Si, todos somos iguales… pero
27/06/2006
- Opinión
Es bien cierto que cuando un nuevo inmigrante llega a Canadá, se encuentra con ciertos problemas que no había previsto. Como el hecho de enfrentarse a la búsqueda de un empleo. Normalmente, los inmigrantes que viene como independientes, es decir que ya han resuelto su estatus migratorio desde sus países de origen, son los más precavidos e informados acerca de qué hacer, mientras se adapta uno al nuevo país que lo acoge. Muchos llegan con sus títulos universitarios, sus flamantes curriculums vitaes y algo de dinero para solventar los primeros cuatro meses los gastos del inmigrante o los de la familia entera. Pero, desgraciadamente, esos documentos no van a surtir efecto tan rápido como uno pensaba. Primero hay que aprender el idioma, en este caso el francés, que el gobierno está dispuesto a pagar el aprendizaje, aunque, finalmente le exijan a uno más el idioma inglés. Pero en fin, ese es otro asunto.
También están los inmigrantes que vienen como turistas y, al cabo de unas semanas o unos meses o cuando se terminan sus visas, deciden pedir refugio para quedarse a Canadá. Esos son los casos más comunes y los más dramáticos porque a veces tienen que pasar más de 2 años para esperar la respuesta del gobierno, mientras viven en la incertidumbre de que se quedan o no.
El caso es que todo aquel nuevo inmigrante tiene que adaptarse a la nueva forma de vida de este país; aprendiendo francés, aclimatándose a los climas extremos, y lo peor de todo, a soportar discriminación, no solo por parte de los quebequenses, sino por los mismos latinos ya establecidos en el país. Y este es el tema que me ocupará el día de hoy.
La semana pasada leí en un periódico editado en español, una conferencia de prensa titulada "Fin a las comunidades culturales" Y siento como si nos vieran, a nosotros los inmigrantes, como ciudadanos del mundo de segunda. Los de primera, normalmente como un hecho inaudito, son los que tienen dinero. Luego los blancos, los rubios de ojos azules que provienen de esa emigración más antigua. De Inglaterra, de Francia, de Escocia, de Irlanda. Esos grandes colonizadores y conquistadores occidentales que vinieron a América del norte a buscar riquezas. A ampliar su poderío económico y político en estas tierras. Esos antiguos inmigrantes que defienden sus causas. Su bandera, su sistema y su ideología.
Nosotros, unos latinoamericanos que hemos venido por cuestiones políticas, económicas y/o de vida o muerte. Con nuestro lenguaje, nuestro español del sur. Nuestra cultura. Nuestra forma de ver y de soñar en un paraíso inexistente. Nada ha cambiado. Somos ahora ese ejército de pobres que se enfrenta al y en el mundo occidental. Luchando y trabajando por mantenernos al mismo nivel que cualquier otro ser humano de este planeta y de este país. De segunda, desgraciadamente. Ciudadanos que, valemos menos para el sistema. Pero, de una u otra forma, salvados de los terrores del sur. Y de sus maravillas solares. Aquí el frío nos pone dormidos. Luchamos contra el frío sin lograr vencerlo. Pero vivos. Igual que ellos. Igual que ningún ser.
Si alguien ha visto 'El planeta de los simios" ese sentimiento de división y distancia entre los simios y los humanos es parecido al que uno se ve en un país diferente. A un país de alto nivel. Del primer mundo. Pero quienes son los simios, las bestias de poca inteligencia que someten al ser humano.
Algunos contados, como lo siente el emigrante y se encuentra que los latinos ya establecidos en Canadá se portan más ojetes que los no latinos. Traemos esa envidia, ese miedo de ser desplazados en estas tierras. Traemos también ideas y se esfuman en el recuerdo porque no se puede realizar o pasa mucho tiempo para que se logre. Y nos decepciona cierto momento el llegar aquí y encontrarse con ellos que te explotan por debajo de la mesa. No pagan impuestos, ni vacaciones, ni un solo derecho laboral solo porque eres ilegal. No tienes papeles. Esa maldita burocracia que pasa por un juzgado, un proceso kafkiano. Solo para ser canadiense.
Aunque pensemos todavía en nuestros taquitos de salsa verde o roja o en el mojito con hielo y su hoja de hierbabuena, o la pupusa con incacola. Nuestros pensamientos están allá y nosotros estamos aquí. Con nuestros cuerpos de sonámbulos. Trabajando por el mínimo y sudando la gota gorda. Aquí nos trajo el destino y aquí tenemos que luchar por nuestros ideales. Bajo esta tolerancia y esta libertad que tenemos ante un gobierno democrático y solidario con la consecuencia libertaria del ser humano. Pero, desagraciadamente, el latino es el más aguerrido y el más rencoroso contra sus hermanos. No hay una verdadera unión. Cada quien para su santo y se olvida de los demás o quieren implementar el mismo sistema de la corrupción, costumbre de los países de donde provienen.
Tenemos que aportar nuestra cultura, esa cultura del calor y la unión entre hermanos, entre cuates. Pocos son caritativos, otros quieren darte limosnas y es ahí cuando les dices !ni madres putos! De ustedes no recibo miserias porque se que ese es latino. Pocos, muy pocos conservamos ese sentimiento familiar. Cada vez, como es habitual en esta sociedad, nos estamos quedando solos. Incomunicados en nuestra existencia. Muriéndonos de envidia al ver al los otros que se divierten y salen al parque a dar un paseo. Nosotros somos como unas ratas de biblioteca antigua con los libros roídos. Y con pocos lectores. Los ratones ya habían adquirido todo el conocimiento, sin pensarlo.
Trabajando como negros, como lo dice Yauni, un amigo de Sierra Leona, concentrados a la actividad economisa como funciona este planeta. El que no trabaja, no come. Y hay que chingarse unas horas al día para seguir en el camino, en el viaje inmortal. El que nos mantiene vivos. Trabajar. No importa de qué, lo importante es tener unas horas productivas para seguir en este rollo. Como mi amigo Yan, que su profesión es construir instrumentos musicales, violines, violonchelos, y que en sus manos ha tenido un Stradivarius, estos violines son los más preciados instrumentos musicales del mundo. Entre los cerca de 600 ejemplares que aun se conservan hay algunos valorados en más de un millón y medio de euros, es decir, más de cien veces de lo que costaría el más perfecto ejemplar artesano moderno y más de diez mil veces que los procedentes de fabricaciones industrializadas, ahora Yean está trabajando como lavaplatos por 7 dólares la hora debajo de la mesa. O como la profesión de Alex, quien es actor y se dedica a hacer comerciales para la televisión y en la noche es mesero en un restaurante italiano.
En este sentido, lo que quiero decir es que el trabajo es importante para mantenerse en circulación como los billetes verdes (de veinte dólares) que se te escaparán de las manos en menos de lo que canta un gallo, después de haberlos obtenido con ese esfuerzo. Pero con cuidado de los patrones latinos. Esos son los más negreros. Pero como en la jungla de las bestias salvajes, hay que cuidarse de todas.
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