Alan García debe haber disfrutado más que su agónico pase a la segunda vuelta, la ocasión que le acaba de brindar el escritor Mario Vargas Llosa al proponer una alianza explícita APRA-UN como mecanismo para derrotar a Humala. A casi 20 años de las intensas jornadas que llevaron al famoso novelista al centro de la política como abanderado de la defensa de la propiedad de los banqueros sobre sus bancos como principio de la “libertad”, por fin pudo García darse el gusto de castigar la soberbia explicándole a su viejo enemigo que por ese camino se va a la derrota como le ocurrió a él mismo en el año 1990, por lo que la derecha tendrá que apoyarlo sin papeles firmados ni condiciones de las que todos estemos enterados. ¿Qué va a hacer varguitas después de esa respuesta? Nada. No puede polemizar con el candidato sustituto, sin favorecer al candidato amenaza. Tiene que aguantar nomás el desaire. Y aquí justamente está empezando el mayor drama para las derechas criollas. García no les va a ofrecer (por lo menos en público) sino tratar de ganar al nacionalista. Y ellos que inventaron que después de Humala se acaba el mundo, no podrán escapar de su propia trampa: la carta del apoyo ha perdido su condición de negociable, porque retirarla equivaldría cargar la responsabilidad por una eventual victoria de Ollanta en segunda vuelta y que todas sus pesadillas se vuelvan realidad con su propia contribución. Están condenados a la derrota sobre derrota del escritor. No sólo salir del juego, sino jugar para quién dirigen el 49% de sus odios, sin que él se los agradezca. Y el dilema es como el de Toledo ante los gringos, sí o sí, pero negociado firmemente. Aldo M., consciente de esta situación, ha tratado de alejar malos pensamientos que se le vienen a la cabeza cuando tiene que recomendar el voto por Alan García, luego de años de negar que el aprista pudiera siquiera intentar un cambio. ¿Y si al final de la segunda vuelta se arma una alianza del APRA y los nacionalistas, que suman casi 80 votos entre los dos lo que les permitiría no sólo cogobernar sino producir reformas constitucionales y leyes orgánicas?, ¿no es a eso a lo que se están refiriendo los zorros de la izquierda que ya están en el carro humalista promocionando su tema de siempre: el proyecto de “centroizquierda”? Evidentemente no habría como impedirlo, si es que se deja caminar sólo a García y los acuerdos quedan para la fase post segunda vuelta, cuando ya no hay competencia entre unos y otros. Seguramente el director de “Correo” no debe ser el único que está consumiendo sobredosis de calmantes, ansiolíticos, antidepresivos, estimulantes, analgésicos para la cabeza, el estómago y el hígado, etc. Basta ver los argumentos que propone para tranquilizarse: (a) que AGP quiere ser moderno y globalizado; (b) que AGP tiene relaciones con grupos trasnacionales y algunos de sus dirigentes están trabajando con ellos; (c) que AGP quiere cambiar su imagen desde el poder político; (d) que AGP, es adversario de Chávez, padrino de Humala, y está ligado a Carlos Andrés Pérez que forma parte de la contra venezolana; (e) que AGP no va a querer pelearse con Estados Unidos y las grandes potencias económicas. Pero igual que los empresarios que creen en los impulsos ciegos del mercado, pero se aseguran con acuerdos bajo la mesa, la derecha vencida tendrá que presionar con las alternativa del pacto secreto. ¿Qué puede pedir por su voto? Por ejemplo dejar la economía en manos del grupo del IPE (Dubois, Abusada, PPK, Blume, etc)- como en los últimos 16 años y en el segundo gobierno de Belaúnde-, que cuenta con la confianza de la derecha política y empresarial. La hipótesis es que esto puede hacerse sin que se vea, en la fase entre las dos vueltas. ¿Tiene sentido?, ¿creen que la gente no se da cuenta? Lo cierto es que si con alianza abierta, García pierde; con pacto secreto, la derecha terminará con una nueva derrota política y destrozada moralmente. Habrá sumado así la frustración de su candidata estrella preparada durante cinco años, con la polarización actual entre sus peores monstruos, con el baldón de un respaldo vergonzante, tramposo, arrastrado, al mismo García que quisieron derrocar en 1987.