El "déficit fiscal", ese fetiche
- Opinión
En el segundo capítulo del Libro primero de su “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones" (se titula, ese capítulo, “Del principio que da lugar a la división del trabajo") Adam Smith dice que la división del trabajo nace de "una cierta propensión de la naturaleza humana... la propensión a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra...".
Por su parte, Karl Marx inicia el capítulo I de "El Capital" con esta tirada: "La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías, y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía".
Así, puede observarse que Smith y Marx van a edificar sendos sistemas económicos partiendo de una consideración ajena a la economía: de cuño psicologista en Smith (el individuo lleva en su psiquis la vocación por el comercio), de tipo sociológico en el caso de Marx (describe: la sociedad es, aparentemente, un arsenal de mercancías).
Del mismo modo, otra disciplina no económica, la filosofía, puede echar un poco de luz sobre un concepto que los neoliberales repiten hoy en todas las latitudes y que pasa por ser el argumento más tenaz con el que aspiran a perpetuar sus ideas y propuestas y que no parece encontrar en sus oponentes de cuño keynesiano refutación a su medida. Ese concepto (central en el andamiaje ideológico de la derecha) es el de "déficit fiscal".
Decimos que éste no es, en última instancia, un concepto de la ciencia económica; es una construcción ideológica porque su sola enunciación propone que el Estado (y la sociedad, de la que siempre procede el Estado) puede, como las empresas, gastar por encima de sus posibilidades. Pero el Estado (y la sociedad de la que proviene) no es una empresa. El Estado es la sociedad misma en una etapa ulterior de su desarrollo. El Estado nunca gasta por encima de sus posibilidades, sino que gasta siempre como lo hacía el sapiens o el grupo tribal primitivo, es decir, lo necesario para la producción y reproducción del grupo social, y su único límite para el gasto es la escasez.
Los "libertarios", por obra de una limitación ideológica que les impide ir hasta el final (o hasta el principio) del acontecer histórico, parten de esa fetichización que presume que el fisco puede gastar por encima de sus posibilidades. Pero, así como Adam Smith dice -con error- que hay una "propensión humana" a comerciar, así podemos nosotros decir que, en el origen, lo único que hay es el grupo humano, arrojado, en libertad y en un mundo de escasez, es decir, en un mundo de negatividad. Y para seguir siendo lo que es (para subsistir) el grupo debe negar esa negación primera: la escasez es una estructura inicial del mundo que es negada y trascendida por la necesidad humana. La experiencia de la falta (del hambre y de la sed) es el modo originario en que organizamos la vida, por caso, transformando lo que era un desierto en un vergel mediante un proyecto.
Y ahora no hay límite para el consumo. El único límite será nuevamente la escasez y esta tensión el grupo la resuelve no reduciendo el consumo sino planificándolo y produciendo más que antes. No hay "déficit" de riqueza en esa sociedad primitiva que deba ser eliminado consumiendo menos: hay que planificar y aumentar la producción y, cuando aparezcan nuevas tecnologías (nuevas herramientas), aumentar la productividad. Esto no enerva la libertad del grupo y de los individuos del grupo. Antes bien, la actualiza, la saca del ámbito de la potencialidad abstracta y la hace posible, y esa es la realidad existencial del grupo.
Eso es lo que "naturalmente" hizo el grupo no humano, que devino protohumano (sapiens) hasta que esa evolución lo hizo típicamente humano. De ahí venimos, de un mundo en el que el "sentido común" no sugería que había que gastar menos de lo que había para que no hubiera déficit, sino que invitaba a estar a la altura de una maravillosa autoconciencia adquirida que permitía apreciar el espectáculo arrobador de la naturaleza viviendo intensamente esa existencia a través del goce y del deseo colmado, que no era sólo -ni principalmente- el apetito concupiscente sino, ante todo, el conocimiento (que luego fue la ciencia) y el goce extático ante el conocimiento.
