La política exterior de López Obrador
- Opinión
Cada vez que se producen comicios presidenciales o parlamentarios en algún país del mundo y se da a conocer el nombre del/de la ganador (a), los cánones diplomáticos, si es que el proceso electoral a calificar fue “políticamente correcto”, establecen las felicitaciones respectivas de parte de los gobernantes del orbe.
Los comicios del pasado 1 de julio celebrados en México, fueron ejemplares. El Instituto Nacional Electoral (INE) bajo el liderazgo de Lorenzo Córdova, buscó dar certeza y sobre todo credibilidad a las elecciones. La tarea no era fácil. Las elecciones del 2006, debido al estrecho margen por el que Felipe Calderón Hinojosa fue declarado como vencedor vis-à-vis Andrés Manuel López Obrador, generaron dudas en el electorado. El sentir era que a López Obrador le habían “robado” el triunfo. Las elecciones del 2012, en que nuevamente contendió este personaje, aunque menos cerradas que la precedente, y donde el susodicho quedó en segundo lugar, dieron pie nuevamente a especulaciones. En cambio, en 2018, el proceso fue muy cuidado, con electores que acudieron masivamente a las urnas, decenas de observadores nacionales e internacionales y la certificación de que el sistema para contabilizar los votos, era sólido y confiable. ¿El resultado? Los comicios más monitoreados por propios y extraños y en los que el resultado fue contundente: Andrés Manuel López Obrador se alzó como el vencedor legítimo, de manera abrumadora e incuestionable con unos 30 puntos de ventaja sobre Ricardo Anaya, el candidato panista. El Partido Revolucionario Institucional (PRI) quedó relegado a un distante tercer lugar en medio de la estupefacción de militantes y simpatizantes. Pero, al margen de ello, el INE realizó un trabajo impecable, digno de reconocimiento y no tardarán, organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Organización de los Estados Americanos (OEA), entre otros, en solicitarle su expertise en la realización de procesos electorales en diversos países del mundo -como ya había ocurrido previamente, sólo que ahora, con un prestigio difícil de emular por otras instancias electorales del planeta.
Tan pronto como se conoció el resultado de los comicios y la victoria de López Obrador, se produjo una avalancha de felicitaciones procedentes de líderes políticos de todo el mundo. Donald Trump, Angela Merkel, Emmanuel Macron, Justin Trudeau, Antonio Guterres, Nicolás Maduro, Juan Manuel Santos, Martín Vizcarra, Miguel Díaz-Canet, Evo Morales, Vladimir Putin, Salvador Sánchez, Pedro Sánchez, Luis Almagro, Bernie Sanders, Giuseppe Conte, Rafel Correa, Michelle Bachelet, Danilo Medina, entre otros, felicitaron en distintos tonos, desde los más festivos hasta los más formales, a Andrés Manuel López Obrador. Hay igualmente congratulaciones de organizaciones sociales de todo el mundo.
El momento político del Presidente electo es extraordinario. No sólo tiene el consenso y la legitimidad internas, sino, además, la posibilidad de escribir un nuevo capítulo en las relaciones internacionales de México. Al respecto, vale la pena echar una mirada a lo que podría ser su política exterior.
Como es sabido, hace meses López Obrador presentó a una parte del gabinete que lo acompañaría en su gobierno, de ganar la elección. Así, anunció que Héctor Vasconcelos, diplomático de carrera, ex embajador de México en Noruega y con experiencia en el ramo, presidiría la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). Empero, en la noche del 1 de julio, en el Zócalo de la Ciudad de México, al pronunciar su segundo discurso tras conocerse su victoria, López Obrador señaló que, en los temas internacionales, además de Vasconcelos, contará con el apoyo de Marcelo Ebrard. No estaría mal que sumara a experimentados diplomáticos de carrera, como, por ejemplo, la actual representante de México ante la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Martha Bárcena Coqui y otros más, quienes pueden aportar su visión y conocimientos para gestionar una política exterior en la que hay mucho por hacer. El perfil ideal del próximo o la próxima canciller, es el de una persona experimentada en la gestión de los asuntos globales -ojo, no aprendices- y con el oficio político para la promoción cabal de los intereses de México en el mundo.
