Continuamos viviendo en tiempos de pandemia y cuarentena en los cuales debemos reflexionar sobre las relaciones establecidas entre los seres humanos y con el ambiente en especial sobre los modos de producción y consumo de los alimentos. Tiempos en los cuales aparecen debates, e intentos de apropiación del concepto, respecto a la agroecología y las prácticas implícitas. Discutimos acerca de qué comemos, cómo escogemos los alimentos y sobremanera de quienes, cómo se producen y distribuyen. En ocasiones se ignora que agroecología es, e involucra, un concepto de larga data que implica no solo como se produce sino discusiones más amplias, que incluyen los vínculos con los bienes comunes naturales e incluso una dimensión espiritual que engloba, corresponde y contiene las relaciones que establecemos todos los seres vivos.

En el mismo sentido ya desde las asociaciones y organizaciones de productores, las organizaciones de la sociedad civil, de consumidores , las universidades, organizaciones de consumidores e incluso las instituciones del estado se han incrementado las discusiones acerca de por qué y cómo certificar, monitorear, “dar cuenta” de los sistemas productivos, y los alimentos obtenidos, que han sido obtenidos mediante agroecosistemas respetuosas del medio y de las relaciones humanas. Discusión que no es nueva ya que desde varias organizaciones promovimos la discusión en 1992 cuando se sanciona la primera disposición sobre agricultura orgánica y que reaparece en 1998 cuando se presenta el proyecto de Ley a fin de regular y certificar la agricultura orgánica en la Cámara de diputados de la nación.