Los dilemas del imperio: Saldos de la aventura colonial en Irak
- Opinión
Hoy tropas americanas ocupan el país árabe más grande del mundo. Las repercusiones se dejarán sentir en las próximas décadas. Todavía no entendemos lo que pasó. No creo que lo entiendan los presidentes involucrados, ni lo militares involucrados. Entramos ante una nueva era del imperialismo cuya duración es imposible estimar, evaluar o comprender. Robert Fisk
La historia presente evoca a ciertos personajes de dibujos animados a los que el ímpetu de una loca carrera arrastra por encima del vacío sin que se den cuenta, de modo que sólo la fuerza de su imaginación les permite flotar a tanta altura; pero tan pronto como se aperciben de ello, caen inmediatamente. Raoul Vaneigem
Vivimos tiempos difíciles. Las fotos de niños mutilados, de mujeres despedazadas, de civiles ultrajados llegan a los hogares de millones de personas en los cuatro rincones del globo y sin embargo el horror se vuelve cada vez menos comunicable en la medida en que se hace más visible. Verdades ominosas y mentiras totales se alternan frente a nosotros, sin solución de continuidad, como seudo-mundo aparte y objeto de mera contemplación.
Las continuas mentiras que el gobierno de Estados Unidos y sus cómplices inventaron para justificar la invasión de Irak -agravadas, más que corregidas por los incesantes retoques- nunca fueron creíbles. ¿Qué importa? El ritmo frenético de los eventos eclipsó rápidamente las verdaderas causas de la guerra y ellos se arrogaron el derecho de contradecirse a sí mismos, esperando que lo olvidemos todo como en una mala película.
La operación fue orquestada muy cuidadosamente para infundir temor y una sensación de impotencia no únicamente entre los iraquíes, sino también en el movimiento pacifista. Desde las abiertas acusaciones de sostener el terrorismo lanzadas contra los millones de personas que inundaron las calles del mundo para decir no a la guerra, hasta los proyectiles con uranio empobrecido arteramente disparados contra la prensa insumisa, la advertencia siempre fue la misma: si no están con nosotros aténganse a las consecuencias.
Ya es tiempo de reflexionar más allá del ruido mediático. La invasión angloamericana de Irak es un acontecimiento de importancia histórica que plantea muchas preguntas: ¿en qué cambió el mundo después de la guerra? ¿Hasta dónde llega la manipulación en escala global? ¿Qué tanta resistencia inducen las andanadas neocolonialistas de Estados Unidos? ¿Cuáles son los nuevos retos de los movimientos globales? Contestar implica ponderar distintos factores.
El espejo de la democracia
En Irak estaban en juego muchas cosas y no únicamente el petróleo o el control geopolítico del Medio Oriente. Esos eran, por supuesto, objetivos imprescindibles, pero desde un principio hubo otros menos evidentes y, sin embargo, igualmente importantes.
Había, por ejemplo, que amedrentar a los Estados del Extremo Oriente y de Europa Occidental, mostrando la existencia de un poder imperial, dispuesto a emplear argumentos contundentes para perpetuarse a sí mismo. Era también urgente someter a prueba la nueva doctrina de la guerra preventiva -lanzada en septiembre de 2002 por el sombrío secretario de Defensa Ronald Rumsfeld- según la cual Estados Unidos puede intervenir militarmente y de manera unilateral en cualquier lugar en donde percibe desafíos a su poder global. Esa doctrina establece que hay dos clases de soberanías: una, la de Estados Unidos, pasa por encima de tratados y leyes internacionales; la otra, que incumbe al resto de la humanidad, se encuentra supeditada a los deseos de la única superpotencia.[1]
El gobierno norteamericano buscaba, asimismo, el dominio absoluto en el ámbito de la comunicación. No necesariamente (aunque también) por medio de la censura, sino, más bien, administrando el flujo de mentiras, gracias a un mercado que concentra gran parte de la información en unos cuantos gigantes mediáticos. Ya se comprobó que los principales medios norteamericanos mintieron deliberadamente. En el país de la libertad, dóciles plumíferos publicaron propaganda gubernamental sobre Irak pasándola como “noticia” y justificando así la peor incursión bélica en décadas.[2]
A dos años de haber sido declarada, la “guerra contra el terrorismo” se volvió el espejo en que la democracia occidental se contempla a sí misma. “Una democracia tan perfecta –escribió Guy Debord- que fabrica por sí misma su inconcebible enemigo. Una democracia que prefiere ser juzgada por sus enemigos que por sus logros. La historia del terrorismo está escrita por el Estado y es sumamente instructiva”.[3]
Estas palabras son de 1988 y se quedan cortas ante la realidad de hoy. Independientemente de la cuestión -todavía abierta- de saber quiénes fueron sus autores, los atentados del 11 de septiembre dieron como resultado un verdadero golpe de Estado que canceló las libertades constitucionales básicas de los ciudadanos norteamericanos.
El Patriot Act de octubre de 2001 suprimió el habeas corpus, legalizó la vigilancia electrónica e introdujo una cultura de la sospecha que es típica de los regímenes totalitarios. El FBI se arrogó el derecho a controlar lo que los ciudadanos leen y el Pentágono creó Oficina de Influencia Estratégica, una suerte de Ministerio de Verdad que tiene la inquietante tarea de “orientar” a la opinión pública difundiendo noticias incluso falsas para avalar la información gubernamental.
Hay más. En colaboración con empresas mediáticas y universidades privadas, personal militar especializado se dio a la tarea de producir video-juegos de propaganda que recrean escenarios bélicos en donde los árabes cumplen el papel de los malos. Uno de ellos, “America’s Army”, está disponible gratis en Internet y, con más de dos millones de usuarios, es uno de los 5 más populares video juegos on-line en Estados Unidos.
Se cristalizan así las más sombrías profecías de George Orwell: la guerra es paz; la esclavitud es libertad; la ignorancia es fuerza. Y esto sucede –hay que subrayarlo- no en un país “socialista”, sino en la patria del neoliberalismo real.
Tenemos que admitir que, al menos en parte, el modelo funcionó, ya que, en vísperas de la agresión, algunas encuestas realizadas en Estados Unidos señalaban que una buena parte de la población aparentemente creía que Saddam Hussein era el verdadero responsable de los atentados del 11 de septiembre.
No todo, sin embargo, salió como debía. Hoy, por doquier la popularidad de Estados Unidos se encuentra en franca decadencia. No es una casualidad que Al Jazeera (La Península), la cadena televisiva independiente que es la bestia negra de Israel y de Bush el pequeño –así como de muchos gobiernos de países árabes- está ganando tajadas cada vez mayores del mercado de noticias sobre el Medio Oriente.
