El sentido de la historia, la revolución ciudadana y la oposición en el Ecuador
- Opinión
El sentido de la historia
Comencemos haciéndonos una pregunta de reflexión que exige, de quién la responda, el más alto grado de honestidad. Honestidad que debería estar más allá de las ideologías o las banderías políticas, inclusive de la preparación académica o el nivel cultural de los interrogados, pues de la respuesta que demos depende el futuro. Es una pregunta que el ser humano se ha hecho cada cierto tiempo y que en Ecuador la puso de moda el actual presidente de la república: ¿vive la humanidad una época de cambios o un cambio de época?
En la cultura occidental Sócrates es el primer mártir de la razón por haber sostenido que en su tiempo se estaba viviendo un cambio de época y no sólo una época de cambios. Bebió la cicuta para refrendar sus convicciones. Platón y Aristóteles creyeron que estaba equivocado. Ellos pensaban que lo sensato y racional era apoyar los cambios posibles dentro de la época que les había tocado vivir, haciendo de su filosofía política la matriz universal de las concepciones conservadoras. Ningún filósofo, a lo largo del tiempo, tuvo tanto miedo al futuro como los dos griegos. Jamás pudieron columbrar una sociedad sin la fuerza laboral de los esclavos. La democracia y la libertad ungían sólo a los patricios, a los Arcontes, a los dueños de esclavos.
Cinco siglos más tarde Jesús de Nazaret cree que le ha tocado vivir un cambio de época y su honestidad consecuente le lleva a morir en una cruz. Su mensaje de paz y amor les hizo comprender a los esclavos que se había iniciado un cambio de época en la cual ellos iban a dejar de ser objetos para comenzar a ser seres humanos. Los asesinos de Jesús de Nazaret también pensaban que sí se podían hacer algunos cambios para eternizar la época de privilegios que les había tocado vivir.
Maquiavelo en el siglo XV, Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro y Martín Lutero, anuncian el cambio de época y se topan con la ciega incomprensión de quienes creen que nada debe cambiar porque el mundo, la sociedad y el ser humano están hechos por un Dios perfectísimo, incapaz de equivocarse. Esas fuerzas crearon el Tribunal de la Santa Inquisición para oponerse al cambio de época que se anunciaba. Hoy la Iglesia ha tenido que arrepentirse y pedir perdón a la humanidad por esos crímenes sin nombre.
Los enciclopedistas en el siglo XVIII no dudan en afirmar que están viviendo un cambio de época, dejando la otra respuesta para los monarcas y sus cortesanos parásitos que, como Platón, tenían pánico de los cambios. Adam Smith, desde Inglaterra, anuncia que en el futuro la humanidad ya no vivirá de la tierra, sino de la industria, con lo cual grafica magistralmente el cambio de época.
Así como el fin del esclavismo viene acompañado de grandes rebeliones de esclavos, el fin del feudalismo está envuelto en la violencia revolucionaria, esta vez de una burguesía ilustrada y económicamente poderosa que hecha al tacho de la Historia la testa de la monarquía.
Lenin, a comienzos del siglo XX, dotado ya de un instrumento ideológico para la acción política, percibe lúcidamente el cambio de época. Con él se inicia la más grande aventura jamás intentada por el ser humano de construir una sociedad igualitaria, sin clases sociales, ni propiedad privada sobre los medios de producción. La aventura terminó en fracaso, pero la percepción del cambio de época sigue siendo correcta. Lo dice la crisis generalizada del capitalismo y su civilización que, a estas alturas, lleva a la Iglesia católica, apostólica y romana a considerar crimen y pecado mortal atentar contra la naturaleza, con lo cual está señalando al capitalismo corporativo y transnacional como culpable.
Fidel Castro y el Che Guevara en América Latina, Mao en China, Ho Chi Min en el Lejano Oriente -desde las sociedades sub desarrolladas-, perciben el cambio de época como la línea correcta que marca la Historia, en contraposición a la apreciación anti dialéctica de los colonialistas, imperialistas y capitalistas que asumen la época de cambios como el telón de fondo de su conducta, de su filosofía, de su acción y de su proyección histórica.
