Desarrollo rural en el siglo XXI: Ya una década
17/01/2011
- Opinión
Se fue una década del siglo XXI. A partir de ahora, casi cada fecha rememora alguna mención de la literatura de ciencia ficción del siglo pasado, cuando pensar en los dígitos que sucederían al año dos mil sugería colonias en el espacio, robots a cargo de las tareas humanas más pesadas y la omnipresente amenaza de guerras y hecatombes.
La realidad es menos generosa que los pronósticos más progresistas y menos aterradora que los fatalistas. En verdad la humanidad atraviesa problemas que reafirman lo vulnerable de nuestras existencias y el camino que hay que recorrer cada día para ver el siguiente tramo. En términos generales las principales aspiraciones de la humanidad y la interrelación entre sociedades son desafíos todavía en construcción. Mientras que la continuidad y perseverancia del mundo rural y agrario, y las permanentes amenazas de crisis alimentaria nos muestran que hay aspectos de la vida cotidiana de personas, sociedades y Estados que son tan triviales y a la vez tan imprescindibles como en épocas pasadas.
Mirada a la región
En Sudamérica, la primera década del siglo XXI deja una sensación de buena racha, debido a que el precio de las materias y productos primarios se ha elevado ostensiblemente, por lo que la mayoría de los gobiernos dispone de recursos para implementar políticas sociales, presentando al mundo esfuerzos más dignos y una diplomacia más empoderada.
Con pocas excepciones, las instituciones multinacionales tradicionales han disminuido su importancia o son menos visibles, ya que han sido sustituidas por figuras presidenciales que tomaron protagónicamente el ámbito internacional, evitando intermediaciones y aparatos tecnocráticos inflados. Cada presidente y presidenta, con su estilo propio, ha contribuido a generar mejores condiciones de articulación entre los países; algunos incluso comenzaron a superar un cierto aislamiento en la región. Y con distintos niveles de protagonismo se han generado condiciones para un acercamiento entre los pueblos, finalmente hoy se puede circular en todos los países de Sudamérica, por periodos de noventa días, sin necesidad de visa ni ningún permiso especial.
Pese a que se generaron procesos de integración, también hubo gobiernos que actuaron de manera desarticulada y hasta conflictiva, como fue evidente en los permanentes roces entre Venezuela con Colombia; Ecuador y Colombia; Bolivia con Perú y Uruguay con Argentina para mencionar sólo algunos, amén de las divisiones internas en la Comunidad Andina de Naciones (CAN) ante las negociaciones con la Unión Europea. La crisis del año 2008, con la subida de precio de los alimentos y la amenaza del desabastecimiento, mostró la debilidad de tratar temas coyunturales y de emergencia a nivel regional, situación que se repitió durante las negociaciones sobre abastecimiento energético y medio ambiente.
Sin embargo, a pesar de los unilateralismos y algunos despropósitos, en términos institucionales para Sudamérica, un paso importante durante la primera década del siglo XXI ha sido la constitución de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR), organismo intergubernamental que integra a los doce países de la región, y que, justamente en este enero 2011 entra en plena vigencia luego que fuera ratificado por nueve países según el requisito que consta en su tratado constitutivo.
A la fecha ratificaron UNASUR: Argentina (2 de agosto 2010), Bolivia (11 de marzo 2009), Chile (22 noviembre 2010), Ecuador (15 de julio 2010), Guyana (12 de febrero 2010), Perú (11 de mayo del 2010), Surinam (5 de noviembre de 2010), Uruguay (30 noviembre 2010) y Venezuela (13 de marzo de 2010). La decisión aún queda en proceso de aprobación en los parlamentos de Brasil, Colombia y Paraguay.
Con este paso, UNASUR se convierte en un organismo regional importante en términos políticos, con especial énfasis en la vigilancia de los procesos y regímenes democráticos en la región y el intercambio en materia de seguridad y ayuda coordinada entre países.
Construyendo la región
Además de cierto discurso político, la academia, los organismos multilaterales, las instituciones de cooperación, están comenzando a diferenciar más claramente la particularidad de Sudamérica dentro del contexto latinoamericano, aunque hasta el momento sea todavía difícil encontrar información desagregada para la región, pese a que se van haciendo esfuerzos en ese sentido.
La opción por Sudamérica no es contraria a la hermandad y la tradición latinoamericana, sino que se trata de una manera alternativa de articular, descomponer y construir subregiones para aprovechar mejor las oportunidades que ofrecen aspectos culturales compartidos y también la geografía y la historia. Ya no es posible dudar que Sudamérica, como bloque, pudiera acompañar mejor a los países del sur con un proceso de integración sólido.
Se trata de un proceso de integración que no es ni será nada sencillo. De hecho, una de las características de la región que es necesario tener presente, es la diferenciación interna a partir de las peculiaridades de cada uno de los países que la integran. El gigante Brasil, que prácticamente tiene la mitad de la población sudamericana (190.000.000 de los 380.000.000 estimados), así como la mitad del territorio y de todos los recursos naturales, humanos y tecnológicos existentes. En el extremo, países pequeños con tasas de población, crecimiento y desarrollo económico significativamente menores.
Sin embargo, desde la óptica del desarrollo rural, más allá de los aspectos específicos, los países de la región concentran las mayores contradicciones de las políticas públicas, mostrando inversión en una pujante agroindustria en expansión frente a un apoyo atención marginal a las comunidades indígenas y a la economía campesina. De tal suerte que, en coherencia con sus propias proporciones, se sienten diversos impactos de procesos acelerados de deforestación para incorporar nuevas tierras al proceso agroindustrial, dentro y fuera de sus límites geográficos, así como la presencia de campesinos sin tierra en permanente movilización.
