Argentina: la lucha por la tierra y la apología de Roca
La visión celebratoria en torno a la figura de Roca, y en particular de su rol de conducción en la “Conquista del Desierto”, se articula con el discurso que sólo “tolera” la presencia de los pueblos indígenas si puede mantenerlos en la pobreza, la marginación y el silencio.
- Opinión
En un acto en el cementerio de La Recoleta, el excandidato a vicepresidente de la Nación y actual auditor general, Miguel Pichetto, aprovechó el ser orador en un homenaje anual a Julio Argentino Roca para redundar en su enfoque “antisubversivo” de los actuales conflictos por recuperación de tierras ancestrales que comprenden a los mapuche.
La prédica, que ya lleva unos años, apunta a crear un enemigo interno, encarnado en primer lugar por la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) y extendido a todas las reivindicaciones de tierras. Se las presenta como peligrosos atentados contra la propiedad privada. Y más todavía, como acechanzas contra la propia existencia del Estado nacional.
En su alocución de la Recoleta el actual integrante de Juntos por el Cambio afirmó: “No hay que reconocer a estos pueblos pseudo-originarios que no reconocen la bandera, las autoridades, el himno, ni la Iglesia”.
Escribe Pichetto en una nota del 20 de octubre en La Nación que forma tándem con su intervención en el cementerio: “¿Por qué la izquierda enarbola hoy la bandera indigenista? La respuesta es muy simple, porque ataca frontalmente la propiedad privada, enemiga esencial del comunismo, deslegitima la ley y el Estado desde su origen, proclamándolo usurpador y ladrón. En definitiva, lo que se busca es la disolución del poder nacional.” No puede reprochársele falta de claridad y contundencia en su exposición.
Es muy congruente que a partir de ese supuesto de “unidad nacional amenazada”, se exalte a la figura de Roca. A quien el pensamiento conservador de nuestro país identifica, no sin razón, como uno de los fundadores del Estado argentino moderno. Desde la unificación monetaria al servicio militar obligatorio, fueron varios los pilares del Estado nacional cuya construcción tuvo que ver con sus gestiones.
Quien fuera un gran organizador y beneficiario del fraude electoral fue asimismo protagonista del genocidio que despojó a las comunidades originarias y a los mapuche en particular. El despliegue de un enfoque de conquista, exterminio y sometimiento, en pro de una sociedad a la que se quería blanca y “europea”.
La “solución” del “problema” del dominio de los “salvajes” (así se solía llamarlos) implicaba incorporar amplísimas extensiones a la explotación agropecuaria. El hambre de tierras de los estancieros alcanzó una saciedad pocas veces vista. Las bases para el auge de la “república agropecuaria” que ocupó el tránsito del siglo XIX al XX estaban echadas. “Paz y Administración” era la divisa gubernamental, “paz” que se asentaba sobre la muerte o servidumbre del “otro”.
Más allá de la devoción o la mirada crítica durante distintos gobiernos, la figura del dos veces presidente es aún objeto de culto por parte del aparato estatal. Allí está el Museo Roca, de jurisdicción nacional, que tomó parte activa del homenaje que nos ocupa.
Y pese a los esfuerzos que supo desplegar la agrupación Awka Liwen, con Osvaldo Bayer a la cabeza, una avenida que desemboca en la Plaza de Mayo lleva todavía el nombre del “prócer”, cuya imagen uniformada y ecuestre se erige en la intersección de la Avenida de Mayo y Perú. Un Estado Nacional que, por acción u omisión, rinde tributo al general-terrateniente y otros genocidas
Pese a haber transcurrido bastante más de un siglo, el agradecimiento de las clases dominantes sigue vigente. Al igual que su propósito de perpetuar el despojo de los pueblos originarios. Lo que se articula con otro objetivo permanente: La descalificación, y en cuanto se puede la persecución activa, a quienes se atreven a cuestionar de un modo u otro la organización capitalista de la sociedad. O a los que ponen en duda en alguna medida la autoridad del sacrosanto Estado nacional.
También afirmó el ex senador rionegrino en su discurso: “Hay una construcción de la izquierda dura que quieren calificarlo (a Roca) de genocida que no se ajusta para nada la historia misma. La Patagonia era un territorio difuso, donde también tenía expectativa Chile (de) ocuparla. La acción de la Campaña del Desierto fue estratégica de la soberanía territorial.”
Allí se encuentra una apreciación habitual de los partidarios del tucumano, la pretensión de legitimar a la “conquista” bajo la cobertura de la defensa de la soberanía. Puede argumentarse que no fue defensa ni preservación sino una ofensiva armada contra los poseedores del territorio hasta ese momento. Y no es casual que estos “soberanistas” casi nunca mencionen la ocupación de tierras susceptibles de explotación rentable con prevaleciente destino a la exportación. Las mismas tierras que fueron repartidas entre quienes ya eran terratenientes y otros que lograron acceder a la propiedad de las extensiones tomadas “al salvaje” por vías de sus influencias políticas y militares.
La visión celebratoria en torno a la figura de Roca, y en particular de su rol de conducción en la “Conquista del Desierto” se articula con el discurso que sólo “tolera” la presencia de los pueblos indígenas si puede mantenerlos en la pobreza, la marginación y el silencio. El que a su vez se complementa con la incitación a reprimir sin miramientos a las tomas de tierra y a criminalizar y encarcelar a quienes las impulsan. No por casualidad la derecha y sus expresiones mediáticas armaron revuelo por la “defensa” del lonko Facundo Jones Huala que atribuyen al embajador argentino en Chile, Rafael Bielsa.
Todo esto marca un desafío para los que estamos en la vereda de enfrente de la adoración de la propiedad privada y la apología del genocidio. Es el de atreverse a desarrollar un riguroso replanteo del papel y el carácter del estado nacional en Argentina.
Lo que Incluye la disposición a dar el debate sobre el rasgo plurinacional de nuestra sociedad. La prejuiciosa visión que describe a nuestra tierra como “un país de inmigrantes”, tan difundida en diversos círculos más o menos oficiales y con poder, requiere ser puesta en crisis de modo definitivo. No se trata de disminuir y menos de negar la protagónica presencia de las corrientes inmigratorias. Sería deseable reivindicarlas en su participación decisiva en las luchas obreras y populares desde fines del siglo XXI y no como sometidas a los dictados de la burguesía terrateniente y urbana.
Lo que es del todo compatible con la condena sin atenuantes del avasallamiento del territorio indígena, que comprendía hasta 1880 e incluso después, a más de la mitad de la extensión de la República Argentina actual. En cuanto a la actual y creciente disputa por la tierra, relacionada o no con las reivindicaciones de los originarios, es en gran medida una expresión de la lucha de clases en nuestro país. Confrontación en la que la vereda donde ubicarse está más que clara.
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