Sobre el señor y los vasallos

Estados Unidos en el atardecer del neoliberalismo

16/07/2002
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“Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a plagar América de miserias en nombre de la libertad”. Simón Bolívar, 1826 La lista de corporaciones norteamericanas que, con o sin falsificaciones de sus activos, admiten públicamente de encontrarse en estado comatoso se extiende día tras día, igual que un rosario. Ya no son las dificultades del sector informático que no jala, ni el derrumbe de la llamada nueva economía. Ahora colapsan gigantes de la energía como Enron, el número uno de la industria farmacéutica Merck, el coloso de las comunicaciones Worldcom, a los que se añaden Tycon, ImClose, Xerox, Global Crossing, Qwest Communication, Adelphia Communication, Dynergy… La etapa triunfal de la globalización neoliberal se agotó. Las fantasmagorías chamanicas del crecimiento sin fin, en todas partes y a cualquier precio, se encallaron en los arrecifes de la realidad: la economía real y la economía de las Bolsas no son la misma cosa. En Wall Street, la cotización de Enron andaba por las nubes, y sin embargo hoy sabemos que era un falso clamoroso y que la compañía contabilizaba sus deudas como ganancias. La “diferencia” la llenaban bobos que compraban muy confiados sus títulos –es decir, pedazos de papel- que al ser convertidos en moneda revelan ahora su disminuido valor real. Todo comienza a salir a la luz al cabo de dos décadas de “desregulación”. Y esto se daba con la complicidad y anuencia de los llamados garantes, las mafias que extienden documentos de solvencia económica a las empresas y naciones, auténticos boletines de navegación de los nuevos filibusteros. ¿Qué hacían los Morgan Stanley, Merryl Lynch? y Moody’s? Nada. Ellos no se dieron cuenta de nada. Pero ¡de qué sabiduría hacen gala a la hora de quitar y poner las famosas “A” en la clasificación de un país, o cuando logran sacarles a los países periféricos intereses cada día más altos, convirtiéndolos en ríos de dólares que van a parar en las cajas de los países del G7! Semejantes reyes Midas han logrado lo increíble: transformar a los países “no-desarrollados” en exportadores netos de capitales. Bush jr repite un sermón que no convence cuando denuncia la falta de ética profesional de los ejecutivos de las multinacionales que, según esto, habrían perdido el sentido de los valores altos y nobles. Su lealtad no se pudo comprar ni siquiera pagándoles salarios 351 veces superiores a la media de los trabajadores manuales e intelectuales. En 1981, o sea en los albores del neoliberalismo, estos señores sólo ganaban 42 veces el salario promedio. El juego está alterado porque el garitero es, al mismo tiempo, arbitro y crupier, es decir, el juez de sí mismo. ¿Cuál credibilidad puede tener, digamos Moody’s, si esta empresa vale más de 130 mil millones de dólares, y participa directamente en el banquete de los tiburones, ciertamente no en calidad de arbitro neutral. Las Bolsas revelan cada día más su verdadera naturaleza de nuevos casinos de la globalización. Wall Street vio disminuir de 65 mil millones de dólares el flujo de capitales entre 2000 y 2001. Y en el año actual las cosas van a empeorar. El ministro del comercio reveló que hubo una disminución del 60 por ciento en las inversiones directas. Esto implica que el “mercado” –como les gustaba decir- ya no tiene tanta confianza de colocar el dinero en aquella economía. Y esto es un problema porque el déficit comercial de Estados Unidos es crónico (4% del PIB). El país importa mucho más de lo que puede exportar; en el mes de mayo las importaciones crecieron del 1,8%, las importaciones del 0,7%. El déficit fiscal está por rozar los 165 mil millones de dólares. Hasta ahora se la ingeniaban drenando los capitales de las burguesía y de los especuladores de todos los mundos, pero este mecanismo ya no funciona. El dólar se está devaluando frente al franco suizo, al euro y al yen. Incluso el viejo y despreciado oro rebasó el umbral de los 300 dólares por onza. Y está bajando incluso el consumo del petróleo. La Federal Reserve rebajó veinte veces la tasa de interés sin que se produjera el efecto deseado: rastrear los capitales, hacerlos circular para multiplicarse en inversiones productivas o en la especulación bursátil. Este viagra no funcionó: la producción se encuentra