Cuarenta años del golpe militar en Chile, cuarenta años del neoliberalismo
08/09/2013
- Opinión
El 11 de septiembre se cumplen 40 años del derrocamiento de Allende y la implantación de una dictadura brutal en Chile.
El 11 de septiembre se cumplen cuarenta años del derrocamiento de Salvador Allende y la implantación de una dictadura brutal en Chile. La dictadura vino acompañada de la puesta en marcha de una política económica basada en el monetarismo de Friedman y las ideas de libre mercado defendidas por este economista. Los Chicago Boys, denominación que se dio a graduados chilenos que se educaron con Milton Friedman en la Universidad de Chicago, tomaron las riendas de la economía y llevaron a la práctica las enseñanzas de su maestro.
La experiencia práctica de las ideas que venía defendiendo Friedman desde los años cincuenta del siglo XX se comenzaron a experimentar. Milton Friedman desarrolló una teoría monetarista, entre otras contribuciones, que se contraponía a las proposiciones keynesianas que imperaban en las décadas de los cincuenta y los sesenta. La edad de oro del crecimiento hizo que sus propuestas teóricas no tuvieran eco entre los principales responsables de la política económica. Tuvo que ser en una dictadura en donde sus principios se pusieran en práctica. Unos años mas tarde sucedió lo mismo en la dictadura de Videla en Argentina. No podía ser de otra manera pues los elevados costes sociales que estas políticas implicaban tenían que darse en un contexto de represión y de eliminación de las libertades.
La década de los setenta fue testigo del surgimiento en la política aplicada de los supuestos económicos neoliberales. En aquellos años, bastantes analistas consideraban que esta política económica no podía llevarse a cabo en democracias en las que había unos sindicatos fuertes y reivindicativos. Los partidos políticos a su vez tienen que someterse a las urnas cada cuatro años. Un partido político que gobierna no está dispuesto a llevar a cabo unas medidas tan costosas que le supusiera perder las elecciones. Por tanto, se deducía de este razonamiento que la puesta en marcha de políticas neoliberales solamente se podía dar en dictaduras.
Esta suposición, sin embargo, no se cumplió, y a finales de los setenta y principios de los ochenta, estas políticas comenzaron a aplicarse en países democráticos como Reino Unido y Estados Unidos. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los abanderados de estas ideas que impusieron en sus países y que pretendieron trasladarlas al resto del mundo. Esto no lo consiguieron plenamente en otros países pero sí parcialmente.
En todas partes, la política monetaria se constituyó en el principal medio para luchar contra la inflación y la idea extendida es que había que combatir el déficit público, así como reducir el papel del Estado en la economía. Se pretendía, en consecuencia, reforzar el papel del mercado como protagonista principal del funcionamiento económico frente al intervencionismo, y se iniciaron políticas de privatización de empresas y servicios. La economía tenía que hacerse más flexible, sobre todo en el mercado laboral. Se fomentó la globalización, fundamentalmente la financiera.
En muchos países avanzados estas políticas no supusieron, sin embargo, el desmantelamiento del Estado del bienestar, como sucedió en el Reino Unido, y éste siguió resistiendo, aunque un tanto a la defensiva. El mantenimiento del Estado de bienestar supuso un paliativo ante los males sociales que generaba la aplicación del neoliberalismo, mientras que en Estados Unidos y el Reino Unido se produjeron aumentos de la desigualdad y la pobreza, entre otras muchas privaciones, muy superior a la que tuvo lugar en los países que mantuvieron políticas sociales.
El neoliberalismo se implantó también en los organismos económicos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial (BM), impuesto principalmente por Estados Unidos. Estos principios son en los que se sustentaron las políticas de ajuste en los países menos desarrollados durante los años ochenta. Las consecuencias de todo esto fueron catastróficas, desde el punto de vista económico y social.
La progresiva implantación del neoliberalismo en países democráticos fue la salida que se dio a la crisis de los setenta. Lo que no parecía factible, que tuviera lugar en sociedades con sistemas políticos parlamentarios, se hizo realidad, aunque fuera parcialmente, en el decenio de los ochenta. La razón principal estuvo en que la crisis de los setenta supuso a su vez la crisis del paradigma dominante entonces: el keynesianismo. Ante un hecho de esta naturaleza las élites políticas y económicas, pero también gran parte de los economistas académicos, volvieron los ojos hacia la teoría de Friedman, y a otras que se originaron entonces, como la de las expectativas racionales y la economía de oferta. Todas, aunque con diferencias entre sí, tenían un denominador común: el antikeynesianismo.
La crisis de los setenta se resolvió a favor del capital contra la clase trabajadora y la política económica que se impuso fue el instrumento para ello. Se trataba en definitiva de restablecer la tasa de ganancia para el capital. La clase trabajadora se encontraba debilitada como consecuencia de la crisis y del aumento del desempleo. Todo esto fue aprovechado por las fuerzas económicas dominantes para dar por acabada la época del pleno empleo, mayor cohesión social, y un determinado protagonismo del Estado que tuvo que coger la batuta, tras la crisis de los treinta, para mantener el capitalismo.
Las consecuencias de todo esto que comenzó su andadura hace cuarenta años están a la vista. Estos principios económicos, aliados con dictaduras brutales sin que ello les importase, han supuesto mayores niveles de desigualdad, aumento de la exclusión social, pérdida de derechos de los trabajadores en los países ricos. Los países menos desarrollados probaron esta medicina amarga en los años ochenta y aún hoy padecen sus secuelas. La crisis que se padece hoy es consecuencia de estas políticas. La salida se busca en la misma línea, pero ahora apretando más las clavijas a las clases trabajadores e intermedias. Las democracias se deterioran y se vive bajo la dictadura de los poderes económicos y financieros, sobre todo de estos últimos que son los hegemónicos en el capitalismo actual.
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