Colombia: Tanato
24/02/2002
- Opinión
Algún general curioso -lector de la
tragedia griega- descubrió el término con el que bautizó la
operación de retorno al Caguán, Tanato, significa muerte. Mal
pronóstico y peor espíritu el que guía la estrategia de un
ejército que, se supone, debe respetar una constitución que
prohibe la pena de muerte. Pero hay que convenir que, en cierta
manera tienen razón: la muerte se enseñoreará de todo el país,
y, seguramente hasta salpicará a nuestros vecinos, sobre todo a
Venezuela y Ecuador.
El laberinto en el que el país se mete es resultado de la
mezquindad de unos, la arrogancia de otros y el aventurerismo
electorero del tercero. Comienza a caer sobre Colombia la negra
noche. No todo sucederá al mismo tiempo, pero con el tiempo las
cosas podrían llegar a extremos que los colombianos que no se
rinden a la guerra tenemos obligación de oponernos.
Si fracasamos de nuevo la guerra irregular y sucia se
intensificará por efecto de la superioridad aérea de las Fuerzas
Armadas y la acción paramilitar. La barbarie llegará a las
grandes ciudades, se meterá en sus calles, en sus barrios y en
sus casas. El reclutamiento de la población civil se
generalizará y los impuestos de guerra de todos los bandos
arruinarán las economías locales y generarán una gran
descomposición moral de todos los contendientes.
La eficacia de la guerra sucia obligará a poner entre paréntesis
la Constitución Nacional con los nuevos estatutos de seguridad y
con su aplicación, se esconderán la crecientes violaciones de
los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario.
Los medios serán fuertemente autocensurados, y la tesis de que
la verdad es la primera víctima de una guerra, se usará para
torcer y manejar la información.
El paramilitarismo ganará espacio político y crecerá
militarmente poniendo en cuestión el poder de la fuerza pública
y degradando la guerra a niveles que podrían justificar la
Intervención Humanitaria por parte de Estados Unidos. El asalto
a las poblaciones, la destrucción de cuarteles, iglesias, fincas
y casas será pan de cada. La vida de los secuestrados militares
por la guerrilla se pondrá en eminente riesgo y no podría
descartarse su fusilamiento. Igual suerte podrá correr todo
militar -de cualquier bando- que sea tomado prisionero. Las
masacres de lado y lado conocerán niveles escalofriantes. La
inversión económica caerá, las tasas de interés subirán, la
deuda externa aumentará, la captación tributaria bajará.
Los destrozos de la infraestructura -redes de energía, puentes y
oleoductos- reducirán a niveles críticos la actividad económica
y no sería descartable períodos de desabastecimiento severos.
El desempleo y el subempleo alcanzarán cifras desconocidas. La
emigración de capitales, de profesionales y de mano de obra
calificada se intensificará.
Los cultivos ilícitos desplazarán aún más la economía legal y
avanzarán de las zonas de colonización hacia regiones de
economía campesina y empresarial... Las tarifas de servicios
públicos se volverán botín de la economía de guerra. El aumento
del gasto militar reducirá a un mínimo la inversión social, lo
cual estimulará aún más la legitimidad del régimen.
La economía de guerra aumentará la corrupción administrativa y
pondrá en jaque sucesivo todo ajuste fiscal. La debilidad del
Estado pondrá en peligro eminente la soberanía nacional. Las
elecciones peligrarán en la mitad del país, y los paramilitares
harán su agosto electoral. Los partidos políticos entrarán en
una crisis irreversible. No son descartables magnicidios,
asesinato de periodistas y de candidatos a los cuerpos
colegiados, que, por lo demás, poca relevancia tendrán. A
medida que el estado se deslegitima por la guerra debido a su
debilidad institucional, la militarización de la vida social
aumentará. La gobernabilidad del país dependerá cada día más de
la intervención extranjera.
La creciente participación de Estados Unidos desplazará los
buenos oficios de las Naciones Unidas y de los países amigos de
la negociación. En suma el país comenzó a partir de la primera
bomba caída sobre el Caguán a retroceder a pasos gigantescos.
Con la guerra se evitó nuevamente sacar adelante unas reformas
que vienen siendo aplazadas en nombre del orden democrático
vigente hace medio siglo.
De esa guerra, si no logramos pararla antes de que caiga en su
inercia diabólica, no saldrá sino, lo repito, la dictadura del
vencedor.
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