Perú:

¿Y si no Existiera Humala?

25/04/2006
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Lima

Mirando la evolución de la curva de intención de voto de Lourdes Flores hasta el día de la primera vuelta, se comprueba que la doña empezando de muy arriba cae casi de inmediato y llega a un foso en enero del 2006 para luego ser levantada a punta de respiración artificial de los medios adictos (casi todos), que la llevan hasta un pico de 37% para volver a precipitarse en picada hasta su actual 23%, a 10 puntos de donde comenzó.

Por comparación, Alan García empieza mucho más abajo y permanece toda la carrera oscilando entre 18 y 22%, en una línea que es casi recta y consistente. Un voto duro como podría decir alguien, que apenas si se beneficia de una corrida final que lo está llevando al 24%. Es lo que hípicamente se puede definir como una marcha a trote que se remata con una corta acelerada poco antes de la meta. Lo justo para clasificar. Finalmente, la curva de Ollanta Humala muestra una sorprendente punta ascendente en el trayecto inicial que va, desde la nada, hasta lograr el primer lugar en enero, donde le dan duro y lo hacen caer, para volver a recuperarse en marzo y caer ligeramente a comienzos de abril, llegando a la meta con alrededor de 31%.

Supongamos ahora que no existiera Humala, que después de todo es el sentimiento más íntimo de mucha gente que parece creer que todo iba bien hasta que irrumpió el comandante. ¿Cuál habría sido el efecto sobre las elecciones? ¿Habría aumentado acaso el caudal de Lourdes Flores con los votos que ahora están en el nacionalista?, ¿habría sido más estable la trayectoria de sus adhesiones? Todo indica que hubiera vivido un ciclo casi idéntico al actual. En el 2001, frente a Toledo y García, la candidata pasó por el mismo trance. Es decir, el diagnóstico es que no retiene las intenciones de voto.

Este parece ser además no un problema de ella, sino un mal endémico para las derechas. Le pasó a Vargas Llosa en 1990, y le volvió s suceder a Javier Pérez de Cuellar en 1995. El poder mediático que fue capaz de colocar a la candidata en un alto punto de partida, no pudo sostenerla, y quizás en cierto sentido terminó minándola con el abuso de poder a vista de todos. Ya desde el lado de la campaña misma, muchos cuestionan que la Flores cambiara del perfil inicial no beligerante, hacia uno de enfrentamiento y desesperación visible. Se crítica que haya habido varias estrategias, pero nadie asegura que el diseño original era o no el correcto. La verdad es que la candidata fue presentada como ganadora cuando todavía faltaba mucho tiempo para entrar en la fase electoral propiamente dicha, y consiguientemente tenía que actuar como la triunfadora anticipada, no rebajándose ante sus adversarios.

Una derecha no ganadora es un contrasentido. No podría concentrar tantas apuestas económicas e institucionales, si no trasmitiera confianza absoluta en alcanzar la meta. El caso de Paniagua es elocuente. Nunca fue ganador y se cayó en todas las preferencias. Y ningún empresario le prestó medio. Luego sólo pudo captar votos morales, testimoniales y otros por el estilo, pero ninguno de convicción ganadora. La misma candidata de Unidad Nacional tuvo su cuarto de hora trágico cuando parte de sus propios votos se corrieron hacia García como opción contra Humala cuando muchos se convencieron que la derecha ya no daba para cerrarle el paso. El monstruo que fabricaron para aterrar a la gente, llevó parte de su caudal a otro postulante que dio la impresión de ser más apto para enfrentar la amenaza.

Entre más y más se revisen las cifras de Flores y se verá que su techo real es el del 9 de abril y no la ilusión de sus picos de intención de voto. Y este límite que incluye el voto capitalino (que llega a captar una fracción de votos populares en Lima), el de los residentes en el extranjero y pequeñas porciones de las principales ciudades provincianas, no sólo no da para gobernar el país, sino que tampoco alcanza para entrar ajustadamente a segunda vuelta, como lo prueba el 2001 y el 2006.

Alan García y el APRA


En ausencia de Humala, ¿cuál hubiera sido la suerte de García Pérez? Tal vez habría podido atraer un mayor voto de protesta, pero habría perdido el de “susto” que lo benefició contra el cierre de la campaña. El piso aprista, a diferencia del derechista, no es una invención. Simplemente existe. Es, hay que decirlo con la mayor claridad, el factor clave de la política peruana durante más de 70 años. El APRA contrarresta la polarización, la diluye, la enreda. Pero no la elimina.

Ese 20% que sólo estuvo en cuestión durante el auge fujimorista, hace que el APRA de García esté siempre terciando en la disputa. Y que este año, como en la elección anterior, su sola presencia haya servido para aguar la opción derechista. Algunos leen la final de Humala con García, como una corrida del escenario hacia la centro-izquierda y deducen allí las alianzas de poder para la siguiente etapa. Otros ven abierta la oportunidad para un compromiso de largo plazo entre apristas y pepecistas, a la manera como se manejó el poder por muchos años en Venezuela y Colombia. O como se imaginan que pasa en Chile.

Este razonamiento asume, por cierto, que Humala y lo que hay detrás de él, no existe verdaderamente, y que serán prescindibles luego que la coalición de centro-derecha lo desplace y se apodere del gobierno.

