El mejor alcalde y la ficción
14/12/2007
- Opinión
“Sin embargo, nos parece una amenaza difusa, porque lo único que se supo fue que un motociclista le mandó a decir a la directora de la Misión , que no volviera por allá, pero no pasó de ahí”, fueron las palabras del Alcalde de Medellín sobre las denuncias hechas por el Jefe de la Misión de Apoyo al Proceso de Paz en Colombia, Sergio Caramaña, respecto a las amenazas contra una de sus funcionarias, la primera en cuatro años de labores en el país.
Al final de su mandato, estas palabras caracterizan con precisión el gobierno de quien ha sido considerado por diversas entidades y los medios de comunicación como el mejor alcalde del país. “Fue una amenaza difusa...pero no pasó de ahí”, dice Sergio Fajardo. Entonces, ¿qué quería el mejor alcalde? ¿que la amenaza dejara de serlo y fuera un hecho? Supongamos que el mejor alcalde es una buena persona y que en realidad un asunto así no estaría entre sus deseos.
Pero entonces ¿qué explica una afirmación como ésta? El gobierno del mejor alcalde se caracterizó por desestimar cualquier tipo de constreñimiento de los desmovilizados sobre los pobladores más pobres de esta ciudad o sus organizaciones sociales; se distinguió por desestimar cualquier manifestación de violencia bajo el argumento de que todos eran casos aislados.
Ante cualquiera que tuviera el valor civil de denunciar, de sobreponerse al miedo que continúa gobernando esta ciudad, el mejor alcalde o sus funcionarios eligieron por creer más en los antiguos y, posiblemente, activos perpetradores que en las víctimas. Prefirieron regañar a éstas por sus denuncias de presión para marchar en honor a los criminales que sancionar en aquellos la ostentación de su gloria en la plaza pública. “Demuestre que lo que dice es verdad” era, en síntesis, la exigencia del gobierno local a los ciudadanos denunciantes. Lo cual es uno de los tantos absurdos en esta Medellín de ignominias porque ¿acaso no corresponde esa función al Estado?
Pero, no sólo no se le creía a los ciudadanos que han padecido las presiones y hasta la usurpación que quienes ahora resultan ser el ejemplo de mostrar, desmovilizados que no han sabido del honor del guerrero. No se le creía ni siquiera a los organismos de control del Estado comola Defensoría del Pueblo cuando anunciaban situaciones de riesgo. Denuncias como la de víctimas de la comuna 13 sobre inseguridad fueron consideradas por el mejor alcalde, según entrevista publicada por la Agencia de Prensa IPC, como una afirmación errónea, injusta, dañina. Si la denuncia era irrefutable, entonces no era responsabilidad de Medellín, eran factores externos, son problemas ajenos.
El que termina fue el gobierno de los espejismos: el espejismo de la paz, porque los homicidios son menos; el espejismo de la ciudad más educada, porque hay más edificios; el espejismo de la mejor ciudad del mundo, porque tiene pirámides enla Avenida Oriental. Pero, muy pocos se preguntaron ¿por qué hay menos muertos por violencia? De qué paz se habla? Cuándo una ciudad se puede considerar mejor educada? Cuándo una ciudad es mejor?
Los muertos disminuyeron gracias al monopolio de la criminalidad de quien hasta hace poco se consideraba “el patrón”, es decir, Diego Fernando Murillo Bejarano, alias don Berna. Ese monopolio permitió una regulación entre criminales y una gobernabilidad cuya clave era que había “uno” con quién hablar en caso de desorden. Los muertos siguieron disminuyendo (conservando la tendencia desde 1992), pero lo hicieron aún más no por el éxito del proceso de desmovilización o por el poder del mejor alcalde sino como resultado irrefutable de la guerra.
Los muertos han disminuido más desde 2003 porque la intensidad y la crueldad conocida de la violencia paramilitar, la que ayudó a la “recuperación” de la comuna 13 que con tanta convicción han reivindicado el mejor y el nuevo alcalde -olvidando y ofendiendo la dignidad de la decena de desaparecidos que ello costó-, llevó a una internalización del miedo que elimina o aplaza temporalmente la necesidad de una violencia expuesta.
Ha sido suficiente con reforzar ese miedo a través de tratos crueles (ser golpeado con palos, alambres o lazos, o ser encerrado en pozos) y amenazas veladas que se encargan de que el proceso inhibitorio se mantenga dentro del rango que necesita para reproducirse. Ha sido suficiente con recurrir a otras formas de represión manipuladora -ya no aterrorizante-: el desprestigio o difamación, la estigmatización de organizaciones o activistas, la desinformación, el vigilantismo, la difusión de rumores, etc. Ha sido suficiente con las muertes selectivas porque con ellas se mantiene la credibilidad en la capacidad coercitiva de los detentadores y el mantenimiento del orden y el miedo.