De paso, tomemos nota de que decir la verdad es peligroso. Al invadir Afganistán, por ejemplo, los norteamericanos bombardearon la sede de Al Jazeera en Kabul. No hubo víctimas, pero era una advertencia. En Irak, el corresponsal de Al Jazeera, Tareq Ayyoub, murió tras el ataque contra su oficina a pesar de que la propia emisora había proporcionado las coordenadas precisas de su edificio en Bagdad al comando central norteamericano, recibiendo a cambio la promesa de no ser atacado.[4]
El 25 de marzo, el sitio Internet de la teledifusora fue intervenido por un sujeto misterioso, el Freedom Cyber Force Militia. Al digitar la dirección www.english.aljazeera.net el lector se encontraba con los anuncios God bless our troops!!! y Let Freedom Ring! que parecían glosas a los manuales de cyber-guerra. Al mismo tiempo, la emisora era expulsada de la bolsa de Nueva York, mientras que America on Line rehusaba difundir sus anuncios. No sirvió de nada: Al Jazeera se volvió la fuente sobre la guerra de Irak, desplazando incluso a la CNN.
Otro botón de muestra es la imagen de la estatua de Saddam que se cae al suelo, reproducida por todas las cadenas televisivas afines al campo colonial. El objetivo era evocar el imaginario del 89 -la caída del muro de Berlín, el derrumbe del totalitarismo soviético-, pero no había multitudes festivas en aquella plaza, sólo unas cuantas personas que contemplaban la escena bajo la mirada vígil de los infantes de marina norteamericanos. Aun así, cuando la bandera de barras y estrellas cubrió el rostro del dictador, no se escucharon aplausos, sino chiflidos.
Un ejemplo más es el de Jessica Lynch, supuestamente hecha prisionera y golpeada por las tropas iraquíes, tras defenderse “como fiera”. Según un documental presentado en Doha por el Comandante en jefe de las tropas invasoras, general Vincent Brooks, una unidad de fuerzas especiales de Estados Unidos habría rescatado a Jessica bajo “el infernal fuego enemigo”. Los medios norteamericanos la convirtieron de inmediato en flamante “heroína de América”, pero la verdad es bastante diferente. Herida en un banal accidente, Jessica había sido curada por médicos iraquíes y entregada a las tropas norteamericanas, sin que nadie disparara un solo tiro. Posteriormente, en complicidad con CNN, el Pentágono, montó un show con fines publicitarios sobre un guión vendido por Jerry Bruckheimer, el productor de la controvertida película La caída del halcón negro.[5]
Significativo es también el asunto de los museos y bibliotecas saqueados y quemados sin motivaciones aparentes. El comando norteamericano los presentó como lamentables accidentes, pero, al poco tiempo, la UNESCO denunció que, antes de los hechos, ya circulaba una lista de piezas requeridas por museos europeos y norteamericanos.[6] Según el periodista británico Robert Fisk, los incendiarios tenían mapas y sabían a dónde ir.[7] Cabe preguntar: ¿qué interés tenían los norteamericanos en prenderle fuego a la memoria del pueblo iraquí? La respuesta es fácil: anular el pasado de un pueblo es una herramienta básica para someterlo.[8]
El modelo iraquí
Desde el portaviones USS Abraham Lincoln, el jueves primero de mayo, un Bush en atuendo militar con todo y botas proclamó triunfante el fin de las operaciones anglo-estadounidenses y la liberación de Irak.
Seis meses después, el escenario de un triunfo rápido se eclipsó y, cada vez más, Estados Unidos se va enredando en una larga guerra cuyo desenlace nadie puede anticipar. Es cierto que el régimen de Saddam cayó pero, ciertamente, los iraquíes no celebran la llegada de los invasores.
Desde un principio las tropas de ocupación dejaron asentado que, con o sin Saddam, sus intenciones no eran precisamente pacíficas lo cual, rápidamente, les enajenó las escasas simpatías de que gozaban.
La resistencia empezó incluso antes del anuncio oficial del cese al fuego. El 15 de abril, cuando el flamante procónsul Jay Garner declaraba en Ur que “un Irak libre y democrático comienza hoy aquí”, en la ciudad de Mosul, los marines abrían el fuego contra la multitud enardecida que repudiaba al nuevo gobernador pro estadounidense, Mashan al Guburi.[9]
Desde entonces, la situación no ha hecho más que empeorar para los invasores. En junio, las tropas angloamericanas sufrieron un promedio de 13 ataques diarios, mismos que se habían elevado a 20 en octubre y a 30 a principios de noviembre. Para entonces, el número de soldados norteamericanos fallecidos ya sobrepasaba el total de los tres primeros años en Vietnam, lo cual tiene un efecto devastador en la moral de las tropas.[10]
A principios de octubre, un soldado repatriado lanzó un dramático llamado: “¡Despierta América! Tus hijos e hijas se están muriendo en balde. Esta no es una guerra por la libertad o contra el terrorismo. Nos estamos muriendo por el petróleo y la codicia de las transnacionales”.[11]
Las resistencia iraquí emplea recursos que van desde la intifada -el lanzamiento de piedras contra los invasores en donde sea y en cualquier momento- hasta acciones militares con equipo sofisticado, pasando por la guerra de guerrillas, los atentados suicidas, el sabotaje... Por lo pronto, es una resistencia que no está claramente localizada, es decir se encuentra en la etapa inicial de una guerrilla organizada que combate contra un ejército de ocupación.
Si bien aumentan las dificultades, la Casa Blanca y el Pentágono se niegan a reconocer la rapidez con que se deteriora su posición política y militar. Incluso después que una docena de cohetes impactó en el hotel Rashid de Bagdad y estuvo a punto de matar a Paul Wolfowitz -subsecretario de Defensa y uno de los arquitectos de la guerra- los generales estadounidenses en esa ciudad siguen sosteniendo que la seguridad global en Irak está cada vez mejor.
De modo que los verdaderos problemas apenas comienzan. No hay reconstrucción; el país se encuentra sumido en el caos, y todas las fuentes concuerdan en señalar que la población padece niveles de miseria antes desconocidos.
Lo que sí hay es mucha inversión en equipo militar. En conformidad con el credo neoliberal, los private military contractors -(PMC) corporaciones creadas en los últimos años por generales retirados- tienen un papel clave en la conducción del país. Bajo la insignia de la calidad total, ellos ofrecen al Pentágono un abanico de servicios que abarca desde comida chatarra a las tropas invasoras hasta inodoros portátiles y asesorías a torturadores. Verdaderas empresas mercenarias, las PMC se cotizan en la Bolsa y, en estos tiempos de crisis, son las únicas cuyas acciones suben.
