se trata, obviamente, de una cuestión básica para toda nación, pueblo, etnia, tribu, comunidad o grupo oprimido, carente de Estado propio y sujeto a los mandatos exteriores, ocupantes. Abrir un debate internacional sobre estas cuestiones ha sido y es un éxito crucial porque la perdedora fue la concepción estatalista inherente al capitalismo y su ideología eurocéntrica. Al margen de las diferencias inevitables entre las tesis expuestas, lo que les unía e identificaba era el rechazo radical del capitalismo y la defensa radical de los pueblos y naciones, de otro concepto de tierra y de territorio incompatible con la mercanlización, y una defensa de las identidades colectivas como exigencia democrática indubitable.

Muy en resumen, cada modo de producción define de una manera adecuada a sus formas de reproducción qué es el territorio, qué es la tierra, qué es la identidad y qué relaciones se establecen entre estos tres componentes, y entre otros más. Para las tribus nómadas, para las denominadas “naciones móviles”, el territorio y la tierra tiene un sentido diferente que para las sociedades sedentarias, agrícolas y de ganadería estabulada; y otro tanto sucede con el criterio de identidad común del grupo. Para la sociedad tributaria y su variante incaica, el territorio, la tierra y la identidad giran alrededor de la propiedad real y de los restos de la común, todo ello simbolizado materialmente en el templo, en el palacio. En el modo germánico la tierra común también compite con los repartos de su uso privado. Incluso en las sociedades esclavistas y feudales europeas subsisten restos más o menos amplios de tierra y territorio común, y las identidades reflejan las contradicciones entre lo común y la creciente propiedad privada.

Lo que caracteriza a estos modos de producción es que mantienen zonas comunales, propiedades colectivas de usos y repartos muy diversos, o mixtas entre la propiedad común y la propiedad sacerdotal o real, o incluso, más tarde, de propiedad privada de las castas comerciales y militares que empiezan a crecer en estrecha unión con las familias reales. Se trata de un largo proceso histórico que no se desarrolló de forma pacífica, lineal y mecánica, sino cargado de tensiones y conflictos que han dejado su huella en la historia cultural humana, y que tuvo altibajos y hasta recuperaciones de lo comunal por el pueblo. Sin embargo, el capitalismo, como hemos dicho, arrasa con todo ello. El capitalismo necesita reducir a las clases trabajadoras y a los pueblos a simple fuerza de trabajo expropiada de cualquier recurso económico que les permita poder vivir sin venderse por un salario.

Los problemas del territorio, de la tierra y de la defensa de las identidades estuvieron siempre presentes por lo bajo, y a viva voz con mucha frecuencia, cuando el día siguiente se avanzó por pura lógica al debate sobre el Estado. De entre los colectivos asistentes, solo una muy reducida minoría rechazó explícitamente la necesidad de que las naciones oprimidas creasen su propio Estado, aduciendo razones más mitológicas y románticas que históricas, político-económicas y culturales. También hubo una postura desde el público que si bien no rechazaba la necesidad del Estado sí insistía en que éste ha de ser un simple instrumento táctico y temporal, porque lo definitivo es superar históricamente este instrumento de dominación. En cuanto al bloque masivamente mayoritario, una postura defendía la creación de Estados plurinacionales en las Américas, y otra la necesidad de Estados nacionales unitarios; pero las diferencias, al menos en el debate, fueron secundarias ya que lo que les unía, la necesidad del Estado, no era cuestionado.

Especial mención hay que hacer de un momento de la discusión colectiva en el que tanto desde asistentes en el panel como desde el público se respondió casi de forma unánime a una intervención desde el panel en la que se defendía de manera algo imprecisa y confusa la necesidad de lo que en Europa se define como “interculturalidad”, como “mestizaje cultural e identitario”. La tesis del “mestizaje cultural”, expuesta desde los criterios de la progresía eurocéntrica, fue criticada sin compasión por la mayoría de las respuestas, excepto por una sola. Para la mayoría de las respuestas, lo decisivo y urgente es no sólo defender las identidades de los pueblos amenazados de extinción sino, precisamente por ello, recuperarlas y adecuarlas a las nuevas situaciones para combatir más eficazmente el uniformismo capitalista.

