Entre el honor y la libertad de expresión
Un debate tramposo
15/08/2011
- Opinión
Es digno servir a los pobres e iguales
Es indigno servir al poder
En el último mes, según informan los medios de comunicación masivos -tanto los privados como los gubernamentales- el “país”(1) debate la relación confusa entre el honor y la libertad de expresión. Debate falso y tramposo que busca ocultar los problemas estructurales por los que atraviesan la sociedad ecuatoriana, los cuales deben ser discutidos con urgencia, si queremos evitar la catástrofe humana y ecológica.
Creo que es importante intentar un ejercicio de desconstrucción de este debate mediático, con el que se intenta acallar las voces más críticas de la sociedad. Para el propósito planteado se requiere topar por separado cada uno de los términos de dicha discusión.
Honor
Primero es necesario aclarar que el honor es un valor trabajado por Aristóteles, quien lo definió en relación a la práctica militar, muy propia de las épocas dominadas por la guerra. Consiste en un conjunto de obligaciones militares, que de no cumplirlas provoca la pérdida de dicho honor. El hombre de honor era así aquel que cumplía de forma íntegra sus deberes militares, para lo cual debía obedecer las órdenes militares, con las cuales se había comprometido. Obligación de obedecer que no conlleva una actitud crítico-deliberante propia de la condición del ser humano libre.
Desde este punto de vista, el honor puede ser considerado un valor anacrónico, en su sentido aristotélico originario, sin embargo de esto es necesario discutirlo en la medida en que a lo largo de la historia occidental ha sido resignificado en distintas épocas, aunque ciertamente ha conservando el núcleo semántico de su significado original, esto es: su carácter de obligación.
El imaginario social instituido para la alta modernidad dice que el honor es “la cualidad moral que obliga al hombre al más estricto cumplimiento de sus deberes consigo mismo y con los demás”. Aceptando este significado ideológico, surgen varias preguntas, que de él se desprenden.
Vamos a aceptar, a nuestro pesar, mismo que le debemos al Nietzsche de la Genealogía de la Moral, que el honor es un valor ético (un imperativo categórico) libre de relaciones de poder. Una máxima ética que se auto explica y que se “confirma” en la actitud de los hombres y mujeres de honor, es decir de aquellos que por su honor están obligados al más estricto cumplimiento de sus deberes consigo mismo y con los demás.
Esta supuesta correspondencia entre la enunciación filosófico-abstracta y el ejercicio concreto de la misma, confirmaría la pureza de esta máxima ética y por lo tanto la ausencia de intereses políticos y relaciones de poder en las articulación significante de este mandato ético.
Continuando con esta hipótesis, la obligación de cumplir con los deberes no estaría atravesada por ningún tipo de intereses (económicos, políticos, ideológicos), más que el propio cumplimiento de la obligación, mucho menos, claro está, por relaciones de poder. No importan, así, los contenidos concretos de los deberes, sino la idea pura del deber en tanto que obligación, y la obligación no se remite, por supuesto, a algo en particular, sino a aquella acción humana inevitable, digamos necesaria. En otras palabras, la obligación se remite a la obligación libre de contenidos político-ideológicos.
Aceptando está idea, deberíamos concluir que cuando el honor como cumplimiento del deber, es decir la obligación con los compromisos adquiridos baja del reino de la idea pura y deviene cosa de seres humanos concretos, de acciones concretas, puede observarse en personajes tan disímiles como Gandhi y George W. Bush. Gandhi que consideraba que el único camino para la liberación era la resistencia pacífica, se comprometió consigo mismo y con los demás a llevar adelante esta tarea, lo hizo y eso hace de él un hombre honorable. El extremo opuesto Bush, creyendo que la intervención militar es el camino para conseguir la paz, se compromete consigo mismo y con los demás a semejante tarea y en su cumplimiento bien puede ser considerado un hombre de honor. Desde la pureza lógica del imperativo categórico, el honor puede encontrarse en actos tan abismalmente diferentes como la intervención militar o la resistencia pacífica. “Igualar” a dos personajes tan abismalmente distintos como Gandhi y George W. Bush.
Riesgo peligroso, pues sobre la lógica de la equivalencia que iguala lo distinto– ley del valor- podemos caer en un relativismo político de consecuencias insospechadas. Cuando el Honor es despojado de su anclaje político se presta para múltiples interpretaciones, todas ellas válidas. Digamos que el honor por fuera de la política es el honor por el honor, un asunto de la especulación filosófica que no está mal en ese contexto. Sin embargo, cuando se quiere trasladar esa discusión al ámbito político, sin otorgarle cuerpo político, entonces es una falsa preocupación. Resulta como hablar de la Verdad metafísica y no de la Verdad política, que sabemos no es una, en tanto no hay un solo interés, la sociedad no es homogénea, se encuentra atravesada por profundas contradicciones de clase.
