Los pobres son señales de viejos signos y necesarios compromisos
10/01/2007
- Opinión
Hace mas de veinte siglos que los cristianos sabemos que los pobres, lejos de ser un número estadístico o personas a quienes hay que intentar “esquivar” en las calles, son los principales depositarios de la Palabra de Dios quién haciéndose hombre se confundió con los mas necesitados para mostrarnos que la humildad, espiritual y material, es el camino para entrar al Reino de los Cielos.
En numerosas noticias periodísticas, y estadísticas oficiales, es frecuente encontrar que los pobres, los que nada tienen, son tratados como entres abstractos y no como personas concretas de carne y hueso, que sienten sobre su piel el frío y el calor, que padecen el estremecedor hambre de días sin probar bocado, y que vivencian sobre su ser la enorme angustia de no ser considerados seres humanos, sino mano de obra barata para realizar aquellas tareas que el resto de la sociedad califica como despreciables.
Así mismo tampoco es usual que en los medios de comunicación, o en los organismos oficiales, se mencione la responsabilidad que muchas veces poseen unos pocos que acumulan riquezas en la estructuración injusta de nuestras comunidades, ya que ellos – de manera explícita o implícita – promueven que la mayoría de la humanidad ( campesinos, indígenas, obreros, desempleados e indigentes, entre otros, etc. ) carezca de tanto de bienes materiales como de una concreta y real participación social y política – cf. Puebla, 1134 ( Nota ) .
Desde esta perspectiva, no resulta extraño observar a muchos que, cuando caminan y se encuentran con una persona indigente aceleran el ritmo de su andar o cruzan la calle. Al fin y al cabo, tal vez no sea sorprendente esta actitud ya que estamos inmersos en una cultura que no nos enseña a ver en los más necesitados a nuestros hermanos, y cuando coloca su atención sobre ellos con frecuencia es para victimarizarlos, penalizarlos y encarcelarlos.
Con profundo dolor tenemos el deber de reconocer que esta actitud que se observa en la sociedad en general, también se hace visible en la Iglesia Latinoamericana en particular.
En efecto, muchos de aquellos que se proclaman cristianos en el mejor de los casos cuando pasan cerca de alguien que nada tienen dicen “ Pobre, mira que mal y sucio esta …. ¡ que injusticia ¡ ”, y siguen su camino, sin acercarse a él con la mano y el corazón abiertos, para brindarle - en la medida de sus posibilidades – ayuda material ( ropa, bebida o alimentos ) o apoyo espiritual, con el fin de aunque mas no sea mitigar el peso de la pesada y dolorosa cruz que le toca cargar día y noche – cf. Dt. 15, 7-8 -.
Así mismo, con abismal angustia vemos cotidianamente como muchos integrantes del Pueblo de Dios se hacen los desentendidos frente a los desafíos que se presentan en nuestras comunidades como si ellos nada pudieran hacer, o no tuvieran responsabilidad alguna, frente al creciente deterioro de las condiciones de vida de la población, al escaso ejercicio de los derechos humanos por parte de quienes se encuentran marginados, al abuso del capital que desconoce la primacía del trabajo, al desempleo con la problemática económica, social y existencia que conlleva, y a la injusta e inequitativa distribución de las riquezas – cf. Sto. Domingo, 183 –
Ahora bien, en tanto cristianos, y situados en sociedades en las que es estremecedor observar cotidianamente a millones de seres, deambular por las calles, revolviendo junto a los perros la basura en busca de un trozo de pan para acallar el mudo y atormentador ruido del hambre, resulta prioritario y urgente que vislumbremos en estos, como en tantos otros hechos que favorecen, y promueven, la indigencia, los “ signos de los tiempos ” que constituyen tanto un lugar teológico como un sitio donde se pueden encontrar interpelaciones de Dios, y en los que debemos realizar nuestra tarea evangelizadora, a través de un profundo compromiso y testimonio personal y comunitario – cf. Medellín, Pastoral de elites, 13 -.
Por estos motivos, para acercarnos a aquellos que menos tienen con auténtico compromiso cristiano, y poder transmitirles de una forma verdadera y profunda la Buena Noticia de Esperanza y Amor que hace tiempo Cristo sembró entre nosotros, - parafraseando al cantante uruguayo Alfredo Zitarrosa - los cristianos debemos asemejarnos cada día mas a Aquél que conocimos hace mas de XX siglos, que a puro pie deshizo las distancias, que no llevaba espada ni armadura sino redes al hombro, hacha, martillo o pala; que hizo “ hazañas ” contra el trigo para que hubiera pan, contra el árbol gigante para que diera leña, contra los muros para abrir puertas, contra la arena para hacer mundos, contra el mar para hacerlo parir. Aquél que era el hombre sin dudas, sin herencias, sin vacas, sin banderas, que no se distinguía de los otros, los otros que eran El: desde arriba era gris como el suelo, como el cuero era pardo, era amarillo cosechando trigo, era negro debajo de la mina, en el barco pesquero era color de atún, era color de caballo en la pradera y, siendo Dios, era pobre entre los mas necesitados para demostrarnos que la caridad, la humildad y la fraternidad, son las estrellas que debemos buscar para iluminar nuestro andar y encender nuestro corazón.
