Como una Sociedad de Colonización Blanca

09/01/2008
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La historia de América Latina en el siglo diecinueve, caracterizada por la europeización, inmigración y exterminio, sugiere que el continente se puede clasificar perfectamente en la categoría de ‘colonialismo de establecimiento’ (‘settler colonialism’), una noción usualmente utilizada para describir a las colonias de inmigrantes blancos provenientes de imperios europeos distintos a los de España y Portugal.  Mientras los últimos años de imperio y los primeros días de las repúblicas fueron testigos del esfuerzo por incluir a las poblaciones indígenas como ciudadanas, las elites racistas blancas en el siglo posterior a la independencia se esforzaron por importar inmigrantes europeos para prevenir que la población no blanca participara en el poder.  El deseado ‘blanqueamiento’ de la población fue pocas veces exitoso, pero el peso de la inmigración blanca ayudó a crear una sociedad, en el siglo veinte, que ignoró a las poblaciones indígenas - hasta los estallidos populares de los años recientes. 

Términos clave: colonialismo de establecimiento, inmigración, exterminio, racismo, pueblos indígenas, estudios de la negritud (Black studies).


Introducción

El término ‘colonizador blanco’ es una referencia común en los textos históricos de la mayoría de los imperios europeos y es acompañado por un tono distintivo y un tanto peyorativo, excepto en los sitios web de la extrema derecha, donde el colonizador blanco, la raza blanca y la supremacía blanca están perfectamente unidos.  Sin embargo, la población blanca de América Latina no es comúnmente descrita con el término ‘colonizador blanco’, y la expresión nunca es usada por los mismos latinoamericanos.  En efecto, no existe término o frase en español ni en portugués que pueda constituir una traducción adecuada de la expresión en inglés.[1] El término ‘América Latina’ fue a su vez acuñado en la mitad del siglo diecinueve, al momento de la expansión del colonizador blanco.  La ‘Latinité’ o ‘Latinidad’ fue construida por intelectuales franceses e incorporada rápidamente por la elite blanca en América del Sur.  Walter Mignolo, en ‘The Idea of Latin America’, lo percibe como un concepto profundamente reaccionario y colonial que le dio prominencia a la población de descendencia europea o latina mientras que hizo desparecer eficazmente a los indios y negros (Mignolo, 2005: 57-72).  El término firmemente localiza a América Latina en el mundo blanco de Occidente, donde permanece hasta el día de hoy, ignorando la presencia de los pueblos negros e indígenas.  Exitosamente reemplazó los proyectos visionarios y más inclusivos de Simón Bolívar y José Martí, quienes hablaban, respectivamente, de una ‘Confederación de Estados Hispanoamericanos’ y de ‘Nuestra América’ para distinguir al hemisferio sur del hemisferio norte.

Mi propósito aquí es reinsertar a América Latina en el marco de referencia usado para discutir sobre otras experiencias coloniales en los últimos 200 años, período en el cual las similitudes entre el fenómeno global del colonizador blanco son más marcadas.  Mi argumento es que América Latina no debiera ser vista como un continente convenientemente apartado
- como resultado de la larga experiencia de colonización española y portuguesa desde el siglo dieciséis - sino que debiera ser incluido en la historia general de la expansión global de las poblaciones de colonizadores blancos desde distintas partes de Europa en el período más reciente.  En consecuencia, a continuación se analizarán las actitudes del colonizador blanco en un grupo de países latinoamericanos, el actual despertar indígena, y la definición de ‘colonialismo de establecimiento’ (‘settler colonialism’), un concepto ampliamente usado hoy en otros contextos.  Luego vuelvo al siglo diecinueve para examinar la obsesión del colonizador blanco con Europa a expensas de la población local, y el feroz rechazo de parte de los colonizadores de los proyectos reformistas e inclusivos alguna vez impulsados por sus antiguos gobiernos metropolitanos.  También observo la otra cara de la moneda, las políticas indígenas de los sectores radicales en el período posterior a la independencia, la filosofía antirracista de Simón Rodríguez, y los logros en Paraguay de Rodríguez de Francia.  Finalmente, examino la contra revolución del colonizador blanco en el siglo diecinueve y su proyecto de inmigración blanca y exterminio indígena.

Actitudes del colonizador blanco en Venezuela, Chile y Cuba de hoy

Las ideas que informan y sostienen mi argumento sobre los colonizadores blancos me vinieron a la mente mientras trabajaba en la historia de Cuba y en los orígenes de la Revolución Bolivariana en Venezuela (Gott, 2005a, 2005b).  Mientras estaba en Caracas en el año 1999 para preparar un estudio sobre Hugo Chávez, durante su primer año en el poder, se me hizo evidente el violento odio que despertaba dentro de la oposición venezolana, principalmente en la clase media y alta, las cuales son mayoritariamente blancas.  Cuando escribí sobre el carismático coronel en un tono relativamente favorable en el periódico The Guardian, antes del golpe de abril del 2002, recibí una avalancha de correos electrónicos virulentos y hostiles desde Caracas. 

Me pareció en ese momento que el programa inicial reformista de Chávez, tímido y casi en actitud de disculpa por su limitado alcance, no merecía protestas de tal grado de intensidad.  La hostilidad de la oposición iba más allá de lo que podía describirse como conflicto de clase y tampoco parecía tener que ver con la tradicional desconfianza civil o desdén hacia los militares.  Las protestas parecían claramente motivadas por odio de raza
- una hostilidad visceral hacia negros e indios - de tal magnitud como no ha sido públicamente alentado ni permitido en Europa desde 1945.

El presidente Chávez, por supuesto, es un militar con rasgos negros e indígenas
- perceptibles a través de la mayor parte de la historia de Venezuela como rasgos de pardo [una persona de raza mixta].  Se ha convertido en presidente de un país donde figuras políticas y militares de alto rango han sido seleccionadas tradicionalmente de la clase colonizadora blanca, y donde las ganadoras del concurso de belleza ‘Miss Venezuela’ invariablemente vienen del mismo ámbito - a pesar de que menos del veinte por ciento de la población puede ser descrita como ‘blanca’.  Incluso los oficiales del ejército de raza mezclada debían ser blancos.[2] Para muchos venezolanos blancos privilegiados, la presencia física de Chávez en el palacio presidencial (y en la pantalla de televisión) ha sido un recordatorio incómodo de una clase baja de no blancos inmensa y empobrecida - la mayoría de la población - una realidad que muchos de ellos decidió ignorar desde hace tiempo.  El hecho de que Chávez se ha inspirado en las ideas antirracistas del filósofo radical del siglo diecinueve Simón Rodríguez, hizo poco para poner freno al desagrado de sus oponentes.

Mi primera reacción antes el estallido racista en Venezuela fue recordar la comparablemente violenta oposición contra Salvador Allende, de la que fui testigo en Chile hace alrededor de 30 años atrás, a comienzos de la década del 70, aunque no había prestado atención a su tinte racista en aquella época.  El maltrato verbal al que Allende fue sometido por la oligarquía chilena y por periódicos como El Mercurio, me había parecido más comprensible.  Un experimento revolucionario estaba claramente en preparación y las clases privilegiadas estaban en lo correcto al reconocerlo como tal.  En el contexto de una guerra de clase, el civilizado doctor Allende era percibido correctamente como un traidor de clase.  En poco tiempo la violencia verbal se tornó en insurrección contrarrevolucionaria y el delgado barniz de conducta civilizada que había cubierto los conflictos fundamentales dentro de la sociedad chilena durante muchas décadas, fue removido y revelando como un fraude, un fenómeno visible incluso antes de la llegada del General Pinochet en 1973.

Sin embargo, el crimen real e imperdonable de Allende en la opinión de la elite blanca colonizadora, había sido la movilización de los rotos, el nombre condescendiente, semiafectuoso y semiburlesco dado a los pobres del Chile rural y urbano.  Los orígenes indígenas de los rotos eran evidentes para cualquiera que hubiese estado presente en las demostraciones callejeras de la coalición de la Unidad Popular de Allende.  Si hubiesen usado vestimentas indias en lugar de ‘blue jeans’ y poleras, su afinidad con sus vecinos indígenas se habría vuelto aparente de inmediato.  Lo mismo podría haberse dicho con respecto a los ‘cabezas negras’ que surgieron en apoyo de Juan Perón en Argentina.