Dos formas de entender la Historia, dos formas de asumir la realidad, de las cuales se desprenden conductas diferentes. Ni los pueblos más primitivos vivieron sin una imagen del futuro. Los griegos concebían la historia como una rueda circular en la cual los pueblos surgían, se desarrollaban, llegaban a su fin y volvían a comenzar; los hebreos imaginaban la Historia como una línea recta que terminaba en el fin de los tiempos y los pueblos ancestrales de América creían que la Historia no tenía fin en un viaje que iba de lo más elemental a lo más complejo en una espiral eterna, de dónde podemos concluir que el sentido de la Historia es un elemento consubstancial a la filosofía política, sin el cual es imposible entender la civilización humana.
El fraude histórico de la revolución ciudadana
Cuando en el 2006 Alianza País propone su plan de acción política y presenta al líder que habría de llevarlo adelante, el Ecuador se encontraba postrado como resultado del saqueo inmisericorde que la oligarquía, por medio de la partidocracia, había hecho de todos sus recursos. En realidad de verdad, a comienzos del nuevo milenio ninguna propuesta de desarrollo proveniente de la oligarquía inspiraba confianza en los sectores populares, es más, se tenía la impresión que el mismo concepto de desarrollo había caído en un descredito total.
Rafael Correa percibe correctamente el sentido de la Historia al iniciar su carrera política. Sabía, no solo que en el Ecuador un modelo de acumulación estaba agonizando, sino que la civilización capitalista, a nivel mundial, estaba sacudida por una crisis terminal en todas sus estructuras.
Es en este punto donde la izquierda “racional” y oportunista, que nunca pudo levantar una propuesta alternativa de desarrollo ni preparar en sus propias filas la figura de un líder, le entregó su discurso y sus símbolos. Sobre una conciencia liberal, fuertemente matizada por la moral tradicional y las ideas sociales de la iglesia católica, Rafael Correa ha usado, desde entonces hasta la actualidad, el discurso y los símbolos revolucionarios latinoamericanos, poniéndose de esa forma a tono con el sentido de la Historia. Ha tenido a su favor la tendencia continental de los llamados “gobiernos progresistas” cuya tónica general es mejorar el capitalismo y no ayudarlo a morir.
La izquierda “boba”, primero y, “arrepentida”, después, descubrió más tarde que temprano que Rafael Correa no era otra cosa que un agente de la modernización capitalista en el Ecuador, como él mismo -ya con la sartén por el mango-, lo proclama ahora a voz en cuello y a los cuatro vientos. Su objetivo histórico es dar término al proyecto trunco de Alfaro de construir el Estado-nación en el Ecuador, democratizando el capital en el marco del desarrollismo planteado por la CEPAL desde hace más de medio siglo. Dicen los ideólogos de este proyecto que, después de superado ese nivel –la sociedad pos-neoliberal-, vendrá lo que ellos llaman un “socialismo de mercado” y posteriormente un “bio-socialismo” que no se parece a nada de lo que teóricamente existe y que sólo ellos entienden.
Ese es el proyecto histórico de la Revolución Ciudadana, muy lejos de parecerse siquiera a una revolución socialista, como así lo demuestran todas las evidencias que se desprenden de la heterodoxia económica aplicada por Correa en estos nueve años de gobierno, mero continuismo económico envuelto en el discurso socialista. La izquierda “arrepentida” sigue lloviendo sobre lo mojado, abundando con datos y estadísticas para demostrar esta evidente verdad. Me parece que esta verdad ha dejado de ser un punto de llegada para convertirse en el punto de partida de la lucha revolucionaria.
Sí, porque todo lo que se ubique a la izquierda de Correa estará sintonizado con el “sentido de la Historia” y estará respondiendo que el Ecuador y la humanidad están viviendo un cambio de época y todo lo que esté a su derecha solamente una época de cambios. La poca y superficial obra de la Revolución Ciudadana era necesaria en el Ecuador y le tocó en suerte a un reformista disfrazado de revolucionario llevarla adelante, pero nadie, salvo que quiera ser tachado de idiota, podrá negar que hemos avanzado unos pasos.
Que vayamos más allá, que vayamos a la construcción de un verdadero Estado Plurinacional, que hagamos una profunda transformación agraria, que revolucionemos la estructura propietaria, que construyamos otro tipo de democracia, que luchemos junto al pueblo y no por el pueblo, depende de que sepamos construir una vanguardia político-espiritual con firmeza ideológica y sólida estructura orgánica. Los “socialistas arrepentidos” hablan de refundar el país llamando a una nueva Asamblea Constituyente. Una vez más demuestran su bronco sentido de la Historia. No es posible detener el impulso que Correa le ha dado al proceso, hay que acelerarlo. Eso sólo puede hacerlo una fuerza revolucionaria, ´porque Correa tocó fondo.