estancada y la Bolsa ya no es la de antes. El consumo baja a pesar que los precios no suben. Este tan alardeado aumento del 5 por ciento en la productividad norteamericana correspondiente al primer trimestre del 2002, no se debe más que a la reconstrucción de las reservas. Por lo mismo el desempleo no baja y hay 6 millones de ciudadanos encarcelados o entre las garras del sistema judicial. Bush jr, se la jugó con las nuevas tecnologías de guerra y el gasto militar. Cortó todos los presupuestos públicos menos el militar (+13%), respondiendo así al sector que lo llevó a la presidencia. O, como piensan algunos, el sector que –junto a los petroleros- llevó a cabo el primer golpe de la historia norteamericana. Se supone que esta peculiar versión del estado del bienestar según la doctrina Bush jr, tendrá un efecto multiplicador en la economía. Pero es muy difícil que esto suceda porque se acabó la época de las armas tradicionales. Las nuevas tecnologías antimisil y los aviones futuristas tienen un alto contenido informático, y producen ingresos sólo para un reducido sector de mano de obra muy especializada. La industria bélica es de mucha tecnología y pocos dependientes. Bush jr y su séquito de fundamentalistas paleocristianos y sionistas, tienen en realidad el objetivo ideológico de remplazar la disminución de productividad económico-industrial con una aplastante hegemonía militar. En un texto entregado al Senado el 8 de enero de 2002, el Secretario de Defensa, Rumsfeld, aclara: “Debemos tener la capacidad de ejercer un poder de disuasión en cuatro teatros de operación… debemos poder derrotar a dos agresores al mismo tiempo. Y contemporáneamente debemos poder conducir una contraofensiva y ocupar la capital de un país enemigo instaurando un nuevo régimen”. Recordemos que en la doctrina de 1991 los EU tenían el objetivo de enfrentar sólo dos conflictos regionales contemporáneamente. No satisfecho, Rumsfeld remata así su visión estratégica: “debemos tener la capacidad de impedir que una potencia hostil domine regiones cuyos recursos le permitirían acceder al estatus de superpotencia. El punto es desalentar a los países industrializados a promover iniciativas susceptibles de poner en peligro nuestro liderazgo, y prevenir que en el futuro surja un competidor global”. La realidad posterior a la caída del muro de Berlín no es la de la leyenda oficial según la cual estamos viviendo en un mundo unipolar. El país más fuerte del mundo ejerce un dominio que todavía no llega a ser una clara hegemonía. Domino sin hegemonía. En otras palabras, los Estados Unidos todavía no tienen la capacidad de llevar la voz cantante en cada momento y en cada lugar del mercado- mundo. No hay mucho que hacer contra la voluntad imperial, y sin embargo esta logra imponerse al precio de largos procesos de mediación que ocultan las verdaderas finalidades de las operaciones, y sólo así logran juntar algunos socios bajo los auspicios del dios Marte. Después de “Tormenta en el Desierto” no pudieron cosechar victorias claras e indiscutibles, como resulta evidente de las pobres y ocasionales coaliciones a duras penas chapuceadas por la desafortunada expedición en Somalia, en Bosnia y Kosovo. Se trató de hegemonía compartida. Y la “gran” coalición occidental posterior al 11 de septiembre, se reduce a la participación activa de tres o cuatro países importantes más un par de otros, mientras que rusos y chinos les guiñaban un ojo, esperando obtener mano libre para aniquilar a sus respectivos separatistas islámicos. Sobre Afganistán es mejor que hablen los hechos y éstos confirmen lo que ya es evidente: la posesión de la capital no significa el control de la totalidad del país, más que al precio de una onerosa, desgastante, y arcaica conflictividad impuesta por quienes no se doblan frente a la superioridad tecnológica. Los territorios se conquistan y se controlan con tropa terrestre: he aquí una verdad que no gusta a los dueños de los cielos. La superioridad aérea norteamericana es mayor a la que, en los albores del colonialismo, logró Inglaterra sobre los mares. Se fundamenta en un uso masivo de recursos que llegó a la paradoja de que las armas valen, ahora, mucho más del daño que pueden hacer. Un avión cuesta unos 25 millones de dólares y un misil puede costar un millón. ¿Cuál objetivo afgano vale más que un misil de plutonio? Existe una enorme desproporción