Fernández-Fernández, frentes propios y ajenos
- Opinión
Está muy bien decir que es "inaceptable" lo ocurrido en el umbral de la Asamblea Nacional de Venezuela el martes 7 de enero último. Es lo que dijo el gobierno argentino. Pero decir eso y quedarse ahí puede ser poco o mucho, según se mire y, en todo caso, puede ser una equivocación.
Venezuela ofrece hoy, para quien quiera verlo, el estatus de banco de pruebas para políticos, intelectuales, teóricos, académicos, periodistas, literatos, obispos, estudiantes de ciencias políticas, licenciados en generalidades y, a fortiori, para Susana Giménez, a quien unos así llamados "periodistas" le publican cualquier cosa que pueda salir de su cerebro, incluso si lo que sale de su cerebro es un juicio de valor sobre Venezuela o sobre "los pobres" de la Argentina.
Las aguas vienen, en el tema Venezuela, como siempre vinieron: turbias y divididas. En el límite, la DEA y la USAID han sembrado la región de adalides de su causa -que es vincular a Maduro con la droga- y, aunque estos adalides se disfracen de otra cosa, incluso de defensores de causas nobles, se les nota; se les nota que se disfrazan. No obstante, ello siempre ocurrió, son los gajes de la política y nunca nadie dijo que iba a ser fácil deshojar la margarita de la política.
Venezuela obliga. Venezuela impone. Venezuela dice, sin decirlo, que para inspectores de su situación interna es inexcusable rendirle tributo a la objetividad en ese altar en el que se deben sacrificar los prejuicios, omitir los cálculos y aventar los temores como ofrenda a la democracia a la que decimos aspirar los latinoamericanos.
Hay que mirar a Venezuela sin hacer propio el mensaje de los medios que calumnian al proceso revolucionario de Venezuela, porque esos medios miran ese proceso como miraron el lapso político y social que vivió la Argentina entre 2003 y 2015. En ambos casos, el espectro del pobrerío empoderado los disminuye doblemente: les quita el sueño y la objetividad.
Ellos son los dueños del relato, ellos cuentan lo que ocurre, ellos detentan el lugar del emisor del discurso, del supuesto saber, ellos han tomado a su cargo -y la detentan- la narración de la historia. Ellos, son los medios, los medios de comunicación social que difunden lo que se consume como información y que controlan la producción de la verdad. Son los medios que Cristina intentó democratizar y cuya democratización ha quedado para mejor oportunidad.
En cuanto a fijar posición sobre lo que ocurría en Venezuela en el siglo XX y lo que comenzó a ocurrir con Chávez a partir del siglo XXI; y para tener perspectivas de éxito con una posición que no es ni la de Estados Unidos ni la del gobierno legal de Venezuela, hay que tener espaldas, hay que tener con qué sustentar una tercera vía por la que nadie, en la región, salvo México, ha optado.
Pero México no es suficiente. México, por sí solo, puede recurrir al honorable antecedente de una tradición intachable en materia de independencia frente a los Estados Unidos cuando de asilo o de rechazo a la intervención y la injerencia se trata. Y esto es tan así, que si en México, hoy, no gobernara López Obrador y lo hiciera la derecha con genealogía en el PRI, esta derecha, eventualmente, también mantendría la autodeterminación y la no injerencia como posición oficial de México frente al "caso Venezuela". Asilo y no injerencia, en México, son política de Estado inaugurada y sostenida doctrinalmente por la generosa mano y la despierta inteligencia de Lázaro Cárdenas. A México, en política exterior, hasta Estados Unidos lo respeta.
Pero Argentina no es México. Argentina pretende equidistar entre Washington y Caracas exhibiendo un pasado ominoso en materia de terrorismo de Estado y necesitando el dinero que uno de los dos (Washington) está en condiciones de habilitar. No es un nudo gordiano ni un laberinto sin salida. Pero, en los casos en que el débil está apretado entre la espada y la pared, el principismo suele ser la única solución.
Hizbullah no es punto de agenda de la seguridad argentina, pero ya nos hemos alineado con Mike Pompeo: el Estado argentino considera que Hizbullah es una organización terrorista y no un partido político proiraní que actúa en Líbano y que defiende a los niños palestinos de las emanciones mortíferas del Sefer Yetsirá, que es como decir del fuego sagrado del ejército israelí. Pero, en cambio, el Estado argentino no considera que Venezuela sea un país que llora, sangra y gime bajo una dictadura feroz, aun cuando le recomienda a su legal gobierno que se "democratice".
La estatura estratégica de la Argentina no es hoy la mejor como para equidistar de nadie. Pero advirtamos que Cuba, en un ayer que continúa hoy, sí tuvo estatura estratégica suficiente como para hacerse oír aun cuando había optado por las antípodas de Estados Unidos en materia ideológica y política.
