Un cóctel tropical con vodka
Cuba-Rusia en el 2001
18/01/2001
- Opinión
Está visto que los presidentes más jóvenes logran mover a la vieja madrecita
Rusia por nuevos caminos. Después que el relativamente joven (comparado con
sus antecesores) Mijail Gorbachov desmanteló el sistema comunista, ahora
Vladimir Putin, con pragmatismo más europeo que eslavo y una mente afilada
por años en la KGB, recupera antiguos aliados para reconstruir la imagen de
la ex-superpotencia.
Boris Yeltsin, más parecido en su manera de gobernar a los longevos líderes
del Kremlim que a los gobernantes occidentales a los cuales intentó
acercarse y parecerse, fue perdiendo uno tras otros, en su afán por
complacer a Occidente, a casi todos los ex-aliados estratégicos de la
antigua URSS.
Al llegar a La Habana, el 14 de diciembre pasado, Putin expresó: "Cuba es
nuestro antiguo y tradicional aliado" y calificó como un error el deterioro
de las relaciones bilaterales por motivos ideológicos, durante la última
década.
La delegación rusa, compuesta por seis ministros y casi 80 hombres de
negocios, dejó una estela de esperanzas en la isla, que perdió en 1989 el 85
% de su comercio exterior al colapsar el campo socialista del Este europeo.
Para Rusia, el renacimiento de la colaboración económica, bajo nuevos
términos, significa rescatar el pago de una deuda que supera ya los 20
millones de dólares, compendiando los estimados de ambas partes.
Reviviendo tiempos pasados, Fidel Castro y Vladimir Putin firmaron un
protocolo para el intercambio comercial en el período 2001-2005, que según
fuentes oficiosas incluiría enviar a Rusia entre 3 mil y 10 mil botellas de
ron, medicamentos, vacunas y equipos médicos, por valor de 40 millones de
dólares.
Moscú volvería a importar entre 2,2 y 2,8 millones de toneladas de azúcar
crudo cubano a cambio del envío de entre 1,5 y 2 millones de toneladas de
petróleo, además de fertilizantes y piezas de repuesto para la industria
azucarera, seriamente deteriorada en la década del 90. La próxima zafra
cubana se estima en apenas 3,7 millones de toneladas.
La suscripción de algunos protocolos financieros y comerciales fue parte
sustancial de la visita, pues como dijo a la prensa acreditada en La Habana
Oleg Podelko, jefe de la Misión Comercial rusa en la isla: "En la actualidad
no existe ningún tipo de seguro estatal para cubrir las exportaciones a
Cuba, ni líneas de crédito oficial a corto y mediano plazo para financiar la
compra de productos rusos".
Sin embargo, Podelko admitió que el mercado cubano reviste gran interés para
la industria de su país, dado que "en un 70 % esta orientado a nuestra
tecnología y eso representa un gran potencial y despierta el interés de los
empresarios rusos".
Alianza ideológica, no; estratégica, sí
Los tiempos han cambiado y con ellos los discursos. En La Habana todavía se
habla de "antimperialismo", pero en ruso se ha olvidado esa palabra. En su
afán por alcanzar para su país la renovación que prometió sin éxito Yeltsin,
el nuevo presidente maneja estilos más sofisticados.
Putin y Castro declararon ante la prensa repetidas veces que tienen
"posiciones comunes en muchos asuntos", aunque el presidente ruso advirtió
que ello no suponía ningún tipo de "alianza en contra de Estados Unidos".
En el balance de la visita resultó claro que los temas de orden político-
estratégico se dieron con mayor facilidad que los económicos.
Un pago que los cubanos nunca perdieron de cobrar puntualmente, en cualquier
nivel de las relaciones bilaterales, fue el de la Base de Telecomunicaciones
de Lourdes, un centro de escucha instalado por Moscú en territorio cubano
desde 1967 para monitorear el cumplimiento de los acuerdos de desarme con
Estados Unidos y que nunca fue desactivado, incluso después del retiro de
las últimas tropas rusas de la isla en 1992.
La base sigue siendo operada por militares rusos y su arrendamiento le
cuesta a Moscú 200 millones de dólares al año. Su eventual desmantelamiento
ha sido puesto en el tapete más de una vez en las conversaciones entre Rusia
y Estados Unidos, sin resultados concretos.
