El Uruguay y sus asuntos exteriores: sin rumbo latinoamericanista
- Opinión
A principios del mes de marzo el Dr. Tabaré Vázquez, presidente de Uruguay, cumplió su primer año de mandato. Se trata de la segunda oportunidad en que ocupa ese cargo y este es el tercer gobierno de la coalición de izquierdas en el poder desde marzo de 2005. Aunque ya ha transcurrido poco más de una década desde aquella primera victoria electoral a fines de 2004, mi comentario procurará abordar fundamentalmente lo que ha sido este último año de gestión, más allá de que no se pierde de vista la primera administración del propio Vázquez (2005-2010) y también el período de José Mujica al frente del Ejecutivo entre 2010 y 2015.
El balance y las perspectivas futuras no auguran un panorama precisamente alentador. Todas las evidencias indican que tanto el gobierno como el partido que lo sustenta atraviesan su momento más crítico. Vázquez propiamente se refirió al mismo en su balance emitido a principio de mes, reconociendo que ha sido un año “difícil”.
Los apuntes que aquí comparto con los lectores tienen la intención, no exhaustiva por cierto, de repasar algunos de los puntos de mayor tensión priorizando las relaciones exteriores y, fundamentalmente, las declaraciones asumidas ante la siempre desafiante e intervencionista política hemisférica de Estados Unidos en América Latina.
Entre los muchos y cada vez más preocupantes signos negativos asoman posturas francamente regresivas en cuanto al manejo de los asuntos exteriores en general. Ello no es novedoso y debe entenderse dentro de un abanico más amplio de lo que a esta altura constituye un profundo proceso de claudicaciones políticas, ideológicas y, por sobre manera, éticas.
En cuanto a esto último una muestra elocuente de lo que se afirma es el episodio en torno a la habitual auto-atribución del título de “Licenciado” por parte del Vicepresidente de la República, Raúl Sendic. Una investigación periodística confirmó la ausencia del mismo. Si bien cabe reconocerse que es notorio que ello resulta irrelevante para el cumplimiento de sus funciones como gobernante, el ocultamiento daña aún más su credibilidad porque sale a la luz poco después de que se conocieran algunos detalles relativos a su anterior gestión como director del Ente petrolero estatal, ANCAP, cuyas pérdidas ascienden a casi 800 millones de dólares. La autocrítica no parece caracterizar las acciones del gobierno “progresista”: en sus filas tanto el propio Sendic como los más importantes dirigentes del partido atribuyeron lo sucedido a un intento de desestabilización de la institucionalidad por parte de la oposición y los medios de prensa, paso previo a dar por cerrado el debate.
Detengamos entonces nuestra mirada, como se escribió, en lo que ha sido el desempeño exterior del país como parte de América Latina. Allí se advierten manifiestas inconsistencias que en buena medida pueden ser explicables en función de lo que parece ser, cuando menos, una escasa versación histórica de los más conspicuos representantes del gobierno.
Cuando en marzo de 2015 Estados Unidos hizo pública su orden presidencial condenatoria contra Venezuela sustentando la misma en que este país constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior” estadounidense, el presidente venezolano Nicolás Maduro respondió con dureza ante tal acto intervencionista. A la vez, exhibió -una vez más- notorias pruebas sobre la implicancia de representantes estadounidenses con integrantes de una oposición que asumía rasgos crecientemente violentos.
Sendic, el Vicepresidente uruguayo, raudamente se desmarcó de lo que denunciaba el gobierno de Venezuela: sostuvo no tener pruebas de las “injerencias externas” a las que aludía Maduro. Poco después, fue el propio canciller Rodolfo Nin Novoa quien dijo sentirse “enormemente preocupado” porque los acontecimientos de aquel país “no condicen con la excelencia democrática”. Lo interesante de la afirmación lo constituye el hecho de que estaba destinada a cuestionar al gobierno electo democráticamente y no a quienes buscaban quebrar la institucionalidad.
Meses después, en este sinuoso marco plagado de “debates” superficiales acerca de las relaciones internacionales del país con sus vecinos latinoamericanos, llegó la “nota” de Luis Almagro, ex canciller uruguayo devenido actualmente en Secretario General de la Organización de Estados Americanos. El tenor y las derivaciones de la misma son sobradamente conocidos y han sido ya objeto de numerosos comentarios. Importa sí señalar que aunque el canciller Nin Novoa fue parco en sus comentarios, el Ministro de Economía –y ex Vicepresidente–, Danilo Astori, muy cercano al canciller y al mismo presidente Vázquez, indicó que se trataba de una misiva “magnífica” y “muy equilibrada”.
A las inconsistencias ya señaladas debe añadirse el hecho de que la coyuntura internacional muestra otros signos preocupantes: reveses electorales en Venezuela, Argentina, Bolivia y aguda crisis política en Brasil. En medio de una intensa campaña electoral donde tiene posibilidades de ser candidato y más tarde disputar la presidencia el magnate Donald Trump, Estados Unidos parece decidido a lanzar una nueva ofensiva en América Latina, región en la que vio limitadas sus acciones durante la última década.
Pese a todo, el momento no deja de ofrecerle a Vázquez condiciones propicias para encauzar el rumbo hacia los senderos por los cuales históricamente la izquierda de este país transitó antes de llegar al gobierno. La integración como miembro temporal del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acaso sea el sitio más eficaz para ello, siempre y cuando desde la cancillería se estudien los antecedentes, pues el país en 1965 ya ocupó ese sitial. En aquella oportunidad y para finalizar este comentario, los diplomáticos uruguayos deberían revisar la dignísima actuación que le cupo a Carlos María Velázquez defendiendo el principio de no intervención y el de autodeterminación de los pueblos, alzando la voz para censurar la “Doctrina Johnson” luego de aquella recordada invasión estadounidense a República Dominicana.
Roberto García/CELAG