entre costos y beneficios que, a largo plazo, va a pesar. No es todo: los aviones de la nueva generación tienen costos estratosféricos: rebasan los mil millones de dólares. La carrera por la hegemonía absoluta está proyectando a los norteamericanos hacia objetivos ilimitados. Por el año de 2020, el globo y el espacio sideral serán un único e inmenso teatro de operaciones. Lo malo es que los recursos económicos sí son limitados, incluso para los mega poderes. Esta contradicción es, en perspectiva, insanable. Recordemos que la URSS cayó por implosión bajo el peso insostenible de los gastos militares en la carrera con los norteamericanos. La noción de “occidente” es, cada vez más, una evocación cultural, una nostalgia por un sedimento histórico aparentemente común. Pero, Japón, Afro e Indoamérica: ¿son occidentales? Estamos frente a una categoría que no puede eliminar las contradicciones y los intereses divergentes, que salen a flote entre los diferentes bloques geo-económicos de la nueva realidad multipolar: Estados Unidos, Europa, Japón (y demás subsistemas y asteroides). Todos están sedientos de petróleo y de materias primas, además de competir por nuevos mercados y esferas de influencia. Todos están lidiando con una clara o incipiente recesión económica; todos tienen el problema de hacer cuadrar el círculo: cómo hacer que arranquen los consumos, si el desempleo y la precariedad diezman los ingresos de las masas. A esto, hay que añadir que los países periféricos absorben menores volúmenes de bienes, por el aumento exponencial de los intereses sobre su deuda. De las dos una: o se financia el consumo o se paga al FMI; o se sostiene la demanda social o se subvencionan los bancos y las industrias. Y hablan de estado mínimo: ¿mínimo para quien? La economía norteamericana padece de una única y solar dependencia: la de los energéticos. La aventura afgana no es más que una larga y lenta deriva, en pos de un suculento espacio de materias primas que se recorta en los confines –o en las proximidades- de 3 potencias, que todavía no están comprometidas a pleno título con la ortodoxia del “desarrollo”: Rusia, China e India. Y en aquellas latitudes se obstinan a mantenerse indisciplinados también Irak e Irán. Este último hace alarde de un sólido comercio con Europa y Japón, además de la cooperación militar con Rusia. Está claro que faltan gas y petróleo, y lo malo es que el Todopoderoso los colocó en abundancia en tierras de infieles y “fundamentalistas”. Por colmo, las necesidades energéticas norteamericanas ya no están garantizadas a partir de las remisas continentales. Los flujos procedentes del Venezuela de Chavez dejaron de ser incondicionales, y es evidente que las aportaciones de Canadá, México, Colombia, Ecuador no alcanzan. El caudal de fundamentalismos en Arabia Saudita, y la sucesión del viejo rey Fahd, ponen en peligro otra histórica y ciega lealtad. Tampoco alcanzan las prometedoras y crecientes cuotas ofrecidas por Angola, lo cual implica que hay que avanzar hacia el Santo Sepulcro asiático. La economía norteamericana prosperó bajo una doctrina aislacionista, combinada según las necesidades del momento, con acuerdos puntuales. Frente a las evidentes dificultades, y en una situación de competencia cerrada, se encuentra hoy obligada a despertar y a crear su propio bloque geo-económico. Los EU apuestan a la anexión económica del continente americano, a marchas forzadas, por el 2005. La Alianza por el Libre Comercio en las Américas (ALCA), versión actualizada de la doctrina Monroe, es el instrumento para consumar el proyecto neoliberal, recolonizando el espacio continenental americano. La implementación del ALCA pasa por el desmantelamiento del MERCOSUR (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) y de la Comunidad Andina de Naciones, CAN (Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú) dos organismos regionales con muchos años de existencia. El verbo integracionista del ALCA se fundamenta en una apertura total de las mercancías procedentes del norte, mientras consolida el proteccionismo para cerrar el paso al acero y sobre todo a los productos agrícolas que llegan del sur. 187 mil millones de dólares fueron presupuestados para subsidiar la agricultura norteamericana. Se predica el libre mercado y se practica el más vetusto de los proteccionismos: ¿un nacional-globalismo? Y la Unión Europea no es