América Latina, entre la guerra híbrida y la ciberguerra

11/11/2019
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-De la inutilidad del modelo neoliberal y los gobernantes que se sostienen

 

-Las formas modernas de la dominación pasan por el control vía internet

 

-La unidad latinoamericana, con los gobiernos progresistas, es lo que queda

 

¡Cuidado con la desestabilización imperialista “moderna” en América Latina! Y sus formas actualizadas de generar violencia y división, que arrancan con la desestabilización — ¡las primaveras árabes dejaron importantes lecciones!—, hasta desembocar en guerra híbrida o en ciberguerra.

 

Todos sabemos que el imperialismo estadounidense está presente en la región porque la considera su “patio trasero”, desde la Doctrina Monroe de 1823. También porque la ha explotado desde la época colonial; los sucesivos gobiernos desde James Monroe a Donald Trump, le han apostado siempre al sometimiento tras la expulsión de la ocupación del imperio trasatlántico de los reyes católicos.

 

Con su intentona de resurgir la Doctrina Monroe, “América para los americanos” —rescatada por Rex Tillerson apenas en 2018, en tanto el propio John Kerry la había enterrado en 2013—, los estadounidenses han retirado tropas de escenarios de guerra como Irak y Siria, para enfocarse en la frontera con México y de ahí hasta la Patagonia.

 

Con el tiempo y todas las artimañas. Por las buenas mediante la manipulación democrática de elecciones fraudulentas para imponer gobernantes civiles afines; o a la mala, con la represión, los golpes de Estado, la persecución, el intervencionismo y la ocupación militar. Al respecto, los ejemplos sobran: Fulgencio Batista, Augusto Pinochet, Jorge Videla, Alfredo Stroessner, Hugo Banzer, Anastasio Somoza, Francios Duvalier, Alberto Fujimori. Todos represores, asesinos, golpistas o dictadores, enemigos de los pueblos y al servicio de los intereses extranjeros.

 

La política, por supuesto, ha sido parte del control. Alentando la bipolaridad izquierda-derecha, liberales-conservadores o llevada al extremo: capitalismo-comunismo. Como para acentuar los extremismos a partir del individualismo religioso e ideológico, los “istmos” tan útiles a los detentadores del poder económico —interno y externo—, para dividir y vencer, al comunismo primero, al populismo después.

 

A los mecanismos de dominación política e ideológica al servicio del poder, se suman los grandes medios de comunicación de masas —imperiales y locales también—, siempre cercanos y promotores de los centros del poder imperial, dirigidos por viejas “instituciones” como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

 

Luego entonces, como saldo luego de siglos de dominación colonial e imperialista, la región latinoamericana se caracteriza por ser una de las más desiguales del planeta, con unos cuantos potentados versus millones de pobres, enfermos, desempleados y una clase media en proceso de extinción. Una política alejada siempre del bienestar popular; qué decir, tras décadas —las últimas tres décadas del siglo XX— de aplicación del modelo neoliberal, con políticas públicas más bien de descomposición popular, incluidos los propios estados en particular y la región en general.

 

Para no quedarse atrás, con la llegada del internet se incorporaron otras técnicas de dominación y control de masas: el espionaje generalizado a los usuarios de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), personas, países y gobiernos, mediante el uso ampliado de las redes sociales.

 

A los anteriores mecanismos de dominación se suman otros complejos e intricados, que son utilizados para informar, pero también para cambiar la modalidad o forma de hacer las guerras; ahora la tecnología es encaminada hacia la guerra digital, informática mejor conocida como ciberguerra.

 

Incluso eso trastoca la forma de hacer las guerras. Entrado el siglo XXI, queda claro que las guerras al estilo de la 1a y 2a guerras mundiales del siglo XX, los grandes ejércitos ya son eso, cosa del pasado.

 

Porque ahora resulta más costeable primero desestabilizar y dividir a los países para luego ocuparlos, que confrontarse militar y territorialmente. Es más, ya ni siquiera es importante ganar las guerras como antes, porque se gana perdiendo en el terreno militar. El debilitamiento y desestructuración de cualquier Estado se consigue sin arriesgar grandes ejércitos, que para eso funciona ahora la privatización de las guerras, o los mercenarios.

 

Es decir, que ahora la clave está en la desestabilización de los países y sus gobiernos, para de ese modo apoderarse de sus recursos naturales, conforme el redescubriendo las reservas de materiales para la industria civil (las multinacionales, principales empresas de los países desarrollados tras la reconquista) o militar, y se aplica en términos de lo que se conoce como guerra híbrida desde el 2014.

 

(Guerra híbrida, Hybrid Warfare, concepto atribuido a James Mattis y a Frank Hoffman, es un tipo de guerra que va más allá de la guerra asimétrica —ésta entre un ejército convencional y las fuerzas insurgentes, con la aplicación de los llamados conflictos de baja intensidad (guerra de baja intensidad), la campaña psicológica, el combate contra la moral para cambiar conductas en masa y en donde los medios de comunicación resultan clave—, cuya estrategia comprende acciones tanto de fuerzas “regulares”, “irregulares”, como crea “desinformación” y una gran “presencia militar” para una “ofensiva limitada”. Razón por la cual el ambiente de guerra híbrida es tanto guerra como paz, y que además implica diferentes niveles de desestabilización de un Estado, hasta el derrocamiento de gobiernos bajo la presión de la polarización social claramente provocada, pagada o financiada).