Varios líderes mundiales aprovecharon la felicitación a López Obrador para externar su interés de reunirse con él a la brevedad, entre ellos, Donald Trump, Ángela Merkel y Justin Trudeau. Llama especialmente la atención, el caso del primer personaje: el entusiasmo mostrado por el Presidente estadunidense ante el triunfo de López Obrador, puede ser interpretado de muchas maneras. Al externar su deseo de reunirse “lo más pronto posible” con él, sugiere que la administración trumpiana desea negociar y/o entenderse con el nuevo gobierno, y ya no con el actual. Eso es bueno y malo. Es bueno, porque el placet estadunidense es esencial para cualquier mandatario mexicano. Es malo porque México tiene una de las transiciones políticas más largas del mundo, desde el momento en que se lleva a cabo la elección hasta que el ganador asume el cargo: seis meses. En ese lapso pueden pasar muchas cosas. Para empezar, una que será extremadamente importante en las relaciones entre México y EEUU: los comicios de medio término en la Unión Americana. Cierto es que la presidencia de López Obrador se acortará justo para reducir ese tránsito desde la elección hasta la asunción del nuevo mandatario. Pero, mientras eso sucede, de aquí al 30 de noviembre Enrique Peña Nieto seguirá siendo el Presidente de México y es con él con quien EEUU deberá abordar la agenda bilateral tan compleja existente entre ambas naciones. ¿Qué tanto lo acordado entre Trump y López Obrador se superpondrá a los meses finales del gobierno de Peña Nieto y qué consecuencias tendrá ello para el país? Se trata de un asunto delicado.
Ahora bien, Trump ha señalado que su canciller, Mike Pompeo, ex titular de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) se reunirá en breve con López Obrador, presumiblemente para organizar el encuentro entre el Presidente de aquella nación y el Presidente electo. Pareciera como si Washington tuviera una extrema urgencia de efectuar dicho encuentro. ¿Las razones?
La victoria de López Obrador ha sido recibida de manera grata, en general, y hasta con júbilo en ciertas naciones de América Latina, región que comparte con los mexicanos, problemas y desafíos afines. Es bien sabida la disputa entre México y Brasil por el liderazgo de América Latina, aunque, también, Cuba y Venezuela, en distintos momentos, han tenido la misma aspiración. Aun así, México siempre ha sido un referente en la zona. En términos de liderazgo, hace ya algún tiempo que no se observa a una figura que pueda canalizar, en la agenda global, las aspiraciones latinoamericanas.
Una mirada a América Latina, revela la existencia de gobiernos carentes de márgenes de maniobra, faltos de carisma, agobiados por distintas crisis, impugnados y con serios problemas de credibilidad. Es el caso de la Argentina de Mauricio Macri y del Brasil de Michel Temer. A Sebastián Piñera (Chile) y Juan Manuel Santos (Colombia), los países de la zona no terminan por confiarles su apoyo, quizá porque se les percibe alejados de las agendas sociales y más interesados en las relaciones con Estados Unidos. Daniel Ortega, a sus 72 años, parece aislado. Miguel Díaz-Canet, sucesor de la dinastía de los Castro en Cuba, aun está a prueba (tiene unos zapatos difíciles de llenar). Nicolás Maduro, enfrenta las críticas de una parte de las naciones latinoamericanas por la manera en que ha buscado su permanencia en el poder. En suma, América Latina carece de un liderazgo de consenso o bien, de una figura que goce de la legitimidad y la capacidad de gestión política para insertar a la región en la agenda global.
La crisis de liderazgo no es un fenómeno exclusivo de América Latina. Posiblemente el último gran líder, con carisma, consenso y legitimidad en el mundo haya sido Nelson Mandela. Después de él, se observan figuras políticas eficientes -las menos- o no -las más- en la gestión de los asuntos públicos, pero, en su mayoría, incapaces de lograr la representación de las aspiraciones de las sociedades en sus respectivos países. Vladímir Putin, por ejemplo, es un líder, sólo que la anexión de Crimea o su postura en torno a los conflictos en Medio Oriente -i. e. Siria, Irán, etcétera- reducen sus bonos y le restan adeptos. Xu Jintao es un líder con limitaciones internas y externas para guiar al mundo por los senderos de la seguridad y la prosperidad. Donald Trump… bueno… su idea de “hacer grande a EEUU otra vez” por la vía del unilateralismo, reduce la proyección de los intereses estadunidenses en el mundo, lo aísla y descalifica a su política exterior.