Cuando llegué a escribir una historia de Cuba y me encontré investigando sobre el tratamiento inicial que la Revolución le dio a la gran población negra en Cuba, quedaba claro que algo similar había ocurrido.  El repentino avance social y político de la población negra después de 1959 había sido motivo de considerable alarma para la elite cubana dominante de colonizadores blancos.  Sus temores racistas, como pronto descubrí al investigar sobre el siglo diecinueve, tenían profundas raíces históricas y ciertamente, constituyeron un factor en su odio hacia Castro.[3]

En suma, mis experiencias personales y mi investigación habían producido tres ejemplos interesantes de protestas recientes de blancos y de manifestaciones de pánico que parecen tener más en común con las actitudes de los colonos blancos en países como Sudáfrica y Australia (en ambos casos Gran Bretaña había tomado el poder al momento en que ocurría la lucha de independencia en América Latina) y Argelia (conquistada por los franceses en 1830), que con la típica descripción de las sociedades latinoamericanas vistas como tolerantes y desprejuiciadas.  Todo esto es lo que me ha llevado aquí a describir a América Latina como una sociedad de ‘colonizadores blancos’.

La Definición de ‘Colonialismo de Establecimiento’

En búsqueda de una aproximación teórica que pudiese avalar mi hipótesis, pronto encontré el concepto de ‘colonialismo de establecimiento’, una noción desarrollada a lo largo de los últimos 30 años en discusiones con respecto al Imperio Británico.[4] Esto se percibe ahora (particularmente en Australia) como referido no sólo al período breve de la conquista histórica y del dominio de los pueblos indígenas, sino que también a la continua y principal característica estructural del antiguo estado colonial.  Esto, argumenta el antropólogo australiano, Patrick Wolfe, es su ‘sostenida tendencia institucional de eliminar a la población indígena’, ya sea físicamente o a través de políticas de asimilación (Wolfe, 1999: 163).

Las características de los estados de colonos blancos de los imperios europeos son generalmente conocidas.[5] El colono buscó expropiar la tierra y desalojar o exterminar a la población existente; buscó asegurarse un nivel de vida europeo, para justificar o hacer sentido de su migración global y trató a los pueblos indígenas con un prejuicio extremo, estableciendo leyes para asegurar que aquellos que sobrevivieran a las guerras de exterminio, permanecieran mayoritariamente sin derechos, como ciudadanos de segunda o tercera clase.

América Latina comparte estas características y claramente cae bajo la categoría de ‘colonialismo de establecimiento’, aunque los poderes coloniales ya no estén presentes, habiendo sido expulsados a lo largo del siglo diecinueve.  Para tomar en cuenta esta peculiaridad, Aníbal Quijano, el sociólogo peruano, ha desarrollado el útil concepto de ‘colonialidad’, según el cual las sociedades retienen o asumen las características del colonialismo, incluso cuando han llegado a ser nominalmente independientes (Quijano, 2001).

América Latina (y por supuesto el Caribe) tiene una característica adicional que no comparte con las colonias de Europa en otros lugares
- el legado de una clase esclava no indígena.  La esclavitud había sido abolida en la mayor parte del mundo en la década de 1830, pero la práctica continuó en partes de América Latina (y de EEUU) por varias décadas (y en el caso de Cuba y Brasil hasta la década de 1880).  Los colonos blancos de América Latina fueron los únicos en oprimir a dos grupos diferentes dentro del territorio: tomaron la tierra de los pueblos indígenas y se apropiaron de la mano de obra de los esclavos negros que ellos habían importado.

El levantamiento indígena actual y la herencia del odio de raza

Rasgos reconocibles de todo estado ‘colonial de establecimiento’ son el miedo racista y el odio arraigados del colono, siempre inquieto por la presencia continua de la clase marginal expropiada.  Esto está incorporado a la historia de los estados coloniales europeos en África como también a la de las colonias antípodas de Australia y Nueva Zelanda.  Sin embargo, el odio de raza de los colonos ha jugado un papel menor en nuestra comprensión tradicional del drama de la historia y de la sociedad contemporánea de América Latina.  Generalmente es minimizado o ignorado
- como también ocurre en EEUU - e incluso políticos e historiadores de izquierda han preferido discutir el tema de clase en vez de el de raza.

Hoy en día, cuando los pueblos indígenas de América Latina empiezan a tensar sus músculos y cuando los colonos blancos se acuerdan de la existencia del hecho inquietante de que aún comparten el continente con millones de indígenas y negros, es el momento para considerar estos puntos de comparación más amplios.  Este paralelo inexplorado se me hizo evidente justo cuando las organizaciones indígenas, notablemente en los países andinos, se estaban tornando más activas y políticamente significativas.  Los temores ancestrales de los colonos estaban siendo removidos por una amenaza concreta. 

Las protestas indígenas que se han destacado en Bolivia y Ecuador y en menor medida en Perú, representan un cambio radical en la política de América Latina.  Conflictos con respecto a derechos de tierra, contratos de aguas, privatizaciones y más recientemente petróleo y gas natural, han llevado a cientos de miles de personas, mayoritariamente indígenas, hacia una confrontación con el antiguo estado del colono blanco.  Su proyecto, ha recibido particular atención con el triunfo electoral de Evo Morales en 2006, el presidente indígena de Bolivia, que ha argumento con vehemencia que lo que subyace tras las protestas, es el tema del racismo.  ‘Esto, es una confrontación entre ricos y pobres’, le dijo a un entrevistador en marzo del 2005, ‘pero también es un conflicto social’ y apuntó a las imágenes de antiguos políticos en las paredes del edificio del Congreso en Sucre, fotografiados a lo largo de los últimos cien años.  ‘Mírelos’, dijo, ‘casi todas esas personas son blancas.  Odian el hecho de que soy un indio.  Odian el hecho de que estemos aquí’.[6]

Las exitosas protestas indígenas en los países andinos han sido acompañadas por la menos celebrada resistencia, hasta ahora sólo verbal, de las elites blancas, alarmadas por el desafío a su posición históricamente dominante.  Mario Vargas Llosa, el novelista peruano (ahora español) ha acusado a los movimientos indígenas de generar ‘desorden social y político’ y se ha hecho eco del llamado de los intelectuales racistas del siglo diecinueve como el Coronel Sarmiento de Argentina, quien advirtió de una opción entre ‘civilización y barbarie’.[7] Mientras tanto, en el área de Santa Cruz, en el este de Bolivia, los colonos blancos, prósperos y abiertamente racistas, se inquietado por la posibilidad de un dominio indio a través de Evo Morales y la posible pérdida de su posición privilegiada como productores de petróleo y gas.  Ha habido mucha discusión sobre la autonomía e incluso sobre la independencia. 

En términos generales, la discusión con respecto al racismo inherente de los colonos blancos de América Latina ha cambiado considerablemente en el último medio siglo.  Cuando fui a vivir a Chile en la década de los 60, hace unos 40 años atrás, los indios estaban notoriamente ausentes y la palabra era muchas veces usada como término de abuso.  ‘¿Me tomas por un indio?’ dijo mi casero cuando cuestioné el precio de arriendo, sugiriendo que yo pensaba que él era un ignorante bueno para nada.  Chile, por su lado, y Argentina en la vecindad, se percibían como países ‘blancos’, distintos de los países de más al norte en Los Andes, indeleblemente marcado por la mancha india.  En efecto, el odio de raza chileno hacia los indios se ilustró bien durante el golpe de estado de Pinochet de 1973, cuando exiliados bolivianos en Santiago fueron identificados para darles un trato especialmente despiadado.

Un racismo manifiesto es aún generalizado hoy en día, pero está probando ser más difícil de sostener.  Los indios
- a los que ahora se les llama más apropiadamente como ‘pueblos indígenas’ - se han convertido en importantes actores políticos, no sólo en los países andinos donde conforman una clara mayoría, sino que en otros lugares en el continente donde su presencia no puede seguir siendo ignorada.  Como resultado directo, un gran incremento en el interés político y académico sobre la historia de los movimientos indígenas ha comenzado a cambiar nuestra heredada visión del continente.[8]

Al mismo tiempo, una atención mayor se ha prestado al tema de la esclavitud y a la historia de las poblaciones negras de América Latina y del Caribe, aunque los americanos afro-latinos aún están un tanto atrasados con respecto a los indios en términos de organización política (Andrews, 2004).  El renovado interés en el tema de la esclavitud y en las rebeliones de los negros libres, es parcialmente impulsado por el gran incremento en el financiamiento de ‘Estudio de la Negritud’ (‘Black Studies’) en las universidades de EEUU y me impresionó cuando estaba investigando sobre la historia de Cuba, el descubrir cuánto trabajo había sido dedicado para rescatar la historia de la Cuba negra, tanto en EEUU como en Cuba misma (Kutzinski, 1993; Helg, 1995; Moore, 1997; Casanovas, 1998; Howard, 1998; Ferrer, 1999).

