Un culebrón sentimental:

Uruguay y su TLC con Estados Unidos

31/10/2006
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Comcosur/Montevideo

La historia de las negociaciones hacia un tratado de libre comercio entre Uruguay y los Estados Unidos de América tiene todos los elementos típicos de un culebrón sentimental: coqueteos, enamoramientos, adulterios, enojos, reconciliaciones, malentendidos, berrinches, mentirillas, y sobre todo muchas (muchísimas) “vueltas de tuerca”.

Todo comenzó a fines de diciembre de 2005, cuando el ministro de Economía y Finanzas, Danilo Astori, afirmó por la prensa que “Uruguay tiene que comenzar a hacer esfuerzos para llegar a tener un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos (...) cuanto antes sea posible.” Explicaba entonces el ministro que “Un tratado de este tipo, bien hecho y bien analizado, sólo puede tener resultados positivos. Así que estoy a favor de un tratado de libre comercio. Vamos a irlo conversando, fundamentando, estableciendo razones y analizando las posibilidades concretas”. Las reacciones a este anuncio no se hicieron esperar y distintas voces de protesta se alzaron desde el gobierno mismo, retrucando al ministro y recordando que la posibilidad de un firmar un TLC no sólo no estaba prevista en el programa del Frente Amplio, sino que estaba expresamente descartada.

Ambigüedad en la cúpula


Quien rápidamente se puso al frente de esta “cruzada” contra un TLC fue el mismísimo ministro de Relaciones Exteriores, el socialista Reinaldo Gargano, quien afirmó enfáticamente que la búsqueda de un acuerdo de esas características no estaba en la agenda del gobierno, y que –además- la pertenencia de Uruguay al MERCOSUR le impediría concretarlo. Gargano incluso aumentó su apuesta, y anunció que si de todas maneras Uruguay firmara un TLC con Estados Unidos, él dejaría de ser canciller. Sin embargo, los acontecimientos que siguieron dieron un rotundo mentís a Gargano, pues el tema estuvo en discusión pública y privada durante todo el año 2006. Y mientras en la interna de la coalición de gobierno se desarrollaba una dura pulseada entre partidarios y enemigos de un TLC con Estados Unidos, el presidente Tabaré Vázquez hacía gala de una excelsa ambigüedad, a veces lindante con la exasperación.

En septiembre de 2005, en Cartagena de Indias, cuando un periodista le preguntaba directamente si le gustaría llegar a un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, el presidente Vázquez respondía: “Si podemos llegar, a mí me parece muy bien (...) hoy Estados Unidos es el que nos compra más y mejor”. Para salir de dudas y asombro, su entrevistador repreguntaba: “Usted dice que le parece bien llegar a un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos si fuera posible. ¿Va a plantear algo en ese sentido más adelante?” Y Vázquez respondía: “Sí, vamos a seguir conversando (...) vamos a intentar tener más y mejor relacionamiento comercial con los Estados Unidos de Norteamérica (sic)”. Luego, en su visita a Venezuela del mes de marzo de 2006, el mismo Vázquez dijo fuerte y claro ante el presidente Hugo Chávez que “el actual gobierno uruguayo no tiene en carpeta ni en agenda firmar un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, y espero que cuando lleguemos al Uruguay no nos llevemos la sorpresa que algún medio de comunicación diga ‘sí, pero el doctor Vázquez no fue muy claro y dijo que de repente, quizás, capaz, que por ahí’, e inician una nueva discusión”.

Pero claro, dos meses después, luego de entrevistarse durante una hora con el presidente George Bush y de besar las dos mejillas de Condoleezza Rice, el mismo Vázquez aseguró que “Uruguay va a defender su derecho de llevar adelante intercambios bilaterales con otros países o con otras regiones”, incluso al precio de cambiar el status de Uruguay dentro del MERCOSUR de miembro pleno a miembro asociado; y comenzó su campaña a favor de un acuerdo comercial (se llame como se llame, “no tengo vocación de sigla”, dijo) con Estados Unidos. Se inició entonces una ronda de negociaciones más o menos secretas con el resto de los socios del Mercado Común del Sur, buscando la manera de congeniar ambas situaciones. En ese momento, el presidente Vázquez comenzó a interpretar el papel de vampiresa televisiva que coquetea con sus distintos pretendientes hasta ver cual le brinda la mejor propuesta.