Acá, entonces, hay una emergencia que tiene su procedencia. La emergencia es Cuba y de algún lado procede, esta Cuba. Dice Nietzsche que si buscamos el "origen" lo que estamos buscando, en realidad, es el "sujeto fundador" de un discurso armónico, amable y apacible; y en el origen, decimos nosotros (en el origen de esta Cuba independiente), no hay apacibilidad ninguna, sino que sólo hubo guerra y violencia, la guerra y la violencia del que puja y nace y sigue pujando para seguir naciendo cada día.
Hagamos ahora la pregunta a la que nos lleva este discurrir. ¿Por qué Cuba, siendo aparentemente un actor estatal que debería desenvolverse en el escenario global sin exhibir demasiado peso específico, pudo y puede darse unos lujos vinculados a la independencia y a la autonomía que no puede, a ojos vista, darse la Argentina?
Se dirá que Cuba pagó, por esa independencia, el alto costo de un pueblo oprimido por una dictadura. Pero ese discurso tuvo su época de auge en el siglo pasado y comenzó a declinar al comenzar el actual, cuando ya, más que discurso, ha devenido monserga berreta proferida por los que, a todas luces, se han quedado sin la luz de la razón.
Pero, en realidad, la respuesta a aquella pregunta importa menos que nada. La pregunta verdadera, la que reclama para sí, el lugar de la ruptura, el lugar de la inteligencia, el lugar de la iluminación que ojalá bañe a Alberto Fernández con una luz cegadora y con un disparo de nieve, es: ¿Qué debe hacer la Argentina para poder darse el lujo de equidistar cuando a su alrededor todos pierden la cabeza y se someten, por la razón que fuere, al "dictat" del imperio? ¿Qué debe hacer la Argentina para marcar, no sólo su posición, sino también, y en primer lugar, un rumbo y un liderazgo en un continente que clama a grito pelado por un liderazgo progresista? ¿Qué debe hacer Alberto Fernández para parecerse a Arturo Frondizi hoy, en el contexto de un mundo global signado por la universalización de la forma mercancía? ¿Qué debe hacer la Argentina para que el fruto de su siembra no sea la felicitación de un hombre como Elliot Abrams, autor de crímenes de lesa humanidad en aquel affaire así llamado Irán-contras? ¿Qué debe hacer la Argentina para no aparecer ante la comunidad global como un actor político disminuido porque necesita del dinero de uno de los términos de la contradicción Caracas-Washington? ¿Qué debe hacer la Argentina para que la política exterior no le impida, en el frente interno, "derrotar al neoliberalismo"?
Consignemos, aquí, lo que no debe hacer la Argentina. Y hagámoslo con palabras del periodista Mario Wainfeld: " ... Nada saciará las demandas del Norte, nada garantiza que la obediencia debida servirá para una reestructuración exitosa de la deuda con el FMI...". https://www.pagina12.com.ar/242557-la-argentina-de-alberto-fernandez-un-lugar-raro-en-el-mundo-
Y ese es el punto. Washington no admite equidistancias. No admite ni a Venezuela ni a Bolivia. Y sólo admite a los que se suman al coro de los denuestos contra Bolivia y Venezuela. Sólo el "Grupo de Lima" es admisible. No hay términos medios, aun cuando hay decisiones de Alberto Fernández que lo honran. Alberto Fernández le salvó la vida a su colega Evo Morales en un contexto global en el que Trump asesinaba a un dirigente político y militar de Irán. Una diferencia, ahí.
Y cerremos este acápite mentando otra vez a Wainfeld: “... Las autoridades argentinas saben que haber reconocido status de refugiado a Evo puede irrogar un costo en las tratativas por la deuda y asumió hacerse cargo. Decisión que las enaltece y que las contrapartes les facturan al contado". Así es.
No obstante, sólo una Argentina que haya optado, de manera inequívoca, por el programa industrializador con eje en unas fuerzas armadas integradas a la producción para la defensa y aliándose a los actores que, en el plano global, contestan unas ya desactualizadas pretensiones hegemónicas con la propuesta de la democratización de las relaciones internacionales que sólo puede proveer el multilateralismo, sólo una Argentina así, podría hablar con autoridad en el escenario global.
La gestión de Alberto Fernández va a quedar librada, en el mediano plazo, al eventual consenso que pueda suscitar su política interna, en particular, su política para los trabajadores, los precarizados, los pobres, los indigentes y los jubilados. La derecha lo está esperando ahí. A un mes y diez días de asumido, el nuevo gobierno debe presenciar cómo lo enfrentan miles de personas en las calles que, por un tema (Nisman) que no es el principal de la agenda, malgrado su importancia, salieron a confrontarlo en algo muy parecido a estirar músculo de cara al futuro que se viene.
