La guerra es la paz
la libertad es la esclavitud,
la ignorancia es la fuerza
George Orwell
Oaxaca está en paz y refleja
un clima de tranquilidad
Ulises Ruiz, 10 de mayo de 2007
A un año del estallido del conflicto magisterial, Oaxaca es el espejo de México. El proceso de derechización avanza a pasos agigantados, pero también avanza la rebeldía que busca y, en ocasiones, encuentra nuevos caminos. La pobreza en la que vive aproximadamente el 67% de los oaxaqueños (2 millones 349 mil 570 personas de un total de 3 millones 506 mil 821, según cifras oficiales) y la desigualdad “son una característica que les impiden formar parte activa en la sociedad”, según el Banco Mundial.
Crisol de culturas indígenas y mestizas, en los últimos años la capital del estado se ha transformado en un inmenso aparador para turistas que aporta mucho dinero a inversionistas locales, nacionales y extranjeros, pero muy poco a los ciudadanos de a pie. Con la llegada de Ulises Ruiz Ortiz (URO) a gobernador a finales de 2004, esta situación se vio exacerbada por un renovado ciclo autoritario, caracterizado por el uso discrecional de recursos públicos, el incremento del narcotráfico, la destrucción del patrimonio histórico y natural, el hostigamiento a medios de comunicación independientes, y todo tipo de represión. Hombre torpe y despiadado, Ruiz Ortiz no triunfó en las urnas, sino, como Felipe Calderón, por la vía del fraude.
Las guerras de URO
Lejos de ser un rezago del pasado, el despotismo que impera en Oaxaca sintetiza y ejemplifica las agudas contradicciones del México actual. Algunos hablan, al respecto, de un larvado proceso de fascistización. Sin adentrarnos en el debate, el hecho es que la derecha arcaica y oligárquica en el poder impulsa una modernización agresiva y excluyente mientras que, a la par, emerge una insurgencia social amplia, inédita y amenazadora. Esta derecha va por todo; no busca legitimidad ni acuerdos sino, únicamente, enriquecerse y perpetuarse a sí misma. En Oaxaca y en otras partes, su programa es el mismo: desmantelar los últimos vestigios del Estado social, someter al país a las necesidades del capital transnacional y acabar con cuanto huele a izquierda. Los matices políticos y las guerras intestinas –que sí las hay- importan poco pues, más allá de las disputas cuando es necesario esta derecha aglutina no solamente al PAN, sino a buena parte del PRI e, incluso, de la llamada izquierda institucional.
La perpetuación en el cargo de URO y el sustento que ha recibido por parte de dos ejecutivos federales consecutivos (el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón) no desentonan con el panorama nacional: los primeros meses de la nueva administración panista se caracterizan por la militarización de las principales regiones indígenas del país, numerosos asesinatos perpetrados por el ejército y la solicitud a Estados Unidos de implementar en México un “Plan Colombia” con la excusa de la lucha contra el narcotráfico.
En el caso del gobernante oaxaqueño, su carácter arbitrario se percibió desde su campaña electoral. El 27 de julio del 2004, en un acto proselitista llevado a cabo en Huautla de Jiménez, sus secuaces mataron a palos al profesor Serafín García por el único delito de oponerse a su candidatura. Como muchos otros, el crimen quedó impune.
El 1 de agosto, día de los comicios, el sistema de conteo de votos se cayó tres veces, de manera que el “triunfo” de URO –apodado el mapache mayor- fue impugnado por la coalición “Todos Somos Oaxaca” abanderada por Gabino Cué. No sirvió de nada: las cartas ya estaban echadas pues, al parecer, la gubernatura fue un pago por la guerra sucia que, años antes, URO había coordinado en Tabasco contra Andrés Manuel López Obrador, archienemigo del precandidato presidencial del PRI, Roberto Madrazo.
Como sea, el primer acto del flamante gobernador fue desencadenar otra guerra, ahora contra un periódico local independiente, Noticias de Oaxaca, juzgado reo del crimen de disidencia. El 17 de junio de 2005, porros dirigidos por el diputado priista y “líder sindical”, David Aguilar, irrumpieron en los locales del diario. Ante la negativa de la redacción para sumarse a una “huelga”, los asaltantes retuvieron a los 31 periodistas presentes durante más de un mes.
