1° de mayo: amenaza de guerra y esperanza socialista

06/05/2014
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“Que esta revolución siga siendo pacífica, ya no depende de nosotros”. El mundo debería tomar nota de esta advertencia de Nicolás Maduro en su discurso del 1º de mayo. 
 
Delante del orador había un pueblo de pie. La clase obrera fue el nervio vital de esta inabarcable movilización que desbordó Caracas y replicó en todas las capitales del país. El Partido Socialista Unido de Venezuela actuó como motor y articulador, sumando a todas las organizaciones del Gran Polo Patriótico. Éste es en los hechos un frente antimperialista que completa la unificación del conjunto social tras el proyecto de transición personificado en Maduro. A su vez el presidente obrero expresa la ya probada unidad de la Dirección Político-Militar, que en el último año dio continuidad al proyecto revolucionario de Hugo Chávez y volvió a vencer, en todos los terrenos, los denodados intentos golpistas de la burguesía y el imperialismo.
 
En suma: el 1º de mayo millones de trabajadores, jóvenes, fuerza armada y pueblo en general, manifestaron su decidido apoyo al gobierno revolucionario y a su presidente, que también dijo en la tribuna: “Hoy es día de lucha contra el capitalismo. Es día de lucha por el socialismo”. Y completó su advertencia inicial: “(si hubiese un golpe) el pueblo decretaría una huelga general y se iría a la insurrección”.
 
¡Cuánta falta hace un lenguaje claro y resuelto como éste en más de un país latinoamericano! No obstante, tal vez sea necesario traducirlo, puesto que en franjas de la derecha hemisférica, pero también de ciertas izquierdas, no parece ser interpretado: la Revolución Bolivariana ha sido y seguirá siendo democrática, subrayó Maduro. También ha sido hasta ahora una revolución pacífica. Pero que siga siendo pacífica ya no depende de la Dirección Político-Militar, sino del imperialismo y la burguesía. De la venezolana, por cierto, pero también las de América Latina, que hoy acompañan el diálogo de paz desde Unasur: la soberana decisión de construir el socialismo no está en cuestión. Quien quiera torcer la voluntad mayoritaria por fuera de las reglas de la Constitución de 1999 deberá asumir que desata la violencia en Venezuela y da inicio a una conflagración regional.
 
Una guerra civil como en Siria, como antes en Afganistán, Irak y Libia y ahora en Ucrania: ésa es la meta trazada por el imperio y sus socios. Sólo que en Venezuela y Ucrania, aunque por vías diferentes, han encontrado su límite.
 
Creyeron ese objetivo al alcance de la mano tras la muerte de Hugo Chávez. A partir del 12 de febrero último, oscuros estrategas del Norte jugaron sus piezas claves en Venezuela, Colombia y Panamá, para poner al gobierno de Maduro ante la opción de renunciar o lanzar a la Fuerza Armada contra un movimiento presentado al mundo como rebelión popular encabezada por estudiantes.
 
La opción pareció inexorable en Mérida, con zonas “liberadas” por grupos paramilitares, pero también por momentos en Caracas, donde grupos altamente entrenados, encabezados por mercenarios extranjeros, con tácticas aceitadas de enfrentamiento extremo bajo la forma de guerrilla urbana y con armamento especial, intentaron pasar de las guarimbas con relativa participación civil al terrorismo avalado siquiera pasivamente por un sector de la sociedad. Los hechos, mostrados paso a paso en el informe especial de esta edición, muestran el fracaso de esa escalada.
 
Quien esto escribe se siente obligado a explicar que él mismo supuso que el choque frontal era impostergable. En esa presunción hubo una evaluación parcialmente errónea de dos componentes: el descontento social provocado por los efectos de la guerra económica y el grado de cohesión y afianzamiento en la Dirección Político-Militar de la Revolución Bolivariana.
 
Pese a la peligrosa magnitud del primero, la adhesión revolucionaria de las masas no retrocedió más allá del punto crítico: la conciencia pudo más que el cruel látigo de la carestía, el desabastecimiento y la suma de impericia y corrupción en bolsones del aparato del Estado. El segundo no estaba probado antes y ahora pasa a ser factor principal: la destreza táctica de una firme estrategia transicional y la capacidad política para implementarla.
 
Como sea, el hecho es que la contrarrevolución falló una vez más. Como en abril de 2002, pero en un plano cualitativamente mayor, abril 2014 plasmó una nueva victoria para la Revolución y la consecuente, costosísima, derrota para el imperialismo y sus agentes locales. En el volátil damero del cuadro político regional, este saldo puede computarse como un laurel para América Latina y un sensible desplazamiento de las relaciones de fuerzas a favor de los países del Alba. Aunque la tensión continuará y se agravará sin pausa, planteando desafíos cada vez más elevados, esto se traduce ya en la política regional.
 
Provocación mayor
 
Clave en este desenlace fue la mesa de diálogo con la oposición. En consecuencia, contra ésta apuntó el núcleo resuelto a llevar a Venezuela a la guerra.
 