El escenario, en la región, es como para derrapar si no se da con la puntada justa en el bordado de la diplomacia, que es la forma "soft" de la política. Guaidó y Áñez, impresentables desde el punto de vista de sus credenciales democráticas y, sobre todo, en punto a la autonomía política que siempre debe exhibir un dirigente respecto de poderes y presiones transnacionales, lucen su patética condición de instrumentos que nunca hubieran existido sin el designio estadounidense de que existieran.
A ambos, el gobierno estadounidense los mune de discurso para abortar procesos de democratización de la sociedad en cuyo transcurso los pobres y rotosos de esa sociedad han dejado, por fin, de ser los nombrados como mal y como molestia y han pasado a ser seres humanos con voto y voz como para elegir y participar de unas instituciones que ya no son el ámbito exclusivo de los privilegiados y de los ricos. Con la familia Patiño en Bolivia dueña de todo el estaño y con el 80 % de la población analfabeta; y con democristianos y socialdemócratas en Venezuela repartiéndose por turnos el manejo y las prebendas del Estado y también con el ochenta por ciento de la población analfabeta, las cosas no podían ir, en ambos países, más que en la dirección que fueron. Y ahora dicen que hay "dictadura". A la fuerza del Estado para disciplinar al salvaje y para neutralizar el odio, le llaman dictadura. Pero si hay democratización de la sociedad, en unas cuantas generaciones la inteligencia artificial impediría toda arbitrariedad autoritaria. Los primeros que no quieren las dictaduras son los pueblos. Al medio pelo lo tienen asustado con el cuento de la dictadura y como el cuento lo cuentan ellos, es decir, los medios, así estamos. Lo malo es que ese cuento también se lo comen, a veces, los progres.
Este es el tema nodal en Venezuela y en Bolivia y, sin embargo, no hay analista ni opinador que lo mencione como eso, como el núcleo del contencioso que enfrenta a los actores en los niveles local y regional.
El gobierno de Maduro no cae porque el pueblo lo apoya masivamente, una parte de ese pueblo, y es suficiente, y el propio proceso se ha dotado de reaseguros para disuadir aventuras injerencistas. El gobierno de Venezuela no cae por la razón contraria a la que explica la caída del de Bolivia. ¿Tener o no tener reaseguros? That's the question.
Y Venezuela sigue. Su canciller, Jorge Arreaza, acaba de anunciar que, a la fecha, su país y China han suscrito más de 500 acuerdos de cooperación. Luego de reunirse con su colega, Wang Yi, explicó que, además, trataron la ejecución de la XVII Comisión Mixta de Alto Nivel China-Venezuela a realizarse este 2020 en Caracas. Sigue Venezuela.
Por su política exterior e interior, a Alberto Fernández lo combaten, desde ya, propios y ajenos. Entre los primeros están los que se impacientan y rechinan sus dientes porque ven que AF no hace lo que ellos querrían que hiciera, que es lo que ellos nunca supieron hacer. Es un crimen de lesa estupidez exigir desestabilizando o desestabilizar exigiendo lo que todavía es demasiado pronto para exigir.
Apoyar a AF sin ceder la calle no es desestabilizar a AF. La calle no hay que cederla, hay que ocuparla, pero no contra AF sino contra los que, por una razón u otra, no quieren a AF. Entre éstos están la Sociedad Rural y el gobierno de los Estados Unidos.
Y si Alberto puede conservar la cabeza cuando a su alrededor todos la pierden y lo colman de reproches, si ese fuera el caso, ya lo ha dicho Rudyard Kipling: en ese caso, Alberto Fernández sería un hombre, y más que un hombre, sería un estadista, permitámonos completar a Kipling.
En tanto, la relación del pueblo pobre y más pobre de la Argentina con la materialidad del proceso histórico que lo tiene no por sujeto todavía, pero sí por protagonista, es la relación que ese pueblo tiene con Cristina Kirchner. Ese nombre tiene el encanto de ese apellido porque ambos, nombre y apellido remiten a una memoria y evocan no una edad de oro pero sí un pasado en que la esperanza parecía, al fin, no ya futuro sino presente intempestivo que había llegado, si no para quedarse, sí al menos para que el amor y el breve placer de sonreír junto a las olas tuvieran su oportunidad, aun su breve oportunidad, su oportunidad para todos.
Lo que hizo Cristina fue, mal o bien, desafiar. Desafiar a una burguesía interna y a una élite global que no están en condiciones de entregar el cono sur sin mengua de su futuro como clase dominante.
Cristina fue nombrada, así, por ellos, por los pobres, y sigue ahí, mentada por esos mismos pobres cada día en que el odio de Dios da los buenos días en la villa o en el barrio o en cualquier lugar en que ellos, los trabajadores de la Argentina, se enfrentan con ese vallejeano odio de Dios.
No es magia, aunque lo parezca. Ha ocurrido, sólo, que she lit up a candle and show me the way, como decían los Eagles en aquel himno a la libertad que fue Hotel California: ella encendió un candil y me mostró el camino, decían los Eagles.
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