Ñucanchi Socialismo, Nuestro Socialismo, no dice que es esa fuerza, dice que quiere serlo, porque se siente heredero de nuestra tradición de lucha, porque cree tener un planteamiento alternativo al proyecto correista y porque está aprendiendo a encontrar las coincidencias entre el pensamiento ancestral andino y lo mejor del pensamiento revolucionario de occidente.
Se aproximan tiempos de revolución en el Ecuador, tiempos en que la obra revolucionaria cimentada en la voluntad popular, hará ver cuán pequeños han sido “los logros” de la Revolución Ciudadana, a los que el pueblo sabrá llamar por su verdadero nombre: fraude histórico.
La oposición
A estas alturas la gestión gubernamental genera reacciones en los dos extremos de la estructura social ecuatoriana: los sectores populares, por un lado y, los grupos de poder político y económico, por otro.
Este efecto obedece, básicamente, a la heterodoxia económica del gobierno que anuncia leyes tibias como las de la herencia y la plusvalía y produce una reacción feroz de la oligarquía, pero también una presión popular por radicalizar el proceso de cambio. Es en este punto donde a la Revolución Ciudadana le asalta un ataque de pánico que le obliga a recular en sus intenciones, cediendo a los intereses dominantes y reprimiendo la reacción popular.
La oposición de la izquierda “arrepentida” se da en el marco de las ideas tradicionales de la izquierda, lo que la convierte en un fósil incapaz de incidir en la realidad. Su última “innovación” es plantear la realización de una “nueva Constituyente” como camino para salir del correismo. Esta tesis demuestra cuán alejada está “esa” izquierda de la realidad nacional y, por consiguiente, cuan postizas son sus propuestas ya que parten del deseo subjetivo de sus “brillantes” líderes y no de sintonizar correctamente el “sentido de la Historia” que está en marcha, es la irresponsable postura de quienes siguen creyendo en las prácticas políticas estalinistas del todo o nada.
Plantearse la realización de una nueva Asamblea Constituyente es desconocer el proceso vivido en el Ecuador desde el triunfo de la Revolución Ciudadana y querer inventar el agua tibia como solución a los graves problemas estructurales de nuestro país; una nueva Asamblea Constituyente significa menospreciar la lucha popular que desembocó en la Constitución de Montecristi y no comprender que una nueva realidad jurídica-constitucional se alcanzará a partir de la carta Magna del 2008 y no en contra de ella. Las reformas que haga el pueblo a la Constitución del 2008 serán resultado de la elevación cualitativa de su conciencia revolucionaria con lo cual estará superando los límites demo burgueses del correismo y avanzando a la implantación de un nuevo tipo de sociedad. Eso es lo dialéctico, eso es lo históricamente correcto.
Los líderes de “esa” izquierda engatusan solemnemente a sus militancias haciéndoles creer que la Constitución del 2008 es un saco de imperfecciones y que la única solución es enterrarla y promulgar otra. Eso, aparte de ser una tesis coincidente con las de la derecha, es un discurso falso. La Constitución del 2008 debe ser reformada por el pueblo, no por Correa, en un sentido revolucionario. Eso sería aprovechar la fuerza acumulada y, a su vez, acumular más fuerza en la marcha indetenible de la revolución socialista.
Por otro lado está la oposición de la derecha dinosáurica que hace aparecer a Correa como un líder revolucionario y pro comunista. Pocas son las razones que tienen para pensar de esa manera, pero suficientes para mantener al Ecuador en alerta roja constante. El nerviosismo de los sectores tradicionales de la oligarquía obedece a su incapacidad de comprender que el proyecto correista es duro por fuera (en el discurso) y blando por dentro (en los hechos) y a su negativa obtusa de adaptarse a la modernización general del capitalismo que es, precisamente, lo que Correa está haciendo. Esa oligarquía tradicional no quiere perder el país que tenía antes de la llegada de Alianza País al poder, le parece inadmisible cambiar la nación de corte aristocrático y platónico heredada de la colonia por el Estado-nación moderno que propone la Revolución Ciudadana. Esa oligarquía recalcitrante y racista, todavía respira en el Ecuador, como lo demostró el discurso incendiario de Nebot el 25 de este mes en Guayaquil ante centenares de miles de sus propias víctimas.
