La importancia de llamarse Camila
16/03/2014
- Opinión
Por elemental coherencia debo hacer una rectificación a mi artículo que a continuación sigue. El autor, por fortuna, no es el escritor cubano Amir Valle, sino otro autor, también cubano, llamado Armando Valdés Zamora. Me alegra que el autor del infundio no sea Amir Valle, un escritor que respeto pese a no compartir muchos puntos de vista fundamentales, como por ejemplo que diera difusión al miserable escrito de Valdés Zamora y de manera tan destacada que aparecía como suyo. Mi cultura de izquierda me exige hacer la rectificación.
La importancia de llamarse Camila
En las redes sociales se habla mucho, para bien y para mal, sobre la elección de Camila Vallejo como diputada. Sobre los otros tres nuevos diputados surgidos del movimiento estudiantil chileno, Karla Cariola, Giorgio Jackson y Gabriel Boriç, también, pero es en Camila Vallejo en quien se centran las más variadas opiniones.
Una de ellas es del escritor cubano Armando Valdés Zamora, publicada en el blog La Balsa de la Musa, y titulada “La indignación selectiva de Camila Vallejo”. Parte Valdés Zamora reconociendo que Camila es hermosa , argumento que, entre las chilenas y chilenos de izquierda no tiene un gran peso pues hace tiempo que dejamos que los atributos personales sean eso, una cuestión personal, algo más bien íntimo entre el espejo y el o la que se mira. Tal vez por un asunto de clima frío las chilenas y chilenos de izquierda somos más dados a medir otros aspectos de las gentes y, en el caso de Camila lo que destaca es un aspecto muy lejano a las portadas de Vanity Fair y se llama inteligencia.
Dice Valdés Zamora que en París, “un día hasta casi me embulló de irla a escuchar en un mitin con estudiantes franceses: pero no hay que exagerar. Ni siquiera la belleza justificaba volver a oír el lenguaje de mis peores pesadillas cubanas”. Aquí, confieso que me pierdo. Chico, ¿fuiste o no? Ese “casi” que tal vez pueda entrar en una trama de ficción, convierte el texto en un prejuicio de autor, en una anticipación que, cualquier novelista sabe, termina por joder el texto.
Sigue Valdés Zamora indicando que Camila, “una especie chilena de libertad guiando al pueblo”, en alusión al icono revolucionario francés, ya no es tan hermosa porque los años pasan y, (y aquí sí que me empleo como lector diligente) porque es madre de una hija y además tiene por pareja a un cubano comunista.
Que Camila sea madre y tenga por pareja a un cubano es asunto que sólo le incumbe a Camila, y más todavía si se trata de una chilena muy alejada de las frivolidades y de la farándula tan cara a los cronistas del Caribe. Insisto en que debe ser por causa del frío que las chilenas y chilenos de izquierda sentimos un rechazo frontal hacia el chisme y, con frío o sin él, consideramos que si un joven cubano, comunista o no, quiere vivir y estudiar en Chile, pues bienvenido y que le vaya bien. Costó mucha sangre, mucho dolor, muchos muertos, muchos desaparecidos, recuperar lenta y parcialmente, aunque no del todo, algunos derechos elementales como el de la convivencia civilizada.
Según Valdés Zamora, “¿Puede ser casual (me pregunto intentando ser ingenuo) que este muchacho llegara a Chile desde Cuba con 19 años, y se convirtiera en dirigente comunista y agitador estudiantil y novio y formador privado de la líder comunista de las manifestaciones que sacudieron al gobierno de derechas de Sebastián Piñera? Las casualidades existen, claro. Pero el complot también…” Esto, si fuera literatura, podría ser un genial delirio de novelista: Un complot del comunismo internacional que manda un joven cubano, un cuadro político de primer orden, de 19 años, para que se infiltre en el movimiento estudiantil chileno, seduzca a una inocente muchacha y la convierta en la líder de la insurrección de masas. Mata Hari en versión chileno-caribeña, pero Valdés Zamora no está haciendo ficción con su escrito, o tal vez sí, porque como todo novelista sabe, la deformación de lo real presentado bajo la excusa de necesidad de la trama, exime de responsabilidad al autor, y a mí, francamente, este truco no me gusta.