En la noche del 26 de abril un grupo comando, encabezado por un ex jefe de la Policía Metropolitana, emboscó, baleó primero, torturó luego y finalmente completó el crimen con otros tres disparos a Eliécer Otaiza, símbolo del militar comprometido con la Revolución, con la lucha contra la burguesía, el imperialismo y, particularmente, contra la corrupta cohorte de infiltrados en el aparato del Estado. El asesinato de este hombre querido y respetado por los revolucionarios pudo hacer explotar el diálogo de paz. Más aún: conocido el hecho poco antes de la movilización del 1º de mayo, pudo haber transformado la imponente movilización ya en curso en una descontrolada reacción punitiva contra figuras de la burguesía.
 
También allí fallaron los cálculos contrarrevolucionarios. La disciplinada combatividad radical mostrada por millones el 1º de mayo se combinó con la veloz y eficiente respuesta del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin): al 2 de mayo ya estaba detenido uno de los asesinos (Gregory Javier Torres Castillo, de 20 años), pero el ministro de Interior Miguel Rodríguez Torres y el propio Presidente aclararon que estaban identificados todos los participantes. En un momento particularmente duro de su discurso, Maduro explicó que no callaría la verdad respecto del asesinato de Otaiza. Y subrayó que si fuera Diputado y supiera lo que sabe como Presidente, revelaría mucho más en ese momento. Se limitó a señalar que el atentado había sido programado en Miami y que notorios periodistas locales avalaban la continuidad del crimen con una operación de desinformación y calumnia. Todos comprendieron. Los nombres omitidos sonaron en la conciencia de los manifestantes. Al día siguiente Rodríguez Torres informó en rueda de prensa que en el financiamiento y conducción política de las guarimbas estaban probadamente involucrados el titular de la alcaldía mayor de Caracas, Antonio Ledezma y el ex candidato presidencial y ex gobernador del Estado Carabobo Henrique Salas Römer. Viene allí un choque político de proporciones. También informó de la detención durante este período de 58 mercenarios extranjeros, varios de ellos colombianos, por lo menos uno estadounidense y expuso fotos de algunos de ellos con el ex presidente colombiano Álvaro Uribe.
 
También informó la detención de Rodolfo Pedro González Martínez, alias el “Aviador”, a quien sindicó como principal articulador de las guarimbas en la Gran Caracas. Y explicó que “el Sebin le incautó gran cantidad de armamento y una computadora portátil de la cual se extrajo información de gran interés para la investigación”. Más choques políticos en perspectiva.
 
En línea con lo ya adelantado por Maduro el día anterior, Rodríguez Torres acusó a Washington por desarrollar un “plan de conspiración e insurrección” y señaló los dos objetivos de Estados Unidos: “impedir la propagación continental del ideal bolivariano y apropiarse y controlar las reservas petrolíferas más grandes del planeta”.
 
No es lo que se lee en la prensa mundial. Por eso cabe responder con energía a una demanda de Maduro, quien en su discurso explicó el significado político de la campaña internacional de calumnias y pidió a los trabajadores contrarrestar en su labor diaria esa campaña fronteras adentro. La Revolución Bolivariana, dijo, necesita “que la defendamos ante la mentira”. Lucha ideológica y política asumida por las masas en el día a día.
 
Después de la portentosa movilización del día del trabajador, el discurso de Maduro y las denuncias con pruebas irrebatibles del ministro de Interior, quienes interpretaron la mesa de diálogo como rendición vergonzante y sometimiento al plan contrarrevolucionario, tal vez cambien de opinión.
 
Ofensiva contra la guerra económica
 
Desconocer el vigor consciente de las masas y la voluntad transformadora del Gobierno, sería tan pueril como minimizar los efectos a mediano y largo plazos de los problemas económicos que acosan a la Revolución y la ponen en peligro.
 
Ha tocado a un Presidente obrero afrontar el punto crítico de la transición, en medio de la tempestad económica mundial. La noticia es que lo está haciendo bien. Nicolás Maduro, autobusero, militante socialista desde los años jóvenes, luego parlamentario y más tarde canciller de Hugo Chávez, pasa la prueba allí donde fallan tantos diplomados en universidades de renombre. No es que el estudio sistemático, el saber acumulado por siglos, pueda ser reemplazado por simple voluntad o una inteligencia especial. Es que la teoría social contemporánea, particularmente la Economía Política (reducida a llana Economía), se ha convertido en apología ciega de un sistema condenado. Aquellos templos del saber forman meros engranajes destinados a sostener, emparchar y rectificar un sistema al que no se estudia científicamente y, por lo mismo, no se conoce y mucho menos se cuestiona. He allí la razón por la cual incluso el empirismo revolucionario, sobre todo si tiene base en la clase obrera, supera largamente a la pseudoteoría burguesa.
 