A veces se les pasa la mano, pero, ¿qué importa? Ya surgió la teoría de que los iraquíes son un “pueblo enfermo” que requiere de un tratamiento prolongado antes de acceder a la democracia. Esto explica por qué, recién instalado, el nuevo procónsul, Paul Bremer tomó una decisión a la que se había resistido Garner: la disolución del ejército iraquí. Acto seguido, ordenó censurar a la prensa: en adelante los periódicos que publican “notas escandalosas”, es decir, material antiamericano, serán cerrados.[12]
Tal y como sucede en toda aventura colonial, Irak se abrió a los negocios. El 23 de mayo, los ejecutivos de unas mil compañías se reunieron en Londres para repartirse el pastel. Como era previsible, la parte del león correspondió a las compañías norteamericanas y, en particular, a las que, como Bechtel y Halliburton, mantienen vínculos cercanos con los más altos funcionarios de la administración Bush.
A finales de septiembre, Bremer dio a conocer un nuevo paquete de “reformas”: 200 compañías estatales iraquíes serán privatizadas; las empresas extranjeras podrán retener 100% de la propiedad de bancos, minas y plantas iraquíes y podrán sacar 100% de sus ganancias de Irak.[13] Asimismo, McDonald’s anunció la próxima apertura de una de sus sucursales en Bagdad. De manera elocuente, el influyente semanario The Economist, vocero del neoliberalismo con rostro humano, definió tales reformas: “un sueño capitalista que satisface todos los deseos de los inversores internacionales”.[14]
¿Cuánto tiempo durará la ocupación? Ahmad Chalabi, jefe de un poco creíble “Congreso Nacional Iraquí” (organización creada por la CIA, y ahora cercana al Pentágono), hombre de confianza de Bush-padre y testaferro de las petroleras, pronosticó dos años de “transición”.[15] Otros hablan de cinco y hasta siete años, ya que una salida precipitada de Estados Unidos dejaría a Irak en manos de fuerzas hostiles a Washington.
Aun admitiendo que los invasores logren controlar a la guerrilla en un plazo relativamente breve, de todos modos se verían envueltos en contradicciones insolubles. No podrían introducir una democracia electoral porque en una votación nacional ganaría la mayoría chiíta que es antiamericana y peligrosamente afín a los ayatollahs de Irán.
Tampoco sería viable dividir el país entre chiítas, sunitas y kurdos porque, al despertar los apetitos autonomistas de los kurdos de Irán, de Turquía y de Siria, esto provocaría una balcanización regional. Lo único que les vendría bien es una dictadura al viejo estilo, lo cual, al mismo tiempo, le quitaría el velo democrático a la invasión.
El 16 de octubre, la resolución por unanimidad del Consejo de Seguridad de la ONU, legalizó la presencia norteamericana en Irak, restándole credibilidad no sólo a la propia ONU, sino también al “gaullismo” de segunda mano del llamado eje de la paz: Francia, Alemania y Rusia. Semejante capitulación muestra cómo, a pesar de las contraposiciones entre el bloque norteamericano y el europeo –mismas que, sin duda, permanecen y son fuentes de contradicciones reales- hay también un poderoso interés común: la necesidad de mantener bajo control la barbarie que ambos bloques producen.
Esto da origen a lo que, retomando el concepto engelsiano de “capitalismo colectivo ideal”, Robert Kurz llama “imperialismo colectivo ideal”, o sea el sistema internacional que, bajo la dirección despótica de Estados Unidos, garantiza las necesidades globales de la valorización capitalista.[16]
Si bien el respaldo de la ONU proporcionó un poco de oxigeno a los invasores, la presencia de cerca de ciento cincuenta mil soldados estadounidenses en suelo extranjero cuesta miles de millones de dólares por año. Las entradas por concepto de venta de petróleo iraquí y otros servicios le otorgarán fabulosas ganancias a las compañías involucradas y jugosas tajadas a los funcionarios de la administración Bush, pero nunca serán suficientes para sostener semejantes gastos.[17]
Asimismo, los resultados de la “colecta” de Madrid –intento de mendicidad global para traspasar los costos de la operación a la Unión Europea- fueron más bien modestos. De los 55 mil millones de dólares que se estiman necesarios, sólo se juntaron 33 mil de los cuales 20 mil fueron desembolsados por Washington en parte bajo la forma de créditos que se sumas a la ya enorme deuda externa de Irak. Tampoco parecen funcionar los repetidos llamados de Colin Powell a revitalizar la OTAN.[18]
Entonces: ¿quién pagará? En primer lugar los propios iraquíes, cuyo ingresos futuros están hipotecados por generaciones, pero también los contribuyentes norteamericanos, lo cual abre un nuevo flanco débil para Bush en un año preelectoral.[19]
El fantasma del nuevo siglo americano
Extremadamente compleja, la actual situación internacional se pueda tal vez entender mejor a partir del enfoque de Karl Polanyi, quien llamó “sistema de la balanza de poder” al equilibrio entre las grandes potencias europeas operante en el siglo XIX después de las guerra napoleónicas. Según Polanyi, el sistema propiciaba las guerras locales y, desde luego, las aventuras imperialistas, pero impedía el estallido de conflictos de gran envergadura al interior de Europa.[20]
Sumada a otros factores, la crisis de la balanza de poder dio origen a dos guerras mundiales y a los imperios totalitarios de la primera mitad del siglo XX. Si aplicamos las mismas categorías al período sucesivo, a partir de los años cincuenta, observamos el surgimiento de una nueva balanza de poder -desequilibrada en el aspecto económico pero no en el aspecto militar- entre la Unión Soviética y Estados Unidos. La abrupta caída del bloque llamado socialista, sin embargo, dio origen a otro desequilibrio, lo cual permitió que Estados Unidos proclamara el primer imperio global de la humanidad.
Al comienzo, privó un triunfalismo desmedido. Hubo quien, como Francis Fukuyama, dictaminó el hegeliano fin de la historia.[21] En adelante no habría avances en las instituciones de la humanidad porque con el triunfo del paradigma de mercado todos los problemas realmente cruciales estaban resueltos. Atrás quedaban las viejas formas de poder centralizadas, jerárquicas y verticales; el mundo marchaba ahora hacia formas horizontales, negociadas y reticulares de convivencia humana.
Otros autores, como Manuel Castells, Antonio Negri y Michael Hardt, postularon que la crisis del Estado-nación, aunada a la tercera revolución industrial y al ascenso de la nueva economía (es decir, el sector informático en cuanto modelo productivo y discurso cultural) conducía a nuevas formas de soberanía y a un sistema social con características inéditas: la “sociedad en red” para el primero, el “imperio” para los segundos.[22]
Los años del presidente Bush evidenciaron, sin embargo, la fragilidad de esas teorías. Mientras la nueva economía sufría una severa crisis de mercado y, sobre todo, de confianza, la vieja economía, la del petróleo y las armas, recuperaba su fuerza y buscaba guiar el mundo.