Mientras el canciller Gargano y la ministra de Desarrollo Social, la comunista Marina Arismendi, seguían afirmando que la firma de un TLC no estaba en la agenda del gobierno, desde el resto del gobierno, el presidente Vázquez incluido, comenzaron a arreciar las críticas al MERCOSUR, y a resaltar las ventajas que tendría la firma de un acuerdo comercial con Estados Unidos. El ministro de Ganadería, José Mujica, llegó a decir que “el MERCOSUR no sirve para un carajo”, pero también que la firma de un TLC con Estados Unidos es “francamente una utopía”. “Lo que hay que pugnar es por un acuerdo de intercambio, que no va a ser tan grande como alguna gente sueña”, adelantaba en el mes de mayo el ministro tupamaro.

Durante la mayor parte de este proceso, el presidente Vázquez se manejó de manera exacerbadamente ubicua, refiriéndose al tema siempre utilizando un lenguaje de características “bíblicas” (por su ampulosidad y por su ambigüedad). En efecto, al igual que sucede con el libro sagrado, los dichos de Vázquez pueden interpretarse de muy distintas maneras para llegar así a muy distintas conclusiones; al punto que durante todo este tiempo ha sido mentado como referencia tanto por los opositores como por los partidarios del TLC. Al parecer, la idea de Vázquez fue amenazar a sus socios del MERCOSUR con firmar un TLC con Estados Unidos si no le brindaban a Uruguay un trato preferencial debido a su condición de nación menos desarrollada (Uruguay y Paraguay son los niños pobres del MERCOSUR); mientras al mismo tiempo utilizaba las limitaciones derivadas de su pertenencia a esta asociación (el arancel externo común, por ejemplo) para lograr con Estados Unidos un TLC menos rapaz (un TLC “a la uruguaya”, se llegó a decir como si ello fuera realmente posible).

¿Finalmente, NO?

Pero como no podía ser de otra manera, Washington no ofertó a Uruguay otra cosa que un TLC genérico sobre la base del “Esquema Perú”, un acuerdo inaceptable tanto por los socios mayores del MERCOSUR (Brasil, Argentina, y principalmente Venezuela, país que abandonó el Pacto Andino precisamente tras la firma de ese TLC peruano), como por la que se podría definir “izquierda” del Frente Amplio (socialistas, comunistas y tupamaros, entre otros), y por cada vez más amplios sectores sociales, la central única de los trabajadores uruguayos incluida (PIT-CNT). Es así pues que el presidente Vázquez y su ministro de Economía se vieron obligados a abandonar sus intentos por lograr un TLC sui generis que conformara a tirios y troyanos. Conocida la renuncia, el canciller Gargano buscó la conciliación, explicando que “cuando los representantes de Washington propusieron un TLC sobre la base del esquema Perú o nada, Vázquez dijo que eso no era negociación sino imposición, por lo tanto se opuso al TLC y cumplió con el programa” (del Frente Amplio).

La decisión del presidente ha descomprimido la tensión tanto en la interna del gobierno, como en la del MERCOSUR. Por ahora las cosas han quedado a media agua. A principios del pasado mes de octubre, se terminó firmando un Acuerdo Marco de Inversión y Comercio (TIFA por sus siglas en inglés), que es un mero complemento al Tratado de Protección de Inversiones firmado durante la pasada cumbre de mandatarios americanos en Mar del Plata. Los enemigos del TLC han visto esto como una victoria y un punto final a la discusión. Pero los partidarios del acuerdo no se dan por vencidos, y –en cambio- consideran a este TIFA un paso previo a un futuro TLC, conclusión sensata si tomamos en cuenta que las más de las veces los TIFA han precedido a los TLC. Por finalizar con la misma metáfora del principio, se podría decir entonces que la primera temporada de este culebrón ha finalizado como se debe: con puntos suspensivos, dejando así el escenario pronto para el próximo ciclo. Así pues: “esta historia continuará”.
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