Antauro y Ollanta
30/01/2008
- Opinión
Cuando Antauro Humala se rinde en Andahuaylas, ante una situación en la que ya no sabía qué hacer con la Comisaría tomada y los rehenes que mantenía retenidos, no tenía seguramente suficiente conciencia que estaba pasando, el mismo, a convertirse en rehén del Estado al que tanto odia.
Sin organización fuera (la gran mayoría de reservistas activos quedaron prisioneros), aislado de otras fuerzas políticas y sociales, convertido en “asesino” y “violentista” por la prensa amarilla, no le quedaba en la mano otra carta que no fuera Ollanta, para enfrentar la larga condena que le preparaban y, lo que en su caso era mucho peor, el cerco del silencio que supone la cárcel.
En realidad el mayor etnocacerista estaba frente a dos opciones irreductibles: (a) o lograba que su hermano, que regresaba al país, pusiese en el centro de su campaña la reivindicación del andahuaylazo y la libertad de sus prisioneros, con lo que seguramente no hubiera despegado como candidato, ni se hubiera convertido en un factor político nacional (cosa que a Antauro parece importarle poco); (b) o se convertía en el “enemigo de Ollanta”, que podía volver a ser escuchado en la prensa más reaccionaria y desplegar buena parte de su discurso, a condición de golpear al más exitoso de su familia.
Hay un proceso que va desde el momento en que Ollanta llega al Perú, tres meses después de los hechos de Andahuaylas y cuando el proyecto de los Humala empieza a decantarse entre su ala nacionalista y la que subraya el aspecto étnico de los conflictos, en el que Antauro trata de influir desde la cárcel al ollantismo y donde algunos de los temas eran la posición sobre la toma de la Comisaría en el año nuevo del 2005 y una eventual candidatura del prisionero de Piedras Gordas.
Los desacuerdos que se producen en este intento de entendimiento son los que han ido convirtiéndose en la “traición” de Ollanta, de la misma manera en que otros lo han convertido en un “falso nacionalista” o “vendido al sistema”, porque no lograron un lugar en la lista parlamentaria, y que bien merecería ir preso por haberlos dejado de lado. Hay quienes, como el congresista tránsfuga Espinoza, han logrado cubrir su propia traición y su pase al APRA, haciendo del amigo de Antauro que denuncia la “cobardía” del comandante que no quiere ir preso quince años por lo de Andahuaylas.
Pero la tragedia de Antauro es mucho mayor que los resentimientos de algunos. Para convertir en su peor enemigo a su hermano y compañero tuvo que inventarse una “traicionaza” que muy pocos le creen. Tiene que afirmar que el líder de Locumba es el felón de Andahuaylas y contradictoriamente reclamar que también vaya preso. Es un rehén. Y lo es por causa de sus propios actos. Porque lo de la comisaría pudo hacerse sin Ollanta hablando desde Corea, pero nunca sin Antauro reuniendo y dirigiendo a sus reservistas.
Ante la posibilidad de un titular de “Correo” echando tierra sobre la tumba de su hermano o de indignarse dentro de su celda por todos los atropellos que se están cometiendo contra los implicados en el proceso al andahuaylazo, incluido Ollanta, sin mayor eco de prensa, el etnocacerista ha hecho su elección. El radicalismo sin salida puede ser, como se sabe, una pieza muy funcional a los intereses de sus enemigos. Pero lo triste de este caso es que además involucre otros valores más importantes, como la lealtad entre hermanos.
- Raúl Wiener es analista político y económico peruano.
http://rwiener.blogspot.com/
Sin organización fuera (la gran mayoría de reservistas activos quedaron prisioneros), aislado de otras fuerzas políticas y sociales, convertido en “asesino” y “violentista” por la prensa amarilla, no le quedaba en la mano otra carta que no fuera Ollanta, para enfrentar la larga condena que le preparaban y, lo que en su caso era mucho peor, el cerco del silencio que supone la cárcel.
En realidad el mayor etnocacerista estaba frente a dos opciones irreductibles: (a) o lograba que su hermano, que regresaba al país, pusiese en el centro de su campaña la reivindicación del andahuaylazo y la libertad de sus prisioneros, con lo que seguramente no hubiera despegado como candidato, ni se hubiera convertido en un factor político nacional (cosa que a Antauro parece importarle poco); (b) o se convertía en el “enemigo de Ollanta”, que podía volver a ser escuchado en la prensa más reaccionaria y desplegar buena parte de su discurso, a condición de golpear al más exitoso de su familia.
Hay un proceso que va desde el momento en que Ollanta llega al Perú, tres meses después de los hechos de Andahuaylas y cuando el proyecto de los Humala empieza a decantarse entre su ala nacionalista y la que subraya el aspecto étnico de los conflictos, en el que Antauro trata de influir desde la cárcel al ollantismo y donde algunos de los temas eran la posición sobre la toma de la Comisaría en el año nuevo del 2005 y una eventual candidatura del prisionero de Piedras Gordas.
Los desacuerdos que se producen en este intento de entendimiento son los que han ido convirtiéndose en la “traición” de Ollanta, de la misma manera en que otros lo han convertido en un “falso nacionalista” o “vendido al sistema”, porque no lograron un lugar en la lista parlamentaria, y que bien merecería ir preso por haberlos dejado de lado. Hay quienes, como el congresista tránsfuga Espinoza, han logrado cubrir su propia traición y su pase al APRA, haciendo del amigo de Antauro que denuncia la “cobardía” del comandante que no quiere ir preso quince años por lo de Andahuaylas.
Pero la tragedia de Antauro es mucho mayor que los resentimientos de algunos. Para convertir en su peor enemigo a su hermano y compañero tuvo que inventarse una “traicionaza” que muy pocos le creen. Tiene que afirmar que el líder de Locumba es el felón de Andahuaylas y contradictoriamente reclamar que también vaya preso. Es un rehén. Y lo es por causa de sus propios actos. Porque lo de la comisaría pudo hacerse sin Ollanta hablando desde Corea, pero nunca sin Antauro reuniendo y dirigiendo a sus reservistas.
Ante la posibilidad de un titular de “Correo” echando tierra sobre la tumba de su hermano o de indignarse dentro de su celda por todos los atropellos que se están cometiendo contra los implicados en el proceso al andahuaylazo, incluido Ollanta, sin mayor eco de prensa, el etnocacerista ha hecho su elección. El radicalismo sin salida puede ser, como se sabe, una pieza muy funcional a los intereses de sus enemigos. Pero lo triste de este caso es que además involucre otros valores más importantes, como la lealtad entre hermanos.
- Raúl Wiener es analista político y económico peruano.
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