La neoderecha en el Ecuador conforma otro sector de la oposición a Correa. Estando de acuerdo con su proyecto no soporta el aire altanero que la personalidad de Correa tiene, porque les llena de desconfianza. No aceptan que la modernización del capitalismo galope sobre un discurso revolucionario porque creen que se puede volver incontrolable. Voceros de la neoderecha que expresan sus ideas a través del periodismo (Hernández, R. Aguilar, entre otros) libran una batalla sin cuartel contra la figura de Correa, condenando su autoritarismo y reclamando por una democracia que, dicen, está perdida.
Todo ese escándalo no tiene razón de ser, porque el proyecto correista, en lo medular, satisface las aspiraciones de este sector. Sólo es una cuestión de “estilo”. Por mucho que escarbemos en sus planteamientos no encontraremos ninguna propuesta política de superación del correismo, sólo los postulados sacrosantos del discurso liberal, llevados a su máxima expresión en esta época del capital financiero y la globalización que, en el fondo, son las mismas tesis de la Revolución Ciudadana. Lo que no les gusta es el director de orquesta. Una retórica sin ninguna propuesta que no sea la defensa a ultranza de la anoréxica democracia burguesa. Por eso, personajes de la izquierda reformista también coinciden con la neoderecha y dirigentes de centro, como Villavicencio, Jiménez, Carrasco, Tibán y muchos otros no sólo que coinciden con ellos, sino que inclusive, está dispuestos a formar un frente nacional que incluya hasta la derecha tradicional para quitarse a Correa de encima y hacer las cosas a su manera, es decir, lo mismo, pero con otro “estilo”.
A los voceros de la neo-derecha les gusta victimizarse, sentirse perseguidos, ser el objetivo principal de la coerción del régimen, poner el grito en el cielo cuando la SUPERCOM les multa o les llama la atención por algo que han publicado. No se puede negar que el autoritarismo del régimen alcanza también para ellos, pero hay que ser ciegos para no ver que ese autoritarismo está dirigido, principalmente, contra los dirigentes populares y los movimientos sociales, nivel en el cual se juega la verdadera suerte del Ecuador.
Uno de esos voceros, Roberto Aguilar, sostiene que sólo faltan 101 sabatinas para recuperar el país que perdimos. ¿Hasta qué punto es acertada esta afirmación? Correa es experto en poner sobre la mesa los temas del debate nacional, su mérito es haberlos hecho visibles y, con sólo eso, ha contribuido poderosamente a cambiar la ´realidad “municipal y espesa” que nos ha caracterizado. El Ecuador de hoy, de ahora, ya no es el mismo de ayer o de antes de ayer, pero eso no quiere decir que es el que queremos. No podemos volver a un Ecuador vertical, de oligarcas disfrazados de demócratas, de economía concentrada en manos de unos pocos, de élites perpetuadas en el poder. Cierto que nada de esto ha cambiado todavía, pero, repito, Correa ha tenido el valor de visibilizar los problemas nacionales y ponerlos sobre el tapete de la discusión.
Por eso está surgiendo una nueva oposición, más auténtica y más centrada. Una oposición ideológica que no pierde tiempo en demostrar que Correa es el artífice de la modernización capitalista en el Ecuador porque el resultado de su acción durante estos últimos nueve años está a la vista, ni tampoco abriga ninguna esperanza de que pueda ir del reformismo consubstancial a su formación a una postura revolucionaria. Una posición ideológica que se ubica a la izquierda de Correa y que está destinada a ir al fondo de todos los problemas nacionales que Correa sólo los planteó.
Esta nueva oposición no lucha por el pueblo, sino junto al pueblo, rescata el pensamiento ancestral andino y lo fusiona con lo mejor del pensamiento revolucionario de occidente y cree que, con esas armas, será capaz de cambiar el Ecuador, avanzando dialécticamente del reformismo correista a la revolución verdadera. No puede el Ecuador dar un salto hacia atrás permitiendo el triunfo de la derecha, porque el “sentido de la Historia” nos dice que tenemos que avanzar. Al régimen correista le pedirá cuentas un gobierno revolucionario y no una coalición de centro-derecha que vendrá a imponer venganza y no a implantar la justicia revolucionaria.
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