Se puede decir entonces que una ciudad con menos muertos no es una ciudad libre de miedo ni más segura, solo una ciudad con menos muertos. No hay seguridad donde no hay libertad, y no hay libertad donde hay miedo.
La ciudad no transitó del miedo a la esperanza, como ha insistido vehementemente el mejor alcalde. La ciudad transitó de la realidad a la ficción gracias a su capacidad de persuasión. Pero, como dice Platón, la persuasión surge de las opiniones y no de la verdad. Esta última tiene una posición absolutamente insegura en el reino de los modernos predicadores, en el mundo de la imagen.
La capacidad de persuasión del mejor alcalde se revela no sólo en hacer creer que Medellín es una ciudad más segura sino también más educada. Pero no porque hayan más escuelas puede decirse que una ciudad ha podido espantar la ignorancia de sus calles. Esta sigue siendo, para nuestro pesar, una sociedad obtusa, seducida por la belleza del mejor alcalde y cegada por pasiones como el odio que obnubilan la capacidad de discernimiento, una sociedad con certezas, pero sin dudas.
En esta ciudad, así como en el país, los esfuerzos son para que la mayoría permanezca inculta y pobre. Pues, como decía Mandeville, “el conocimiento dilata y multiplica los deseos, y cuanto menos deseos tenga un hombre, más fácil es satisfacer sus necesidades”. Que una sociedad no pueda distinguir entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la mentira, es la base de la dominación y el mejor seguro de la riqueza.
El éxito del mejor alcalde, a pesar de sus aduladores, no reside en que después de cuatro años de gestión Medellín sea la mejor ciudad del mundo. Siempre lo ha sido en la imaginación fabuladora tanto de “prestantes y ejemplares ciudadanos” o “gentes de bien” como de criminales y paupérrimos pobladores. El mérito del mejor alcalde ha estado en aprovechar su buen registro mediático para actualizar el mito.
A favor de esa actualización se hicieron esfuerzos como enviar funcionarios ala Delegada para la evaluación de riesgos de la población civil como consecuencia del conflicto armado de la Defensoría del Pueblo, en Bogotá, para evitar que un informe de riesgo sobre la comuna 13 alcanzara el nivel de alerta temprana. Lo que se infiere es que el principio rector de buen gobierno es “ante todo la imagen, porque de ella depende el éxito (de la gestión)”. Y la imagen no se construye sobre la verdad, ésta es su obstáculo. Permitir la declaración de Alerta Temprana del CIAT era, como otras denuncias, un atentado contra la imagen mercadeada de la ciudad para poder atraer el gran capital. Es decir, no importaba entonces que la gente estuviera en situación de riesgo, al fin y al cabo se trataba de ciudadanos pobres o de minorías incómodas.
En la tribuna de los medios el mejor alcalde es uno de los modernos sofistas que abre la puerta para huir de la realidad. Algunos se sienten satisfechos por eso, pero, como dice Hanah Arendt, mientras los antiguos sofistas encuentran satisfacción en “una pasajera victoria del argumento a expensas de la verdad”, los modernos, como el mejor alcalde, “desean una victoria más duradera a expensas de la realidad”. El esfuerzo fundamental de quien considera que la “amenaza difusa” a la funcionaria dela MAPP-OEA “no pasó de ahí” ha sido “hacer encajar la realidad en sus mentiras”.
- Vilma Liliana Franco es socióloga, investigadora del Instituto Popular de Capacitación -IPC
Al final de su mandato, estas palabras caracterizan con precisión el gobierno de quien ha sido considerado por diversas entidades y los medios de comunicación como el mejor alcalde del país. “Fue una amenaza difusa...pero no pasó de ahí”, dice Sergio Fajardo. Entonces, ¿qué quería el mejor alcalde? ¿que la amenaza dejara de serlo y fuera un hecho? Supongamos que el mejor alcalde es una buena persona y que en realidad un asunto así no estaría entre sus deseos.
Pero entonces ¿qué explica una afirmación como ésta? El gobierno del mejor alcalde se caracterizó por desestimar cualquier tipo de constreñimiento de los desmovilizados sobre los pobladores más pobres de esta ciudad o sus organizaciones sociales; se distinguió por desestimar cualquier manifestación de violencia bajo el argumento de que todos eran casos aislados.
Ante cualquiera que tuviera el valor civil de denunciar, de sobreponerse al miedo que continúa gobernando esta ciudad, el mejor alcalde o sus funcionarios eligieron por creer más en los antiguos y, posiblemente, activos perpetradores que en las víctimas. Prefirieron regañar a éstas por sus denuncias de presión para marchar en honor a los criminales que sancionar en aquellos la ostentación de su gloria en la plaza pública. “Demuestre que lo que dice es verdad” era, en síntesis, la exigencia del gobierno local a los ciudadanos denunciantes. Lo cual es uno de los tantos absurdos en esta Medellín de ignominias porque ¿acaso no corresponde esa función al Estado?