En efecto, cuando primero consideré mi tema, llegué a desear que más tiempo y esfuerzo hubiesen sido invertidos en ’estudios sobre los blancos’ (‘White Studies’).  Miles de horas de investigación son dedicadas a los negros, indios y mestizos, pero relativamente pocos estudios académicos a los blancos (para excepciones, ver a Bonnett, 2004; Lambert, 2005; Nuttall, 2006).  Poca atención ha sido focalizada en la lucha prolongada del colonizador blanco para mantener su control político sobre sociedades en las que ellos fueron dramáticamente superados en número.  Historias de grupos individuales de colonos, por supuesto, son comunes, como también lo son los relatos de sus luchas con la población indígena y con el medio
- se han llevado a cabo investigaciones en relación a los galeses en Argentina, los alemanes en Chile y Brasil y los irlandeses en cualquier lugar en los que aparecen.  Sin embargo, estudios más amplios del impacto del ‘colonialismo de establecimiento’ en los siglos diecinueve y veinte, concepto que es una parte tan conocida de la historia de África y Australia, y por supuesto de EEUU - comúnmente percibida como una historia de genocidio y esclavitud - se han mantenido lejos de América Latina.  Un libro reciente sobre colonialismo de establecimiento ignora a América Latina por completo (Elkins y Pederson, 2005).

La obsesión del colonizador blanco por Europa y su miedo a la clase baja


América Latina se caracterizó después de la independencia por la obsesión de las elites colonizadoras blancas por todas las cosas europeas, generalmente percibida como una tradición de liberalismo progresista.  Sin embargo, para la mayoría de la población, la independencia era una ilusión.  Eran excluidos del proyecto de construcción de la nación.  Aline Helg ha escrito sobre ‘las elites [que] visitaban Europa y EEUU en busca de modelos, generalmente ignorando a sus propios países más allá de las capitales.  Como resultado, se identificaban más cercanamente con los europeos que con sus propios compatriotas’ (Helg, 1990:37).  Junto con esta ideología liberal importada vinieron las ideas racistas comunes entre los colonos en otros lugares dentro del mundo colonial europeo.  La visión racista de estas elites euro-céntricas en América Latina llevó a la reducción de categoría y al no reconocimiento de la población negra y en muchos países, a la exterminación física de los pueblos indígenas.  En su lugar llegaron millones de colonos nuevos desde Europa, muchos de los cuales llegaron para ocupar los territorios de las fronteras desde donde los nativos habían sido eliminados.  Otros permanecieron en las ciudades para reforzar la cultura del colonizador blanco ya establecida.

Alistair Hennessy fue uno de los primeros en explorar
- hace unos 30 años atrás - el esparcimiento de ideas racistas en América Latina en el siglo diecinueve.  Explicó cómo los europeos (especialmente aquellos del norte de Europa) llegaron ‘a ser vistos como una parte clave para el desarrollo económico, a través de su superioridad racial y por su educación y destrezas.  Contribuirían a emblanquecer a poblaciones que eran consideradas como incurablemente corrompidas por el mestizaje, como también para hacerle contrapeso a los grupos indios y negros’ (Henessy, 1978).  La incorporación de ideas racistas desde Europa más adelante en el siglo, sirvió para justificar el incremento en la inmigración y el fomento de más guerras de exterminio.[9]

Este ardiente deseo por copiar a los europeos e ignorar a las personas locales, fue la tragedia identificada por Simón Bolívar y su tutor y amigo Simón Rodríguez.  Ambos hacían un llamado a los latinoamericanos a buscar sus propios modelos de gobierno y abstenerse de copiar ciegamente los ejemplos de Europa y Norteamérica.[10]
Bolívar fue un opositor temprano a la inmigración europea, como lo fue Rodríguez, quizás la figura más iluminada de su época, con ideas que estaban adelantadas a su tiempo en cien años (Millar, 2006).  Aunque la ideología del colonizador blanco ha prevalecido en América Latina a lo largo de los últimos dos siglos, ha habido una tradición de discrepancia.  Algunos miembros de la elite blanca, notablemente al momento mismo de la independencia, buscaron una definición de nación más amplia e inclusiva.

Simón Rodríguez y la tradición blanca de antirracismo

Simón Rodríguez era un profesor inspirado que se llamó a sí mismo Samuel Robinson, como tributo a Daniel Defoe y a Jean Jacques Rousseau, quien había sugerido (en ‘Emile’) que los niños debían ser estimulados a leer el ‘Robinson Crusoe’ de Defoe como una herramienta educacional
- aprendiendo a través de la acción.  Rodríguez ha recibido poca atención en el mundo anglosajón.  No obstante, en el curso de una larga vida (nació en Venezuela en 1769 y murió en Perú en 1852, a los 83 años de edad) registró por escrito las ideas avanzadas sobre la sociedad y la educación que compartía con su cercano amigo Bolívar.  En particular, definió el plan visionario que había tratado de implementar cuando trabajó como el primer ministro de educación de Bolivia en 1820:

Mi proyecto en esa época era un esquema bien planificado, diseñado para colonizar América con sus propios habitantes.  Quería evitar lo que temía podía eventualmente ocurrir un día; es decir, la súbita invasión de inmigrantes europeos con más conocimiento que nuestra propia gente; esto terminaría en una nueva esclavitud y en ser sometidos a una tiranía peor que la de antiguo sistema español.  Quería rehabilitar a la raza indígena y prevenir que fuera completamente exterminada.[11]


Rodríguez había sido nombrado por Bolívar para organizar el sistema de educación en Bolivia recién independizada en 1825 y estableció un colegio técnico en Chuquisaca, o Sucre, para niños del área, tanto indios como blancos.  ‘Antes de ocuparse de los asirios y de los egipcios’, escribió, ‘deberíamos preocuparnos de nosotros mismos, de los americanos’.  Una revisión de los indios, de cómo vivían, de su trabajo, sus enfermedades y sus remedios
- dijo - sería una tarea más importante que estudiar matemáticas o latín.  Su proyecto pronto se hundió en la ciega oposición de la prejuiciosa elite local, quienes consideraban que sus hijos estaban siendo educados en la compañía de ‘prostitutas y ladrones’.  Las prostitutas y los ladrones en mi colegio, dijo Rodríguez, ‘eran los hijos de los verdaderos dueños de este país, los cholitos y cholitas que solían correr por la calle’ (Rodríguez, 1999). 

Fue acosado de tal manera que dejó Bolivia y trabajó durante los próximos 25 años como profesor itinerante en Chile, Perú y Ecuador, tratando de mantener viva la memoria revolucionaria de Bolívar y su proyecto inclusivo.  Todo lo que más temía eventualmente ocurriría.  Los colonizadores blancos eventualmente obtendrían el triunfo, trayendo inmigrantes desde Europa y masacrando a los pueblos indígenas que Rodríguez había buscado defender. 

La colonia blanca en la independencia

Los blancos en los primeros años del siglo diecinueve tenían una presencia relativamente pequeña en América Latina.  Como máximo eran cinco millones, aunque las estadísticas son inevitablemente suposiciones.[12] Las antiguas colonias británicas en Norteamérica, en un área mucho menor, tenían alrededor de la mitad de ese número.  Los colonos eran, por lo tanto, una pequeña minoría, aferrándose a la costa o resistiendo en asentamientos urbanos seguros en el interior.  Se aferraban con las yemas de sus dedos muy concientes de su precaria situación.  Vivían con el temor permanente de levantamientos sociales y raciales.  A lo largo de los dos siglos anteriores, habían sido incapaces de avanzar hacia las grandes extensiones del continente.

Gran parte del territorio permanecía sin intervención de la expansión europea.  En Argentina, los colonos vivían en el valle del Río de la Plata y a lo largo de los caminos hacia Potosí y Mendoza, pero las vastas pampas al sur de Buenos Aires
- todas las regiones del sur del país - eran territorio indio, como lo era el desierto del Chaco en el extremo norte.  En Chile, el asentamiento europeo sólo se extendía hacia el norte hasta la gran ciudad del cobre de Copiapó, con focos aislados de europeos en el sur, en Valdivia y en la isla de Chiloé.  Los no conquistados araucanos ocupaban las tierras al sur del Bío Bío.  En Brasil, los colonos ocupaban la costa y el borde de los ríos que corrían a través del interior, pero el centro vasto del país permanecía sin ocupar y apenas explorado.  En Venezuela, los colonos vivían a lo largo de la costa y en los caminos que llevaban hacia Los Andes, pero pocos, aparte de los misioneros, habían penetrado en los llanos o hacia el territorio del Orinoco.

Nadie sabía cuántos indios vivían en las tierras que no habían sido ocupadas, pero se pensaba que mucho de ese territorio estaba vacío
- una terra nullius o tierra vacía, como a los australianos les gustaba describir su extenso continente (Lindqvist, 2007).  Incluso tan tarde como en la década del 70 los militares brasileños defendían su avance hacia el territorio indio del Amazonas con el lema ‘una tierra sin gente para una gente sin tierra’, una frase familiar de los colonizadores usada anteriormente por los sionistas de Palestina cuando obtuvieron las granjas y huertos de los árabes locales.