Sin embargo, Noticias siguió saliendo pues los secuestrados encontraron la manera de sacar la información por medio de internet y el periódico se empezó a imprimir en Tuxtepec, a más de 200 kilómetros de Oaxaca. Cuando la policía de Ruiz Ortiz dispuso interceptar las camionetas que lo transportaban, su dueño, Ericel Gómez, alquiló una avioneta para que los voceadores lo recogieran directamente en el aeropuerto, con la ayuda del sindicato de los maestros. La disputa siguió, el tiraje bajó considerablemente, pero al final, Noticias logró sobrevivir al acoso oficial. Radicalizó, eso sí, su línea editorial volviéndose el periódico más vendido de la entidad. URO cosechaba así su primera derrota.
Otro suceso característico es la agresión contra Santiago Xanica, una comunidad indígena zapoteca enclavada en la Sierra Sur que desde hacía años luchaba por el respeto de sus derechos colectivos. En diciembre de 2004, a los pocos días de la toma de posesión de URO, el ejército empezó a patrullar la localidad y el 15 de enero de 2005, la policia preventiva estatal abrió un fuego cruzado contra unos 80 indígenas que se hallaban haciendo un tequio cerca del panteón municipal. En la acción fue herido de gravedad Abraham Ramírez Vázquez, dirigente del Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI). Puesto que en el tiempo de los asesinos las víctimas son siempre culpables, el luchador social fue detenido sin cargos y hasta la fecha se encuentra preso en el penal de Pochutla.
Poco después, URO se embarcó en una costosa y ecológicamente nociva reestructuración del zócalo de Oaxaca que le ganó la antipatía de la clase media local, pero le permitió distribuir enormes cantidades de dinero entre sus allegados.
Hacia finales de mayo de 2006, ya había en Oaxaca unos setenta prisioneros políticos. No satisfecho, el gobernador abrió el fuego contra la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación que cuenta con unos 70,000 afiliados y una larga tradición de luchas independientes.
Desde hacía años, en proximidad del día del maestro (15 de mayo), los profesores instalaban un plantón en el centro de la ciudad para plantear sus reivindicaciones. La ciudadanía se quejaba, gruñía, pero raramente les regateaba su simpatía. Catalizadores de la conciencia social, entregados a su trabajo y conocedores profundos de la realidad local, los maestros son muy respetados en la entidad.
En esa ocasión, pedían la homologación de su magro salario a los estándares nacionales, una demanda que involucraba también a las autoridades federales. En la primavera de 2006, sin embargo, se cerraron todas las puertas de la negociación. URO lanzó amenazas intentando manipular a una de las fracciones del movimiento en contra de otra mientras que el gobierno federal panista se desentendió del asunto pensando de asestar así un golpe certero al PRI.
El plantón arrancó el 22 de mayo, sin encontrar mayor eco en la población. Envalentonado, el 14 de junio, URO ordenó su desalojo confiando en el efecto sorpresa. Hacia las 4:50 de la madrugada, agentes de varias corporaciones respaldados por helicópteros que arrojaban granadas tóxicas agredieron a los profesores disparando con armas de fuego. Además de causar pánico entre la población, los policías destruyeron todo lo que pudieron, incluyendo las instalaciones de la emisora magisterial, “Radio Plantón”. El saldo fue de unos 200 heridos, además de un número indeterminado de desaparecidos.
URO mostraba así su talante para hacer frente a la inconformidad social, tal y como lo había hecho semanas antes en Atenco el gobernador –también priista- del Estado de México, Enrique Peña Nieto, con la colaboración entusiasta del ejecutivo federal panista. En vísperas de las elecciones presidenciales, el gobernador de Oaxaca enviaba, además, el mensaje de su jefe, Roberto Madrazo: el PRI es el partido del orden. Por entonces, las elecciones ya estaban ensangrentadas.
El incendio
Lo que sucedió después evidencia, una vez más, que cuando los poderosos se muestran demasiado ávidos acaban perjudicando sus propios intereses. La población que hasta ese momento se había mantenido pasiva –si no es que abiertamente hostil- cambió de actitud volcándose a las calles en solidaridad con los profesores.
