Mesías
12/10/2006
- Opinión
Si este no es el 5 de abril de García, es por lo menos la víspera.
Leo “La República”, cumpliendo con su papel en la historia. Hoy titula: “Golpe a la anarquía”, como en junio de 1986 anunció: “En defensa de la democracia”. Se refería esa vez a la intervención militar en los penales de Lima, como ahora se trata de la destitución de los dos alcaldes en pugna en Chiclayo y el nombramiento del prefecto para el cargo.
Claro que había anarquía. Hace 40 días se produjo el incendio del municipio y la policía de García y el prefecto, no actuaron. Dejaron hacer. Pasó el tiempo y tampoco hicieron nada. Y por añadidura el APRA del Congreso echó leña a la confusión con un informe de la Comisión de Constitución indicando que el Tribunal Constitucional si puede cambiar fallos electorales pero ,a la vez, que lo que ahí se decía no era vinculante, o sea tampoco era una solución.
Chiclayo se cargó de basura, mal olor y gallinazos, mientras los dos alcaldes exhibían sus propias resoluciones, una del TC y otra del JNE, que los confirmaban en esa responsabilidad. No se sabía quién debía pagar a los trabajadores, quién cobraba los arbitrios, etc. Y el Ejecutivo y el Congreso no habían siquiera comenzado a discutir las opciones legales para que estos casos no se sucedan, como no se ha hecho aún en relación a experiencias tan graves como las de Ilave, Asillo, y muchas otras que han ocurrido los últimos años y que ponen a prueba la democracia municipal.
La intervención brutal de García y su Consejo de Ministros, revela la profunda crisis del llamado Estado de derecho en el Perú: la debilidad de sus instituciones, el cruce de funciones, la impopularidad de los partidos, la ambición de los líderes políticos, etc. Pero ¿cuánto hay de deliberado en este despelote? En los 80 García hizo célebre una frase que sirvió de titular para un artículo suyo en la revista “Caretas”: “El desorden aparente”; que quería decir que aquí las cosas que parecen irracionales tienen su lógica escondida y al final generan sus propias soluciones. Por eso podía dejar que un conflicto se eternizase, hasta que el cansancio de las partes y la misma falta de una vía de salida, generase alguna manera de seguir funcionando.
De esa falta de determinación, sobrevino Fujimori para romper los empates, teniendo al frente una sociedad fatigada de tantos impasses y asuntos críticos sin resolverse. El 5 de abril de 1992 se vio así como un Estado contra el caos, cuando la verdad era que el caos era el propio Estado y su incapacidad para organizar un proyecto nacional coherente. Tuvieron que pasar años para que los peruanos pudieran sentir la sofocación del autoritarismo y el costo que tiene erigir a un individuo como el supremo salvador de nuestros miedos e incapacidades.
Poco a poco descubrimos que el tipo que se había creído dotado de voluntad y capacidad para resolverlo todo: violencia, hiperinflación, pobreza extrema, fenómeno del Niño, guerra con el Ecuador, diferendos con Chile, etc., tenía un sistema para hacerse necesario e insustituible. Creaba su caos y se ponía al frente. Contrabandeaba armas, y denunciaba a los contrabandistas, por poner un ejemplo.
Con Toledo volvimos efectivamente al “desorden aparente”. No tenía otra alternativa, porque lo que había delante suyo era una irrupción social que ocupaba espacios y que había que derivarla hacia alguna parte. La gente no esperaba un Mesías, sino un cierto reparto de poder. No vamos a hablar aquí de las frustraciones 2000-2006, sólo digamos que García llega en el eclipse de la “transición”, y en un embrionario recrudecimiento del autoritarismo. La austeridad, la pena de muerte, la mano a las ONG, han sido indicios y pulseos de este derrotero. Pero al mismo tiempo había mesas de diálogo, salidas negociadas y conflictos alargados.
Entonces podía discutirse sobre el perfil real del segundo alanismo. Y la conclusión provisional indicaba que era la ambigüedad personificada. ¿Qué había querido decir García cuando le advirtió al poder judicial que si no se reorganizaban rápidamente, el gobierno no iba a quedarse con los brazos cruzados?, ¿y cuando ha empezado a devolver al Congreso sus principales iniciativas, para encargarse del asunto personalmente? Viendo lo de Chiclayo se puede decir que el proyecto ya se está definiendo. La secuencia conflicto, diálogo e intervención, es todo un mensaje. De aquí en adelante podemos empezar a ver sucesivos “golpes a la anarquía” hasta que nos demos cuenta que todos hemos sido golpeados.
Que el Perú necesita cambios decisivos no se puede discutir. Y que los problemas deben resolverse, tampoco. Pero no es tarea de un solo hombre, mucho menos si se trata de Alan García. Sería renunciar a la posibilidad de soluciones colectivas y participativas. Y nombrar un nuevo dictador para que nos salve de los problemas que él mismo crea.
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