Intervenciones posteriores sentaron las bases para consensuar las diferencias. Sostenían que el Foro Social es Mundial, y que por tanto debe desarrollar una visión mundial en la que lo común a los pueblos oprimidos integre y supere a lo específico a cada uno de ellos, sin anularlo, y que por tanto debe respetarse el derecho de cada pueblo a decidir si quiere un Estado único o uno plurinacional, según las circunstancias concretas. También se llegó a una especie de síntesis sobre lo que une e identifica en lo básico a las reivindicaciones del los pueblos y naciones sin Estado, oprimidas por otras potencias: 1) La defensa de la propiedad comunal, de lo colectivo sea material o simbólico, como exigencia y necesidad del los pueblos; 2) La defensa de sus complejos lingüístico-culturales, de sus referentes identitarios y de sus memorias comunes, impidiendo su destrucción, su mercantilización capitalista y su desnaturalización por la dictadura lingüístico-cultural y tecnocientífica imperialista; y 3) El derecho a la autodefensa de los pueblos, a las formas de resistencia que cada uno de ellos decida practicar ante las agresiones invasoras.

Dentro de este panorama general de debate abierto y constructivo, se profundizó en la unidad entre la lucha de clases y la lucha por la independencia de las naciones a las que se les niega el derecho a disponer de su Estado propio, al margen de la forma que quieran darle, de sus relaciones con otros Estados, sean plurinacionales para integrar culturas, etnias y pueblos diferentes pero unidos en el mismo proyecto histórico, o sean uninacionales. La unidad dialéctica entre lucha de clases y lucha nacional se constató en la certidumbre teórica de que el capitalismo es el enemigo mortal de los pueblos y naciones, de etnias y culturas aborígenes que ven cómo el “progreso” destroza sus tierras, sus territorios y sus identidades.

Por falta de tiempo, no pudieron concluirse los debates muy interesantes sobre la valía para la lucha socialista del concepto de “Buen Vivir” que tienen naciones y pueblos andinos, y que consiste en una serie de normas de comportamiento interno al colectivo, externo hacia la naturaleza, y externo respecto a otros colectivos. En realidad, las distintas exposiciones trataron sobre problemas candentes que superan al concepto de “Buen Vivir” expuesto por dos colectivos originarios, aunque por lo allí oído no tenían por qué cuestionar sus bases de fondo: respeto a la propiedad colectiva, respeto a la naturaleza como totalidad y respeto a los pueblos. Fue una pena que no se pudiera acabar este debate porque el tema del “Buen Vivir” se inscribe de lleno en las formas sociales de lo que podemos definir como “modo de producción asiático”, o “incaico” o, sin precisiones ahora, “tributario”.

El debate que no pudo realizarse, aunque se rozó una y otra vez, trata sobre cómo utilizar lo bueno que conserva el “Buen Vivir” dentro de la construcción de una sociedad socialista en la que la propiedad colectiva sea la base sobre la que se yergue o el centro alrededor del cual gira la sociedad en su conjunto. Sin embargo, surgieron en las pocas intervenciones que pudieron hacerse advertencias muy claras sobre las precauciones que se deben tomar en el momento de intentar aplicar el “Buen Vivir”, tal como lo definieron los dos colectivos allí presentes, con sus diferencias de matiz entre ellos, a las condiciones capitalistas. Por ejemplo, a las barriadas, fabelas y bidonvilles que crecen en las conurbaciones de muchos países empobrecidos y explotados por el imperialismo. Por ejemplo, cómo relacionar las formas comunitarias de relaciones sociales andinas a las formas comunitarias en las luchas obreras y vecinales, en las “ollas colectivas”, en los movimientos populares y sociales, en cualquier lucha autoorganizada, etc.

