Gobierno, militancia, movimiento obrero, política

El sonido y la furia

27/03/2014
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A nadie parece preocupar el asunto. Y si a nadie le preocupa, es probable que no sea importante. Hasta ahora se ha resuelto todo debate lanzando insultos y caracterizaciones impiadosas sobre varios dirigentes sindicales. Si hemos de valuar adecuadamente el periodismo walshiano, es pertinente trascender los adjetivos, y situarse –para algunos recolocarse- en nuestro lugar de mirador: el Sur, el Pueblo.
 
Hace algunas décadas se registró un debate interesante hacia el seno del movimiento nacional y popular: la clase trabajadora ¿debe ser columna vertebral o cabeza? Por estos tiempos, el interrogante ha sido descartado. Y en aquella época, más serio aún, se observó el contraste agudo entre juventud militante y sindicatos: colisión aprovechada por un poder concentrado que necesitaba quebrar ambas formaciones.
 
El gran logro de la gestión de Néstor Kirchner y del primer tramo de la administración de Cristina Fernández de Kirchner fue la resolución de ambas discusiones: el movimiento obrero organizado fue ordenado –y aceptó de buen grado el lugar- como columna vertebral, mientras la dirección del movimiento nacional y popular se sostuvo en la conducción política. Y los jóvenes militantes se cohesionaron con el activo gremial emergente hasta marchar y actuar conjuntamente.
 
Esas definiciones prácticas, nunca esbozadas en manual alguno pero palpables en las calles de la nación, facilitaron la aplicación de políticas económicas activas, inclusivas y promotoras del mercado interno. La dirección política entendió, primero, que la habilitación de la institución paritaria resultaba clave y, poco después, que el establecimiento de la asignación universal por hijo más el impulso a pymes y cooperativas, era el complemento justo.
 
Así creció el país durante la Década Ganada. El empresariado fue arrastrado por la inteligencia común de gobierno y trabajadores; lo “obligaron” a enriquecerse a través de esa dinámica tan propia y tan rápida que tiene la Argentina para recuperarse aún de los marasmos liberales más profundos. Con el andar del progreso, una parte de ese empresariado empezó a corcovear y a dañar el rumbo con aumentos de precios, corridas blue y propaganda terrorista a través de los grandes medios de comunicación.
 
El modo de contener ese impulso antinacional era, claramente, el sostenimiento de la alianza entre gobierno y trabajadores para seguir forzando el paso industrial. La presidenta de la Nación, que acertó en casi todo desde el inicio de su gestión, confundió esa táctica y transmutó la acción en discurso al aconsejar sabiamente a los empresarios que “no maten la gallina de los huevos de oro”. Pero, ya se sabe, se les habla con el corazón y responden con el bolsillo.
 
Entonces, el gobierno nacional, en vez de promover la cohesión de las dos centrales sindicales en su derredor, y de estas con la fuerza militante juvenil social, promovió la dispersión de las primeras y ninguneó el potencial de la segunda. Entregó la responsabilidad organizativa social a una fuerza joven de capas medias empleadas en el Estado, con escasa relevancia y representatividad en un subsuelo de la Patria que tiene sus modalidades, sus estilos, sus identidades.
 
Hacemos un alto y decimos: las organizaciones sindicales y sociales no “son” en sí mismas el pueblo trabajador. Por tanto, si la economía se despliega y los niveles de ingresos y de empleo resultan progresivos, nuestra gente votará a los candidatos del Proyecto Nacional y Popular, más allá de lo que sugieran los dirigentes de cada sector. Pero si esas organizaciones no tallan en el debate público y en el Estado, es menos probable que los indicadores económicos resulten progresivos. ¿Se entiende?
 
La identificación genérica de todo sindicalista con Luis Barrionuevo es un insulto a la historia del movimiento obrero argentino. La pérdida de sindicatos dispuestos a respaldar al kirchnerismo como los choferes de colectivos, los ferroviarios, los docentes (entre otros) es una realidad con responsabilidades compartidas. El rumbo nacional es un asunto tan serio, que el gobierno y su fuerza política no pueden asentarse en los errores dirigenciales para romper lanzas, como si el apoyo ofrecido por el sindicalismo pudiera ser relevado por una vertiente inexperta aunque aparatosa. Y la UOM, está muda.
 
Porque si el ancho de hombros no proviene del movimiento obrero, por mediado y mal dirigido que resulte, se origina en el espacio empresarial. No hay relevos militantes para semejante andamiaje popular. Y los resultados son evidentes en la batalla cultural fortísima que se despliega en el país por estas horas: la voz oficial –con razones nacionales y populares- se ha tornado débil, apenas encarnada en funcionarios, militantes sin relevancia y comunicadores que reiteran preceptos pues no logran ahondar en los asuntos centrales.
 
La voz oficial –con razones nacionales y populares, y diez años de crecimiento como antecedente valiosísimo- se ha tornado débil porque se siente la ausencia del movimiento obrero con sus grandes movilizaciones de respaldo, con dirigentes y delegados listos para batallar ante la opinión pública, con presiones para contener los excesos empresariales. La voz oficial está siendo opacada por los poderes antinacionales y antipopulares, con su gleba de periodistas dispuestos a mentir y ensuciar, con el altavoz ofrecido a los zonzos que condenan al kirchnerismo por peronista y no por dejar de lado a los sindicatos.
 
Desde La Señal Medios lamentamos que un análisis de este tenor sea considerado un cuestionamiento: en realidad lo formulamos porque anhelamos la recuperación de esa voz potente que el Estado argentino debe tener para llevar adelante este tramo de la historia. La inmensa obra lograda desde el 2003 hasta hoy, con la puesta en pie de un país que había sido asolado por esa misma combinación de poderosos y zonzos, no merece el declive ni merece el grisáceo rol social en el cual se lo intenta situar.
 
Si a este gobierno le va bien, los trabajadores nos veremos beneficiados. Así ha sido hasta ahora. Sin la presencia activa del movimiento obrero organizado en defensa del Proyecto Nacional y Popular y en la elaboración de sus políticas, es difícil que le vaya bien. No se trata de una visión subjetiva anclada en vínculos o conveniencias sectoriales: es una descripción.
 
Gabriel Fernández
Director La Señal Medios / Área Periodística Radio Gráfica.
 
 
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