Lic. Daniel E. Benadava
Psicólogo
En numerosas noticias periodísticas, y estadísticas oficiales, es frecuente encontrar que los pobres, los que nada tienen, son tratados como entres abstractos y no como personas concretas de carne y hueso, que sienten sobre su piel el frío y el calor, que padecen el estremecedor hambre de días sin probar bocado, y que vivencian sobre su ser la enorme angustia de no ser considerados seres humanos, sino mano de obra barata para realizar aquellas tareas que el resto de la sociedad califica como despreciables.
Así mismo tampoco es usual que en los medios de comunicación, o en los organismos oficiales, se mencione la responsabilidad que muchas veces poseen unos pocos que acumulan riquezas en la estructuración injusta de nuestras comunidades, ya que ellos – de manera explícita o implícita – promueven que la mayoría de la humanidad ( campesinos, indígenas, obreros, desempleados e indigentes, entre otros, etc. ) carezca de tanto de bienes materiales como de una concreta y real participación social y política – cf. Puebla, 1134 ( Nota ) .
Desde esta perspectiva, no resulta extraño observar a muchos que, cuando caminan y se encuentran con una persona indigente aceleran el ritmo de su andar o cruzan la calle. Al fin y al cabo, tal vez no sea sorprendente esta actitud ya que estamos inmersos en una cultura que no nos enseña a ver en los más necesitados a nuestros hermanos, y cuando coloca su atención sobre ellos con frecuencia es para victimarizarlos, penalizarlos y encarcelarlos.
Con profundo dolor tenemos el deber de reconocer que esta actitud que se observa en la sociedad en general, también se hace visible en la Iglesia Latinoamericana en particular.
En efecto, muchos de aquellos que se proclaman cristianos en el mejor de los casos cuando pasan cerca de alguien que nada tienen dicen “ Pobre, mira que mal y sucio esta …. ¡ que injusticia ¡ ”, y siguen su camino, sin acercarse a él con la mano y el corazón abiertos, para brindarle - en la medida de sus posibilidades – ayuda material ( ropa, bebida o alimentos ) o apoyo espiritual, con el fin de aunque mas no sea mitigar el peso de la pesada y dolorosa cruz que le toca cargar día y noche – cf. Dt. 15, 7-8 -.
Así mismo, con abismal angustia vemos cotidianamente como muchos integrantes del Pueblo de Dios se hacen los desentendidos frente a los desafíos que se presentan en nuestras comunidades como si ellos nada pudieran hacer, o no tuvieran responsabilidad alguna, frente al creciente deterioro de las condiciones de vida de la población, al escaso ejercicio de los derechos humanos por parte de quienes se encuentran marginados, al abuso del capital que desconoce la primacía del trabajo, al desempleo con la problemática económica, social y existencia que conlleva, y a la injusta e inequitativa distribución de las riquezas – cf. Sto. Domingo, 183 –
Ahora bien, en tanto cristianos, y situados en sociedades en las que es estremecedor observar cotidianamente a millones de seres, deambular por las calles, revolviendo junto a los perros la basura en busca de un trozo de pan para acallar el mudo y atormentador ruido del hambre, resulta prioritario y urgente que vislumbremos en estos, como en tantos otros hechos que favorecen, y promueven, la indigencia, los “ signos de los tiempos ” que constituyen tanto un lugar teológico como un sitio donde se pueden encontrar interpelaciones de Dios, y en los que debemos realizar nuestra tarea evangelizadora, a través de un profundo compromiso y testimonio personal y comunitario – cf. Medellín, Pastoral de elites, 13 -.
Por estos motivos, para acercarnos a aquellos que menos tienen con auténtico compromiso cristiano, y poder transmitirles de una forma verdadera y profunda la Buena Noticia de Esperanza y Amor que hace tiempo Cristo sembró entre nosotros, - parafraseando al cantante uruguayo Alfredo Zitarrosa - los cristianos debemos asemejarnos cada día mas a Aquél que conocimos hace mas de XX siglos, que a puro pie deshizo las distancias, que no llevaba espada ni armadura sino redes al hombro, hacha, martillo o pala; que hizo “ hazañas ” contra el trigo para que hubiera pan, contra el árbol gigante para que diera leña, contra los muros para abrir puertas, contra la arena para hacer mundos, contra el mar para hacerlo parir. Aquél que era el hombre sin dudas, sin herencias, sin vacas, sin banderas, que no se distinguía de los otros, los otros que eran El: desde arriba era gris como el suelo, como el cuero era pardo, era amarillo cosechando trigo, era negro debajo de la mina, en el barco pesquero era color de atún, era color de caballo en la pradera y, siendo Dios, era pobre entre los mas necesitados para demostrarnos que la caridad, la humildad y la fraternidad, son las estrellas que debemos buscar para iluminar nuestro andar y encender nuestro corazón.
Lic. Daniel E. Benadava
Psicólogo
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