Pero, no sólo no se le creía a los ciudadanos que han padecido las presiones y hasta la usurpación que quienes ahora resultan ser el ejemplo de mostrar, desmovilizados que no han sabido del honor del guerrero. No se le creía ni siquiera a los organismos de control del Estado como
El que termina fue el gobierno de los espejismos: el espejismo de la paz, porque los homicidios son menos; el espejismo de la ciudad más educada, porque hay más edificios; el espejismo de la mejor ciudad del mundo, porque tiene pirámides en
Los muertos disminuyeron gracias al monopolio de la criminalidad de quien hasta hace poco se consideraba “el patrón”, es decir, Diego Fernando Murillo Bejarano, alias don Berna. Ese monopolio permitió una regulación entre criminales y una gobernabilidad cuya clave era que había “uno” con quién hablar en caso de desorden. Los muertos siguieron disminuyendo (conservando la tendencia desde 1992), pero lo hicieron aún más no por el éxito del proceso de desmovilización o por el poder del mejor alcalde sino como resultado irrefutable de la guerra.
Los muertos han disminuido más desde 2003 porque la intensidad y la crueldad conocida de la violencia paramilitar, la que ayudó a la “recuperación” de la comuna 13 que con tanta convicción han reivindicado el mejor y el nuevo alcalde -olvidando y ofendiendo la dignidad de la decena de desaparecidos que ello costó-, llevó a una internalización del miedo que elimina o aplaza temporalmente la necesidad de una violencia expuesta.
Ha sido suficiente con reforzar ese miedo a través de tratos crueles (ser golpeado con palos, alambres o lazos, o ser encerrado en pozos) y amenazas veladas que se encargan de que el proceso inhibitorio se mantenga dentro del rango que necesita para reproducirse. Ha sido suficiente con recurrir a otras formas de represión manipuladora -ya no aterrorizante-: el desprestigio o difamación, la estigmatización de organizaciones o activistas, la desinformación, el vigilantismo, la difusión de rumores, etc. Ha sido suficiente con las muertes selectivas porque con ellas se mantiene la credibilidad en la capacidad coercitiva de los detentadores y el mantenimiento del orden y el miedo.
Se puede decir entonces que una ciudad con menos muertos no es una ciudad libre de miedo ni más segura, solo una ciudad con menos muertos. No hay seguridad donde no hay libertad, y no hay libertad donde hay miedo.
La ciudad no transitó del miedo a la esperanza, como ha insistido vehementemente el mejor alcalde. La ciudad transitó de la realidad a la ficción gracias a su capacidad de persuasión. Pero, como dice Platón, la persuasión surge de las opiniones y no de la verdad. Esta última tiene una posición absolutamente insegura en el reino de los modernos predicadores, en el mundo de la imagen.
La capacidad de persuasión del mejor alcalde se revela no sólo en hacer creer que Medellín es una ciudad más segura sino también más educada. Pero no porque hayan más escuelas puede decirse que una ciudad ha podido espantar la ignorancia de sus calles. Esta sigue siendo, para nuestro pesar, una sociedad obtusa, seducida por la belleza del mejor alcalde y cegada por pasiones como el odio que obnubilan la capacidad de discernimiento, una sociedad con certezas, pero sin dudas.
En esta ciudad, así como en el país, los esfuerzos son para que la mayoría permanezca inculta y pobre. Pues, como decía Mandeville, “el conocimiento dilata y multiplica los deseos, y cuanto menos deseos tenga un hombre, más fácil es satisfacer sus necesidades”. Que una sociedad no pueda distinguir entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la mentira, es la base de la dominación y el mejor seguro de la riqueza.
El éxito del mejor alcalde, a pesar de sus aduladores, no reside en que después de cuatro años de gestión Medellín sea la mejor ciudad del mundo. Siempre lo ha sido en la imaginación fabuladora tanto de “prestantes y ejemplares ciudadanos” o “gentes de bien” como de criminales y paupérrimos pobladores. El mérito del mejor alcalde ha estado en aprovechar su buen registro mediático para actualizar el mito.
A favor de esa actualización se hicieron esfuerzos como enviar funcionarios a
En la tribuna de los medios el mejor alcalde es uno de los modernos sofistas que abre la puerta para huir de la realidad. Algunos se sienten satisfechos por eso, pero, como dice Hanah Arendt, mientras los antiguos sofistas encuentran satisfacción en “una pasajera victoria del argumento a expensas de la verdad”, los modernos, como el mejor alcalde, “desean una victoria más duradera a expensas de la realidad”. El esfuerzo fundamental de quien considera que la “amenaza difusa” a la funcionaria de
- Vilma Liliana Franco es socióloga, investigadora del Instituto Popular de Capacitación -IPC
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