Sin embargo, el interior no estaba para nada vacío.  Los blancos podían soñar que vivían en una tierra vacía, pero ellos sabían que no estaban solos, siendo ampliamente superados en número por los no blancos, de distintas tonos y colores.  América Latina al momento de la independencia tenía millones de indios y era también un continente de negros, tanto esclavizados como libres
- más del 50 por ciento de la población de Cuba, Venezuela, y Brasil era negra.[13] Los colonos blancos estaban asustados por la soledad y su objetivo durante gran parte del período de la independencia, y extendiéndose hacia el siglo veinte, era mitigar los miedos poblando esta tierra hostil con inmigrantes europeos.  Su propósito era tratar de ‘blanquear’ la gran población de negra y mixta entre la que vivían.  Rondando, incluso en los estados lejos del Caribe, estaba el ejemplo de las rebeliones de esclavos ocurridas en Haití en los años posteriores a 1791, con su amenaza implícita de que otras repúblicas negras o indias podrían emerger.

Los proyectos reformistas de los gobiernos coloniales

Los colonos en las fronteras del proyecto de colonización, han resultado ser en todas partes los más violentos y los más racistas, un fenómeno que puede ser observado desde Sudáfrica, hasta Australia e Israel, incluyendo a EEUU y la propia América Latina.  Sin embargo, aquellos más alejados, especialmente aquellos en la metrópolis colonial
- en Londres, París, Berlín, Madrid o Lisboa - generalmente buscaron defender a los pueblos nativos de las imposiciones de los colonos o mitigar los efectos de su severo trato.  Puede que lo hayan hecho de manera débil, inadecuada y muchas veces distraídamente, pero buscaban la supervivencia en vez del exterminio.  Esto era también verdad de los monarcas en España y Portugal en los años finales de la era colonial, a fines del siglo dieciocho.  Estaban más atentos a las necesidades de los pueblos indígenas que los colonos en las fronteras del asentamiento.  A pesar de todo lo que había ocurrido en los primeros siglos de la conquista, un cambio considerable había tenido lugar hacia el final del siglo dieciocho. 

Portugal, en particular, era el pionero en la presentación de una actitud positiva hacia los indios en Brasil.  Percibiendo que los blancos eran una pequeña minoría y que el país necesitaba pobladores, el monarca portugués no aumentó la migración sino que dio instrucciones para que los colonos de la frontera del Amazonas se casaran con mujeres indias.  En un ejemplo temprano de discriminación positiva, un edicto real de mayo de 1755, decretó el fin del prejuicio de raza en contra de los indios.[14] El edicto también declaraba que los niños y descendientes de los matrimonios mixtos ‘no van a sufrir ningún tipo de infamia, sino que van a ser mejor vistos en los ojos de la realeza.  Van a ser preferidos… para puestos y profesiones… y serán candidatos a cualquier empleo, honor o dignidad’ (Hemming, 1987:2).

Todo esto, por supuesto, era demasiado bueno para ser cierto.  Los colonos blancos en Brasil rechazaron las reformas y nunca se pusieron en práctica.  No obstante, abogar por el mestizaje en vez del exterminio era notablemente más progresivo que las políticas que iban a emerger en la América Latina independiente en el curso del siglo siguiente.

Los gobernantes españoles en los últimos años del Imperio fueron igualmente directos, tratando de extender una cierta cantidad de derechos sociales a los pardos de raza mixta, quienes en algunos países conformaban una mayoría.  En 1801, en el despertar de la Revolución Francesa, el gobierno de Madrid emitió decretos que permitieron a las razas subordinadas comprar subsidios de nobleza.  Este programa de reforma liberal continuó durante la primera década del siglo diecinueve.  Luego de la caída de la monarquía española en 1808, las Cortes de Cádiz ampliaron aun más la esfera de la libertad india en 1812.  Todos los súbditos del Imperio Español en el extranjero, fueron definidos como iguales y el impuesto específico aplicado a los indios fue abolido.[15] Una nueva constitución declaró a ‘la nación española’ como ‘la unión de todos los españoles de ambos hemisferios’
- y los ‘españoles’ fueron definidos en términos que permitieran incluir a indios, mestizos, pardos y negros libres, así como blancos.  Sólo los esclavos fueron excluidos[16] (Elliot, 2006: 384).

El rechazo por parte del colono blanco de las políticas reformistas

Los proyectos reformistas impulsados en Madrid y Lisboa en los años del ocaso de las monarquías, en general nunca llegaron a ver la luz, sofocados por la reacción del colono blanco.  En Venezuela, con un asentimiento a lo que ocurriría después de la independencia, los colonos rechazaron el mensaje progresivo desde Madrid que había buscado mejorar las condiciones de los pardos.  Los líderes de los colonos, agrupados en el cabildo de Caracas, protestaron [en 1796] en contra de la venta de títulos de nobleza a los negros, denunciando la amenaza de ‘una clase que era inferior por orden del Autor de la Naturaleza’ (Marsland y Marslands, 1954: 81).[17] Temiendo los levantamientos, la espléndida nueva constitución española de 1812 fue abandonada cuando Fernando VII regresó al poder en Madrid en mayo de 1814 y los esfuerzos de la monarquía española en representación de los indios sufrieron la misma mala suerte, siendo saboteados por los colonos blancos en la frontera del Amazonas.[18]

El régimen imperial ya estaba sucumbiendo a las presiones de los colonos y esto se hizo más marcado cuando el Príncipe Regente se trasladó a Brasil en 1808.  Los colonos en la frontera, le dijeron simplemente que ‘la violencia es el medio más eficaz para hacer que estas tierras, atacadas por estos bárbaros, estén tranquilas y nuevamente adecuadas para establecer asentamientos’ y una guerra ‘ofensiva’ fue proclamada en contra de los indios, en mayo de 1808 (Harvey, 2000: 74).  Se les ordenó a los gobernadores locales desplegar tropas en contra de los Botocudos y esclavizar a todos a quienes capturaran (Hemming, 1987).  El edicto fue dirigido hacia las tierras costeras entre Bahía y Río, pero esto pronto llevó a que se declarara una guerra a muerte en contra de todos los indios, algunos en lugares tan lejanos como en el Amazonas.  Esto no fue revocado hasta 1831.

La política indígena de los radicales de la post-independencia, y el logro de Rodríguez de Francia en Paraguay

Por un breve momento en la historia de América Latina, durante las revueltas anticoloniales de los primeros años del siglo diecinueve, los sentimientos amistosos hacia la población india una vez expresados en Lisboa y Madrid, fueron imitados por la primera generación de revolucionarios radicales.  Voces progresistas asumieron la causa india.  La primera junta revolucionaria en Buenos Aires en 1810 declaró que los indios y españoles ‘son iguales y siempre debieran serlo’.  El pasado indio fue celebrado como la herencia común de todos los americanos y los niños cantaban vestidos como indios en los festivales de Buenos Aires en 1812.  Los primeros morteros de trinchera fundidos en la ciudad fueron bautizados en honor de ‘Tupac Amaru’ y de ‘Mangoré’, el líder de la resistencia de los Timbres de Santa Fe en la década de 1520 (Halperín Donghi, 2002: 60).

En Cuba, al mismo tiempo, los primeros movimientos de independencia recordaron el nombre de Hatuey, el cacique del siglo dieciséis, y crearon una bandera que tenía la imagen de una mujer india envuelta en una hoja de tabaco.  En Chile, los partidarios de la independencia evocaron a los rebeldes araucanos de siglos pasados y usaron símbolos de Arauco en sus banderas.

En Argentina, se les permitió a los indios unirse a los regimientos blancos, el impuesto tributo aplicado a los indios fue abolido en 1811 y también lo fue el sistema de encomienda y la tradición de servidumbre india (Lynch, 1986: 84).  La constitución de 1819 aseguró a los indios la libertad civil completa y la igualdad. 

La independencia de Brasil en 1822 trajo un despliegue similar de interés en todas las cosas relacionadas con los indios.  La elite blanca disfrutó demostrando que tenía sangre india e incluso fue sugerido que Tupi, la lengua india más ampliamente hablada, podría reemplazar al portugués como lengua oficial (Skidmore, 1993: 6-7).

Simón Bolívar también se mostraba favorable hacia los indios, condenando en su discurso en el congreso de Angostura en 1819 que ‘la mayor parte de los indios nativos había sido aniquilada en Venezuela’ (Bolívar, 1951: 181).  A medida que avanzó por la cordillera de Los Andes, a través de lo que es hoy en día Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, reconoció la importancia de los indios.  Estos fueron declarados ciudadanos libres en Colombia en 1821 y liberados de su obligación de pagar impuesto (Lynch, 2006: 148).  Cuando llegó a Cuzco en junio de 1825, describió cómo ‘los pobres indios están verdaderamente en un estado de lamentable depresión.  Pretendo ayudarlos en todo lo que pueda, primero como un gesto de humanidad, segundo porque es su derecho y finalmente porque hacer el bien no cuesta nada y vale mucho’.[19] Bolívar estaba conciente de la tradición histórica y le escribió a Sucre diciéndole cómo celebraría las victorias en el Alto Perú con una gran ceremonia que ‘honraría al… vengador de los Incas’.[20]

John Lynch y otros han argumentado que el resultado de la solicitud de Bolívar no fue de mucha ayuda para los indios de Perú.  Se les dio tierra, pero sin tener capital terminaron con deudas.  Sin embargo, cualesquiera que hayan sido los errores cometidos, era mejor ofrecerle tierra a los indios que embarcarse en guerras de exterminio, la tarea auto-impuesta de la próxima generación de líderes de la post-independencia.

