La retaguardia latinoamericana lucha por reorientar la política interna norteamericana

Un malón en el centro imperial

21/05/2006
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Por primera vez en mucho tiempo, el periodista norteamericano no-argentino Andrés Oppenheimer acierta. Acierta en el diagnóstico, claro está, aunque sostiene con lealtad su posicionamiento en favor de los intereses del Norte. Vamos a cruzar algunas observaciones para entender la situación. Si bien los mayores damnificados por la política estadounidense son, ostensiblemente, los pueblos del Tercer Mundo en general y de América latina en particular, hay un dato singular de los tiempos que corren: también se ven afectados los Estados Unidos de América. ¿Por qué? El accionar rentístico y ultraviolento de la gestión Bush, en tanto representante de intereses que podrían sintetizarse en el tríptico conglomerado militar - industrial, corporaciones bancarias y empresas que trafican distintos tipos de drogas, ha generado una importante distorsión económica interna en esa Nación. Cada vez es menor el espacio existente en los Estados Unidos para las labores específicamente productivas; los tres rubros antes mencionados hegemonizan la economía. La percepción de ese fenómeno es compleja porque debido a su antiguo esplendor industrial, a la tracción de esas franjas dinámicas y al saqueo externo, ese país mantiene un nivel de recursos en verdad apreciable. Sin embargo, la ausencia de una política industrial de fondo, tributaria de la historia roosveltiana y --aún antes-- del mismo origen de la república del Norte, está generando una deuda pública notable y un debilitamiento del dólar que todavía no ha logrado desovillarse a pleno. Asimismo, la dependencia estructural de combustibles que no posee en cantidad suficiente --el petróleo es el ejemplo más claro-- y la persistencia de un andamiaje urbano de alto consumo, están gestando dificultades de fondo que, por el momento, se vienen resolviendo con agresiones externas potentes y ajustes internos que reproducen la exclusión. En este marco, la consecuencia lógica en el orden político cultural es el establecimiento del racismo, la discriminación y la represión como doctrina oficial. Los Estados Unidos han dejado de ser tierra de oportunidades y lo hacen saber al mundo a través de la expulsión de los inmigrantes y del establecimiento de cercos más estrictos que los que cuestionaron por largos años al bloque oriental. De allí que Oppenheimer acierte al señalar que la política de Bush, destinada a contentar a un fragmento de sus seguidores más conservadores, puede terminar beneficiando a López Obrador. Lo cual constituye una sutil advertencia para el gobierno republicano con respecto al rumbo adoptado; pues como hemos visto el último aspecto no es sino consecuencia de la política general. Sucede que, pese a las banderas latinoamericanas y a las imágenes del Che que se observan en los multitudinarios actos que nuestros hermanos efectúan por aquellos pagos, del triunfo de esta causa depende, en parte, el destino de los Estados Unidos. Los inmigrantes le están tendiendo una mano al país del Norte para que vuelva a ser integrador, fascinante, abierto. Industrial, en términos posfordistas. Esta no es una crítica a las exigencias ni a las movilizaciones. Todo lo contrario. Es lo que deben hacer los ciudadanos norteamericanos, cualquiera sea su origen, para poner de pie a una economía que se está derrumbando aceleradamente y sólo atina a canalizar recursos a un puñado de banqueros, asesinar pueblos propietarios de materias primas y comerciar narcóticos con la moral de un mercachifle del guetto. Es probable, como apuntó un compañero recientemente, que la caída resulte indetenible. Qué más allá de los males que ocasione en este período letal, esa Nación no tenga salida. Pero también es posible que los intereses productivos, encabezados combativamente por los inmigrantes, consigan regenerar una parte del esquema que llevó a los yanquis a convertirse en un modelo de capitalismo desarrollado. Resulta curioso comprobar que las zonas más atrasadas de nuestros pueblos latinoamericanos, representadas por quienes, admirando rayas y estrellas resolvieron lanzarse a "hacer la (norte) América" resultan --aunque más no fuera rememorando historias de luchas protagonizadas por quienes decidieron quedarse a pelear acá-- más avanzadas que la destartalada y apisonada conciencia de los estadounidenses nativos, todavía lacerados por el macartismo. Empero, no resultará fácil para la administración republicana perpetuar esa visión. Lo ocurrido en Nueva Orleans, la caída abrupta de inversiones públicas, la desatención de los sectores populares, son elementos que pueden contribuir a imbricar demandas y difuminar las diferencias lingüísticas y culturales. La vanguardia latinoamericana en los Estados Unidos, configurada por nuestra retaguardia (vale remarcar), está ayudando a despertar a las fajas más conscientes del Norte adormecido. Por supuesto que los senderos están abiertos y que la evolución hacia planteos revolucionarios es una de las opciones. Pero nos inclinamos a pensar que estamos ante luchas de carácter nacional industrial reivindicativas que intentan reorientar la política interna norteamericana en dirección económicamente productiva y culturalmente abierta. Por eso indicamos que si ganan los inmigrantes, ganan los Estados Unidos. Desde los primeros pasos de Ronald Reagan hasta el presente, con la invalorable participación de la familia Bush, ese país se ha adentrado en un proceso de compleja y sinuosa decadencia. Resultaría paradojal, aunque no