diferente. Por supuesto que la Argentina no va a recibir ni un centavo de nadie. Van a dejar que agonice lentamente rumbo a una insostenible autarquía o a una dictadura neoliberal. Destruida esta estratégica retaguardia agroalimentaria, la crisis terminal del país se va a usar para enterrar definitivamente al MERCOSUR. Se echará leña al fuego de la endémica guerra civil de Colombia, hoy en las manos de la derecha radical. El país será inflado con dinero y armas exacerbando al conflicto, y exportando asimismo desestabilización, narcoeconomía y éxodos. ¿El objetivo? Cerrar cuentas con el CAN. Hay que ver al Plan Colombia como el corolario militar del ALCA. Y estar conscientes de que tiene la finalidad de subyugar también al Brasil, el único país que, junto a Venezuela, se atrevió a levantar una voz disidente. Y es que las potencialidades y las dimensiones de su mercado interno, integrado por los recursos energéticos y las materias primas de Venezuela, podrían poner las bases para construir un modelo alternativo al ALCA. La realidad es que los países del área quedaron atrapados entre el ultimátum de Bush jr, el canto de las sirenas europeas y un modelo propio, que podría tener al MERCOSUR como eje. La receta que se viene anunciando es la de un imperialismo a ultranza que borre los espacios residuales de soberanía, en particular con respecto a las políticas agroalimentarias y a las materias primas. Si consideramos los resultados del neoliberalismo en el área, lo que sigue es una pesadilla. La Argentina es el botón de muestra del recetario neoliberal: de ser el granero de la humanidad pasó a tener una tercera parte de su población en el umbral de la pobreza extrema. Nada menos que doce regiones argentinas institucionalizaron el trueque y, retomando la herencia de Silvio Gesell, acuñaron monedas locales para sostener lo que queda de los servicios sociales. De paso mencionemos que el FMI exige la anulación inmediata de semejantes herejías, y la abolición de la ley que limita la usura. La dolarización impuesta al Ecuador produjo un millón de emigrantes en tan sólo dos años. Con sus mil quinientos millones de dólares de remesas, estos emigrantes representan el segundo rubro más importante del presupuesto del Estado. Lo mismo vale por el Perú, administrado por un ex funcionario del Banco Mundial, un neoliberal consumado quien se ufana de tener “un excelente química personal” con Bush jr: él exporta braceros no mercancías. Hay una incontenible agitación social en todas las provincias de este país andino. En la zona de Arequipa lograron borrar la privatización de las empresas eléctricas. Después de provocar crisis generalizada, endeudamiento, privatizaciones de las riquezas nacionales y de las industrias sanas, aprietos en el terreno de la educación, la sanidad y la investigación científica, el ALCA, fase suprema del neoliberalismo continental, llevará a la perdida definitiva del poder de los Estados y a una instabilidad permanente. En el futuro inmediato el teatro de operaciones sudamericano se perfila fuertemente polarizado, con una desbordante contraposición frontal entre los nuevos regímenes autoritarios y los movimientos populares de resistencia. Citemos, entre varios, al movimiento de Paraguay que obliga al gobierno a retirar privatizaciones ya anunciadas. En Bolivia, observamos el histórico avance de Evo Morales, el primer indígena en el continente –desde Benito Juárez y la Independencia de México- que le disputa la presidencia a un empresario neoliberal. En Argentina, los excluidos de la economía y del Estado, inventaron formas de intercambio y economía popular que garantizan sus necesidades vitales, al margen de las instituciones oficiales, como lo hicieron los mutualistas en los albores del movimiento obrero. En este partido contra el ALCA, una función importante la van a jugar también las fuerzas comprometidas con la soberanía nacional, y los sectores productivos pequeños y medianos todavía empecinados en no desaparecer, ni a transformarse en cuadros de las transnacionales. Brasil y Venezuela serán países decisivos por el futuro arreglo del poder en el subcontinente. Hay que subrayar que Venezuela es hoy un auténtico laboratorio político-económico-militar, en donde se están experimentando recetas que crean tendencias. El golpe neoliberal del 11 de abril contra Chavez, el terrorismo financiero preventivo para conjurar