El más extraordinario intento de crear un país indígena independiente en América Latina en los primeros años de la independencia fue el del siempre controvertido Dr.  José Gaspar Rodríguez de Francia, algunas veces llamado ‘el Robespierre de Paraguay’.  El congreso electo que convocó a Asunción en 1813, definió el voto como ‘el uso y ejercicio de los derechos libres y naturales inherentes a todos los ciudadanos, independiente de su estado, clase o condición’ y mil delegados llegaron desde las áreas más remotas del país.

El congreso fue un asunto inusualmente democrático, consistiendo en ‘mil diputados de aldeas, pueblos, distritos y departamentos en proporción al número de habitantes’.  El gobierno, dio instrucciones de que los diputados deberían ser elegidos por medio de ‘elecciones libres y populares que serían llevadas a cabo en cada uno de los lugares nombrados, por todos o la mayoría, de sus respectivos habitantes… Todos los hombres casados, así como también los solteros mayores de 23 años, sin distinción de propiedad o de alfabetización, eran llamados para votar’.  Francia trató de apelar a la gente en las áreas rurales, trayendo agricultores y pequeños hacendados, como también campesinos y peones a discutir el futuro del país (White, 1978: 50).

La entrega de derechos a los indios fue prontamente seguida del retiro de los derechos de los colonos españoles, de aquellos ya establecidos y de aquellos que habían venido como refugiados desde las provincias del Río de la Plata.  Se hicieron esfuerzos para expulsar a aquellos que aún retenían la ciudadanía española y cuando éstos fallaron se les sometió a duros impuestos.[21] El golpe final fue un edicto (en julio de 1814) que prohibió a los españoles casarse con cualquier otra mujer que no fuera indígena, de raza mixta o negra.  Se intentaba abiertamente ‘establecer el mestizaje de la raza’ (White, 1978: 62-63).

Confinado a su territorio sin salida al mar en el corazón de América Latina, el extraordinario proyecto del Dr.  Francia perduró por casi 60 años, hasta que la gente de Paraguay, mayoritariamente india y en dominio del idioma guaraní, fue diseminada y derrotada en 1870, al final de la terrible Guerra de la Triple Alianza, por los ejércitos de Brasil mayoritariamente negros.

La posición de los negros en la independencia

Incluso de parte de revolucionarios como Bolívar y otros, quienes apoyaban los derechos de los indios, había una cierta ceguera hacia los negros durante el período inmediatamente posterior a la independencia, a pesar del hecho de que la mitad del ‘Ejército de Los Andes’ de San Martín era negro (Helg, 2003).  Los esclavos permanecieron y los negros liberados y los pardos no fueron tratados tan bien como los indios.

Los pardos presentaban un problema particular, porque habían avanzado socialmente durante los últimos años del imperio español y habrían sido beneficiarios de la constitución redactada en Sevilla en 1812.  Algunos prefirieron apoyar a España, otros se unieron a las fuerzas de la independencia.  Sus lealtades eran inciertas.

Después de la Independencia, a los pardos les fue bien en los ejércitos de las nuevas repúblicas y proporcionaban seguridad legal, porque las leyes reconocían sólo a un tipo de ciudadano.  No obstante, se les negó el voto efectivo, ya que el derecho a sufragio era otorgado sólo a los dueños de propiedad (Lynch, 2006: 149).

La contra-revolución de la post-independencia y el proyecto de inmigración blanca y exterminio indígena

Muchos radicales al momento de la independencia tenían una agenda inclusiva que buscaba incorporar a la mayoría india (si no a los negros) a la sociedad colonial.  Sin embargo, casi inmediatamente este tono de radicalismo desaparece de todo registro.  Un salto inexplicable ocurre desde los líderes políticos que buscaban ser amigables hacia los pueblos indígenas hacia aquellos que querían exterminarlos, un cambio extraordinario al que generalmente los historiadores no le dan importancia.

La contra-revolución en Argentina empezó en la década de 1820 con Bernardino Rivadavia (generalmente considerado como un hombre de color).  Introdujo leyes de tránsito para los pobres rurales (en 1822), obligándolos a llevar consigo tarjetas de identidad y certificados de empleo.[22] Rivadavia no tenía tiempo para los pobres ni para los indios y creía que la supervivencia de Argentina en la post-independencia dependía del reclutamiento de una generación fresca de colonos blancos venidos desde Europa.  Dio órdenes para que Buenos Aires fuera rediseñada como una capital europea.  Estableció una Comisión de Inmigración y le dio la bienvenida a varios cientos de trabajadores británicos quienes fueron embarcados hacia el Río de la Plata (Lynch, 1973: 78).  Chile pronto siguió el ejemplo, y una ley de 1824 alentó a inmigrantes europeos a establecer talleres en centros urbanos o a asentarse en el sur en la frontera araucana
- percibida como escasamente poblada.  Los primeros colonos vinieron de Gran Bretaña, Suiza y los estados alemanes. 

Miles de colonos dejaron Gran Bretaña en este período para encontrar una nueva vida en el Imperio.  Todos se trasladaron a áreas donde los habitantes nativos estaban ya bajo amenaza.  El gobierno británico financió el despacho de 5000 colonos a Sudáfrica en 1820, para crear una barrera en contra de los africanos en la disputada frontera del este de su nueva colonia en el Cabo.  Oleadas frescas de colonos llegaron a Australia en la misma década y escuadrones de la muerte fueron organizados en 1826 para despejar a los aborígenes del territorio en Nueva Gales del Sur. 

Cuba era todavía una colonia, pero avalaba la necesidad de inmigración nueva incluso antes que Argentina.  Una Junta de Inmigración Blanca fue establecida en 1817 y a los nuevos inmigrantes se les proporcionaron subsidios de tierra y liberación de impuestos.[23] Más tarde, en la década de 1830, un grupo de intelectuales liberales pero racistas, liderados por José Antonio Saco, previendo el fin del comercio de esclavos, hizo campaña a favor de la inmigración del norte de Europa.  Querían que vinieran a Cuba lo que describían como ‘seres superiores’, definidos como germanos y sajones.  Hacían eco al temor generalizado de que el fin de la esclavitud podría llevar a los negros en Haití y Jamaica a hacer causa común con los negros de Cuba.

Muchos de los primeros proyectos de inmigración para América Latina colapsaron.  Las primeras campañas auspiciadas por el gobierno para traer europeos a Brasil fueron fracasos, como lo fue el que experimentó Rivadavia con los trabajadores británicos.  Pero la búsqueda de inmigrantes blancos continuó a lo largo de la década de 1830.  Perú, Venezuela y Colombia estuvieron entre varios estados que comenzaron a proporcionar subvenciones a los inmigrantes en esa década con fondos de viajes y liberación de impuestos (Andrews, 2004: 136).  Sin embargo, a pesar de estos incentivos, la mayoría de los inmigrantes europeos prefirió EEUU por sobre América Latina.  Sólo después de que la legislación anti-inmigración fue promulgada en EEUU en la mitad del siglo, en 1853, los europeos comenzaron a elegir América Latina en grandes cantidades.  Para ese tiempo, las elites blancas existentes se preparaban para abrir espacio a los recién llegados, uniéndose a la campaña de exterminio de pueblos indígenas que había comenzado a escala global e industrial en la década de 1830.

Los británicos ya habían empezado en Australia y en Sudáfrica y los franceses se involucraron en 1830.  Su extremadamente larga conquista de Argelia se había encontrado con una formidable resistencia y su política de refoulement (exclusión), la continua campaña de empujar a árabes y bereberes
- por sobre las montañas y hacia el desierto - continuaría hasta el próximo siglo.  Miles de colonos y soldados fueron muertos, mientras que las bajas de los nativos, posiblemente un millón, permanecieron sin ser contabilizadas.  Un escritor ha descrito cómo ‘África del Norte fue por un tiempo un osario de nativos masacrados’ (Roberts, 1963: 193).

Un visitante a Argelia, fácilmente impresionable, en la década de 1840, fue Sarmiento, el futuro presidente de Argentina, una poderosa voz colonizadora y un defensor de todo lo que fuera europeo
- incluyendo la práctica colonizadora de Europa.  Viajó por el país, recientemente ocupado en 1846 y conoció a los generales franceses involucrados en la persecución de los árabes hacia el Sahara.[24] Desde Orán, le escribió a un amigo para contarle las maravillas de la inmigración.[25] ‘Veinte mil españoles se han establecido en Oran o en Argel, haciendo parecer a Argelia más una colonia española que francesa; cien mil europeos se han concentrado aquí en África a pesar de los estragos causados por la fiebre, que mata a una de cada tres personas… y tienen un plan para atraer dos millones en los próximos seis años…’.