Éstos se reagruparon enfrentando a los uniformados con piedras y palos, ahora auxiliados por universitarios, organizaciones sociales y ciudadanos de a pie. En cuestión de horas, la multitud enardecida retomó el zócalo reinstalando el plantón a despecho de URO. Acto seguido, los profesores desconocieron al gobernador, exigiendo, desde ese momento, su renuncia como condición previa e ineludible para solucionar el conflicto laboral.
El día 16, una megamarcha de unas 300 mil personas mostró el arrastre del magisterio. La ciudadanía -estudiantes, padres de familia, trabajadores, burócratas e, incluso, comerciantes- los recibía con aplausos y cuando alguien sacó una pancarta que decía “fuera Ulises” todo el mundo aplaudió.
Mientras tanto, la Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI) protestaba en Matías Romero bloqueando durante varias horas la carretera transístmica. Ambos acontecimientos eran una anticipación de lo que vendría pronto: las megamarchas en la capital y la ramificación del movimiento en el resto del estado.
El movimiento dio un giro cuando, el 18 de junio, se anunció la constitución de la Asamblea Popular del Pueblo de Oaxaca (APPO) en la que, además de los maestros, convergieron unas 350 organizaciones de carácter muy variado: sindicatos, colectivos libertarios, viejas agrupaciones de la izquierda marxista-leninista, organizaciones ciudadanas, indígenas, trabajadores, artistas, estudiantes e individuos sin partido.
La APPO surgió así por iniciativa de los maestros como una forma de canalizar el apoyo social hacia su movimiento reivindicativo, pero los rebasó pronto. El día 20, sus integrantes acordaron crear una dirección colectiva provisional conformada por treinta personas planteando integrar un frente común “para iniciar una lucha prolongada, hasta lograr la desaparición de poderes, la destitución de Ulises Ruiz Ortiz y el arribo del poder popular”.
Aun cuando el término “poder popular” puede molestar por las experiencias históricas que evoca, expresaba la idea de transformar las condiciones de vida sentando las bases de una nueva relación sociedad-gobierno.
Pronto nacieron comisiones internas, como las de prensa, barricadas y propaganda. “Comenzamos a conformar una red de organizaciones, y cualquier acción que quisiéramos realizar debía pasar por una consulta de las bases, tanto de los maestros como de la propia APPO”.
Como sea, las demandas laborales ya habían pasado en segundo plano ante la exigencia de la salida de Ruiz que, a su vez, planteaba una demanda de democratización.
Según Gustavo Esteva, dentro de la APPO confluyeron tres luchas democráticas distintas. La primera pugna por la democracia formal: cómo mejorar las condiciones de representación; cómo acabar con las trampas y fraudes del sistema electoral, acotar la manipulación de los medios y asegurar el correcto funcionamiento de las instituciones del Estado de derecho. Estas demandas son muy vigorosas en Oaxaca y muy visibles dentro de la APPO. Una segunda corriente plantea la democracia participativa, es decir el fortalecimiento de la iniciativa popular, la institución de las figuras jurídicas del referéndum y del plebiscito, la posibilidad de revocar los mandatos y la opción de lo que se denomina presupuesto participativo, o sea que los servicios públicos se realicen con la participación de los ciudadanos y no de manera arbitraria. La tercera, que se podría nombrar democracia radical dice: no necesitamos allá arriba ningún poder político; podemos necesitar formas de coordinación administrativas, pero nada más. Esta corriente lucha por una sociedad en la que el origen de la ley reside en la autonomía individual y colectiva de todos los seres humanos. Es una corriente transversal que en México se inspira en la experiencia de los pueblos indígenas, pero también en las luchas urbanas y en el anarquismo.
En palabras de David Venegas, “el Alebrije” consejero de la APPO, preso desde el 13 de abril de 2007 en el penal de Ixcotel, “es posible vivir y convivir en un orden social propio, emanado de la voluntad colectiva y no de la imposición de un gobierno que es extraño a los intereses y necesidades de los pueblos, un orden social en donde los valores que imperan […] son la fraternidad, la solidaridad, la cooperación y la defensa comunitaria y no más un orden social basado en el miedo al castigo, a la autoridad, al escarnio público o a la cárcel.
Lo que expresa David tiene que ver con la demanda de autoorganización y autogobierno de las masas que se incorporaron al movimiento y con la aspiración a crear un mundo nuevo desde las entrañas del antiguo. Además de explicar el desbordamiento de los sindicatos y las organizaciones marxistas-leninistas, esas aspiraciones siguen siendo las mejor garantía de que el peligro de fascistización se topa con una barrera infranqueable.
