Primera parte

El dilema moral del Che Guevara (I)

Millones de jóvenes en todo el mundo siguen viendo en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo.

29/04/2021
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En este tiempo convulso y desconcertante, necesitamos acudir a referentes que nos puedan ayudar a salir de la perplejidad y del desánimo. Referentes que nos ayuden a clarear el horizonte y reconstruir nuestros pasos con paradigmas renovados y una actitud perpetua de amor por la revolución. El Che siempre ha sido mi referente y, como tal, tengo con él una relación compleja que toma prestado todo lo bueno de su compromiso con la humanidad y al mismo tiempo crítica o cuestiona algunos aspectos cuando menos difusos de su ideología.

Che siempre

 

El Che Guevara es universal. Tal universal que incluso los movimientos pacifistas lo hacen suyo, paradójicamente. El Che en blanco y negro, el Che en tinta china, el Che dibujado por computadora, el Che en su foto final de Cristo yacente hermoso y trágico. El Che en todas partes, en las habitaciones de  comunistas y de cristianos, de socialistas y de anarquistas, en casas de campesinos e indios, en universidades, fábricas y escaparates, el Che en los campos de fútbol, el Che en estampas y en pequeñas iglesias bolivianas rezado en aymara y en quechua.

 

Millones de jóvenes en todo el mundo siguen viendo en el Che un ejemplo en el que mirarse en un tiempo de avance cultural del neoliberalismo, de descreimiento y nihilismo. El Che surge como el rescate de un horizonte liberador, de un impulso ético que invita a seguir luchando contra la injusticia allí donde se encuentre. Así es como treinta años después de su muerte su figura está viva, como si en cierto sentido el tiempo se hubiera detenido en aquella fotografía que le tomara Alberto Korda sobre la tribuna de la calle Colon.

 

En los años ochenta, una vez pregunté a un joven nicaragüense que portaba una camiseta con el rostro del Che y una boina adornada con la estrella roja de cinco puntas, si había leído algo del mítico guerrillero. Me respondió que no, que andaba muy ocupado organizando a los jóvenes del barrio y que bastante tenía con seguir su ejemplo en la vida diaria. En ese momento, hace veinte años, me di cuenta que el éxito del Che Guevara no radica principalmente en sus textos y en sus tesis políticas, sino en su fuerza moral. Es el revolucionario en estado puro, el hombre utópico, el que lleva hasta el final la coherencia en la vida, el que realmente interesa a una multitud. Che realizando su viaje iniciático en una motocicleta, rumbo a una leprosería en Venezuela; Che dejando el poder en Cuba para arriesgar su vida en el Congo, un escenario lejano y complejo que desconoce; Che muerto en Bolivia, tras un desencuentro dramático con la realidad, dejándonos ese rostro crístico que parece una llamada a la humanidad. Son esos tres momentos los que sellan el abrazo entre decenas de millones de seres humanos y el hombre. Sin duda que él era portador de muchas ideas, algunas brillantes, y era productor de teorías económicas interesantes y de enfoques innovadores, pero todo ese arsenal es perfectamente discutible. Lo que resulta en él irrefutable es su ejemplo. Ese detalle no hay quien lo discuta.

 

Ese aspecto, la moral de Che, es el que me interesa. El que me conmueve. El que me perturba a veces. El que hace de Che mi figura histórica. Esa moral, sin embargo, no es una línea recta, pura, intachable. Y no lo es porque Che era un ser humano, hijo de su tiempo e influido por las ideas predominantes de la izquierda en la mitad del siglo XX. Lo prefiero así, contradictorio, cercano. Es más real. Más verdad.

 

Su moral arranca  de una visión de la extrema pobreza en la América andina que recorre en su moto. Ese impacto le rompe los ojos y genera en él una fuerza interior que le empuja a participar en la gesta de crear una humanidad nueva liberada de los males sociales. Al igual que en los grandes reformadores de la historia que soñaron un mundo armonioso su crítica arranca de la desazón y de la rabia, para convertirse poco a poco en un proyecto social y político que lejos de resignarse con los males sempiternos de la existencia humana, apunta a la necesidad de un ser humano nuevo, viviendo feliz en una sociedad moralmente completa. Al Che le interesa una nueva sociedad, una nueva civilización, unas nuevas relaciones sociales, humanas y sentimentales. Su interpretación antropológica del marxismo sitúa al hombre y la mujer por encima de la economía y del desarrollo tecnológico, es el incentivo moral el que debe prevalecer. Siendo el factor humano el eje de su socialismo Che coloca al Estado como instrumento reformador, tutelar, de la sociedad. Este enfoque estatista es predominante en la izquierda de la época y promueve la idea de que es la sociedad representada por el Estado la que debe moldear al individuo, garantizando la educación correcta y unos comportamientos tasados. Y es aquí donde, a mi modo de ver, se manifiesta un punto sombrío y polémico en su propuesta moral.