¿No le podría ir así de bien a América Latina? ‘¿Por qué la corriente del Atlántico que atrae a estas personas desde Europa a América del Norte no puede desviarse hacia el Sur y establecer asentamientos desde el Río de la Plata hasta Los Andes? Sarmiento soñaba con traer a la civilización europea ‘a los Saharas desconocidos de las Américas’.

Esta era la visión de la elite colonizadora de América Latina en la mitad del siglo, sin embargo, todos sabían que esto involucraría la destrucción de los pueblos indígenas.  Sarmiento era franco con respecto a las posibilidades en Argelia: ‘Entre los europeos y árabes en África, no hay ahora ni habrá nunca ningún tipo de fusión ni asimilación posible; uno de los dos grupos tendrá que desaparecer, retirarse o disolverse; y yo amo a la civilización demasiado como para no desear desde ahora el triunfo definitivo en África de la gente civilizada’.  La ‘gente civilizada’ en Argentina ya había empezado sus primeras guerras de la post-independencia en contra de los indios en la década de 1830.  La primera Campaña del Desierto, lanzada por Juan Manuel de Rosas en 1833, expandió la frontera al sur de Buenos Aires, y unos 10.000 indios murieron (Henessey, 1978: 65).

‘Los argentinos, se mostraban a sí mismos como expertos y despiadados en el exterminio de los indios de las pampas’, escribe Alistair Hennessy, ‘como habían sido los primeros colonizadores en Tasmania, al eliminar a los isleños indígenas’ (Hennessy, 1978: 147).  El famoso incidente en Tasmania, conocido como la ‘Línea Negra’, que involucró un amplio movimiento de los colonizadores a lo largo de la isla para capturar o matar a toda la población nativa, había ocurrido en 1830, sólo tres años antes de la campaña de Rosas.

Los colonos blancos en Argentina, no necesitaban ningún tipo de aliento de otros lugares y Sarmiento, como presidente, asumió la lucha en contra de los indios en la década de 1870.  La estrategia continuó con la Segunda Guerra del Desierto en la década de 1880 que llevó a su creador, Julio Roca, a la presidencia.  Miles de indios murieron y los ataques esporádicos en contra de los sobrevivientes continuaron hasta la década de 1930.  Mientras tanto, al otro lado de la frontera andina, en un movimiento de tenazas, los colonos en Chile habían estado avanzando en el territorio araucano.  Lo que se convirtió en una campaña militar de veinte años se inauguró en la década de 1850 y se encontró con una considerable resistencia.  Se mandaron tropas al sur nuevamente en 1871, luego de una guerra exitosa en contra de Bolivia y Perú en el norte (la Guerra del Pacífico) y nuevamente miles de indios fueron masacrados.  Tal como en Argentina, los sobrevivientes fueron abandonados en pequeñas reservas (Bengoa, 1985).

Puede considerarse que el resuelto exterminio de los pueblos indígenas en el siglo diecinueve ocurrió en una escala mucho más grande que cualquier evento acaecido bajo los españoles y los portugueses en el período colonial anterior.  Millones de indios murieron después de la Conquista por una falta de inmunidad contra las enfermedades europeas, pero los primeros colonos necesitaban a los indios para el cultivo y la provisión de trabajadores.  No tenían la misma motivación económica para liberar a la tierra de los indios que la que provocó las campañas de exterminio de los colonos blancos en el siglo diecinueve, tan típica de otros continentes en la misma era.  El real holocausto latinoamericano ocurrió en el siglo diecinueve. 

Las matanzas de indios en Argentina y Chile hicieron disponible más tierra para asentamientos.  Nuevas olas de colonos alemanes habían estado llegando a Chile desde la década de 1840, destinados a los territorios en la frontera araucana.[26] No obstante, aún se necesitaban más.  Los chilenos establecieron una agencia de inmigración en Europa en 1882, que prometió proveer de tierra a las familias de colonos.[27] Brasil se embarcó en una hazaña similar al mismo tiempo.  Un grupo de agricultores en Sao Paulo fundó la ‘Sociedad para Promover la Inmigración’ en 1886.  Reclutaron a inmigrantes europeos (mayoritariamente de Italia), pagaron sus viajes y dispusieron sus contratos de plantaciones.  Tres años más tarde, se utilizaron fondos públicos para la construcción de un enorme centro de recepción para inmigrantes blancos en Sao Paulo y para pagar su pasaje transatlántico (Skidmore, 1993: 139).[28] Los subsidios continuaron por otros 40 años, hasta 1928.  Los cubanos hicieron lo mismo en 1900, durante la ocupación americana.

Los inmigrantes eran requeridos para la tierra pero también para administrar las crecientes industrias en los centros urbanos.  Estos administradores podrían fácilmente haber sido elegidos desde dentro de las sociedades de América Latina, pero, como George Reid Andrews ha destacado, el racismo y ‘la disponibilidad de millones de trabajadores europeos, listos y dispuestos para dejar sus patrias’ siguió llevando a los gobiernos a invertir en inmigrantes europeos en vez de no blancos nacidos en la localidad (Andrews, 2004: 136).  En el medio siglo entre 1870 y 1914, unos cinco millones de europeos habían emigrado a Brasil y Argentina.[29] Tres cuartos de la población de Buenos Aires en 1914 eran inmigrantes (Henessy, 1978: 90).  El grupo más grande eran los italianos, seguidos por los portugueses y españoles, con los alemanes en cuarto lugar.  Aquellos que originalmente promovían la inmigración blanca, habían deseado que vinieran colonos del norte de Europa
- los alemanes y sajones con los que los amigos de Saco habían soñado.  Sin embargo, en Brasil y Argentina la mayoría vinieron de Italia, reforzando el carácter ‘latino’ de la población (Skidmore, 1993: 144).

En Paraguay, desesperados por el asentamiento de blancos después de la matanza de la población india por los ejércitos Negro-Brasileños (en la guerra de la Triple Alianza) en la década de 1860, el gobierno paraguayo buscó por todo el globo y encontró un puñado de alemanes y anglosajones.  Uno de aquellos que respondieron al llamado en 1886 fue la hermana de Nietzsche, Elizabeth, quien junto a Bernhard Foerster, su esposo racista, creó un asentamiento de agricultores sajones llamado ‘Nueva Germania’.[30] Otro fue William Lane, un periodista de Brisbane y un socialista racista muy parecido a Foerster.  Desesperado con Australia, Lane partió con 600 colonos para establecer la colonia ‘Nueva Australia’ (en 1894).  Se le había dicho que la tierra estaba libre de indios, pero no se le había informado bien.  Muchos de los colonos australianos, varones, pronto estaban viviendo con mujeres indias, rompiendo una de las rígidas reglas de Lane para evitar el mestizaje.  Su colonia, como la de Elizabeth Nietzsche, fue un fracaso.[31]

La campaña del siglo diecinueve para convertir a América Latina en un continente de europeos blancos es generalmente considerada como un fracaso y ciertamente, como George Reid Andrews puntualiza en su libro sobre América afro-latina, ‘la mayoría de los países latinoamericanos fallaron en su intento de atraer inmigrantes europeos en los números requeridos para blanquear a su población nacional (Andrews, 2004: 136).  No obstante, en algunos países las campañas de inmigración continuaron hasta bien entrado el siglo veinte y mantuvieron la poderosa cultura del colono blanco que ha perdurado hasta el día de hoy.[32] Cerca de un millón de españoles fueron a Cuba después de la independencia, durante las primeras tres décadas del siglo veinte, más que en los cuatro siglos de dominio español, mientras que casi un millón de inmigrantes fue a Venezuela en la década después de la segunda guerra mundial, mayoritariamente de Italia, España y Portugal.

Conclusión

A pesar de la retórica del mestizaje, las elites dominantes de América Latina permanecen como las herederas de la cultura del colonizador blanco que fue elaborada y perfeccionada en el siglo diecinueve.  Esta es la razón principal por la que tantos de ellos se manifiestan hostiles hacia aquellos que hacen flamear de nuevo los estandartes inclusivos de Simón Bolívar y por qué ellos a veces se expresan de la manera brutalmente racista que he descrito antes.