Para eso se vive, no para sufrir. Sólo Hayek y el cristianismo dicen que sufrir nos hace virtuosos. Pero así como una cosa es Trotski y otra el trotskismo, así también una cosa es Cristo y otra el cristianismo que lo sucedió. Donde no caben diferenciaciones es en el neoliberalismo: una cosa es Hayek, Von Mises y Friedman, y la misma cosa pero en escala local es Espert y, en modo ópera bufa, Milei y Giacomini.
El déficit fiscal es una ficción contable. En el mejor de los casos, una ficción instrumentalmente útil, al modo como resulta útil un block de notas que sirve de "ayudamemoria": registra datos.
Esas anotaciones contables, en un momento dado, nos dicen cuánto ya gastamos y cuánto nos queda para gastar, pero no nos ponen un límite al que haya que venerar cual si fuera una divinidad. Salvo que los que endiosan al “equilibrio fiscal” estén escondiendo algo. Y, en realidad, ellos no dicen que no hay que gastar más allá de las posibilidades; dicen que hay un gasto que es "sano” y otro que no lo es. Y aquí es donde aflora el dato clave: consideran a la economía nacional como un boliche y no como la experiencia existencial de un grupo enfrentado a la maravillosa posibilidad de vivir. Dicen que el grupo tiene que ahorrar al precio de perder calidad de vida para que haya un sobrante que permita pagar a las tribus vecinas. El gasto que paga deuda es "sano"; el que sirve para paliar el hambre y la sed no lo es. Eso es lo que esconden cuando dicen que "el problema es el déficit".
El único límite para el gasto es lo que necesita la sociedad. Por eso es indispensable saber qué necesita la sociedad y eso sólo se sabe a la perfección cuando el PLAN lo muestra. Todas las economías, incluso las capitalistas, necesitan del plan. Y no sólo eso: las economías capitalistas, cuando fueron grandes y eficientes, cuando exhibían crecimiento continuo y cuando podían garantizar la distribución de los recursos y, por ende, la calidad de vida, lo hicieron porque PLANIFICARON.
Los libertarios, en cambio, no hicieron grande a ningún país. Los libertarios fracasaron en todas partes del mundo, y cuando se impuso su teología en algún lado ello fue mediante un genocidio (Pinochet 1973), o mediante la represión sangrienta (Thatcher 1984) o entregando el Estado y las riquezas del país a las mafias, como fue el caso de Rusia durante el período Gorbachov-Yeltsin. Y en ninguno de esos casos mejoró la calidad de vida ni disminuyó la pobreza. Eso sólo ocurrió cuando el mercado se mezcló útilmente con el Estado (Putin).
El déficit, así, nunca tiene más densidad como concepto económico que la que tiene una herramienta. Una sociedad humana nunca gasta de más y no puede gastar de más porque no hay referencia para medir esa demasía y el deseo de la sociedad y la deliberación y el acuerdo sobre ese deseo es su única referencia.
La ecuación mercado libre-libertad del individuo sólo sirve para que aumente el beneficio empresario y no hay ninguna marca o seña que nos diga que aumentando el beneficio empresario aumentará la calidad de vida de los pueblos porque lo más lejos que ha llegado esa construcción ideológica es la "teoría del derrame" que en la Argentina fracasó con Sourrouille, con Roque Fernández, con Cavallo, con Machinea y ahora, de modo ramplón y miserable, con el FMI, porque ni Macri ni Dujovne pueden ser considerados artífices de aquello que sólo están llamados a ejecutar.
Pero hemos apuntado que la primera experiencia de aplicación de las teorías del fundamentalismo de mercado ocurrió en el Chile de Pinochet a partir de 1973. Sin embargo, Hayek y la escuela austríaca empezaron su prédica mucho antes. Por caso, "Camino de servidumbre", el opus magnum de este autor, es de 1944. Cabe entonces la pregunta: ¿por qué el occidente capitalista no apeló a Hayek sino a Keynes para enfrentar al emergente socialismo de la URSS a partir de 1945?