 

Luces y sombras de su propuesta

 

El Estado como motor y garante de una nueva sociedad es también normativo y hace del Che un hombre a veces inflexible, un poco puritano y con un costado de monje -en acertada definición de Eduardo Galeano-.  Un Che que, según el escritor uruguayo, no podía ver a un humilde vendedor por cuenta propia en las calles de La Habana, porque veía en ello una capsulita de capitalismo, y en el fondo temía que allí pudiera haber un pequeño Rockefeller en potencia. Es verdad que su llamado era una advertencia frente a la codicia, frente a las trampas de la codicia. Pero hay en él un reformador moral que desde el poder, señala lo que debe hacerse. Es decir, en su impulso moral como inspiración, como raíz para la acción política, radica al mismo tiempo dos dimensiones: una que nos remite al deseo de liberar la humanidad de toda forma de opresión y otra que hace de lo moral una idea de Estado normativo, dirigido por una vanguardia o por líderes que determinan lo que le conviene a la gente. Son estas dos dimensiones las que permanecen en difícil equilibrio en un Che en todo caso coherente con sus propias convicciones. En su concepción del partido, la idea de vanguardia leninista aparece una y otra vez como garante no sólo de una conducción correcta de la revolución, sino también como instrumento de educación del pueblo, es decir como tutela moral necesaria. Desde luego se trata del partido único que atraviesa todos los nervios del Estado y de la sociedad. Del mismo modo su concepción del militante y del cuadro del partido, se acerca a la de un apóstol de la revolución. El nivel de exigencia del Che Guevara nos remite a una concepción salvífica, redentora, en la que el partido es una agrupación de santos, y hay ahí como un desencuentro entre la realidad y su pensamiento.

 

No obstante, el Che se separa muy radicalmente de la ortodoxia soviética, tanto en lo que se refiere a los métodos de lucha como en su pretensión de ser la única verdad, de manera que lee y estudia a Trosky y a Mao, siempre con una tensión contraria al dogmatismo y a la retórica -quedó triste cuando la policía cubana destruyó las placas del libro La revolución permanente de Trosky-. Además, el marxismo del Che contempla el hacer la revolución en países subdesarrollados, apoyándose en la reforma agraria, lo que fue admitido por Marx en sus últimos años tras analizar la situación de Rusia.

 

Ciertamente no hay trampa en su concepción moral, al contrario hay una coherencia de la que podemos extraer algunas conclusiones:

 

En primer lugar sus actos están llenos de ejemplaridad. Entre lo que dice y lo que hace hay una unidad completa. En el trabajo voluntario, arrastrando un asma que a veces le hace aparecer como un ser agonizante, corta caña o maneja un tractor, pero no para la fotografía sino con una intensidad y una sinceridad que nadie nunca ha discutido en Cuba. El tipo se presentaba en una fábrica y se ponía a trabajar de peón en horas nocturnas, sin que apenas nadie lo supiera, ante la alucinación de los trabajadores del turno. Siempre cobró el sueldo mínimo, dos o tres veces por debajo del salario de un técnico.  No sabía que su familia estaba siendo beneficiada por un complemento alimenticio, y cuando tuvo conocimiento de ello ordenó de inmediato su supresión.

 

En segundo lugar, el impulso moral conduce al Che a pensar el hombre nuevo y la mujer nueva como eje del desarrollo. Una concepción que rompe con el marxismo soviético y enlaza -tal vez sin querer- con la corriente histórica del socialismo utópico. De hecho, la evolución del Che con respecto a la URSS es cada vez más crítica, no le gustan ni los métodos fordianos, ni las concepciones economicistas, ni la escasa calidad de los productos soviéticos. Para él es el factor humano el eje del desarrollo del socialismo. Él le devuelve a la conciencia el valor protagonista que tiene en la historia de la humanidad. Sin embargo, el hombre nuevo del Che es un super-hombre. En un momento afirma que es necesario encontrar la fórmula para perpetuar en la vida cotidiana una actitud heroica. Como quiera que el punto de partida es otro muy distante, el Che deposita en el Estado y en el partido la responsabilidad de una educación del individuo, confiando que prenda en las masas una actitud de presión a quienes no se han educado todavía. Su propuesta, en “El Socialismo y el hombre en Cuba” es extremadamente arriesgada y creo que errónea. Sobre este punto vuelvo en la Tercera Parte.