La promesa de felicidad universal se trocó en un artificioso intento de dominación unilateral por parte de la potencia ganadora, misma que creía poseer la clave del “único modelo para el éxito nacional: libertad, democracia y libre empresa”.[23]
Ya en la época de Clinton, algunos intelectuales allegados al complejo militar-industrial habían sostenido, sin tapujos, la necesidad de reforzar la supremacía global de Estados Unidos. En 1997, el fundador de la Comisión Trilateral y ex consejero de Seguridad Nacional en tiempos de James Carter, Zbigniew Brzezinski, escribió, por ejemplo, que “los tres grandes imperativos de la estrategia imperial son: 1) conservar la dependencia de los vasallos en asuntos militares; 2) mantener a los tributarios dóciles y contentos; 3) impedir que los bárbaros se unan entre sí”.[24]
Otro personaje de la misma levadura, Samuel Huntington, había anteriormente propuesto el modelo belicista del “choque de civilizaciones”. “A partir de ahora –dictaminó- el eje de la política mundial será la interacción entre aquellas culturas que pertenecen y aquellas que no pertenecen a la civilización de Occidente”.[25] Sobra decir que donde el autor escribe Occidente hay que leer Estados Unidos. En particular, Huntington veía con pavor el surgimiento de un movimiento en favor de la “reislamización” del Oriente Medio, no sólo por cuestiones religiosas o de “civilización” sino por algo bastante más prosaico: el control del petróleo.
La visión pesimista de Huntington tenía que ver con otro problema que apenas empezaba a ventilarse y que, desde una perspectiva crítica, analizaba el eminente historiador Immanuel Wallerstein: la crisis interna de Estados Unidos.
Por una extraña ironía, la nueva condición del país como superpotencia sin rivales posibles se daba paralelamente a la más severa crisis que el país enfrentaba desde la Segunda Guerra Mundial. Una crisis que no era solamente económica, sino también social y cultural; en otras palabras: una crisis de civilización.[26]
De esto estaban concientes algunos intelectuales llamados neoconservadores que se agrupan en poderosas instituciones como el American Enterprise Institute y el Proyecto por el Nuevo Siglo Americano (PNAC, por su sigla en inglés) ocupando puestos estratégicos en la actual administración norteamericana y en particular en el Pentágono.[27]
A pesar de la gran arrogancia de que hacen gala, personajes como Paul Wolfowitz, Richard Perle, Elliott Abrams, Robert Kagan, William Kristol, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Condoleeza Rice, y James Woolsey saben que el imperio norteamericano es extremadamente frágil…
Por cierto que el término “neoconservador” resulta engañoso porque, lejos de “conservar”, ellos pretenden rehacer el mundo según una doctrina que combina el más rancio fundamentalismo religioso con el tradicional imperialismo norteamericano, aunado a una fascinación por la fuerza bruta y a nuevas formas de totalitarismo económico. El resultado es una mezcla explosiva en donde se cruzan elementos arcaicos y siniestramente modernos.
Como la de Brzezinski, su doctrina es sencilla: 1) el liderazgo de Estados Unidos es bueno para todo el mundo; 2) este liderazgo implica Estados sojuzgados por medio de un aplastante poderío militar; 3) los opositores –no importa quienes- son el eje del mal y deben ser aplastados.
No conformes con la política de defensa de Clinton, los neoconservadores trazaron un plan muy agresivo para asegurar la supremacía militar de Estados Unidos en el siglo XXI.[28] Uno de sus principales escenarios se ubicaba precisamente en Medio Oriente, región estratégica que era necesario “reconstruir” según el nuevo patrón jerárquico imperial.
Con este fin, retomaron la vieja idea de Ariel Sharon de crear un “gran Israel” desde el Nilo hasta el Éufrates, sólo que en lugar de ser la voz cantante, el Estado judío cumpliría ahora -junto a Turquía- el papel de mastín para mantener a raya a los Estados árabes vasallos que tendrían la función de proveedores de petróleo, gas, agua y mano de obra semiesclava. [29]
La victoria de Bush en las elecciones fraudulentas de 2000, les permitió ponerse manos a la obra. Había, en primer lugar, que deshacerse de Saddam, no porque su régimen fuese “peligroso” o “antidemocrático” –en realidad, ellos consideran la democracia un sistema poco eficiente y, en todo caso, innecesario-, sino únicamente por ser un piedra en el camino.
Hoy su arrogancia es tal que, en las postrimerías de la invasión, James Woolsey -ex director de la CIA y miembro destacado del grupo- declaró: “sólo el temor logrará restablecer el respeto por los Estados Unidos”. Según Woolsey ya empezó la “cuarta guerra mundial”, misma que durará, por lo menos, un cuarto de siglo.[30]
Son declaraciones inquietantes. La guerra ya no es la continuación de la política con otros medios, sino el elemento fundador de la política imperial, el dispositivo que modela y remodela el mundo con el bisturí o con el hacha, según las circunstancias.[31]
La apremiante necesidad de encontrar siempre nuevos enemigos se refleja en el neologismo Estado-canalla, suedodefinición que sirve para estigmatizar a los enemigos del momento: Siria, Irán, Libia, Arabia Saudí, Corea del Norte, Cuba, Venezuela…¿Y después? Más guerras preventivas, más regímenes que caen en los puntos candentes del planeta, choques no de civilizaciones sino de barbaries…
¿Fascismo americano?
La pretensión de EEUU de ejercer un control total del mundo es, a todas luces, una forma exacerbada de imperialismo que tiene raíces en la propia historia norteamericana, pero que presenta, al mismo tiempo, rasgos nuevos y aterradores.
Consultar los textos de los neoconservadores es iluminante. Ellos aborrecen el término “imperialismo”, pero coquetean con la palabra imperio encontrándola respetable y a la medida de sus ambiciones. El conocido editorialista Robert Kaplan, teoriza un “imperio (norte) americano sin colonias, echo a las medida de la edad de la información, en que los movimientos de capital y de personas diluyen el sentido tradicional de la soberanía”.[32]
Por su parte, el pretoriano Ronald Rumsfled busca antecedentes en Roma -unum imperium, unus rex-, mientras que teólogos al servicio del Pentágono desentierran la guerra justa de Santo Tomás con el fin justificar las políticas armamentistas de Washington.[33]
Es pues evidente que los neoconservadores se mueven en una lógica imperial. Imperial es la convicción de poder operar por encima de cualquier fuerza histórica y de cualquier ley internacional. Imperial es el desastre olvidado de Afganistán –un país reducido a escombro, símbolo elocuente de la “primera victoria contra el terrorismo”- donde el presidente Hamid Karzai no es más que un empleado de Washington. Imperial es la arrogancia de creer que “hoy Estados Unidos es el único poder que puede servir como principio organizador para la expansión mundial de una sociedad civil liberal”.[34] Imperial es, en fin, la anulación de cualquier diferencia entre política exterior y política interna.