Pues el auge de los "treinta gloriosos", que va de ese año hasta mediados de los '70, encontró su lógica, su racionalidad y, finalmente, su posibilidad en la "Teoría general del empleo, el interés y el dinero" y no en el citado "Camino de servidumbre". Fue Keynes el que, en ese momento, ofreció una receta alternativa al comunismo, no Hayek.
Ello se debió a que las ideas del libre mercado ya habían llevado a la catástrofe de 1929 y lejos de disipar el peligro de la opción violenta para dirimir los entuertos internacionales habían conducido a otra guerra.
Y pronto se vieron los resultados de no llevarle el apunte a los libertarios. Las industrializaciones exitosas de la posguerra en los países capitalistas son casos paradigmáticos de intervención estatal en la economía: apoyo, supervisión, dirección y planificación y gestión por parte de los gobiernos. Francia, Japón, Singapur, Corea del Sur, Suecia, Austria, Alemania, Italia albergaron nacionalmente procesos económicos de este tipo. No los hizo grandes la "libertad" de los libertarios sino la que garantizaba el matrimonio entre mercado y Estado.
Pues la llamada "edad de oro" que vivió el occidente capitalista en la segunda posguerra fue, en lo esencial, una mezcla de liberalismo económico con socialdemocracia y ello no sólo en Europa: en Estados Unidos ese matrimonio tuvo su seña de identidad específica con el intervencionista "New Deal" de Roosevelt, mientras que hasta en la Argentina es posible caracterizar al peronismo, entonces naciente, como la forma criolla de ese matrimonio entre mercado y bienestarismo.
Eso es lo que estaba ocurriendo en el mundo. Y no sólo eso: a la Europa desfallecida por el esfuerzo de guerra, incluso la URSS le facilitaba préstamos para financiar diversos emprendimientos. Entonces, si nos encontramos frente a planificación estatal, préstamos de la URSS, gobiernos socialdemócratas, todo ello es un cóctel que, en la mirada "libertaria", es decir, en la mirada de gente que tiene, como nadie, una visión metafísica y extremadamente voluntarista de la historia humana, está expresando, ese cóctel, un indiscutible destino final hacia el comunismo.
Por eso, la reacción de los fundamentalistas de mercado vino en formato de terrorismo verbal llamando a eso que veían emerger como distópico futuro de la humanidad “camino de servidumbre", pues lo veían como el camino de los Estados bienestaristas hacia el estatismo total, es decir, hacia el comunismo, y si esto era posible aun con el libre juego de las elecciones y la democracia, pues entonces la democracia debía ser derogada.
Asimismo, cuando a la dupla bienestarismo-socialdemocracia dejó de sonreírle el éxito económico, arreciaron las críticas de Hayek y Milton Friedman. Hayek, como se dijo, había publicado su libro en 1944 y se pasó todo el período "dorado" criticando la intervención estatal en la economía. Eran las vacas gordas y nadie le hacía caso. Cuando esta intervención empezó a dar signos de fatiga, la prédica de Hayek devino profecía autocumplida. Pero ello ocurrió medio siglo después, con Thatcher, como también se ha dicho más arriba.
En la Argentina de hoy se actualizan a destiempo aquellas viejas tragedias que asolaron al mundo en el siglo XX. El gobierno no sólo es elitista; peca, también, de anacronismo. Cuando Macri dice que si gana va a hacer "lo mismo pero más rápido" está diciendo que va a hacer lo que dice Espert que hay que hacer. Y Espert dice que hay que echar tres millones de empleados estatales a la calle, bajar la jubilación a $500 pesos para cinco millones de viejos (como en la época de Norma Pla y las lágrimas de Cavallo) y fulminar las ocho horas de jornada laboral extendiéndola a diez o doce, suprimir las horas extras, reducir las vacaciones a una semana por año, eliminar las paritarias y legalizar el salario que la patronal dice que es justo y equitativo. Un país primarizado, vendedor de lechuga, comprador de valor agregado, financiarizado, endeudado, turístico y minero. Un país para veinte millones de argentinos. Y Argentina, francamente, puede permitirse algo más que eso. No es un país pobre o monoproductor. Tiene tradición industrialista con raíces ya en la alborada del siglo XX.