Lejos de ser extremista, la “democracia radical” tiene una posición realista, es decir no alejada de los hechos. No es ideológica, ya que no se identifica con ninguna organización en particular. Asimismo, está conciente de que no es dominante en el conjunto del país. En México, existe una caricatura de democracia formal, un poco de democracia participativa, mientras que la democracia radical tiene expresiones en las comunidades indígenas, entre los zapatistas y, como aspiración, en algunas luchas urbanas. “Entonces –concluye Esteva- nosotros coexistimos con las primeras dos corrientes, porque vivimos en México. No pretendemos separarnos de México. Seguimos aquí y vamos a aceptar algunas cosas de la democracia formal, pero vamos a intentar hacer las cosas a nuestra manera”.
La fiesta
En aquel final de junio de 2006, convergieron en la APPO una multiplicidad no sólo de organizaciones, sino de enfoques, individuos y sensibilidades que de alguna manera también remiten a la vieja tradición libertaria del magonismo que sigue viva en la entidad.
Conforme crecía la indignación, el movimiento iba agarrando fuerza, creatividad y riqueza. En las elecciones presidenciales del 2 de julio, la APPO planteó un voto de castigo a Ulises Ruiz. Aun cuando muchos de sus integrantes defendían una clara posición abstencionista -y a pesar de las acostumbradas manipulaciones y triquiñuelas-, el resultado fue contundente: ganó López Obrador por un margen muy amplio y el PRI quedó en tercera posición, algo nunca visto en la entidad.
Lo que siguió es una historia muy compleja y todavía por narrarse de la que aquí sólo nos interesa retomar algunos hitos. Desde un principio, la APPO se inspiró en las prácticas democráticas de los zapotecos, mixtecos, mixes, amuzgos y demás pueblos originarios. Por esto, pronto cambió su nombre -un tanto anacrónico- de “Asamblea Popular del Pueblo” (al singular) por “Asamblea Popular de los Pueblos” (al plural), lo cual envuelve varios propósitos. Si la idea de “asamblea” aludía a las formas autogestivas que siguen vigentes en el 80 por ciento de los 570 municipios de Oaxaca, entonces era necesario tomar nota de que esas asambleas tienen expresiones múltiples y diversas.
La propia capital del estado es, entre otras cosas, una metrópoli indígena pues varias de sus colonias están integradas básicamente por migrantes que van y vienen de sus pueblos de origen. Muchos de ellos se unieron a las protestas; algunos eran maestros, los más artesanos y vendedores ambulantes. Al enterarse de los hechos, las comunidades se sumaron también aportando su enorme experiencia y su inagotable memorial de agravios: miseria, opresión, marginación, cacicazgo, despojo, olvido…
A la par, llegaron jóvenes urbanos cuya identidad colectiva se construye en el barrio, la música, el vestir y el arte. “Grupos marginados y discriminados, no sólo por el gobierno, como prostitut@s, homosexuales, lesbianas y otros amores, se hicieron presentes, aunque de manera discreta” logrando que “los agravios que ell@s sufren formaran parte del grito colectivo de justicia y libertad por tod@s”.
De junio a octubre de 2006, cientos de miles de personas se volcaron a las calles en una docena de megamarchas de proporciones nunca antes vistas. Juntos fraguaron una lucha plural en donde varios segmentos de sociedad aprendieron a convivir, sin renunciar a sus diferencias y peculiaridades. Juntos recluyeron a Ulises Ruiz en la clandestinidad eclipsando en los hechos a todos los poderes oficiales. Juntos tomaron las oficinas públicas, crearon órganos de autogobierno y administraron la justicia por medio del “Honorable Cuerpo de Topiles”, milicia popular que se inspira en la tradición indígena.
No fue un movimiento clasista en sentido tradicional, pues la clase obrera es casi inexistente en Oaxaca. Fue, si acaso, un movimiento de movimientos. Había gente con la hoz y el martillo a un lado de los estandartes de la virgen de Guadalupe y la A de la anarquía, aunque los más se identificaban por su pertenencia territorial: barrio, colonia o comunidad.