 

Era partidario de un modelo de sociedad autosuficiente, donde los valores éticos predominen sobre los mercantiles, y donde el bien común sea el valor por excelencia. Hay en este último punto una inspiración radical que parece tener su raíz o al menos conectar con Pierre Rousseau, pensador francés del siglo XVIII. Pero antes de señalar lo que hay, a mi juicio, de relación con Rousseau, es de interés indicar que de su viaje a la URSS a finales de 1960 viene gratamente impresionado por la solidaridad recibida. Como dice Paco Ignacio Taibo II en su biografía sobre el Che,  no tenía una mínima percepción del desastre social, del autoritarismo político, del carácter policíaco de la sociedad soviética. No obstante su posición crítica fue en aumento, y tras la crisis de los misiles donde los cubanos se sintieron manejados por la política de Kruschev quien pactó con Kennedy a sus espaldas, Che Guevara entró en un enfurecido silencio respecto de la URSS. Ese silencio fue roto en Argel en 1965, donde denunció la complicidad tácita de la dirección soviética con el imperialismo en la profundización del desarrollo desigual y la subordinación de los países pobres al reparto del mundo. Presiente las enormes dificultades de Cuba en su tránsito al socialismo y lanza su mensaje a la Tricontinental de crear otros Vietnam, no confía para nada en una Cuba dependiente de la URSS, una Cuba sometida al monocultivo del azúcar como producto principal de cambio para la importación de maquinaria del Este de Europa. El Che vive entonces con angustia la soledad vietnamita y se rebela contra la guerra de insultos y sectarismos que libran la Unión Soviética y China; no entiende ni acepta esa división del campo socialista.

 

Su alejamiento de los soviéticos y un mayor conocimiento de la experiencia china, alimentaron sobre él el estigma de ser pro-chino, y sin embargo lo cierto es que siempre se mantuvo fiel a sus propias ideas y a su conciencia y lo que siempre defendió en aquellos difíciles momentos era la unidad del campo socialista.

 

La sombra de Rousseau

 

En su pequeño ensayo El socialismo y el hombre en Cuba,  escribe como en la historia de la revolución cubana aparece un personaje que supera al individuo: la masa. Esta idea de la masa que no es una mera suma de individuos, una agregación, no es otra cosa a mi parecer que la voluntad general de Rousseau, mejor o peor expresada. Responde a dos proposiciones: de un lado superar la democracia burguesa, parlamentaria, sustituyéndola por una democracia realmente participativa, directa, "el pueblo reunido", algo que permanece en la filosofía de la revolución cubana; y de otra parte superar el individualismo -inclusive el de buena voluntad- sustituyéndolo por el cuerpo social colectivo, cuya voluntad no deviene del recuento de votos individualmente expresados, sino de la fuerza espiritual y política que se manifiesta en el clamor de la masa. Pero un primer problema de la voluntad general es que requiere de seres éticos capaces de poner por delante el bienestar de todos a la ventaja personal. A esto responderá el Che con la necesidad de la educación orientada por el Estado; y advierte que la sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Un segundo problema -de Rousseau ya en el siglo XVIII, como el del Che y el de la Cuba actual-, es quién interpreta la voluntad general y quién dirige la voluntad general de la masa. No es un problema menor, sino un problema de envergadura que indica la dificultad de la vía democrática escogida.

 

Como es sabido, siendo Ministro de Industria provocó algunos debates económicos de gran envergadura entre 1963 y 1965. Algo hemos comentado sobre el asunto de los incentivos, pero fue el tema de la ley del valor en la transición del capitalismo al socialismo el que convocó la participación de intelectuales como Mandel, Sweezy, Huberman, etc. En síntesis, quienes defendían la importancia de la ley del valor atribuían a los mecanismos del mercado en la economía planificada un papel decisivo, de manera que defendían una amplia autonomía financiera de las empresas e insistían en el dinero como factor clave para aumentar la productividad. El Che y sus partidarios -entre ellos varios economistas de prestigio como Alvarez Rom y Oltuski- pusieron el acento en la gestión centralizada, teniendo en cuenta las desigualdades del desarrollo en la isla. Creían que la autonomía financiera de las empresas alimentaría opciones sectoriales y no nacionales; pensaban que la autonomía de los directores en materia de inversiones y salarios derivaría en desigualdad y desequilibrios territoriales. El Che y su equipo proponían una economía que tuviera en cuenta las prioridades nacionales y gestionara cuidadosamente las escasas divisas y los recursos escasos en medio del bloqueo .