Frente a este panorama sombrío, algunos autores esbozan la imagen de Estados Unidos como una superpotencia con rasgos fascistas. De manera reiterada, escritores disidentes como Normal Mailer y Gore Vidal han denunciado la atmósfera prefascista que reina en el país y la erosión tanto de la libertad de prensa como de las libertades básicas en provecho de un estado de excepción permanente.[35]
Antes de que surgiera la locura del nuevo siglo americano, un prestigioso intelectual alemán, Carl Amery, había formulado una pregunta inquietante: “¿Fue Hitler un precursor?”.[36] Después de dos guerras contra el “terrorismo”, la pregunta cobra una actualidad alarmante. Responder implica ponderar las palabras ya que a menudo se habla de nazismo a la ligera, sin saber a ciencia cierta de qué se trata. La definición misma es objeto de un debate inagotable: ¿fenómeno contrarrevolucionario? ¿Dictadura del gran capital? ¿Reacción anticomunista? ¿Antiliberal? ¿Patología alemana?
Sin entrar en los detalles del debate, el autor señala que, en un mundo dominado por la escasez y la incertidumbre, la solución de Hitler fue el sometimiento de pueblos enteros en beneficio de la raza superior. Amery piensa que sería una imperdonable ingenuidad pensar que en las próximas décadas aquel programa no pueda revivir aunque sea purgado de sus aspectos más obsoletos.[37]
Existen, sin duda, analogías preocupantes entre el III Reich y el actual imperio norteamericano. Ambos discursos comparten una visión geopolítica del mundo, la idea de que existen pueblos fuertes y pueblos débiles. Los primeros tendrían derecho al espacio vital y a defenderse de los nuevos bárbaros.
Ambos discursos tienen raíces en narraciones míticas; la diferencia es que, en lugar de pescar en las sagas teutónicas, el mesianismo apocalíptico de Bush se sostiene en el puritanismo protestante, ahora hermanado con prejuicios antiárabes y antiislámicos. Para los fundamentalistas cristianos, el Armagedón, la lucha final de Cristo con el Anticristo, tendrá lugar precisamente en Jerusalén, cuando los judíos del mundo entero recuperarán su tierra de origen, es decir, Israel incluyendo a Palestina.
El viraje sorprende si recordamos que la ultraderecha estadounidense –como la europea- siempre fue antisemita. En la ideología neoconservadora, el “terrorista islámico” desplazó al “banquero judío” y al “bolchevique” como los ejes del mal, de tal manera que el antisemitismo cambió de signo. “Antisemita” es ahora quien se atreve a cuestionar la política imperial en el Medio Oriente, o a pensar que el diferente tratamiento que Israel reserva a los colonos judíos y a los habitantes palestinos es un injusticia.
No hay que sobrevaluar las palabras: el capitalismo engendra conflictos étnicos en continuación, sin dejar, al mismo tiempo, de hacer jugosos negocios. Más allá de los sentidos de culpa y de la mala conciencia de la derecha, la verdad es que, tanto para Israel como para los neoconservadores, es más importante asegurar el futuro, que sancionar el pasado.
En el curso de una visita oficial a Jerusalén, Gianfranco Fini, vicepresidente del gobierno italiano y secretario del partido postfascista Alianza Nacional, ofreció disculpas al pueblo judío por las leyes raciales promulgadas en Italia en 1938, afirmando “haber cambiado idea sobre Benito Mussolini” a quien hasta entonces había definido “el más grande estadista del Siglo XX”.[38]
El horizonte religioso proporciona, asimismo, un vasto arsenal de renovados instrumentos de dominación. A principios de 2002, el procurador general John Ashcroft lanzó una “guerra santa” en defensa de la “civilización”. En una exposición intercalada con citas de la Biblia y referencias al Edén, Ashcroft comparó “las maneras de Dios a las maneras de los terroristas”.[39] Si al “mal absoluto” se le opone el “bien absoluto” los medios del “bien” deberán ser igualmente violentos y crueles que los del “mal”.
Los rezos del presidente y su gabinete en la oficina oval se transmiten por televisión, mientras que la idea de cruzada es ya un ingrediente básico de la política norteamericana. De nada sirven los deslindes de la iglesia presbiteriana a que pertenece Bush, tampoco los llamados al diálogo entre religiones procedentes de teólogos de todas las confesiones. En la realidad precaria del imperio, Dios se vuelve la hipóstasis de la norma, la hueca trascendencia del hombre reducido a función del dinero.[40]¿Sabrá Bush que está jugando con el fuego? ¿Habrá medido los efectos de su política en cientos de millones de musulmanes que viven también en Europa y en EEUU?
Igual que los nazis, los neoconservadores pretenden imponer una cultura, un modo de vida, una visión del mundo. Investidos de la misión de imponer por doquier valores americanos, difunden su evangelio: privatizar el petróleo, el agua, la bioenergía, la cultura, la educación, las carreteras y cuanto más se pueda.
¿Cómo? Generalizando la barbarie mercantil, colonizando hasta el último milímetro del globo, doblegando las industrias nacionales, desviando recursos públicos hacia fines militares… A los vasallos les prometen regalitos y a los desobedientes les arrojan bombas de fragmentación, inútilmente prohibidas por convenciones y tratados que se precian de ignorar.
Hitler hablaba de paz mientras preparaba la guerra. Bush hace lo mismo, empleando los derechos humanos como arma estratégica, mientras procura desconocer los compromisos internacionales que buscan lograr su protección real.
El trato suministrado a los prisioneros talibanes en la base norteamericana de Guantánamo (Cuba) debería de inducir a la reflexión. Este es un verdadero campo de concentración en donde, si bien no existe un plan para la solución final, lo que sí hay es un intento premeditado de aniquilar la personalidad del detenido. La suspensión de todo derecho, incluso del derecho elemental a un juicio “justo”, desemboca aquí en la negación total de los valores universales de Occidente.
Pocos saben que el mismo modelo se extendió ahora a Irak. No lejos del aeropuerto internacional de Bagdad -en un sitio llamado Camp Cropper- se hacinan, bajo el calor infernal, “prisioneros especiales” que, supuestamente, pueden hacer revelaciones importantes. Entre ellos vagan como fantasmas el antiguo secretario de relaciones exteriores, Tariq Aziz y Huda Hammash, conocida como “Sally la Química”, acusada de colaborar en el programa de armas bacteriológicas de Saddam.[41]
Los neoconservadores piensan que el empleo de la coerción física para arrancar información es un mal necesario en un mundo grávido de peligros. Mark Bowden –autor de grandes éxitos editoriales como Killing Pablo y La caída del halcón negro- escribe incluso que la tortura es un arte, “el arte de la interrogación” y, al mismo tiempo, “el arma más vital de la tecnología americana”.[42]
Otros analistas observan que la Casa Blanca está aplicando las mismas estrategias que antes condenaba del Kremlin: una política exterior expansionista, desprecio por la opinión pública, propaganda retórica, manipulación. Nina Khrushcheva, una periodista de The Nation que en su momento dejó la URSS para abrazar la “libertad norteamericana”, señala que como Breznev, Bush emplea palabras claves de manera repetitiva y obsesiva: terrorismo, mal, seguridad nacional, liberación… “Reconozco las diferencias”, añade. “Aquí podemos declarar nuestra inconformidad sin ser enviados al GULAG o al hospital psiquiátrico. Sin embargo, nos infunden el mismo sentimiento de ciega impotencia, de total irrelevancia…[43]
¿Nos encaminamos hacia a nuevas modalidades de totalitarismo? La cuestión se mantiene abierta, pero, un dato me parece incontrovertible: Occidente está pasando por una “gran transformación” análoga a la de los años veinte-treinta del siglo pasado, lo cual abre una nueva época de incertidumbre y desastres.