Pero otras inversiones realizadas por los gobiernos soviéticos en la isla no
transitan por el mismo promisorio camino. Durante más de 20 años de
influencia soviética en Cuba, entre el final de la década del 60 y 1989,
Moscú concedió miles de millones de rublos en créditos para el desarrollo de
macroproyectos que expertos economistas -cuyas voces Castro jamás quiso
escuchar- consideraron megalómanos con respecto al tamaño y población de la
isla caribeña.
La mayor parte de los créditos se enterraron en tres obras gigantescas: una
refinería de petróleo en Cienfuegos (con dificultades para procesar otros
crudos que no sean rusos), una gran planta procesadora de níquel en la
provincia oriental de Holguín (ahora en poder de una multinacional
canadiense) y la polémica central electronuclear de Juraguá en la provincia
de Cienfuegos, unos 300 kilómetros al sureste de La Habana.
No completar esta última fue la primera muestra del enfriamiento de las
relaciones Cuba-Rusia. Mantener ahora la decisión de no hacerlo, es quizás
un disfrazado gesto de buena voluntad de Castro hacia Estados Unidos.
En la central de energía nuclear "hemos gastado 30 millones de dólares para
conservarla solamente", sostuvo Putin en conferencia de prensa en La Habana.
Pero "nuestros amigos cubanos no están mostrando interés en seguir
construyendo" la planta.
En el proyecto se invirtieron unos 1.000 millones de dólares durante 12
años. Se estima que, para terminar su construcción, se necesitarían por lo
menos 750 millones de dólares. Varios intentos de otros partners europeos
por hacerse cargo del proyecto han concluido en fracaso, y en el fondo,
afirman analistas, no hay voluntad cubana de echarla a andar.
Si se llegara a completar, la planta de Juraguá sería la primera de
tecnología rusa instalada en las Américas y la primera ubicada en un clima
tropical, frente a las costas de EE.UU. y apenas a 90 millas del estado de
la Florida.
Washington se ha opuesto enérgicamente a la terminación de la central
nuclear y el Pentágono está financiando la construcción de una red de dos
millones de dólares para controlar eventuales fugas de radiación de la
planta.
El elemento Estados Unidos estuvo como telón de fondo, explícito o no,
durante toda la visita del presidente ruso a su homologo cubano. Putin
señaló: "Tenemos diferencias con Estados Unidos que todo el mundo conoce,
como la injerencia humanitaria y la soberanía limitada que promueve Estados
Unidos, pero no tenemos ninguna alianza con Cuba contra Estados Unidos ni
ningún país".
Sobre las relaciones de Rusia con la nueva administración estadounidense
dijo que "dependerá de la política de George W. Bush, pero hay razones para
confiar que será un buen equipo de Gobierno, muy profesional y lo conocemos
bien".
Los viejos aliados
La rama de olivo llevada a La Habana evidencia que Putin se apresta a
recuperar parte del terreno perdido por Rusia en la arena internacional y la
vía más expedita es acercarse de nuevo a los viejos aliados donde han tenido
mercado garantizado para sus industrias nacionales: petróleo, armas,
metalurgia y energía nuclear de uso civil.
Rusia ha firmado acuerdos para construir plantas de energía nuclear en
China, India e Irán. En Nueva Delhi, Putin firmó contratos por miles de
millones de dólares para proporcionar aviones de caza supersónicos, tanques
y otras armas de guerra al ejército indio. Con Angola andan en progreso
negociaciones de ventas de armamentos a la par de negocios en diamantes y
otras piedras preciosas.
Recientemente Putin anuló un acuerdo que prohibía las ventas de armas
convencionales de Rusia a Irán, según un convenio firmado en 1995 entre el
Vicepresidente norteamericano Al Gore y el entonces Primer Ministro Víctor
Chernomyrdin. Irán funge para Rusia como muro de contención contra los
talibanes de Afghanistán, un riesgo mayor que incurrir en el disgusto de una
administración demócrata que ya va en retirada.
La nueva era republicana, con un presidente que prometió no dar tregua a sus
enemigos, comienza, para Putin y Castro con un sabio realineamiento de los
viejos amigos.
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