Sin embargo, siempre ha existido una visión alternativa.  Cuando Sarmiento se convirtió en presidente de Argentina en 1868 y deseó extender la frontera blanca hacia el territorio indio para hacer lugar a sus apreciados inmigrantes de Europa, nombro a su amigo Lucio Mansilla para comandar las fuerzas de la frontera al sur de Córdoba.  Mansilla lideró una expedición hacia las tierras de los Ranqueles al otro lado de la frontera en 1870 y posteriormente escribió un recuento famoso de su viaje con ellos, argumentando en contra de la filosofía racista de Sarmiento.  ¿No tiene algo que aprender la sociedad blanca de los indios?, sugirió Mancilla (tal como lo había hecho Simón Rodríguez).  Eva Pilles, quien en el siglo veinte tradujo al inglés la extraordinaria historia de Mancilla, resume su filosofía: ‘¿No seríamos más sabios si construyéramos nuestra vida nacional sobre lo que realmente somos
- indios, mestizos, bandidos políticos, entre otros - en vez de importar modelos extranjeros de política y sociales, a pesar de su excelente calidad?’ (Mansilla, 1997: xxvi). 

Muchos periodistas han descrito los resultados de elecciones recientes en América Latina en la primera década del siglo veintiuno como un movimiento hacia la izquierda.  Hay algo de verdad en eso, ya que muchos de los nuevos gobiernos han revivido los temas progresistas de la década de los 60.  Sin embargo, desde una perspectiva más a largo plazo estos desarrollos parecen más un rescate de una tradición radical
- de incluir a los pueblos indígenas en la sociedad latinoamericana - que comenzó hace dos siglos atrás.  ¡Cuidado colonos blancos!

- Richard Gott
Institute for the Study of the Americas, Londres.

*
Conferencia de la Sociedad de Estudios Latinoamericanos, llevada a cabo en la Universidad de Essex, Reino Unido, 13 de octubre, 2006.  Este trabajo fue originalmente publicado en inglés en el Bulletin Of Latin American Research.  Traducción de Alejandra Ortiz.

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[1] La palabra francesa ‘colon’ (o pied noir en el contexto específico de África del Norte) puede ser usada en el mismo sentido peyorativo, pero la palabra en español -colonos- o la portuguesa ‘pobladores- son puramente descriptivas y no implican el mismo sentido de desaprobación.  Criollo puede ser el término más cercano, pero éste también fue referido a aquellos descendientes de africanos, y sería difícil persuadir a los latinoamericanos a usar la palabra refiriéndose a los colonizadores blancos.  Roger Kelley me ha contado que el término comúnmente usado en Panamá para referirse a la elite europea y blanca es ‘rabiblanco’. 

[2] Henry Allen, el gobernador de Kansas, notó tras una visita a Caracas en 1939 que ‘hay una creciente línea social de color en lo que concierne al negro.  Está siendo gentilmente dejado fuera del ejército como elemento de reclutamiento de oficiales’ (Allen, 1940: 66). 

[3] La extrema hostilidad de los cubanos anticastristas hacia la eventual alianza entre Castro y el Partido Comunista local en los primeros años de la década del 60 se debió no tanto al temor de un comunismo soviético distante, sino a la preocupación real de que la participación política de los comunistas locales impulsaría la movilidad social de los negros.  Entre los partidos políticos de Cuba, sólo los comunistas habían estado trabajando con los negros desde la década de los 20, en los sindicatos y en los barrios más pobres de La Habana y de Santiago de Cuba.

[4] Un bosquejo útil del concepto de ‘colonialismo de establecimiento’ puede encontrarse en Elkins y Pedersen (2005).  Ver también, para el argumento australiano, Wolfe (1999) y Coombes (2006).  La referencia más temprana al concepto aparece en Maxime Rodinson, Israel: A Colonial Settler State? primero publicado en 1967 (Monad Press, 1973).  Un artículo escrito por Arghiri Emmanuel, ‘White-Settler Colonialism and the Myth of Investment Imperialism’, apareció en el New Left Review en mayo-junio de 1972.  El tema también ha sido discutido (en relación con América Latina) en un ensayo de Eqbal Ahmad, ‘Born Again Apartheid’, Dawn, Karachi, 1998.  El colonialismo de establecimiento, escribió Ahmed, ‘causó la destrucción de grandes civilizaciones y de personas en el hemisferio occidental: los mayas, incas, aztecas y los pueblos indios… Más tarde en Argelia y Sudáfrica, esta forma de colonialismo llevó al desposeimiento y destitución de los nativos.  El genocidio y el desposeimiento han sido integrales para esta forma de colonialismo… El impulso para desposeer - es decir para quitarle a los nativos su tierra, agua y otros recursos - generalmente termina en genocidio como ocurrió en el hemisferio occidental.  En otros lugares, como Argelia, Zimbabue y Sudáfrica, implicó una extrema proletarización de la gente nativa por lo cual son reducidos a una vida de pobreza al servicio del estado colonizador y de su gente’.  Ver también Denoon (1983).  Un punto podría hacerse notar para definir a EEUU como una ‘sociedad de colonizador blanco’ y una continuación de la comparación hecha por John Elliot de América del Norte y del Sur después de 1848, ciertamente tendría que discutir esta noción, pero esa tarea está para ser realizada por otros (Elliot, 2006).

[5] Estoy pensando particularmente en Sudáfrica, Rhodesia (Zimbabue), Kenia, Australia y Nueva Zelanda, y en Argelia, Angola, África Oriental Alemana y África Sudoccidental Alemana (Namibia) y Palestina. 

[6] Entrevista con Evo Morales por Brian Winter, corresponsal de Reuter en La Paz, 10 de marzo de 2005.

[7] Mario Vargas Llosa criticó a los movimientos indígenas de América Latina en un seminario sobre ‘Las Amenazas a la Democracia en América Latina: Terrorismo, debilidad del Estado de Derecho y Neopopulismo’, en Bogotá en octubre de 2003.  Afirmó que el movimiento indígena [de Ollanta Humala] en Perú había ‘lanzado una campaña que aparece absurda, casi cómica, cuando se la examina de manera racional, pero que toca un centro nervioso llamado ‘espíritu de la tribu’… Ese ‘espíritu de la tribu’ nunca desaparece, incluso en aquellas sociedades que han avanzado por el camino de la civilización’.  Vargas Llosa dijo que las comunidades indígenas se ven a sí mismas como víctimas de la injusticia, basándose en el hecho de que han sido víctimas del ‘imperialismo, la gente blanca, los colonizadores y de compañías que buscan robar sus recursos naturales.  En Bolivia, se quejan de que las compañías quieren robar su gas natural.  En Arequipa la gente se alzó para impedir que dos compañías extranjeras se apoderaran de la industria eléctrica’.  Esas demandas, dijo Vargas Llosa, eran incompatibles con la civilización y el desarrollo, ‘y a corto o largo plazo nos llevan hacia la barbarie.  Si queremos lograr un desarrollo, debemos elegir civilización y moralidad y debemos resueltamente luchar en contra de estos estallidos de colectivismo’.  Inter Press Service, octubre de 2003.  El ‘civilizado’ Coronel Sarmiento, por supuesto, cuando fue presidente en la década de 1870 (1868-1874), ordenó diversas expediciones militares en contra de indios ‘bárbaros’, un preludio a las campañas de exterminio en el desierto del General Julio Roca.

[8] Esto es particularmente cierto de Argentina y Chile.  Un texto ejemplar es el de Martínez Sarasola (1992).  Entre muchos trabajos chilenos está el de Leonardo León (y otros), Araucanía: La Frontera Mestiza, Siglo XIX, Ediciones UCSH, Santiago, 2003. 

[9] Gran parte del trabajo académico sobre inmigración y sobre el ‘blanqueamiento’, notablemente la investigación hecha por Thomas Skidmore sobre Brasil y la hecha por Aline Helg sobre Cuba y Argentina, ha sido dirigido hacia la segunda mitad del siglo diecinueve, desde 1870 en adelante.  Sin embargo, en la práctica, el fenómeno había empezado mucho antes.  El entusiasmo por traer nuevos colonos desde Europa, para ‘blanquear’ al continente, matar a los nativos e intimidar a los negros, había comenzado en forma seria en la década de 1920 (Helg, 1990; Skidmore, 1990). 

[10] A diferencia de muchos de sus compatriotas, Bolívar estaba a gusto con la esencia excepcional de la sociedad latinoamericana.  El hecho de que los blancos estuvieran en minoría no le causaba ninguna preocupación, debido a que pensaba, un tanto arrogantemente, que ellos ‘poseían cualidades intelectuales’ que les daban ‘una relativa igualdad’ con la mayoría de la población no blanca (citado en Helg, 2003).

[11] Citado en Gott (2005b: 107).  Ver Obras Completas de Simón Rodríguez, Presidencia de la República, Caracas, 1999 y ver también Millar (2006).