 

Qué decir de la privatización de las guerras: ahora los ejércitos están conformados por grupos de radicales extremistas; o de plano empresas creadas ex profeso, de mercenarios de la guerra como Blackwater que surgió en 1997 y cambio de nombre a Academi, que surgió a instancias del Pentágono para el negocio de invadir países.

 

Inclusive para ahorrar costos, en términos de soldados caídos en batallas injustificables y de mover pesadas maquinarias —léanse los costos de Vietnam para los estadounidenses— hacia la confrontación.

 

Luego entonces, de los escenarios de Oriente Medio y Medio Oriente, del Sur de Asia o cualquier otra zona o región geopolítica importante, lo cierto es que el Pentágono ha vuelto la cara hacia América Latina. Y Estados Unidos siempre buscando hacer la guerra.

 

Guerra hibrida para desestabilizar, incluso tirar gobiernos. Con sus modalidades. Primero la judicialización de la política en países como Brasil, Argentina y Ecuador, para encarcelar a Lula da Silva, intentar lo mismo con Cristina Kirchner y contra el expresidente Rafael Correa. Luego la ciberguerra, como en Venezuela —los atentados contra las instalaciones eléctricas—, una intentona para derrocar a Nicolás Maduro, claro continuador del chavismo de un Hugo Chávez que tanto odio cosechó de los presidentes estadounidenses.

 

Contra Venezuela el intento golpista viene desde el año 2002. Y desde entonces no para. Juan Guaidó, como sabemos, forma parte de esa serie teatral bien articulada en Washington para derrocar a un presidente constitucional, apoyado por el pueblo, como es Maduro.

 

En otras palabras, es verdad que en Latinoamérica rigen todavía los mecanismos tradicionales de sometimiento y control. Pero la guerra híbrida y la ciberguerra ya se instalaron acá. Y, ¿qué están haciendo ante esto los gobiernos de la derecha latinoamericana? Seguir a pie juntillas las políticas desestabilizadoras del BM y el FMI, esos mecanismos de estabilización macroeconómica claramente disfuncionales. Por eso las reacciones populares de repudio como en Chile ahora, hace unos días en Argentina por la vía electoral, o en México hace poco más de un año.

 

Es la resistencia de los pueblos, de los movimientos sociales generalizados donde ni el mejor ejército funciona, porque los ciudadanos resultan siempre los últimos y mejores defensores de su vida y de su patria (sin nacionalismos y todos los “istmos”).

 

La historia está sobrada de ejemplos: recuérdese Vietnam, que nos legó una lección contra la invasión del poderoso ejército norteamericano. Los gobiernos ajenos a los intereses de los pueblos, ya no tienen la sartén por el mango, son las “clases populares” quienes deciden su futuro.

 

Nunca es tarde para la defensa de los intereses propios. Y hay que trabajar por la unidad e insistir en ella. Esa unidad siempre latente, fruto del espíritu bolivariano, martiano, castrista, chavista y de tantos otros luchadores, libertadores que aspiran a un resurgimiento de los pueblos juntos; contra la pobreza, por el desarrollo, por el rescate regional de las garras de un imperialismo ya decadente.

 

Entre las alternativas, la unidad de los pueblos comenzando con los gobiernos. Trabajar en el proceso integrador. Contra el separatismo, el divisionismo en la región, la desestabilización y las guerras. Con instrumentos alternativos de unidad como Unasur, Alba, Celac, Mercosur y Petrocaribe. ¿Por qué no? Además, de generar condiciones en la globalización, con mecanismos como los BRICS y la “nueva ruta de la seda”.

 

Estar alertas para denunciar siempre el acoso del Estado Profundo, del Pentágono y los halcones del gobierno de Donald Trump, que están detrás de la violencia en casos contra gobiernos no afines en la región, como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba.

 

También, contra las amenazas que representan los vestigios de los todavía vigentes gobiernos neoliberales, en aquellos países en donde se sigue a pie juntillas los designios de la banca internacional que, responde a las imposiciones estadounidenses.

 

Gobiernos que están cosechando el repudio de sus pueblos, en masivas manifestaciones o el rechazo generalizado, como en Chile donde se condena el deterioro social creado por el modelo neoliberal; en Argentina donde Mauricio Macri ha sido castigado por consenso a la reelección, con el triunfo de Alberto Fernández como presidente.

 

Frente al temor del imperio, la reacción popular. No hay peor enemigo para los autoritarismos que la movilización de los pueblos, pese a que los conceptos suenan a guerra fría. Porque éstos resultan siempre la negación de aquéllos, en cualquier parte del mundo y la historia tiene un registro con múltiples lecciones.

 

Es el caso de los temores que la reacción derechista latinoamericana tiene de las sacudidas populares. Queda la unidad, para contrarrestar la ofensiva belicista, asesina y cruel, del imperio estadounidense. Llegó la hora. Del tiempo de hoy, de siempre.

 

Web: geopolítica.com. Profr. UNILA. Diplomado Grandos Chapa (UAM).

https://www.alainet.org/pt/node/203173?language=en
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