incomprensible, que el cierre de ese camino llegara a emerger de la mano de los despreciados latinos quienes, lanza en mano, han concretado "malones" por las calles del centro imperial, gritando "nosotros también somos norteamericanos". - Grabriel Fernández es Director Revista Question Latinoamérica / Director La Señal Medios , conductor programa Frente a Frente por Multicanal., (Artículo de El Nuevo Herald del jueves 18 de mayo de 2006. Material difundido en la Argentina por Lista Reconquista Popular) Andres Oppenheimer 2006-05-18 El impacto externo de la ley inmigratoria El discurso del presidente George W. Bush anunciando mayores controles para frenar la inmigración tendrá un impacto no intencional del otro lado de la frontera: le dará un pequeño empujón a la alicaída campaña del candidato presidencial izquierdista Andrés Manuel López Obrador. López Obrador ha estado cayendo drásticamente en las encuestas en las últimas semanas. Sin embargo, el discurso de Bush del lunes, dirigido a congraciarse con sus bases más conservadoras y a evitar una debacle del partido Republicano en las elecciones legislativas de noviembre en Estados Unidos, podría darle un segundo viento a la campaña del candidato de la izquierda mexicana. Para la mayoría de los estadounidenses, así como para las páginas editoriales de The Miami Herald, el discurso de Bush logró encontrar un justo medio entre los sectores xenofóbicos que exigen la expulsión de los 12 millones de inmigrantes indocumentados y los sectores que proponen una amnistía general para todos los indocumentados. Sin embargo, en México hay un consenso casi generalizado de que el discurso de Bush enfatizó demasiado las medidas para controlar la frontera, y demasiado poco las propuestas para crear un programa de trabajadores temporales y otras medidas más efectivas para reducir el flujo migratorio a largo plazo. Bush dedicó 10 párrafos de su discurso al control de la frontera -- incluyendo el envío de hasta 6,000 efectivos de la Guardia Nacional hasta tanto se agregue la misma cantidad de tropas a la Patrulla Fronteriza-- y apenas dos párrafos a la creación de un plan de trabajadores temporales. Asimismo, el tono del discurso de Bush reflejó la creciente influencia de los grupos anti inmigrantes que exigen que se utilice el termino ''ilegales'' para describir a trabajadores indocumentados que aceptan empleos mal pagados que les ofrecen empleadores norteamericanos. Bush, que en su discurso anterior sobre la inmigración del 7 de enero del 2004 había hablado todo el tiempo de ''trabajadores indocumentados'', ahora reemplazó ese término por el de ``trabajadores ilegales''. ''Fue una bofetada diplomática a México'', me señaló Rafael Fernández de Castro, director del departamento de asuntos internacionales del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), refiriéndose al discurso de Bush. ``México había estado insistiendo en los últimos años en que el problema migratorio era una responsabilidad compartida, y que había que encontrar una solución coordinada. Lo que tenemos ahora es una medida unilateral, que no resolverá nada''. La opinión generalizada en México, y entre muchos especialistas en inmigración de Estados Unidos, es que el envío de 6,000 tropas de la guardia nacional es una medida electorera para hacer ver que se está haciendo algo, pero que en realidad no servirá de mucho. Mientras la brecha de ingresos entre Estados Unidos y América Latina siga siendo tan amplia como ahora, y mientras los emple adores --y consumidores-- norteamericanos sigan queriendo beneficiarse de la mano de obra barata, el flujo migratorio será imparable, señalan. Washington ya ha aumentado los efectivos de la Patrulla Fronteriza de 3,733 agentes en 1990 a 12,000 el año pasado. Sin embargo, el flujo migratorio se duplicó en ese mismo período, según estudios del profesor de la Universidad de Princeton Douglas S. Massey. El mayor impacto del aumento de efectivos de la Patrulla Fronteriza ''ha sido que una vez que la gente está de este lado, ya n o vuelve a su país natal, por temor a los costos y los riesgos que eso lleva'', me dijo Massey. En una entrevista telefónica, el ex canciller mexicano Manuel Camacho Solís, actualmente uno de los principales asesores de López Obrador, no descartó que el discurso de Bush termine siendo un regalo del cielo para su candidato. ''Esto le va a costar al presidente Fox y al [partido oficial] PAN, que han hecho creer a la población mexicana que Fox va a conseguir el acuerdo migratorio'', me dijo Camacho Solís. ``Pero ahora todo lo que se va a ver es la presencia de la Guardia Nacional en la frontera, que es un imagen agresiva, de no cooperación. De manera natural va a jugar a favor de la oposición, que es López Obrador''. Mi conclusión: Si la línea dura de Bush fue un recurso para negociar un acuerdo que contemple la regularización de millones de indocumentados que viven hace más de 5 años en Estados Unidos, como el proyecto de ley aprobado por el senado el miércoles, podría ser una buena jugada de su parte. Le daría a México un motivo para poder adjudicarse una victoria diplomática, y el candidato del gobierno mexicano, Felipe Calderón, saldría beneficiado. Pero si la Cámara de Representantes no apoya el proyecto de regularización aprobado por el Senado, y todo lo que se aprueba al final del día es un aumento de las tropas de la Guardia Nacional en la frontera, el Congreso de Estados Unidos habrá ayudado sin quererlo a elegir el primer presidente de izquierda en la historia reciente de México. López Obrador podrá decir: `Gracias, Bush'.
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