Tampoco fue únicamente un movimiento local: “la experiencia que nosotros tenemos hoy es también gracias a lo que se ha hecho en Ecuador, Brasil y Argentina. Hemos estado pendiente de todos los procesos que ha habido en Latinoamérica, y también en los Estados Unidos con nuestros compañeros migrantes”.
A pesar de que los medios encontraron inmediatamente personas como Flavio Sosa a quien colgarle la etiqueta, la APPO no fue tampoco un movimiento de líderes. En una entrevista que le hice pocos días antes de su detención, el mismo Flavio desmintió esa función: “cuando empezó a correr esta frase alguien hizo un cartel que decía: «este movimiento no es de líderes, es de bases», y lo terminaba firmando como grupo. Al rato, unos muchachos inteligentes le agregaron debajo con pluma: «no es de líderes; ni tampoco de grupos».”
Mucho menos fue un movimiento que buscaba hacerse del poder, a pesar de los delirios estalinistas de algunos de sus integrantes. Esto quedó consignado, por ejemplo, en un graffiti que se podía leer hacia finales de octubre de 2006 en las inmediaciones de la calle Tinoco y Palacios del centro histórico de Oaxaca: “nos quieren obligar a gobernar, no vamos a caer en esa provocación”. ¿Qué significa? Responde Gustavo Esteva: “que no estamos interesados en tomar este gobierno; que este gobierno es una estructura de dominación para controlar a la gente y que no queremos ocupar esa función”.
Ante las barbaridades de URO, la gente empezó un novedoso proceso de auto-organización y durante muchos meses, la ciudad capital pasó por la singular experiencia de una vida sin gobierno y sin burocracia, pero abierta al diálogo y a la innovación. La sabiduría colectiva se impuso de manera pacífica sobre las caravanas de la muerte, las desapariciones forzadas y los atropellos ampliamente documentados por organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales.
Como en una auténtica revolución social, muchas personas descubrieron en la acción sus capacidades recónditas. La participación de las mujeres fue intensa. Algunas de las participantes habían incluso votado por el PRI, pero el movimiento las despertó a una nueva conciencia. Una señora, ya grande, completamente sola y sin más armas que su dignidad rebelde, secuestró un autobús, para ponerlo al servicio de la causa. Y fue un colectivo de mujeres que operó la televisión durante 20 días probando en los hechos la comunicación alternativa sí existe.
Hay que estudiar el papel de los medios recuperados pues fueron la punta de lanza de la movilización. La toma de las 12 radiodifusoras comerciales y del Canal 9 de la televisión local empezaron como medidas defensivas ante la destrucción de Radio Plantón y los daños infligidos a Radio Universidad, las únicas voces independientes de la ciudad. Es claro que el movimiento no se hubiera desarrollado tan rápidamente sin la radio, lo cual no deja de ser una lección importante dentro y fuera de Oaxaca.
La locutora estrella del movimiento fue una médica de 58 años de edad –la ahora mundialmente conocida doctora Berta- que transmitía desde radio universidad día y noche tomando café y fumando cigarros Delicados. Cuando salía era para atender a las víctimas de la represión: yo mismo la vi distribuyendo agua a los manifestantes desde un coche de la Cruz Roja.
Todos aprendimos a reconocer su voz algo ronca que con calma y serenidad transmitía las necesidades de los manifestantes mientras llovían las balas y los gases. El 3 de noviembre, día sucesivo a la batalla de CU que vio la derrota ignominiosa de la PFP, me dijo: “en Radio Universidad, como antes en La Ley, Radio Plantón, Canal 9, la comunicación es como debe ser: de ida y vuelta, con teléfono abierto y conexiones vía internet para el extranjero. Si ahorita llega un señor y dice: quiero pasar un mensaje, pues señor pase y dé su mensaje. La gente viene y habla con sus palabras, con su pensamiento, pero además la gente es muy objetiva. A lo mejor no habla muy bien el español, pero sabe lo que quiere. Esto ya nadie la para”.
Mucho se ha hablado de las barricadas y se ha visto ahí una prueba de la “violencia” ejercida por la APPO. La realidad es que las barricadas surgieron como medidas defensivas para contener los asesinatos de las caravanas de la muerte de URO. Hubo por lo menos 1500 de ellas, aunque nadie las contó todas y nunca sabremos su número a ciencia cierta. Claro que sus integrantes -en gran parte colonos-, experimentaron durante largas noches nuevas formas de sociabilidad y una verdadera fiesta colectiva.