[12] Alexander von Humboldt sugirió que habían 3.2 millones de blancos en América hispana alrededor del año 1800, de una población total de 16.9 millones, mientras que Brasil portugués tenía una población blanca de menos de un millón y medio.  Esto suma como total para toda América Latina menos de 5 millones de blancos (Bethell, 1985: 679).  Las estadísticas latinoamericanas son notoriamente poco confiables, pero alrededor del 1800, 1 millón de blancos vivían en México, junto con quizás 200.000 en Venezuela y en Chile y 130.000 en Perú y en Argentina.  Con una población blanca de menos de 1.500.000, Brasil tenía un número similar de negros liberados y un poco más de un millón de esclavos, en una población total de 4 o 5 millones.  México tenía un millón de blancos (18 por ciento), y 3.600.000 indios (60 por ciento), con castas en el 22 por ciento, de una población total de 6 millones.  Perú tenía una población de sólo un poco más de un millón (1.115.207), con 12 por ciento de blancos (133.000) y los indios estimados en un 58 por ciento (646.820), mestizos en un 20 por ciento y pardos libres y esclavos en un 10 por ciento.  Venezuela, con una población de un millón, de los cuales el 20 por ciento eran blancos y el 20 por ciento indios, tenía un 45 por ciento de pardos y un 15 por ciento de negros.  Chile tenía una población de medio millón en el valle central, con 100.000 indios en la Araucanía.  Había menos de 200.000 blancos y 300.000 mestizos, más unos 3.000 indios y 20.000 esclavos.  Estas cifras son derivadas de las variadas referencias en The Cambridge History of Latin America, vol.  iii, From Independence to c.  1870, editado por Leslie Bethell, Cambridge University Press, Cambridge, 1983. 

[13] George Reid Andrews ha hecho el intento de producir algunas estadísticas sobre la población afro latinoamericana en el 1800 y sugiere que en Brasil y en gran parte de América hispana, los negros libres y los mulatos conformaban más del 20 al 30 por ciento de la población.  Sumando a los esclavos esto arroja unas cifras impresionantes: 37 por ciento para Argentina y 39 por ciento para Colombia.  Tres países tenían una población negra mayoritaria: Cuba con 54 por ciento, Venezuela con 61 por ciento y Brasil con 67 por ciento (Andrews, 2004:41). 

[14] Este edicto del rey José I fue atribuido a su Primer Ministro, Sebastiao José de Carvalho e Mello, el Marqués de Pombal.  Según el relato de John Hemming, ‘se prohibió referirse a las personas con sangre india como cabolo (campesino).  El matrimonio entre blancos e indios debía ser alentado, todo estigma fue removido en relación a los niños mestizos que nacieron de aquellas uniones’ (Hemming, 1987: 1-2). 

[15] Las Cortes también emitieron restricciones a las órdenes religiosas, abolieron la Inquisición y decretaron la libertad de prensa.

[16] Los indios fueron tratados excepcionalmente bien en la nueva constitución, especialmente si se considera que la mayor parte de los indios en EEUU no se convirtieron en ciudadanos hasta cien años después, en 1924 (y más tarde en algunos estados) y en Canadá en 1960.

[17] ‘[Esta venta] es atemorizante para los habitantes y ciudadanos de América porque sólo ellos saben desde su nacimiento o gracias a la experiencia de largos años, la enorme distancia que separa a blancos de pardos, las ventajas y superioridad del primero y la vileza e inferioridad del último’.  Al mismo tiempo, el cabildo advertía de los peligros de extender la educación a los pardos en Caracas, donde un experimento ya se estaba llevando a cabo, organizado por Simón Rodríguez.  A niños pobres, negros e indios, se les había permitido asistir al colegio primario para blancos, licenciado por el estado y sin costo, y pronto Rodríguez fue despedido.  El cabildo explicó su decisión previendo como ‘el día triste vendrá en el que España ineludiblemente se verá servida por mulatos, zambos y negros, cuya dudosa lealtad causará violentos levantamientos’.

[18] Cuando el hermano de Pombal, Francisco Xavier de Mendoca Furtado, fue enviado como Gobernador de las provincias de Maranhao y Pará en la década de 1750, fue informado por los colonos de que la libertad para los indios representaría una seria amenaza económica y de seguridad a su bienestar.  Declaró en mayo de 1757 que el decreto real había sido prematuro: ‘Habiendo estado en contacto continuo con [los indios] y habiendo vivido en sus aldeas por más de dos años, me he dado cuenta de que las instrucciones más piadosas de Su Majestad se verían frustradas si a estos miserables y rústicos ignorantes les fuera dado el control absoluto de las muchas aldeas que constituyen este Estado’ (Hemming, 1987: 11). 

[19] Carta de Bolívar a Francisco de Paula Santander, 28 de junio de 1825, citada en Lynch (2006: 155).

[20] Carta de Bolívar a Antonio José de Sucre, 15 de mayo de 1825, en Bolívar (1951: 497).

[21] Medidas similares fueron tomadas en México donde Vicente Guerrero, un afro-indio que fue brevemente presidente en 1829, firmó un decreto expulsando a todos los españoles del país (Andrews, 2004: 94).

[22] Trabajadores detenidos afuera de la estancia donde trabajaban podrían ser obligados a unirse al ejército por dos años o ser mandados a campos de trabajo (Lynch, 2006: 74).

[23] Su pasaje transatlántico fue financiado por medio de un impuesto especial sobre todo esclavo que llegara a tierra, dado que más de 50.000 esclavos llegaron a las costas de La Habana en los tres años entre 1818 y 1821, el plan recibió un generoso subsidio.  El asentamiento en Cienfuegos fue establecido en el lado sur de la isla y nombrado en honor al capitán general responsable.  Otros asentamientos, algunos con refugiados de Louisiana, fueron levantados en Mariel, Guantánamo y Nuevitas.  Un estímulo verbal de la inmigración auspiciada por el estado había empezado en Cuba incluso antes.  El temor provocado por eventos ocurridos en Haití en 1791 llevó a llamados urgentes a favor de la inmigración blanca para compensar la continua llegada de esclavos negros, percibidos como necesarios para mantener la prosperidad de la isla bajo el sistema económico imperante.  Francisco Arango, el intelectual líder de la elite de los hacendados, abogaba por el establecimiento de aldeas de inmigrantes blancos ya en enero de 1792, apenas cinco meses después de la revuelta en Santo Domingo.  Estas, escribió, ‘si se localizan en lugares convenientes, serían un poderoso control sobre las ideas sediciosas de los esclavos rurales’ (Gott, 2005: 54).

[24] Su objetivo, admitió años más tarde, era ver ‘el estado de la colonización europea y [la] inmigración española que la administraba’.  Citado en Cicerchia (2004).

[25] ‘Mil prusianos han llegado a las costas de África en los últimos días, recibiendo del gobierno las tierras que habían esperado adquirir en América del Norte’.  Sarmiento (2003: 272-313).

[26] El censo de 1852 mostró 20.000 extranjeros en Chile, con una mayoría que venía de Alemania. 

[27] Más de 31.000 europeos se asentaron en Llanquihue y Valdivia entre 1883 y 1895.  La mayoría venía desde el norte de Europa, mientras que colonos de lo que eventualmente sería Yugoslavia se asentaron en Magallanes y Antofagasta, el territorio recientemente tomado de Bolivia.

[28] Inmigrantes de raza negra no eran bienvenidos.  Un decreto del 28 de junio de 1890, declaró que Brasil estaba abierto para ‘la entrada libre de personas sanas y capaces de trabajar… excepto nativos de Asia o África, quienes serán admitidos sólo con la autorización del Congreso Nacional’.  Se requería a los agentes diplomáticos de Brasil ‘prevenir utilizando todo medio a su alcance el despacho de inmigrantes desde aquellos continentes…’ La cláusula racista fue desechada en 1907, quizás porque nadie de África o Asia buscaba la entrada a Brasil.

[29] Argentina, Brasil, Cuba y Uruguay ‘recibieron más del 90 por ciento de los 10 a 11 millones de europeos que llegaron a la región entre 1880 y 1930’ (Andrews, 2004: 136).

[30] Macintyre (1992).  Nueva Germania fue un fracaso, y dentro de dos años Foerster se había suicidado.  Elizabeth regresó a Alemania a cuidar a su hermano, a quien se le diagnosticó como demente a comienzos de 1889.

[31] Finalmente, en 1921, un grupo de alemanes llegaron desde África del Sudoeste, hoy Namibia, escapando de la conquista de su pequeña colonia por los sudafricanos.  Su asentamiento todavía perdura, con un puñado de nuevos reclutas después de 1945.

[32] La inmigración blanca en Cuba se aceleró en el siglo diecinueve y un censo en 1861, reveló una mayoría blanca por primera vez en la historia de la isla, con 716.000 blancos y sólo 643.000 negros.  Se le dio otro estímulo a la inmigración al amanecer del siglo veinte, durante la ocupación de EEUU en Cuba, cuando el General Leonard Word, el gobernador americano, construyó un centro de recepción (en 1900) imitando a Ellis Island, en Triscornia en el lado este del puerto de La Habana.  Permaneció abierto hasta 1959.

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