Para evitar esta trampa lógica habría que preguntarse por los contenidos políticos e ideológicos de los deberes adquiridos, de las obligaciones ineludibles, que en su cumplimiento hacen de una persona honorable. Entramos de esta manera al terreno concreto de la política, y en consecuencia del poder y de los intereses.
En el campo de la política, en torno al honor, podría surgir otras dudas, como las siguientes: con quién o quiénes se establecieron los compromisos y cuales fueron los contenidos de los mismos. Se abre de esta manera un abanico de preguntas con múltiples respuestas, mismas que a su vez traen más preguntas y muchas más respuestas; si a esto súmanos que las preguntas y las respuestas tienes varios puntos de enunciación, puntos de vista, entramos en un océano de posibilidades, en el cual podemos perdernos sin llegar nunca a saber si una persona es honorable o no.
Resulta de esto que el honor, sin referente político, es una discusión inútil. Más aún cuando desde Nietzsche sabemos que la moral está atravesada por relaciones de poder y con Marx aprendimos que la moral que rige el capitalismo es la moral burguesa y como tal moral del capital.
El asunto a discutirse es político, ¿cuáles son los intereses que están en juego en las obligaciones adquiridas?, ¿con quiénes se ha adquirido estas obligaciones?, ¿qué buscan estas obligaciones? Desde esta perspectiva el problema no radica en el cumplimiento del deber, sino en la verdad política de los intereses que se buscan defender desde la obligación del deber. Pidiendo disculpas por la reducción, pues el asunto es muy complejo: una cosa es cumplir el deber de sostener el sistema (moral burguesa) y otro muy distinto es el deber, yo diría el deseo, de transformar el mundo (deseo revolucionario)
Libertad de expresión
¿Cuál?, de que libertad de expresión se habla, de poder hablar, hablar, como cajas resonantes, repitiendo hasta el cansancio el monólogo ideológico burgués? O, de poder expresar a través de la lucha popular el deseo de un mundo distinto.
En las sociedades auténticamente liberales donde existe el “total” respeto a la libertad de expresión, como por ejemplo el país libre del norte, todo el mundo puede hablar, hablar y hablar mientras su voz no atente contra el normal funcionamiento de la lógica capitalista, y su sistema de gobierno. Aún más pueden públicamente hablar, hablar y hablar lo que quieran siempre y cuando en privado hagan lo que tienen que hacer. (Zizek,1992)
El problema surge cuando esa voz irrumpe el normal funcionamiento del sistema, más todavía cuando esa voz es cuerpo en la calle protestando contra un sistema injusto, contra una economía depredadora. Hasta allí llega la libertad de expresión tan defendida de lado y lado de este debate. Cuando un pueblo que no ha sido escuchado se hace escuchar poniendo su cuerpo en las calles para defender sus territorios y su vida, ahí no hay derecho a la libertad de expresión, allí solo hay criminalización de su expresión, juicio por terrorismo y persecución. Esos no son temas de los grandes medios de comunicación.
Cuando un campesino ha sido ultrajado, violentado, enjuiciado y encarcelado por defender la naturaleza, nadie reclama por su honor, sencillamente porque no es el primer ciudadano. Tampoco nadie reclama por la persecución, el juicio y la cárcel a los que ha sido sometido, simplemente porque no es un editorialista, menos dueño de un periódico de circulación nacional.
Solo basta mirar qué cobertura han dado los medios de comunicación a los casi 200 casos de compañeros enjuiciados por terrorismo, por el único motivo de defender la vida, el agua, los territorios etc. ¡Ninguna¡ Sin embargo, la cobertura que han dado al honor del presidente y a la libertad de expresión de los medios es ya asfixiante.