 

La propuesta del Che se apoyaba en un fuerte sentido de la igualdad, en un temor fundado a las relaciones monetario-mercantiles, y en su crítica al socialismo de la URSS. Pero hay en su planteamiento una apuesta por el Estado en detrimento de la autonomía, de la misma manera que en la reforma agraria pondría el acento en la centralización y no en las cooperativas y en la propiedad social diversificada.

 

Una ética impaciente

 

Pienso que su fortaleza ética se pone de relieve también en el hecho de que escogiera la vía armada. Hay en esta opción una pasión por lograr los cambios por el camino que él considera más corto y seguro. Y no es que estuviera en desacuerdo con la participación electoral de la izquierda, pero el Che había visto demasiado fraude en el continente, y había comprobado como a los avances políticos de la izquierda la derecha respondía invariablemente con golpes de Estado.  La esperanza se cansa de esperar y es por ello que el Che tiene prisa, es un impaciente. Vive la acción revolucionaria con urgencia, como si cada día que pasa es un día más de sufrimiento intolerable de la humanidad.

 

Parece cierto que el Che no temía a la muerte, y que incluso parecía buscarla. Lo dice el mismo Fidel en una entrevista que dio a Gianni Mina . Hay un poema del propio Che que empieza diciendo: Bienvenida sea la muerte/ donde quiera que sea/... Pero esa actitud, o si se quiere esa aptitud, se asemeja a la disposición del que cree profundamente; algo similar hemos visto en otros guerrilleros en América Central, en creyentes cristianos que lo arriesgan todo con extrema generosidad. Así era el Che, un hombre que incluso cuando jugaba al ajedrez lo hacía a todo o nada, ganar o perder.

 

Su vía armada contiene un singular humanismo. Lo dejó claro al decir que un revolucionario debe estar movido por grandes sentimientos de amor; él no odia al soldadito al que combate, odia al sistema, odia a la injusticia social y a la dictadura política. Y esa conjunción de amor y de odio son los ingredientes necesarios de un humanismo que busca la realización aquí en la tierra. El amor y el odio van pegados.

 

En esta vía revolucionaria el Che pareciera cargar el universo sobre sus hombros. La Tricontinental le descubre una vocación salvífica sin fronteras. En una viaje a África como ministro se siente responsable del hambre y del colonialismo. Vuelve al Congo como combatiente, junto con un puñado de veteranos de Sierra Maestra, y pronto se ve envuelto en un laberinto tribal, de rivalidades, que no logrará entender. Sin duda los combatientes de Laurent Kabila carecían de la disciplina y de la mística de los cubanos; regresa a América defraudado y triste. Aquí podemos apreciar como el Che no era un calculador político, sino un apasionado, y en este caso un voluntarista llevado a África por su generosidad infinita. Y en Bolivia otra vez se repetirá en cierto modo el error de cálculo, aunque en otro escenario. Solo, con un grupo de convencidos, será traicionado por los comunistas locales. Creo sinceramente que es víctima de la política exterior soviética que influye decisivamente sobre Mario Monge, el secretario general de los comunistas bolivianos que en lugar de presentarse en una cita con el Che, viaja a Bulgaria y luego a Moscú a buscar apoyo para su tesis contraria a la lucha armada. La posición de Monge estuvo además influida por su incumplido deseo de ser el máximo dirigente de la guerrilla en Bolivia y su sectarismo frente a la posición de dirigentes y militantes de las juventudes comunistas que se incorporaron con entusiasmo al grupo guerrillero.