Trama de poderes
No cabe duda que esas características pesan y pesarán en los procesos de integración. Dentro de Sudamérica y en el mundo, Brasil continuará desplegando su potencial como un jugador de primera línea en la reconstrucción de los ejes internacionales de poder. Su presencia como líder de una alianza sudamericana se ve con optimismo en el conjunto de intereses de sus países vecinos. La interdependencia de los países de la región obligará al conjunto de gobiernos a reforzar los lazos de integración, porque si bien hay indicios de hegemonía brasilera, las nuevas relaciones internacionales son reacias a la imposición de la fuerza. Hasta el momento, Brasil ha mostrado una diplomacia inteligente, mayor a algunos de sus inversionistas privados que actúan en la región, lo que es bueno rescatar y promover como contrapartida.
Los países chicos y de menores recursos disponibles, con gran poder de interpelación en unos casos y de pretendido veto en otros, han aprovechado oportunidades del trato diferenciado en los bloques subregionales que, sin embargo, fueron insuficientes para desarrollar amplias capacidades productivas, más allá de los sectores relacionados a las ventajas preferentes. Deuda similar a la expectativa inconclusa de distribuir adecuadamente esos beneficios entre la mayoría de su población. Hay, por tanto, características comunes y diferencias sustantivas entre los países sudamericanos. Tal reconocimiento no es una verdad de Perogrullo, sino la base de sentido común para identificar y manejar unas y otras, en el entendido de que es posible establecer márgenes de complementariedad y beneficio para cada uno de los países de la región, lo cual debería llevar a la aceptación de lugares y papeles diferenciados con base en objetivos comunes.
Sudamérica como bloque
El rol de un emprendimiento de naturaleza regional como bloque se podría caracterizar fácilmente como una mejor administración de energía y alimentos, los dos principales recursos estratégicos de los que dispone el subcontinente, para superar los grandes problemas sociales que la propia región enfrenta.
Entre los principales desafíos están la creciente desigualdad social por una inequitativa distribución de la riqueza; excesiva y desordenada explotación de los recursos naturales, el empobrecimiento de la población y su creciente dependencia a los programas sociales básicos, la ausencia de empleo estable y digno y todos los conflictos que esto genera, incluidos la inseguridad ciudadana, narcotráfico y redes de explotación laboral.
En el marco de esa tensión entre fortalezas y deudas económico – sociales, hay, sin embargo, la certeza de que los países sudamericanos comparten como un común denominador su fortaleza en la producción agropecuaria, como se demuestra con que la región constituye el principal bloque exportador de productos agropecuarios del mundo. Por otra parte, Sudamérica cuenta con abundantes recursos forestales (cerca de la mitad de bosque primario del mundo y el primer lugar en bosque húmedo) y una importante disponibilidad de agua dulce del planeta (estimada entre el 30 y 40% del total planetario).
Bajo esas características, el debate sobre el desarrollo rural es ineludible en las políticas sociales y económicas de los países sudamericanos, presentándose como principal contradicción que, siendo el campo el origen de los recursos estratégicos y teniendo inversiones agropecuarias gigantescas, en esos mismos territorios se concentren aún los mayores niveles de pobreza. A esto se añade el agravante de que existen dudas razonables sobre la sostenibilidad del sistema de explotación agroindustrial, y cada día hay más críticas a los pasivos ambientales que esa actividad deja a su paso.
Otro tema relacionado es la administración y gestión de la propiedad de la tierra, que es la base y el respaldo de muchas de las políticas sustantivas de la economía de los países sudamericanos. En la mayoría de los casos la población y los gobernantes se preguntan si es necesario limitar el acceso del capital transnacional a la propiedad del suelo y las inversiones agro empresariales, mientras que los pobres no cesan en su presión por tierras y los derechos territoriales indígenas continúan en la agenda y en algunos casos se consolidan.
En definitiva, Sudamérica arranca el principio de una segunda década del siglo XXI con pocas certezas, por lo que cabe esperar rupturas y reconstrucciones. No hay duda que existen recursos y liderazgos, pero sigue siendo un reto saber cómo aprovecharlos para garantizar una ciudadanía equitativa y mejores condiciones de vida para la mayoría de la población.
- Oscar Bazoberry es sociólogo, dirige el Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS). Carmen Beatriz Ruiz es comunicadora, investigadora asociada al IPDRS
https://www.alainet.org/pt/node/146818
Del mismo autor
- Derecho a la Tierra, no solo palabras 18/12/2012
- MERCOSUR con Venezuela, implicaciones regionales 19/08/2012
- Chaco Boreal ¿una o muchas regiones? 18/04/2011
- Desarrollo rural en el siglo XXI: Ya una década 17/01/2011
- Adelante África! 01/02/2007
- Referéndum sobre autonomías, ¿qué nos consultan? 22/06/2006
- Las polaridades políticas del próximo decenio 08/06/2005
Clasificado en
Clasificado en:
Integración
- Facundo Escobar 14/01/2022
- Eduardo Paz Rada 03/01/2022
- Francisco Eduardo de Oliveira Cunha 03/01/2022
- Adalid Contreras Baspineiro 13/10/2021
- Juan J. Paz-y-Miño Cepeda 21/09/2021