El aspecto festivo sugiere, me parece, la única comparación pertinente con la Comuna de París, que, a su vez, fue definida la más grande fiesta del siglo XIX. Habría que añadir que la Comuna de Oaxaca quedó aislada igual que su ilustre predecesora: no hubo en México –ni tampoco fuera- grandes movilizaciones a favor de la APPO.
Habría que añadir que la gente de Oaxaca no habla de “comuna”, sino de “comunalidad”, término que remite a las experiencias indígenas locales. Como sea, es claro que los muchachos de las barricadas, los que sostuvieron los combates callejeros, no eran “profesionales” ni militantes en sentido tradicional. Eran puro pueblo –incluso niños de la calle como el que se observa en un video del colectivo Mal de ojo -, gente que no sabía nada de guerrilla urbana y se capacitó al calor de los hechos.
¿Y ahora?
El gran movimiento social que sacudió a la sociedad oaxaqueña es uno de los acontecimientos más importantes de la historia reciente de México, algo que se puede comparar únicamente con la insurrección zapatista de 1994. La respuesta popular a los abusos de URO fue tan inesperada como masiva, creativa y esperanzadora. A la ecología del miedo los oaxaqueños respondieron con la ecología de la fiesta que es muy arraigada en la tradición local. Contra los delirios del poder, reafirmaron su derecho al tiranicidio no violento que se expresa en el lema: “ya cayó, Ulises ya cayó”.
La APPO es el resultado de un largo proceso de acumulación de experiencias históricas -de errores y de aciertos- que convergen en el objetivo común de democratizar las estructuras del poder. Aun cuando se vio que el contenido de esa democratización está en disputa, lo cierto es que fue el eje que aglutinó a un movimiento multiforme que no se puede entender a partir de los análisis tradicionales marxistas ni de corte sociológico.
“Lo que se esboza en Oaxaca se sitúa en la línea de continuidad de la Comuna de París y de las colectividades andaluzas, catalanas y aragonesas creadas durante la revolución española de 1936-1938, en las que la experiencia autogestiva sentó las bases de una nueva sociedad”, escribió Raoul Vaneigem en un llamado a la solidaridad internacional publicado en México por el diario La Jornada.
Vaneigem tiene razón en el sentido de lo sucedido en Oaxaca en 2006 es esperanzador para todos los que buscamos alternativas a la barbarie imperante dentro y fuera de México. Sin embargo, también es verdad que la represión aniquiló aquellas mismas esperanzas. No evocaré aquí el calvario que vivió el pueblo de Oaxaca a partir del 27 de octubre de 2006, día en que fueron asesinados el periodista Brad Will en Santa Lucía del Camino y un número indeterminado de personas en Santa María Coyotepec.
La mejor fuente al respecto sigue siendo el citado informe de la CCIODH cuyas conclusiones rezan así: “la Comisión considera que los hechos ocurridos en Oaxaca son un eslabón de una estrategia jurídica, policíaca y militar, con componentes psicosociales y comunitarios cuyo objetivo último es lograr el control y amedrentamiento de la población civil en zonas donde se desarrollan procesos de organización ciudadana o movimientos de carácter social no partidista”.
Participé en la experiencia y soy testigo de que esta conclusión no sólo es moderada, sino que, incluso, se queda corta ante la realidad. Si bien pudimos comprobar que hubo por lo menos 23 víctimas hasta la segunda quincena del mes de enero de 2007 (todas del lado del movimiento), no pudimos documentar el gran número de desaparecidos que hay desde el inicio del conflicto. ¿Por qué? Porque el terror es tal que la gente no se atrevió a denunciar la desaparición de sus allegados, ni siquiera ante una instancia tan confiable como la CCIODH.
Los desmanes de la fuerza pública no fueron “excesos”, ni “errores”, sino un frío experimento de ingeniería social en donde los poderes federales actuaron en coordinación con los locales. ¿Qué querían? Posiblemente medir cuánta represión aguanta un pueblo, sin que la situación se les escape. Bien lo expresa Armando Bartra: “prepararse para enfrentar masas enardecidas es suponer que van a aparecer”.