Muy interesante por lo que sacó a la luz, fue también el breve encontronazo sobre la nueva ideología reformista del decrecimiento como alternativa a la crisis ecológica, medioambiental y alimentaria, y las tesis críticas de la respuesta a esta intervención, según la cual el decrecimiento no toca los problemas decisivos y estructurales, los que se refieren a la propiedad de las fuerzas productivas. No dio tiempo a profundizar en esta cuestión que va a ir en aumento porque la ideología del decrecimiento es muy útil en estos momentos a determinados reformismos interesados en desviar el debate y la acción sobre la propiedad pública o privada de las fuerzas productivas, de las fábricas, de las tierras, bosques y desiertos, de los océanos y de los vientos, para reducirlo a mera palabrería sustentada en datos ciertos pero desconectados y separados de toda contextualización social e histórica.

En definitiva, lo que ocurrió en estos y otros debates derivados fue que, tal vez sin quererlo por la mayoría de los asistentes, reapareció en viejo choque entre, por un lado, la visión marxista de la historia abierta, dialéctica y concreta, que depende de los resultados de las luchas, y por el lado opuesto, la historia mecánica, cerrada y abstracta, eurocéntrica --y “rusocéntrica” en su tiempo-- que quiso imponer un solo modelo de acción a todos los pueblos del mundo. O en otras palabras, un fantasma llamado Mariategi estaba más vivo que nunca recorriendo la carpa de debates sobre la crisis de la civilización burguesa, aunque la mayoría de las personas asistentes no lo supieran. Parafraseando al Marx del primer volumen de El Capital: “No lo saben, pero recuperan a Mariategi”.

Como se aprecia, dentro del FSM se ha producido una especie de “anomalía” que ha abierto la posibilidad de vías de avance revolucionario no deseadas por el grupo dominante. Es cierto que se trata del primer paso, que éste puede quedarse reducido a un peligroso síntoma controlado por la efectividad burocrática interna, que incluso aunque supere estos y otros obstáculos este paso inicial tampoco tiene asegurado su futuro porque todavía carece de suficiente experiencia y solidez interna, corriendo el riesgo de la disgregación. Todo esto es cierto. Pero el que se haya debatido de una forma tan directa sobre el proceso histórico que va desde lo comunal en las sociedades preclasistas y precapitalistas hasta el comunismo postcapitalista, desde una visión radicalmente enfrentada al imperialismo y recuperando reflexiones clásicas de lo que podríamos definir como el marxismo dialéctico, esta experiencia es ya en sí misma un avance enorme.

Correspondería luego a cada clase explotada, a cada nación oprimida, a cada lucha de las mujeres, etc., debatir y aclarar qué pueden extraer de positivo para sus propias acciones de toda esta riqueza teórica que puede empezar a surgir si se estabiliza y se concreta este avance. La trasplantación mecánica de un debate tan general y básico como el realizado a las complejas diferencias que existen en la realidad mundial, este error, cometido frecuentemente en el pasado y en el presente, acarreará funestas consecuencias si vuelve a repetirse. Pero existe un error más dañino: el de despreciar las lecciones de la historia y seguir creyendo que el capitalismo imperialista ha dejado de ser la fiera irracional y asesina que siempre ha sido.

Aun así, queda mucho por hacer. Entre otras cosas lograr que el FSM se articule como un Foro de debates que culminen en una propuesta práctica de objetivos materiales que se presente a la humanidad trabajadora, con plazos y con sistema de valoración crítica y autocrítica. Son muchos los intereses políticos que se niegan a pasar de la interpretación a la transformación, pero todo indica que existen cada vez más condiciones para lograr que la transformación de la realidad pase a ser una urgencia asumida por cada vez más sectores críticos dentro del FSM y fuera de él. Pero el resultado de este conflicto no se decidirá en el interior de la cocina burocrática del FSM sino a partir de la marcha de las luchas revolucionarias, en primer lugar; de los efectos de éstas dentro del Foro en segundo lugar y, por último, gracias a los acuerdos entre fuerzas políticas de izquierda dentro y fuera del FSM para acelerar su transformación.


EUSKAL HERRIA (25-II-2009)

Fuente: http://www.dariovive.org

https://www.alainet.org/pt/node/132736
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