 

Pero el Che, además, se equivoca de época y de lugar, creo. Como acertadamente recordó Eduardo Galeano en la entrevista que le hice en 1987, en Bolivia se produjo un diálogo de sordomudos entre el foco guerrillero y el paisaje humano y físico. Hay que recordar que en Bolivia, tras el estallido revolucionario de 1953 liderado por el Movimiento Nacionalista Revolucionario, se habían logrado en parte tres objetivos: una reforma agraria, la nacionalización de las minas y la implantación del sufragio universal que llevó a una notable politización de mineros, estudiantes, campesinos. Es verdad que pocos años después se instaura una dictadura militar y el PIB es el más bajo de América Latina después de Haití, pero lo comprobado por los hechos es que las condiciones sociales no eran las óptimas para una guerra de guerrillas. Cuando quiso buscar un escenario más favorable, donde los hermanos Peredo gozaban de simpatías, fue abatido en la Quebrada del Yuro.

 

La misión del revolucionario

 

En todo caso es conocido que el Che, al elegir Bolivia, quiere dar inicio a un plan que formaba parte de una estrategia continental. Abrir un sólido frente de lucha armada en Bolivia era un paso más hacia su gran objetivo: Argentina, primero, y luego todo el cono sur. Lo cierto es que aun sintiéndose cubano, el Che era muy argentino. Siempre, incluso en Sierra Maestra, había soñado con luchar en su Argentina.

 

Y es en este hecho que puede descubrirse otra faceta del Che: su visión bolivariana, continental. Para él, Cuba debe ser un referente, una bandera, pero es sólo el comienzo. Esto da pie para descubrir el distinto papel entre el Che y Fidel Castro. Eran dos personalidades tan fuertes que necesitaban de una cierta distancia. Fidel era y es un político de Estado, calculador y pragmático, hábil dirigente, un conductor de pueblo. El Che era el revolucionario en estado puro, mucho menos calculador, conductor de grupos pequeños de grandes ideales como los de él. Así por ejemplo si Fidel era capaz de soportar las políticas soviéticas, el Che Guevara o bien hacía saber su disentimiento o bien se refugiaba en un mutismo significativo. La misma diferencia encontramos en el tratamiento que hacen ambos a la unidad con los comunistas cubanos del PSP. Es indudable que el Che no tiene mucha confianza en ellos. La verdad es que toda su confianza la depositaba en el Ejército de Liberación, donde veía una garantía mayor de mística.

 

Por lo demás eran años en los que había que construir un Estado y el Che odiaba a la burocracia y en ese tiempo se trataba justamente de organizar una administración, de poner a técnicos al frente de muchas tareas. Choca asimismo con los Comités de Defensa de la Revolución en los que detecta una penetración de oportunistas en busca de casa o de automóvil o de mejor acceso a alimentos. Sencillamente al Che no le entusiasmaba la idea de verse sumido a la rutina de aquella construcción estatal seguramente inevitable; no en vano sus oficinas eran una especie de campamento y el tipo estudiaba en el suelo, todo como si fueran lugares de tránsito o la montaña misma. No tiene vocación de poder, no quiere el poder, como lo prueba el hecho de que el día de tomar posesión del ministerio de Industria el 23 de febrero de 1961 le dijera a su colaborador Manresa: Vamos a pasar cinco años aquí y luego nos vamos. Con cinco años más de edad, todavía podemos hacer una guerrilla.

 

Como bien puntualiza la cubanóloga francesa Janette Habel , aquel su discurso de Argel en el que denuncia a la URSS por su papel abusivo frente a países pobres, frente a Cuba, fue muy mal acogido en Moscú que hizo saber que lo consideraba inaceptable. A su regreso de la capital argelina el Che y Fidel discutieron durante dos días. Ya el Che no volvió a aparecer públicamente.

 

Es así que pienso que en la mente del Che está la idea de que Fidel lo llena todo en Cuba y que su misión es otra bien distinta: impulsar dos, tres Vietnam. Su internacionalismo, su sentimiento latinoamericano, encarnó un modelo de provocación a los poderes establecidos y una llamada al asedio perpetuo al imperialismo y al colonialismo. Las claves de su pensamiento son dos: la misión del revolucionario es hacer la revolución; ninguna injusticia que suceda en el mundo le deja indiferente, no hay pues fronteras. Desde luego no las hay para él, que nace en Argentina, entra en la política en Guatemala, se casa con una peruana en Méjico, lucha en Cuba, luego en el Congo, y muere en Bolivia. Hay una confesión increíble que le hace a su padre, ya en enero de 1959, a los pocos días de haber triunfado la revolución: Yo mismo no sé en qué tierra dejaré mis huesos.

 

 

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