Es ficción indicar que Camila Vallejo es diputada “nada más y nada menos que por una municipalidad llamada Florida”. Ese “nada más y nada menos” lleva al lector a pensar que La Florida, es una comuna de Santiago con un parecido abismante con Miami Beach, con un sky line que impide ver el sol, con acaudalados chilenos que aparcan sus coches de lujo en una Lincoln Road atiborrada de tiendas de lujo y cubanos –no comunistas- atendiendo muy serviles en las terrazas.
Ante semejante ficción me quito el sombrero, pero, me atrevo a indicar con conocimiento de causa que La Florida es una comuna popular del gran Santiago y con vecinos muy cabreados con el servicio de Metro insuficiente, con la mega estupidez de partirles la comuna con una autopista de peaje, y otras varias razones de bronca social. Una diputada por La Florida no es ni se merece el trato de “burguesa airada”, que Valdés Zamora le dedica llevado por el frenesí de la ficción. Camila Vallejo es diputada por una comuna de trabajadores y de estudiantes, de amas de casa y de ancianos que sobreviven con pensiones miserables. Es una diputada del pueblo, en el mejor sentido del término.
Además, Valdés Zamora se permite sugerir a Camila una serie de lecturas que, a mí en tanto lector y escritor, me resultan tan decepcionantes como poco recomendables. “Persona non Grata”, el libelo de Jorge Edwards es un volumen de chismes escrito por un señor al que nombraron embajador chileno en Cuba por error, de la misma manera como el gobierno de Sebastián Piñera lo nombró embajador en Francia en una suerte de premio por haber sido uno de los dos únicos escritores que apoyaron su candidatura. La otra recomendación de lectura que hace Valdés Zamora a Camila es “Mea Cuba” de Guillermo Cabrera Infante, y aquí se mete en camisas de once varas al preguntarle si conoce los motivos que llevaron al suicidio a Beatriz Allende, hija del Presidente Salvador Allende.
Con mucho conocimiento de causa, porque Beatriz Allende, mi siempre querida Tati, se quitó la vida por una serie de motivos que sólo le incumben a ella, puedo asegurar que ninguno está mencionado entre las infamias de Cabrera Infante, por desconocimiento, por cobardía, por falta elemental de humanidad y de respeto hacia una mujer coherente y consecuente como Beatriz Allende.
Todo lo citado anteriormente podría quedar en el plano de la anécdota, en la discrepancia de un autor que no está de acuerdo con lo que ha escrito otro, pero cuando Valdés Zamora se refiere al suicidio de Beatriz Allende y medio citando a Cabrera Infante escribe: “A Beatriz los servicios secretos cubanos le mandaron de novio y esposo a un agente. Al caer Allende, y ya de regreso a Cuba, es decir al infierno, el esposo cubano dio por terminada su misión y su relación: Beatriz terminó disparándose un tiro en la cabeza, debe andar ahora, esta desdichada Beatriz chilena, acosada por harpías en el séptimo círculo, el que destinara Dante a los suicidas”, entonces las cosas cambian y de la discrepancia paso al vehemente: Chico, citar mal a un come mierda, por muy premio Cervantes que sea, te iguala y te empeora.
Y cuando medio concluye con una afirmación como esta: “Quizás sea cruel esta recomendación de lecturas. O injustas. Pero la bella Camila podría despertar de su inocencia con la explicación de las casualidades en su propia cama”, entonces, la canallada, la mala fe, la pésima intención, me huele inconfundiblemente a gusanera.
Adelante, Camila, hay mucho por hacer en Chile.
16 de marzo de 2014
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