¿Vencedores vencidos?

27/01/2020
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(…) Y ahora tiro yo porque me toca

En este tiempo de plumaje blanco

Un mudo con tu voz y un ciego como yo

Vencedores vencidos (…)”1

 

La humanidad desciende a su propio subsuelo, nos sorprende nuestra singular capacidad de avergonzarnos, hay quienes solo parecen calmarse escupiendo su necesidad de linchar linchadores, los medios le sacan punta a cada linchamiento como naturalización del chivo expiatorio para cerrar heridas y simplificar todo aumentando hasta la ilusión de estar resolviendo el problema, incluso el dolor. Hay quienes necesitamos inevitablemente justicia pero arrinconados por su lento y tantas veces injusto dictamen, sabemos que necesitamos algo más que encontrar culpable y condena.

 

Entendemos que la reparación subjetiva supone un trabajo pedagógico de naturaleza inconclusa aunque obstinado para salvarnos de nuestros límites como sociedad, para contrarrestar lo más miserable de nuestra condición humana.

 

Ahí va aquel que parece sorprendido por este linchamiento a la salida del boliche y ni de cerca se pregunta por aquella tarde en la que atragantado por la derrota de su hijo en el papifutbol casi se mete a trabarle la pelota a un rival (de los mismos 8 años que su hijo) con su propia cabeza, al mismo tiempo que descargaba mirada rabiosa e insulto a su propio hijo por no invertir los huevos de macho de su descendencia.

 

A este hombre furioso por la golpiza homicida ni se le cruzó aquel acto de escuela en que lo indignó esa maestra que repartió colores, muñecas y tractores independientemente de mujeres y varones. Ni se acuerda como la pulverizó en el WhatsApp del grado trocando la idea de maestra con criterio de género a docente degenerada.

 

A este señor y a la señora con quien matrimonian hace varias décadas les pasó inadvertidas aquellas ocasiones (y fueron varias) en que su hijo les contó que debía pagar alto precio para mantenerse en el grupo de los que gozaban de cierta primacía en su división de la secundaria hostigando y lastimando a dos chicos y una chica como blanco permanente para justificar supremacías o normalidades o simplemente algo de tranquilidad.

 

El señor y la señora elegían proteger a su hijo en su activa colaboración hostigadora, o justificando su inacción cómplice o la risa que pretendían aquellos lideres escolares. Temían que resbalara a ese lugar de hostigado, aunque ninguna vez intentaron con su hijo empatizar con aquellos otrxs, ponerse en sus lugares, en sus cuerpos, en sus padecimientos. Su miedo por resbalar y caer allí justificaba ese silencio de un papá y una mamá que renunciaban a animarse y ensayar alguna porción de justicia o al menos hacerse algunas preguntas incómodas junto a su hijo o quizás intentar juntarse con otrxs adultxs para detener esos silenciosos linchamientos microsociales que un día terminan en la sección de policiales por lo ocurrido en la escuela, en el club o en el boliche que vuelven a comentar sorprendidos como si no tuvieran nada que ver.

 

Este señor es parte del movimiento de los indignados por la masacre de Gesell, aunque elige no preguntarse, prefiere no volver sobre sus propios pasos para desnudar esa cotidiana construcción de masculinidad hegemónica y prepotencia patriarcal.

 

Este señor grita que debemos encerrar de por vida a los linchadores pero ni de cerca se le ocurre que aquellos rituales de confirmación de hombría en los pasillos que había que recorrer para "ser parte" del equipo de rugby sorteando golpizas, manoseos y demases sin mostrarse temeroso han sembrado una oscura capacidad de linchar para reafirmarse en situaciones adversas, han justificado una razón de manada para salvarse una vez más.

 

Este señor incluso es de los que aúllan que ya no hay valores, ese término absolutamente neutro del que se adueña cualquiera para cotizar bien en las redes sociales. Cualquier acción supone valores subyacentes, lo que debemos intentar es desentrañarlos, ponerle predicado al sujeto, y poner palabra a los valores que subyacen a una patada mortal a otro en estado indefenso. Odio, resentimiento, predominio del impulso por sobre la palabra, la irrupción del golpe como único modo de estar, el desprecio y ensañamiento por el otro, que hace rato dejó de ser sujeto y es visto como simple objeto, como una cosa, descartable.

 

Desentrañar valores en aquella piba que un día aprendió RCP y se animó en esa batalla campal e intento salvar una vida, anteponiendo la desmesura de su amor solidario y arriesgando sus apenas 15 años, prefiriendo no solo atestiguar desde su celular como único modo de estar.

 

A contramano de los moralizadores que salen a desparramar odio y desconfianza haciendo foco en la condición endemoniada de algunxs jóvenes, enaltezco y me reafirmo en que hay tantas formas de construir adolescencias y juventudes como maneras de ser padre en nuestra sociedad. Lo que se impone como desafío urgente y este lamentable homicidio puede convertirse en un punto de inflexión es deshacernos del poder depredador del patriarcado y ensayar otras masculinidades, animarnos a disputar la hegemonía machista entre propios, las que implican salir a decir y discutir pero también las que suponen incluso fruncir y no regalar sonrisa cómplice para pertenecer.

 

Reconocer nuestra fragilidad como hombres es un indicio de valentía, asociar fragilidad a debilidad opera como trampa de cultura dominante. En esta sociedad que supimos conseguir reconocernos frágiles es una condición de fortaleza necesaria para vivir mejor con lxs demás, para aprender a cuidarnos y hacer comunidad cuando sigue imperando el sálvese quien pueda.

 

Gabriel Brener

Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Licenciado en Ciencias de la Educación (UBA). Profesor de Enseñanza Primaria (Normal Nº 4). Profesor en distintas universidades (UBA, UNaHur) y en el Instituto Superior del Profesorado “Joaquín V. González”. Trabaja en asesoría y formación de docentes y equipos directivos. Fue subsecretario de Educación del Ministerio de Educación de la Nación (2013-2015). Es director del equipo de investigación sobre La construcción de la comunidad en la escuela: la judicialización de las relaciones escolares en el nivel secundario (UnaHur).

 

 

1 Vencedores Vencidos. Carlos Solari, en Un baion para el ojo idiota, 1988

https://www.alainet.org/pt/node/204427
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