Si el lugar de Flores ha sido el de Mario Vargas Llosa en 1990, la candidatura del orden que se desinfla cuando se dirigía al éxito, la de García intenta no ser la de él mismo hace cinco años cuando amagó a Toledo pero no pudo desplazarlo. La expectativa sería más bien ocupar el lugar que tenía Fujimori en la segunda vuelta frente al escritor, en la que casi sin hacer nada, ni ofrecer nada, arrastró los votos de los otros partidos para imponerse limpiamente.

Ciertamente las situaciones no son equivalentes a un cien por ciento. En la corrida del voto hace 16 años el factor nuevo llegó segundo y de allí siguió adelante. Ahora con un tiempo de campaña más extendido Humala le alcanzó para conquistar el primer lugar y conservarlo. No entra en caída como estaba el autor de la “Casa Verde”. Y sobre el ambiente flota la acusación de acuerdos abiertos o secretos entre los líderes de los partidos tradicionales para repartirse el poder y derrotar al nacionalista.

Si no existiera Humala, ¿habría crecido el voto aprista? No hay porqué suponerlo. El porcentaje aprista en primera vuelta del 2001 fue de 25%, con casi idéntica dinámica: salto hacia el final, de unos cuatro o cinco puntos, hasta conseguir el segundo lugar con un margen muy estrecho sobre la derecha. Ya a inicios de campaña, García estaba próximo al 20%, precisamente cuando no se veía la opción nacionalista. De ese nivel no ha evolucionado dramáticamente en ningún momento. El crecimiento final es claramente una pérdida derechista y con seguridad ningún trasvase humalista.

Pero Humala sí existe

Los votos de Humala no pertenecen a Unidad Nacional y el APRA, y probablemente a ninguno de los demás partidos participantes. Más aún no parece que ese tercio del electorado se hubiese movido en dirección hacia los diversos sectores de la política tradicional. Un bloque de izquierda unificado (que no hubo) tal vez le hubiera mermado un porcentaje. Pero en línea general el llamado voto antisistema ha resultado casi tan sólido como el aprista y mucho más que el derechista prosistema. En todos los momentos de bajada de Humala los indecisos se incrementaban, por la presión de las denuncias, llenas de estridencia de la prensa adicta a Flores, pero no beneficiaban a los que le peleaban el primer puesto.

Algunos anotan que si en el Perú de hoy no hay outsider, los electores se encargarán de inventarlo. Pero la selección no es arbitraria. Es decir cualquiera no puede ser. Creer que ser el escogido es cosa de suerte ha hecho que el 2006 haya habido 22 candidatos, y que en las elecciones generales anteriores hubiese siempre una larga lista de desconocido esperando llegar a presidente. Lo mismo pasa en los municipios y gobiernos regionales. Fujimori, sin embargo, no fue una pura arbitrariedad. Como tampoco Toledo ni Humala.
Tres factores pareen ser los que se han conjugado reiteradamente en 16 años para producir a los fuera de fuego ganadores de las principales elecciones: (a) identidad, el candidato se relaciona con el sector del electorado que no se siente representado, como si fuera parte de él, de su sentimiento de ser excluido y no tomado en cuenta; y por ello el ataque de respuesta del sistema con todo su exceso de medios lo sienten como un ataque a ellos mismos; (b) novedad, el candidato no tiene historia política y por tanto no carga responsabilidad por las acusaciones que recaen sobre la clase política y cuando es acusado de improvisado, sin trayectoria, muchos creen que ese es precisamente su mérito; (c) oportunidad, que tiene que ver con el atrevimiento del mensaje: Fujimori, al contradecir a la derecha que ofrecía el ajuste rápido y doloroso, afirmando desde su pedestal que el sufrimiento era “inevitable”; Toledo al desafiar la reelección; y Humala, al enfrentar las sacrosantas verdades del neoliberalismo.

Obviamente ser del sistema es todo lo contrario: tener el aura gobernante que los demás no tienen (clase política), tener pedigrí de cargos públicos, y ser respetuoso de los consensos oficiales. Eso es Flores, García, Paniagua, buena parte de la izquierda y a partir de esta elección está empezando a ser el fujimorismo. Con el discurso nacionalista, Ollanta Humala no hubiera seguramente llegado a ninguna parte en la década de los 90 y a comienzos de los 2000. Pero ahora esta es una corriente masiva en todo el Perú y una bandera de excluidos y postergados. Esto no ocurre por casualidad. Sino cuando a uno le llega la hora. Podría decirse que así como los pueblos crean los outsiders, ellos también crean su pueblo. El político tradicional es incapaz de comprender esta dialéctica.

Hay algo más. Si Humala no existiera, la sensación de vacío que había hace un año, con un nivel de aceptación de las instituciones entre 7 y 5%, desconfianza total sobre lo que podía cambiar con las elecciones, rechazo al modelo económico sin alternativas, sensación de estar siendo saqueados con la anuencia de la clase política, etc., se habría acentuado sin un rumbo claro. Eso puede dar lugar a escepticismos, a votaciones de protesta o a incendios sociales como los que han vivido países vecinos. De alguna manera la corporeidad del descontento que ofrece Humala es una ventaja, porque hay con quién hablar y buscar alguna forma de entendimiento.

Pero lo cierto es que los vacíos se llenan. Y lo que hay que entender ahora es que hay un tercio humalista que probablemente se empine de 10 a 20 puntos en segunda vuelta, de lo que dependerá su victoria. ¿Quieren hacer como no existe?, ¿pretenden que sólo es cosa de ganarle como sea y con lo que sea?, ¿se imaginan que desapareciendo a la persona, desaparece el fenómeno? Muchos políticos, periodistas, empresarios y otros actores significativos del país, deberían tentar una respuesta a estas preguntas.
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