Ahora aparece que el gran problema es el atentado a la libertad de expresión y el honor de los funcionarios públicos de alto rango. Habría que preguntarse cuando ha habido libertad de expresión más allá del cacareo mediático, ni siquiera se puede hablar de una información donde nos digan toda la verdad, pues “…ése es el truco de la ideología: incluso si no nos están mintiendo de manera directa, la implicación de lo no dicho es una mentira (Zizek, 2011)
En cuanto al honor, que decir… los medios casi todos tratan de armar espacios “plurales” donde se encuentren los adversarios en un diálogo civilizado donde expongan sus ideas diferentes dentro del respeto y todo ese lindo cuento… En este contexto entrevistan a funcionarios del gobierno y a miembros de la oposición, por lo general de la oposición de derecha, pues hay muy poco espacio para la izquierda crítica al gobierno, no se diga para el pueblo que lucha por parar la política económica antipopular que está aplicando Alianza País. Entrevistas para que expongan sus puntos de vista que en términos estructurales no difieren, pero sobre todo entrevistas para que se acusen y se defiendan. Lo curioso es que todos sin excepción, actuales funcionarios del gobierno y ex funcionarios de gobiernos anteriores asumen para sí la absoluta honestidad, honra y rectitud ética, y para el adversario toda la responsabilidad de los problemas del país. Resulta ser que todos son en su propia imagen “almas bellas”, inocentes de todo lo que se les acusa, incluso aquellos cuya responsabilidad ha sido más que probada, hoy se paran en la tribuna mediática y hablan de su honestidad. Los social cristianos, los de sociedad patriótica, los roldosistas apelan al olvido del pueblo con un cinismo sin precedentes. No, no nos hemos olvidado de lo que hicieron cuando estuvieron encaramados en el Estado
La pregunta que surge es ¿si todos son tan buenos, tan honestos, quiénes fueron los que causaron tanto daño al pueblo, tanto empobrecimiento, quiénes fueron los que entregaron y siguen entregando los bienes naturales a las transnacionales, quienes son los que han seguido y siguen las políticas económicas capitalistas que han devastado la economía del país? Pues si ninguno asume la responsabilidad seguramente fue alguna maligna entidad metafísica.
Monólogos absurdos y falsos que confunden, que no llegan a nada, que solo sirven para generar una nube de palabras huecas que entorpece la capacidad crítica del pueblo y que instaura el cinismo dominante de la política burguesa.
Suspendiendo el flujo de la dominación
En un conversatorio entre Julián Assange y Slavoj Zizek, moderado por Amy Goodman, sobre las acusaciones de terrorismo que recayeron sobre el director de WikiLeaks debido a la filtración de información confidencia del Estado Norteamericano, Zizek comentó:
No confundan a Julián y su banda con el heroísmo burgués de siempre; el de la lucha por el periodismo de investigación, el libre flujo de la información y todo eso. Lo que están haciendo es mucho más radical. Por eso ha generado tanto resentimiento: no solo están violando las reglas y revelando secretos. La prensa burguesa –como la llamaría un viejo marxista– tiene sus propias maneras de ser transgresora. Su ideología no solo controla lo que uno puede decir sino también cómo uno puede violar aquello que tiene permitido decir. Julián no está violando las reglas, están cambiando las mismas reglas acerca de cómo tenemos permitido violar estas reglas. Esto es acaso lo más importante que podés hacer. (Zizek; 2011)
Exactamente, lo que hay que hacer es detener el cacareo seudo-democrático de los mass medias y cambiar las reglas de la “comunicación”. Para ello contamos con formas alternativas de comunicación, inventadas y desplegadas desde abajo, estrategias que no solo que no pasan por los Grades Medios de Comunicación y sus sistemas de información, sino que son capaces de interrumpirlos. Radios y periódicos populares, espacios de diálogo, discusión y reflexión entre nosotros, encuentros de resistencia y lucha, el uso libre de la internet, etc. Todas estas formas nuestras de aquellos que no tenemos parte en el reparto que el poder hace de los canales de comunicación(2) de masas. Nosotros las voces silenciadas que estamos “obligados”, en buena hora, a inventar y reinventar formas de ejercer nuestra libertad, no solo de expresión, sino fundamentalmente de comunicación.
Ciertamente hay que defender la libertad de expresar nuestras ideas y opiniones, nuestras disidencias políticas e ideológicas, pues ésta fue una gran exigencia de las revoluciones democrático-burguesas, y como diría el maestro Benjamín:
Existe una cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos. No se debe despachar esta exigencia a la ligera.” (Benjamín, 1973)
Sin embargo, la complicidad entre todas las generaciones de oprimidos a lo largo de la historia humana, exige, en el presente de la lucha, ir mucho más allá. Ahora hay que ejercer, por sobre cualquier poder autoritario, nuestra libertad para desear e inventar otro mundo, más justo, más humano.
1) Parecería que todo el país estaría atrapado en ese tramposo debate, lo que no dicen es que las organizaciones y movimientos sociales están debatiendo los temas estructurales de la sociedad, donde se juega una propuesta civilizatoria distinta.
2) No olvidemos que lo que no se discute es el monopolio de las frecuencias de radios y televisión y tampoco el nuevo reparto que se va a hacer con la digitalización de las mismas.
Referencias
Benjamín, Walter, Tesis de la Filosofía de la Historia, Ed. Taurus, Madrid, 1973.
Clionauta, Blog de Historia, Julian Assange y Slavoj Zizek: WikiLeaks
Zizek, Slavoj, El sublime Objeto de la Ideología, Siglo XXI editores, México, 1992.
https://www.alainet.org/en/node/151884
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