Hacia un levantamiento mundial contra el imperio
La guerra de Irak y las últimas cumbres internacionales –especialmente la de la OMC en Cancún y la del ALCA en Miami- muestran que las herramientas ideológicas de la globalización están gastadas. El “consenso de Washington” se desmorona, el neoliberalismo ya no funciona, y los globalizadores de ayer son hoy nacionalistas furibundos, implicados en el desencadenamiento de guerras que no saben controlar ni mucho menos parar.
Es de señalar que algunos sectores de la clase dominante y del propio gobierno norteamericano expresan un malestar creciente. Una ex funcionaria del Pentágono, Karen Kwiatkowski, declara que “el asunto Irán-contras es un juego de niños comparado con lo que esta gente está haciendo ahora. Esto es mucho peor. El país está de rehén”.[44] Por su parte, el megaespeculador financiero George Soros proclama en voz alta tener el objetivo sacar a Bush de la presidencia para 2004.[45] Soros compara la ideología de la “supremacía americana” con las burbujas financieras: cuando, después de un auge efímero del mercado, cambia el viento, las consecuencias pueden ser devastadoras. En este caso, añade, es necesario truncar el proceso cuanto antes.[46]
Tales afirmaciones nos recuerdan que los intereses del imperio no necesariamente coinciden con los de los neoconservadores. Aun así, el hecho de que el equipo dirigente del país más poderoso del planeta busque imponer un control total del mundo no es de ninguna manera indiferente.
Este es un proyecto enloquecido, destinado a producir desastres, incluso para quienes lo concibieron, entre otras cosas porque va contra la naturaleza misma del capitalismo, un sistema que no puede admitir por mucho tiempo el prevalecer de coerciones extraeconómicas, es decir políticas y militares.
Reflexionando sobre el fin de otro imperio, el británico, el historiador John Strachey escribió: “en un determinado punto, los imperios parecen agotar sus posibilidades de desarrollo. No siempre caen inmediatamente; de ninguna manera: pueden seguir expandiéndose mediante la conquista de sus vecinos y pueden mantener su poderío militar incluso por siglos. Pero dejan de ser socialmente creadores”.[47]
¿Siglos? A principios del tercer milenio, el tiempo corre rápido; podrían ser décadas o, incluso, años. Como sea, muchos son los indicios que señalan el estancamiento del imperio: las tasas de desempleo más altas desde la Gran Depresión; una deuda interna astronómica aunada a un inmanejable déficit comercial, a severos escándalos financieros, y, más grave todavía, al fin del monopolio del dólar en el comercio internacional.
Existe ahora una enorme brecha estructural -una brecha que no se desvanecerá aun si se recupera la economía- entre el gasto y el ingreso en Estados Unidos. El déficit presupuestal es más grande que el que sufría Argentina en 2000, mientras que el déficit comercial es más grande que el de Indonesia en 1996.[48]
Tampoco funcionan los tan alardeados megaproyectos de control de energéticos (petróleo y gas) en el Cáucaso, que es el principal eje de la penetración imperial en Asia Central. Por último, el fervor militarista parece operar únicamente contra enemigos débiles a los que se les asigna un papel desmesurado como “el eje del mal”. Parece una paradoja pero si Saddam realmente hubiese tenido las famosas “armas de destrucción masiva”, EEUU nunca hubiera invadido.
La imposibilidad de acabar con la resistencia iraquí revela ahora que la doctrina Rumsfeld -la pretendida capacidad de combatir dos guerras al mismo tiempo en dos continentes diferentes, empleando las últimas tecnologías guerreras aunadas al terror psicológico y a tácticas convencionales- no es más que un disparate publicitario.
El momento de la verdad se acerca: el problema es saber cuándo y cómo se derrumbará el imperio y si en su caída no llevará a la humanidad entera a la ruina.
Hoy, estamos viviendo algo muy parecido a lo que Walter Benjamin llamó “momento del peligro”. En esta situación, si bien no faltan elementos para ser radicalmente pesimistas, se abre la oportunidad de impulsar cambios radicales: “un poder ubicuo implica una resistencia ubicua”, escribe John Holloway.[49]
Algunos piensan que el agotamiento de la lógica del dominio surgirá de las propias contradicciones del imperio, tal y como sucedió con el socialismo soviético en los ochenta.
Otros le apuestan a una renovada defensa de la soberanía nacional que interpretan como una barrera contra el neoliberalismo y la voracidad imperial. Aquí es importante observar que la soberanía nacional no es más que el control de los mecanismos de reproducción del capital a partir del Estado-nación. Después del ocaso de las políticas keynesianas, en las últimas décadas, se produjo una transferencia de soberanía hacia agentes externos como las empresas transnacionales y los organismos financieros controlados por el imperio (FMI, Banco Mundial, OMC, etc.).
Contrario a lo que piensan Negri y Hardt, esto no implica que el Estado-nación deje de existir; simplemente significa que sus funciones se van ajustando a las necesidades globales de la valorización capitalista. Las olas privatizadoras excluyen –incluso en Estados Unidos- cantidades crecientes de personas de los derechos más elementales entregándolas al poder arbitrario de la iniciativa privada. Y sin embargo, mientras se cercenan las políticas de educación y salud, se invierte en dispositivos bélicos y en estrategias represivas.
El resultado es que todos los Estados perdieron legitimidad. Por doquier, gobiernos y partidos –incluso de oposición- son objeto de un merecido desprecio, lo cual se resume en el eslogan de los piqueteros argentinos: “que se vayan todos”.
En esta situación, si bien es cierto que los movimientos sociales ejercen presiones en el sentido de preservar la soberanía nacional contra las injerencias del imperio, sus demandas tienen que ver más bien con la defensa de los recursos colectivos, de la naturaleza, de la diversidad y de las necesidades siempre negadas de las mayorías sociales. La soberanía nacional no parece ser un valor o un fin en sí mismo sino, únicamente, un instrumento de resistencia entre otros.