Así las cosas, que un país como México haya realizado una elección tan ejemplar como la del 1 de julio, envía muchos mensajes, todos ellos importantes, al mundo. El primero es que, a pesar de las descalificaciones, las campañas de odio, la violencia de la delincuencia organizada, las amenazas de hackeo y otros problemas, el electorado salió a votar. Lo hizo con la convicción de que el voto es el mejor instrumento para hacer notar su sentir. Lo hizo para cambiar el statu quo. Lo hizo para decir “¡ya basta!” Basta de corrupción, basta de mentiras, basta de nepotismo, basta de gobiernos incapaces de responder a las necesidades más apremiantes de la población. El “¡ya basta!” no se expresó con las armas sino en las urnas. Así, la moraleja y enseñanza para las sociedades de todo el mundo es que es posible propiciar el cambio mediante un proceso electoral democrático.
La siguiente enseñanza que se desprende de lo anterior, es que la democracia importa y mucho. En la década perdida -años 80 del siglo pasado- los especialistas advertían que, en lo económico, la región había tenido tasas nulas de crecimiento económico, lo cual era un pésima noticia, pero, al mismo tiempo, la mayor parte de los países del área, se democratizaron, lo cual era una buena noticia. En el transcurso de las siguientes décadas, la democracia fue cuestionada sobre la base de que no había contribuido a resolver los problemas más elementales de las sociedades, por lo que los especialistas advertían una posible tentación a regresar al statu quo ante, esto es, al autoritarismo.
La mayor parte de las naciones latinoamericanas, con todo, privilegiaron a la democracia, si bien numerosos regímenes no supieron estar a la altura, siendo uno de los casos más sonados, el de Lula Da Silva, hoy encarcelado en su natal Brasil, por delitos de corrupción. Otros ex mandatarios latinoamericanos han enfrentado juicios políticos y condenas en prisión. Ello ha dado pie al desánimo. El poder fue visto por personajes como los escritos, como un fin en sí mismo, como un mecanismo para empoderar a los gobernantes en detrimento de los gobernados. Con todo, las sociedades han entendido que las democracias son evolutivas, que pueden mejorar -y también empeorar- pero que la participación puede hacer la diferencia.
La tercera enseñanza es que los partidos políticos son seres vivos: nacen, crecen y mueren. Que un partido como Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) -creado como asociación civil en 2011 y registrado como partido político en 2014- haya arrasado en el proceso electoral mexicano, sugiere el agotamiento de partidos políticos considerados como tradicionales que tienen un extenso currículum, como el Partido Acción Nacional (PAN) fundado el 17 de septiembre de 1939 o el propio Partido Revolucionario Institucional (PRI) nacido con otras denominaciones el 4 de marzo de 1929. Incluso el Partido de la Revolución Democrática (PRD), de más reciente cuño -5 de mayo de 1989- acusa igualmente un notable desgaste. Por supuesto que el camaleonismo y la desbandada de militantes de esas tres fuerzas políticas que optaron por integrarse a MORENA es un tema digno de análisis, pero que rebasa los objetivos de la presente reflexión. Con todo, PAN, PRI y PRD están obligados a hacer una profunda reflexión sobre sus fines, medios y postulados ante una sociedad que no los juzgó como opción de gobierno. Por supuesto que a MORENA se le está dando el beneficio de la duda, y la avasalladora presencia que ha asegurado a nivel nacional no es algo que tendrá garantizado por siempre. Si no cumple con las expectativas, se expone a correr la misma suerte que los partidos políticos contra los que contendió.
La cuarta enseñanza es que en México se sigue votando por las personas, no por los proyectos de gobierno. Si bien López Obrador externó de diversas formas la forma en que atendería la agenda nacional, fue poco específico respecto a cómo lo haría. Pero aun así, ¿habría obtenido MORENA una victoria tan contundente en los comicios sin López Obrador? Él señaló en los dos discursos pronunciados la noche del 1 de julio, que quiere ser recordado como un buen Presidente. Ese deseo es legítimo. Seguramente es un propósito acariciado por muchas otras figuras políticas, aunque pocas lo externan así. Lograrlo es difícil. En el caso de López Obrador, con el enorme poder que posee, con el control de ambas cámaras en el Congreso, parece factible una tentación autoritaria. Conforme a los resultados electorales, López Obrador, si quisiera, podría modificar, sin problemas, la Constitución. Podrá proponer e instaurar diversos programas y políticas prácticamente sin opositores. Pero todo gran poder conlleva una enorme responsabilidad. ¿Será capaz de la mesura y de ejercer la presidencia en beneficio de la sociedad? Si no lo hace, el país estará en serios problemas. Pero si lo logra, será un hito en la historia nacional y, posiblemente, mundial.