la ascensión a la presidencia de Lula en Brasil, revelan la importancia estratégica que tienen estos dos países para Washington. Las doctas reflexiones del gran desestabilizador financiero, George Soros, acerca de las opciones de las clases dirigentes en el imperio romano, en donde votaban sólo los ciudadanos de Roma y non los Estados-clientes súbditos, son el manifiesto de las nuevas teorías de las instituciones de la casta dominante. El pirata de Malasia explica que las elecciones brasileñas son facultativas. Explica que existen golpes de estado aceptables y otros que no lo son, así cómo pueden existir presidentes elegidos legítimos y otros no. Nada más depende de con quien están: con Soros y su casta o en contra de ellos. Parvez Musharraf está con ellos, lo cual implica que Pakistán sea una democracia. Venezuela no está con ellos, entonces es una dictadura. Se concluyó la cabalgada triunfal del neoliberalismo que hasta ahora avanzaba como el Séptimo Caballería contra los pieles rojas. Lejos de justificar triunfalismos, el agotamiento de su empujón inicial implica más bien que estamos en vísperas de democracias cada vez menos representativas, más formales y autoritarias. En las áreas periféricas nos esperan golpes de estado, regímenes neoliberales de carácter semi-dictatorial, sociedades controladas con la mano dura de los indicadores macro-económicos combinados con disciplinas coercitivas. La guerra, ahora bautizada “justicia infinita”, llegó para quedarse. El G7 ratificará que, para resolver la falta de credibilidad de las instituciones y su bajo nivel de representatividad, el Estado tiene que tomar, definitivamente, la forma del racket. Las elecciones ya no son más que un rito de carácter notarial para registrar la voluntad de las minorías. Los conflictos a la vista, que algunos consideran una larga secuela de “operaciones militares diferentes de la guerra”, van a ser una mezcla de desestabilización financiera, guerra informática, intervenciones cirujanas desde la cumbre de los cielos, intoxicación informativa, asesinado selectivo de personalidades hostiles, golpes bajos de naturaleza variada, etc. Para los detalles es suficiente observar a Sharon. Después de evaporarse la diferencia entre lo civil y lo militar con respecto a los objetivos para alcanzar, también va a desaparecer progresivamente la diferencia entre lo civil y lo militar en relación a los actores de los conflictos. Y los movimientos sociales que se oponen a la barbarie serán considerados como objetivos estratégicos, y deberán ser aniquilados ya que son enemigos del progreso y de la ganancia. Resistir a este caos estructurado implicará marchar por la defensa de la comunidad humana y de su instinto de conservación. En el huracán impredecible de los factores inmediatamente destructivos, se podrá resistir y contraatacar sólo si logramos revolucionar los esquema de interpretación, los enfoques, y las directivas de acción. La iperconcentración de la masa monetaria ha llevado a la concentración de todo: producción, investigación, información... En esta nueva selección de la especie, basada exclusivamente en el criterio cuantitativo, existen unas dos decenas de corporaciones que pueden imponerse incluso a los poderes supranacionales. Muy pronto contaremos con los dedos de una mano los grupos que van a producir automóviles, alimentación, información, comunicación, armas, bancos... Los monopolios transnacionales son el sol de futuro globalizado. En la escala evolutiva, los animales que evolucionaron adoptando el código del crecimiento cuantitativo fueron los dinosaurios. Mientras acumulaban sin cesar mayores volúmenes de masa ósea y corpórea, garras y poderosas colas, iban perdiendo en movilidad y versatilidad. Hicieron tierra baldía en su entorno, trasformando a la naturaleza en un desierto. “Estos enormes aparatos defensivos y ofensivos conocieron una derrota irreversible, como lo demuestran sus restos encontrados en las arenas y marismas de los paleomundos. La tendencia que busca la afirmación de su poder por medio de un crecimiento ilimitado cuantitativo, fue vencida y abandonada”(Tagore). En cambio las lagartijas y las iguanas llegaron hasta nosotros atravesando el tiempo, la historia y las transformaciones, gracias a otro código de evolución. Pequeño, no solamente es bonito, también es más vital.
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