En Oaxaca las masas aparecieron y, como en Centroamérica en los años 80, el propósito fue “quitarle el agua al pez” (según rezan los manuales de contrainsurgencia), sembrar el terror y mostrar al ciudadano común qué le puede pasar si se pasa de la raya. La inaudita pena de 67 años recientemente infligida a los dirigentes de Atenco, reos como sus hermanos oaxaqueños, del horrendo crimen de disidencia, arrojan una luz siniestra sobre el México calderonista.
¿Cuál es el balance de siete meses de contrainsurgencia? El estado de terror sigue, a pesar de las declaraciones oficiales en sentido contrario. Ante la paulatina retirada de las masas, callan las voces participativas de la pluralidad y los grupos de la vieja izquierda ganan espacios que antes no tenían. O, mejor dicho, los tenían algunos de sus dirigentes en cuanto participantes legítimos del movimiento, no en cuanto integrantes de tal o cual grupo.
Algunos de ellos trabajan día y noche para transformar la APPO en una organización política vertical de corte estalinista. Esto se vio, por ejemplo, en el Congreso Constitutivo de la APPO (10-12 de noviembre de 2006) o en la “Asamblea Popular de los Pueblos de México” -intento en gran parte fallido de “exportar” el modelo APPO- cuando un conocido exponente del “Frente Popular Revolucionario” (FPR) afirmó sin cortapisas que “el movimiento de Oaxaca es un movimiento de dirigentes”.
A las pugnas tradicionales entre las viejas organizaciones que llevan a cuesta 30 años de derrotas, se sumó a partir de febrero de 2007 la división en torno al asunto electoral: participar o no en las elecciones locales que se celebrarían a finales de junio. Se formó, dentro la APPO, un bloque electoral (FPR, FALP, NIOax, etc.) que emprendió una batalla a muerte contra el bloque abstencionista (VOCAL, CODEP, CIPO, POS, etc.). A su vez, el bloque electoral se fracturó por los conflictos internos: quién iba a quedarse con qué candidatura y con qué partido.
A la postre nadie cosechó mucho pues, con su acostumbrada generosidad, el PRD les otorgó una sola candidatura. Los daños, en cambio, fueron incalculables. Uno es, muy probablemente, la detención de David Venegas -consejero de la APPO, elegido por el sector barricadas- integrante de VOCAL, libertario y abstencionista. El 13 de abril, David fue detenido mientras se dirigía a una reunión de la APPO, bajo el cargo fantasioso de poseer 30 gramos de cocaína y dos bolsas con heroína.
Semanas después, lanzó desde la cárcel graves acusaciones contra algunos conocidos dirigentes del bloque electoral a quienes adjudicó la responsabilidad de su captura. Sin entrar en el mérito de la cuestión, el hecho es que David fue detenido bajo la misma imputación que éstos habían circulado contra él, antes de su detención. Hay más: en el mes de marzo, como parte de su contraofensiva, la policía había sembrado explosivos en las inmediaciones de lo que había sido la barricada de Brenamiel, acusación inmediatamente desmentida por el propio David en conferencia de prensa.
Así las cosas, sería un ejercicio vano buscar las organizaciones puras, separar las “buenas” de las “malas” o las “revolucionarias” de las “reformistas”. Las líneas de división no pasan por las organizaciones, sino que las atraviesan. Incluso entre los estalinistas del FPR se encuentran compañer@ valios@s. Revitalizar el movimiento no es, tampoco, un asunto étnico. El aporte de los indígenas es fundamental, no cabe la menor duda, pero tampoco ellos son inmunes a la corrupción ni a la funesta seducción de la política profesional, como varios me lo han expresado personalmente.
David sugiere que “si el cauce que ofrece la APPO […] es estrecho y limitado, este pueblo heroico sabrá buscar y encontrar los caminos para su liberación.” El diagnóstico es severo, mas no parece muy alejado de la realidad. Aun así, no todo está perdido. En Oaxaca, circula una pregunta: ¿cómo recrear el momento mágico que se vivió el año pasado? Sólo las mujeres y los hombres que participaron en el movimiento pueden encontrar la respuesta.
México, D.F., 10 de junio de 2007
En las comunidades indígenas, los “topiles” son elegidos en asamblea y ejercen gratuitamente la justicia por medio del bastón de mando y sin necesidad de portar armas.
Raoul Vaneigem, “Llamado de un partisano de la autonomía individual y colectiva”, La Jornada, 11 de noviembre de 2006.