En todas partes, los inmigrantes y los sin papeles reclaman lo evidente: no hay más patria que la humanidad. El internacionalismo siempre fue una peculiaridad de los movimientos contestatarios, pero, mientras el movimiento obrero clásico operó básicamente en contextos nacionales, a partir de las protestas de Seattle (1999), y, aun antes, con la rebelión zapatista de Chiapas, la gran novedad es el surgimiento de una esfera pública mundial de acción y discusión que busca alternativas globales. Ciertamente tales alternativas no están todavía claramente dibujadas, pero lo que sí hay es una suerte de cerco político a los gobiernos que se expresa en una notable capacidad de veto.
Esa necesidad de resistencia se expresa de múltiples maneras. En América Latina, algunos “no” colectivos lograron desarticular la alianza entre capital financiero transnacional, gobiernos regionales y Estados Unidos, infligiendo humillantes derrotas al proyecto imperial del ALCA.
En Ecuador el movimiento indígena tumbó a varios gobiernos. En México los zapatistas no están solos: los ejidatarios de Atenco echaron por atrás la construcción de un aeropuerto mientras que las reformas energética y fiscal -principales proyectos económicos del nuevo régimen foxista- están detenidas. En Argentina los obreros insurrectos autogestionan las fábricas abandonadas por los capitalistas, y en Bolivia la furia popular derrotó varios intentos gubernamentales de privatizar el agua y el gas.
Esas cadenas de “no” van más allá de la simple negación; definen también lo “positivo” de los movimientos, su capacidad de crear sociabilidad alternativa. En Chiapas, en Argentina, en Ecuador, pero también en Francia, en Italia, en la Cabilia Argelina, y en muchos otros lugares del planeta, surgen nuevos sujetos políticos, aparecen nuevos vínculos sociales, nacen monedas y mercados alternativos, se experimentan modalidades inéditas de encuentro fuera de la fragmentación producida por el capitalismo…
Es cierto que en este andar los movimientos “antisistémicos” comparten el camino con fuerzas más bien “sistémicas” que son, al mismo tiempo, “soberanistas” como ATTAC, el “Foro Social Mundial” de Porto Alegre, y algunos partidos de izquierda. Estas fuerzas buscan aglutinar la oposición mundial a la guerra y al neoliberalismo en un “movimiento de movimientos”, síntesis de todos los movimientos anteriores de la vieja y nueva izquierda.[50]
Bajo la bandera de la lucha antiimperialista, algunos llegan hasta vislumbrar la necesidad de una alianza estratégica con movimientos nacional-populistas de abierta vocación racista o fundamentalista, con burguesías nacionales y con cualquier régimen que se sienta amenazado por la hegemonía norteamericana.
¿Es esto una reedición de los Frentes Populares de estaliniana memoria? El peligro existe, pero la gran diferencia es que hoy no hay ninguna supuesta “patria de los trabajadores” que defender. El mundo es otro, y las fuerzas en juego también. “La base de esta participación -escribe Immanuel Wallerstein- es un objetivo común, la lucha en contra de los males sociales que son consecuencia del neoliberalismo y un respeto común por las prioridades inmediatas de cada uno de los otros participantes”.[51]
Lo que se da es una unificación social a partir de la capacidad de intervención en asuntos públicos relevantes a nivel mundial. La clave, me parece, está en el respeto común, algo que nunca se dio en los frentes del pasado. Si bien es cierto que se pueden fraguar alianzas espurias, creo que el tiempo se encargará de separar el trigo de la cizaña.
Tenemos que romper la homología de una lucha por el poder que repite la configuración del poder; el futuro se puede y se debe construir desde ahora, en la sociedad en que vivimos. Si nuestras organizaciones son jerárquicas y autoritarias, la sociedad que emergerá será igual. En cambio, si logramos la participación, la comunicación y la libertad, aquí y ahora, es posible que vayamos a otro lado.
En febrero y marzo de 2003, decenas de millones de personas se movilizaron contra la guerra de Irak inaugurando la era de los levantamientos mundiales. Este hecho sin precedentes refuerza la hipótesis del surgimiento de una fuerza global que tiene la posibilidad de jugar un papel en la redefinición del mundo. Puesto que el imperio borra las fronteras entre guerra militar, guerra económica y guerra social, la lucha por la paz se vuelve, también, lucha social.
Los escépticos señalan que no se logró el objetivo principal: impedir la invasión de Irak. Se les puede contestar que apenas estamos en el comienzo. En los sesenta, las movilizaciones contra la guerra del Vietnam tardaron años antes de cuajar, mientras que ahora empezaron incluso antes de la invasión.
Tal vez sea mérito del movimiento si la popularidad de Estados Unidos está a la baja. Un reciente sondeo revela que el 68 por ciento de los ciudadanos de la Unión Europea desaprueba la invasión de Irak mientras el 59 por ciento considera a Israel la principal amenaza para la paz en el mundo.[52]
Recordemos, asimismo, que en la India la desobediencia civil empleó décadas para derrotar al imperio británico, pero lo logró. De manera natural, el movimiento volvió a descubrir el boicot y la huelga de impuestos, sólo que ahora a nivel internacional. No es este el lugar para intentar un balance de tales experiencias que se llevaron a cabo a nivel mundial en los meses de marzo y abril de 2003. Por lo pronto lo significativo es que hayan tenido lugar.
Habrá que afinar estos y otros mecanismos de protesta. Una advertencia imprescindible: cuidémonos del antiamericanismo primario. Algunas de las manifestaciones más creativas de nuestros movimientos –desde las protestas de Seattle hasta las “cadenas” humanas contra la guerra en San Francisco- surgieron en el corazón mismo del monstruo.
La tarea hoy es inventar nuevos escenarios globales que los ingenieros del Pentágono no sepan enfrentar. Sólo así habremos de convertir la guerra perpetua que impulsan en su peor pesadilla.
Tepoztlán, Morelos, octubre-diciembre de 2003. Agradezco a Patricia Barreto, Andrea Morra, Tito Pulsinelli, Paolo Ranieri y Daniela Rawicz haber leído y comentado el texto.
* Extractos de este texto fueron presentados en el Encuentro en Defensa de la Humanidad, México, D.F., 24 y 25 de octubre de 2003.
[1] “The National Security Strategy for the United States”, The New York Times, 20 de septiembre de 2002.
[2] David Miller, “Eliminating truth”, Znet, 28 de marzo de 2003.
[3] Guy Debord, Commentaires sur la Societé du Spectacle, París, Gallimard, 1992, tesis No. IX.
[4] La Jornada, 17 de abril de 2003.
[5] La verdad fue revelada por la BBC a causa de diferencias entre los mandos británico y norteamericano, Véase: http://news.bbc.co.uk/2/hi/programmes/correspondent/3028585.stm.