Ante todo esto, López Obrador se perfila como un líder en México y, tal vez, si así lo decide, en América Latina y el mundo. Puede llenar el vacío de poder que vive la región, al promover una agenda de justicia social, distribución de la riqueza, combate a la pobreza y mejores términos de negociación con Estados Unidos y otras potencias, temas, todos ellos, que importan a las naciones latinoamericanas. Los siguientes días y semanas serán cruciales. Si además de reunirse con Trump, Merkel, Trudeau y otros líderes de naciones poderosas, realiza encuentros con los mandatarios de América Latina y el Caribe, podría empezar a construir una alianza con una región a la que la política exterior mexicana no le ha conferido la importancia que merece. El momento parece excepcionalmente favorable para México. En otras circunstancias, si Brasil no tuviera la crisis política que lo aqueja, podría interponerse en el camino de México. Brasil tendrá comicios presidenciales el próximo mes de octubre, en medio del repudio social a un sistema político considerado -como pasó en México- corrompido. Con Lula da Silva en prisión, quien, a pesar de ello encabeza las preferencias electorales con más del 30 por ciento de la intención de voto, el resto de los candidatos tiene poco espacio para maniobrar. Supóngase que Lula da Silva gana la elección. La legitimidad de su gobierno estaría en tela de juicio dentro y fuera del gigante sudamericano. Para fines prácticos, el hombre es un convicto. ¿Podría gobernar desde prisión? ¿Emitiría un decreto para ser excarcelado? En todo caso, a diferencia de Brasil, donde sus comicios se producirán en condiciones atípicas, para decir lo menos, en México el proceso electoral fue ejemplar y el posicionamiento de López Obrador como potencial líder de la región es más que factible -falta ver, por supuesto, qué pronunciamientos hará el Presidente electo a propósito del caso Lula.
No sobre decir que, ante este escenario, Donald Trump aparentemente desea reunirse con el Presidente electo para recordarle la importancia de Estados Unidos para México -y quizá hacerle ver que no tendría por qué volver los ojos a América Latina y el Caribe. Se anticipa, por supuesto, una ardua negociación Trump-López Obrador en temas críticos de la agenda bilateral, incluyendo el muro fronterizo, la migración, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y otros más. El Presidente electo ya ha hecho saber que desea impulsar el crecimiento del país y mejorar las condiciones de la población para que los mexicanos no tengan que emigrar, algo que parece música para los oídos de Trump. López Obrador también ha insistido en que hará entrar en razón al Presidente estadunidense. Lo cierto es que EEUU por primera vez en mucho tiempo, se enfrentará a un mandatario mexicano de enorme consenso y márgenes de maniobra dentro y fuera del país. Evitar que ese inmenso poder que posee López Obrador sea canalizado a favor de una política pro-América Latina, parece central en los acercamientos de la administración Trump con el Presidente electo.
¿Es necesario que existan líderes? Sin negar que el mundo globalizado de hoy requiere un liderazgo igualmente global, parece también innegable que un liderazgo en el planeta nace y se construye a nivel nacional, dentro de los países. En otros tiempos, la política exterior de México brillaba desconectada de la política nacional, esto es, con un régimen autoritario que promovía las mejores causas en el mundo, mientras no las replicaba en casa. Eso ya es historia. La globalización expone a los países al escrutinio global. Pretender ser “candil de la calle” mientras la casa está en llamas, no es tan sencillo. Pero si la casa está en orden, la proyección internacional de un país puede ser sólida y seducir al mundo. López Obrador también ha afirmado que la mejor política exterior es la política nacional, esto es, lo que se hace dentro del país. Ha sugerido poner la casa en orden para que México pueda tener una cabal proyección global. Resolver los desafíos nacionales no puede hacerse ignorando las realidades globales, como tampoco se puede mirar sólo al mundo, desatendiendo la agenda nacional. Para el Presidente electo, será un reto encontrar la fórmula para atender ambas agendas y llevarlas a buen puerto. Al tiempo -aunque no hay mucho.
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
https://www.etcetera.com.mx/opinion/la-politica-exterior-de-lopez-obrador/
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