Correa y la ética
30/04/2007
- Opinión
Quito
Cuando una persona, como Rafael Correa, toma la decisión de ejercer un liderazgo con proyecciones de largo alcance, sabe que tiene la obligación ética de mantener limpia su imagen hasta en los mínimos detalles. Como aquella aseveración asignada a uno de los reyes romanos, quien decía que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo.
Ser y parecer en todos los actos de la vida pública y privada.
Se dice con acierto que la ética es la ciencia del comportamiento moral de los seres humanos, y pensamos que esa ética debía ser el arma de mayor valoración para los congéneres de quien está expuesto a la mirada vigilante de la colectividad.
Al detener el Presidente, de golpe y sin ambages, una desviación improcedente de unos hermanos que querían hacer política a costa de su popularidad, familiares que equivocan el sentido del poder, da el Presidente una lección, tanto a los afectados de su crítica, como a la colectividad general que podrá confiar que la época del gutierrato y sus antecesores de similar ralea, terminó de plano.
No se está inventando el agua tibia, porque algunas personas que tuvimos una cuota de poder, grande o pequeña, supimos determinar cuáles eran los límites que una sólida ética impone.
Quizás lo diferente es que quien procede, como el ejemplo contemporáneo de Correa, está revestido de características especiales, cuando los mal querientes del Mandatario quieren encontrar en él un autoritario, un prepotente, un proclive al abuso.
Y su gesto se vuelve más trascendente porque la sociedad, rodeada de todas las manifestaciones posibles de la corrupción, ha llegado a perder de vista la importancia de los valores éticos. Cuántos hay que dicen que sólo los tontos son honrados, y no hay tal.
Ahora, es de esperar que los medios de comunicación que se dedican a hacer perfiles de las personas que participan en la vida pública para tratar de despellejarlas, hagan un acto de justicia para reconocer que la conducta del Presidente Correa es ejemplar.
Mientras más cercana la persona reprendida, mayor el mérito de quien se guía por una ética inclaudicable porque, además, le da derecho a ser siempre severo.
Buena lección de integridad que todos sus colaboradores pueden y deben imitar.
Cuando una persona, como Rafael Correa, toma la decisión de ejercer un liderazgo con proyecciones de largo alcance, sabe que tiene la obligación ética de mantener limpia su imagen hasta en los mínimos detalles. Como aquella aseveración asignada a uno de los reyes romanos, quien decía que la mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo.
Ser y parecer en todos los actos de la vida pública y privada.
Se dice con acierto que la ética es la ciencia del comportamiento moral de los seres humanos, y pensamos que esa ética debía ser el arma de mayor valoración para los congéneres de quien está expuesto a la mirada vigilante de la colectividad.
Al detener el Presidente, de golpe y sin ambages, una desviación improcedente de unos hermanos que querían hacer política a costa de su popularidad, familiares que equivocan el sentido del poder, da el Presidente una lección, tanto a los afectados de su crítica, como a la colectividad general que podrá confiar que la época del gutierrato y sus antecesores de similar ralea, terminó de plano.
No se está inventando el agua tibia, porque algunas personas que tuvimos una cuota de poder, grande o pequeña, supimos determinar cuáles eran los límites que una sólida ética impone.
Quizás lo diferente es que quien procede, como el ejemplo contemporáneo de Correa, está revestido de características especiales, cuando los mal querientes del Mandatario quieren encontrar en él un autoritario, un prepotente, un proclive al abuso.
Y su gesto se vuelve más trascendente porque la sociedad, rodeada de todas las manifestaciones posibles de la corrupción, ha llegado a perder de vista la importancia de los valores éticos. Cuántos hay que dicen que sólo los tontos son honrados, y no hay tal.
Ahora, es de esperar que los medios de comunicación que se dedican a hacer perfiles de las personas que participan en la vida pública para tratar de despellejarlas, hagan un acto de justicia para reconocer que la conducta del Presidente Correa es ejemplar.
Mientras más cercana la persona reprendida, mayor el mérito de quien se guía por una ética inclaudicable porque, además, le da derecho a ser siempre severo.
Buena lección de integridad que todos sus colaboradores pueden y deben imitar.
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