Rafael Ramírez, ministro de Energía y Petróleo y titular de Pdvsa, desde su responsabilidad como vicepresidente para la Economía ha llevado a cabo los planes táctico-estratégicos que coronan una labor largamente desarrollada por Chávez. Éstos afrontan las deformaciones resultantes de errores y desviaciones, sobre una base de enorme distorsión macroeconómica, típica de un sistema capitalista subdesarrollado, todo potenciado por la renta petrolera. La “ofensiva contra la guerra económica” encara los problemas más graves, amplificados y manipulados por la oposición: ineficiencia, improductividad, corrupción, escasez, desabastecimiento y carestía. Maduro llamó insistentemente el 1º de mayo “a los sindicatos, federaciones, centrales, consejos obreros, a sumarse a la ofensiva contra la guerra económica”. No cabe duda de que tendrá respuesta y ésta contribuirá a la participación y mayor concientización de la clase obrera. Así se acerará la voluntad de lucha de millones. Y se angostará hasta casi hacerlo desaparecer el margen social de maniobra para la burguesía.
 
No obstante, a término la lógica del sistema se impone. La ley del valor corroe y acaba por derrumbar las mejores intenciones y los mayores esfuerzos revolucionarios si cuenta con el espacio de gravitación que le da la propiedad privada de medios de producción fundamentales, de la banca y los aparatos de distribución comercial. No hay coincidencia en el pensamiento revolucionario mundial sobre este punto. Pese a que Rusia ha cambiado ya el curso estratégico seguido desde la caída de la Unión Soviética, la rémora teórica permanece e incluso se expande. La idea de que se puede combinar el socialismo con las leyes del mercado ha hecho carne en cuadros de toda condición. Por eso es más que bienvenida la punzante frase lanzada por Maduro en su discurso: “Hace falta más beligerancia en la lucha de ideas”, dijo. Y es verdad. Así como la Dirección Político-Militar de la Revolución Bolivariana debe afrontar los inéditos desafíos de una transición sin previa derrota militar de la burguesía, tiene un reto mayor en la tarea de recomposición teórica de las fuerzas revolucionarias en todo el mundo.
 
Transición y crisis global
 
En el día internacional de los trabajadores quedó explícita la gravedad del cuadro para la burguesía mundial. Si en Francia el gobierno socialdemócrata afrontó el rechazo masivo al anunciado recorte por 50 mil millones de euros y en España las manifestaciones denunciaron la catástrofe social de seis millones de desocupados, en Ucrania el ensueño de los acuerdos firmados horas antes por Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia en Ginebra, se transformaba en pesadilla con el ataque militar aéreo de Kiev contra objetivos civiles en Slaviansk. Este crimen de factura nazi siguió a la proclamación de independencia y formación de repúblicas populares en Jarkov, Lugansk y Donetsk, prólogo de un fenómeno de múltiples facetas: dinámica de desmembramiento de Ucrania, extensión a todo el país de la radicalización a izquierda de esta región sureste y cambio del papel de Rusia en este país y en buena parte –los meses próximos dirán cuál y cuánto– del área antes congregada en la Unión Soviética. La envilecida prensa comercial calla la naturaleza y la conducta fascista del gobierno ucraniano de facto, carga las tintas sobre una supuesta intención imperialista de Rusia y oculta por completo el plan de operaciones militares estadounidense, bautizado Tormenta de Primavera: un despliegue de tropas de la Otan en los países bálticos, Polonia y Ucrania, capaz de detonar un conflicto de magnitudes incontrolables.
 
Como causa última de ese guerrerismo imperial el 1º de mayo también fue signado por un anuncio de resonancia histórica: China sobrepasará este mismo año a Estados Unidos en capacidad económica. Washington pierde su primacía mundial en ese terreno luego de un siglo y medio de hegemonía indisputable.
 
Pero en medio de este terremoto del sistema capitalista y la reconfiguración en curso de la geopolítica mundial, resalta no sólo la nueva victoria de la Revolución Bolivariana, sino el vigor de la clase trabajadora y las juventudes en los países del Alba y, subrayadamente, en Venezuela, Cuba y Bolivia, donde las masas salieron a la calle enarbolando un programa de acción antimperialista y una estrategia socialista.
 
Esta columna ha reiterado la idea de que, en medio de la crisis ideológica, política, teórica y organizativa del movimiento obrero internacional, los procesos políticos en aquellos tres países plasmaron en la última década una forma nueva de vanguardia, en cuyo conjunto preponderó Bolivia como avanzada social, Venezuela llevó al frente la bandera política y Cuba mantuvo la primacía ideológica.
 
No se trata de una división metafísica, desde luego. Y en el último período esos rasgos han cambiado en varios sentidos. Se trata de asumir la desigualdad, la fortaleza y las debilidades de cada proceso; la necesidad imperiosa de hacer consciente y organizada la combinación de esas desigualdades, ya no sólo para estos países, sino para todos los trabajadores y pueblos del mundo que afrontan sin estrategia la crisis del sistema capitalista y la dinámica de guerra que impone su agonía.
 
“Este es el siglo de la esperanza socialista” dijo Maduro en otra inspirada frase del discurso en el día mundial de los trabajadores. Bajo fuego, la Revolución Bolivariana continúa encarnando esa esperanza.
 
2 de mayo de 2014
 
https://www.alainet.org/pt/node/85366
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