[6] Robert Fisk, La Jornada, 13 y 15 de abril de 2003.
[7] Entrevista concedida a Z Magazine. Véase: http://www.zmag.org/Italy/goodman-intervistafisk.htm
[8] Benedict Anderson, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, México, 1997, pp. 249-259.
[9] La Jornada, 16 de abril de 2003.
[10] 397 contra 392 en Vietnam entre 1962 y 1964. Agencia Reuters, 14 de noviembre de 2003.
[11] Jay Shaft, “US Soldiers to America: Bring us home now; we’re dying for oil and corporate greed!'', http://www.scoop.co.nz/mason/stories/HL0310/S00105.htm, Coalition For Free Thought In Media.
[12] Robert Fisk, “Mordaza liberadora a la prensa iraquí”, La Jornada, 11 de junio de 2003.
[13] Naomi Klein, “La ilegalidad de las reformas en Irak. Un país hipotecado para siempre”, La Jornada, 9 de noviembre de 2003.
[14] Citado en: Herbert Docena, “Dying for McDonald's in Iraq”. Véase el sitio: www.zmag.org.
[15] La Jornada, 19 de abril de 2003.
[16] F. Engels, La evolución del socialismo de la utopía a la ciencia, en: Marx-Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1975, pág. 444; Anselm Jappe-Robert Kurz, Les habits neufs de l’Empire. Remarques sur Negri, Hardt et Rufin, Lignes-Editions Léo Scheer, París, 2003, pág. 57.
[17] Herbert Docena, “Dying for Mac Donald’s in Iraq”, Znet, http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=15&ItemID=4382
[18] Christopher Marquis,“Powell Calls for Increased NATO and Un roles in Iraq”, The New York Times, 5 de diciembre de 2003.
[19] La Jornada, 25 de octubre de 2003.
[20] Karl Polany, La gran transformación. Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo, FCE, México, 1992.
[21] Francis Fukuyama, El último hombre y el fin de la historia, Planeta, México, 1992.
[22] Manuel Castells, The Rise of the Network Society, The Information Age: Economy, Society and Culture, Vol. I, Cambridge, MA; Oxford, UK: Blackwell, 1996. Michael Hardt/Antonio Negri, Empire, Harvard University Press, Cambridge, Mass. 2000.
[23] “The National Security Strategy for the United States”, documento citado en la nota 1.
[24] Zbigniew Brzezinski The Grand Chessboard. American Primacy And It's Geostrategic Imperatives, Basic Books, 1997, pág. 40.
[25] Samuel Huntington, “Civilizaciones en conflicto”, Revista Nexos, México, enero de 1997.Véase también: “The Clash of Civilizations?”, Foreign Affairs, verano de 1993.
[26] Immanuel Wallerstein, “¿Qué tan fuerte es la superpotencia?” La Jornada, 19 de noviembre de 1998; “El imperio y los capitalistas”, La Jornada, 1° de junio de 2003.
[27]Los textos de PNAC se pueden leer en: http://www.newamericancentury.org/. Para un análisis crítico, véase: Seymour Harsh, “Selective intelligence, Donald Rumsfeld has his own special sources. Are they reliable?”, The New Yorker, 5 de mayo de 2003; Alfredo Jalife-Rahme , “Bajo la lupa”, La Jornada, 11 de mayo.
[29] Sobre la cuestión del gas, el petróleo y el agua en Medio Oriente, véase los artículos de Alfredo Jalife-Rhame, en La Jornada, en particular los del 22 de junio y 31 de agosto de 2003.
[30] Jim Lobe Watch Woolsey, http://www.ipsnews.net/interna.asp?idnews=17325
[31] Véase el reciente libro de Alberto Asor Rosa, La Guerra. Sulle forme attuali della convivenza umana, Einaudi, Turín, 2003.
[32] Robert D. Kaplan, “Supremacy by stealth”, The Atlantic Monthly , julio-agosto de 2003.
[33] Miguel Concha, “Teología imperial”, La Jornada, 19 de abril de 2003.
[34] Robert D. Kaplan, op. cit..
[35] “Norman Mailer advierte contra Bush”, “Babelia”, suplemento de El País, 26 de abril de 2003; Gore Vidal, “Somos los patriotas”, La Jornada, 28 de mayo de 2003.
[36] Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2003.
[37] Amery, op. cit. pág. 15.
[38] Corriere della Sera, 26 de noviembre de 2003.
[39] Véase la nota de Jim Cason y David Brooks, La Jornada, 24 de febrero de 2002.
[40] Para un análisis del uso de la religión en el pensamiento neoconservador, véase: Franz Hinkelammert, Crítica a la razón utópica, Colección economía-teología, Editorial DEI, Costa Rica, 1990, pp. 33-53.
[41] Gordon Thomas, “La Guantánamo irachena” , Guerre & Pace, octubre-noviembre de 2003. http://www.mercatiesplosivi.com/guerrepace/.
[42] Mak Bowden, “The Dark Art of Interrogation: A Survey of the Landscape of Persuasion”, The Atlantic Monthly, octubre de 03, http://www.theatlantic.com/issues/2003/10/bowden.htm
[43] Nina Khrushcheva, “Brezhnev, Bush and Baghdad”, The Nation, 20 de mayo de 2003. http://www.thenation.com/doc.mhtml?i=20030519&s=khrushcheva
[44] Ritt Goldstein, “Governo di ombre alla Casa Bianca”, Il Manifesto, 16 de octubre de 2003.
[45] “Soros aims to bankroll Bush's defeat in 2004”, cable AFP, 11 de noviembre de 2003.
[46] George Soros “The bubble of American Supremacy”, Atlantic Review, diciembre de 2003, http://www.theatlantic.com/issues/2003/12/soros.htm.
[47] John Strachey, El fin del imperio, Fondo de Cultura Económica, México, 1962, pág. 378.
[48] Declaraciones a La Jornada del economista Doug Henwood, 4 de noviembre de 2003.
[49] John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Universidad Autónoma de Puebla-Revista Herramienta, Buenos Aires, 2002, pág. 120.
[50] ATTAC es el acrónimo de “Asociación por una Tasa sobre las Transacciones Especulativas para Ayudar a los Ciudadanos”, una organización que nació en 1998 por iniciativa de la revista Le Monde Diplomatique. En los días 12-15 de noviembre de 2003, ATTAC organizó en París el II Foro Social Europeo que se destacó por un repliegue de corte socialdemócrata. En alternativa, se organizó en los mismos días un Foro Social Libertario. Véase: http://fsl-sla.eu.org/
[51] Immanuel Wallerstein, “La nuevas rebeliones antisistémicas; ¿un movimiento de movimientos?”, Contrahistorias No. 1, México, D.F., octubre de 2003.
[52] Il Manifesto, 4 de noviembre de 2003.
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