Este plan de gobierno, entonces, es estúpidamente antinacional, pero no alcanza con denunciarlo. Además, hay que explicar que la propuesta de remedios gratis o a bajo costo para los jubilados que formuló Alberto Fernández, así como el "programa mínimo" de su eventual próximo gobierno, esto es, salarios al alza, ciudadanía para el consumo, fomento de las pymes e industrialización con base en ciencia y tecnología propias no constituirán la "fiesta" populista que después habrá que pagar.
Porque el votante obrero y popular desencantado del macrismo ya conoce la monserga progresista y está tentado de volver a votar bien, pero no se decide porque tiene miedo de que le vuelva a pasar lo que ya le pasó: se ilusionó con que tenía derechos y que estos derechos eran para siempre y luego resultó que era todo mentira porque es inaudito e inaceptable que los pobres hagan el check in en Ezeiza al lado de la gente bien, y el populismo, ni más ni menos, les hizo creer que no era inaceptable sino un derecho como todos y resultó que no era así, que la fiesta, ahora, había que pagarla, y cómo...!
No quiere el soberano que le vuelva a pasar eso y los candidatos del Frente de Todos no dicen nada de esto en la campaña y es hora de que ya lo empiecen a decir, es decir, que empiecen a decir cómo van a avanzar consolidando conquistas sin que luego el pueblo tenga que pagar los platos rotos de la restauración neoliberal, que ahora, eventualmente, vendría en clave neofascista.
En suma, la "mano invisible del mercado" (metáfora inventada por Adam Smith) es un embuste fenomenal que, en tanto embuste, resulta primo hermano de la teoría del "derrame" y concuñado del "déficit fiscal". Al sofisma como argumento capcioso con el que se construye un relato que incluye esos tres conceptos, se le agrega la mentira lisa y llana. La mentira, en el discurso de Macri o de Dujovne, incluye otro mantra: la "modernidad". Ajustar es moderno. El "capitalismo moderno" de Pichetto es eso: echar gente sin pagar indemnización, para lo cual hay que derogar la ley de contrato de trabajo, los estatutos profesionales (como, por ejemplo, el del periodista o ley 12.908/48) y hasta el propio artículo 14 de la Constitución Nacional.
Pero no hay tal modernidad. Lo que hay es otra cosa. Es la necesidad de limitar los daños que la propia dinámica de funcionamiento del sistema capitalista ocasiona a la rentabilidad empresaria en la época de la globalización. Así como se cierra la empresa en Detroit para replantarla en el Golfo de México, así también se busca "reformar" la legislación laboral. En el primer caso lo que se busca es pagar salarios más bajos yéndose a otro lugar del mundo que no sea EE.UU.; en el segundo, lo que se busca es pagar salarios más bajos en la periferia para posibilitar allí el desembarco de capitales dispuestos a maximizar el beneficio y no a "dar trabajo" al que no lo tiene. Ambas tendencias -radicar la empresa fuera del país y propugnar la "reforma laboral” en la periferia- son, a su vez, recursos del capital globalizado para contrarrestar otra tendencia más general y mortal para el capitalismo: la tendencia al descenso de la tasa de ganancia.
En suma, el problema argentino no es de déficit fiscal sino de patrón productivo. Siempre lo fue; y la Historia, extrañamente, todavía espera a la Argentina. Un nuevo fracaso, del signo que fuere, tal vez pondría fin a esa espera y trasladaría el problema, ahora sí, al sistema político.
Del mismo autor
- De lawfare y otras cuestiones 01/04/2021
- Tres hablantes, un solo Espíritu 10/12/2020
- ¿Quo vadis, Alberto...? 08/10/2020
- La guerra y la peste 18/08/2020
- Argentina: Golpistas en modo espera 02/06/2020
- Occidente al garete 23/03/2020
- Presos políticos 11/02/2020
- Reflexiones sobre "seguridad interior" 27/01/2020
- Fernández-Fernández, frentes propios y ajenos 21/01/2020
- El "magnicidio" de Nisman 20/01/2020