Referéndum en Costa Rica: esperanzas y miserias

12/12/2007
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

En la tranquila  y democrática  Costa Rica surgió un  vigoroso movimento para rechazar el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos que entendió que lo que estaba en juego era el modelo de desarrollo.  No pudo pasar la prueba de fuego perdiendo en el referéndum del pasado 7 de octubre por un escaso margen. Pero quedó un legado de organización social y ciudadana que deberá ponerse a prueba en las futuras luchas.

El 7 de octubre de este año el 60% del padrón electoral de Costa Rica hizo ley de la República un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y otros Estados y economías menores del área caribeña.  El resultado del referéndum fue estrecho, tres puntos porcentuales (51.6% contra 48.4%), lo que indicó una victoria/derrota electoral y también un eventual empate de las fuerzas políticas en pugna.  Sin embargo este último aspecto debe matizarse por la alta abstención (40%) ciudadana.  Si bien la cifra parece propia de la actual realidad electoral costarricense, arroja incógnitas acerca del comportamiento ciudadano en elecciones futuras, las presidenciales y parlamentarias del 2010, por ejemplo, cuando es palpable que en el país se disputan dos ideas-de-nación hasta el momento incompatibles.

Peculiaridad de Costa Rica en el área centroamericana

La aprobación o rechazo de un TLC con EUA por parte de Costa Rica supuso desafíos ausentes para las economías-gobiernos de los otros Estados signatarios (República Dominicana, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala) que lo sancionaron con prisa entre el 2004 y el 2005.  Desde varios puntos de vista, Costa Rica era el país de la región que legitimaría el proyecto de este TLC en su conjunto.  Su comercio con Estados Unidos es el más nutrido de la región, y su régimen democrático el único que cuenta con algún prestigio internacional.

También Costa Rica es la única sociedad del área con mucho que perder con el tipo de pacto contenido en el TLC con EUA.  El país tiene buenos indicadores en educación y salud, una relación positiva entre tecnología y desarrollo y, dentro de América Latina, en distribución del ingreso.  Son signos de un Estado social de derecho consolidado desde la mitad del siglo XX materializado también en pequeñas y medianas empresas y en un amplio sector de economía cooperativa.  La esperanza de vida del costarricense es casi 10 años superior a la de sus vecinos y su tasa de mortalidad infantil (10 por cada mil) contrasta con la de América Central (33 por mil).  El desempleo costarricense ronda entre el 4.5% y el 6.5%.  Un TLC como el pactado con EUA probablemente acentúe una tardía e indeseable “centroamericanización” del país.  El punto incluye su transición hacia escenarios de descomposición y violencia comunes en la región.

Peculiaridades del TLC entre Costa Rica y Estados Unidos

El peso en Costa Rica de esta fase de mundialización del capitalismo comenzó a sentirse en la década de los ochenta recién pasada.  Los primeros pasos, como en otros países, fueron los Programas de Ajuste Estructural empujados por el FMI y el BM que significaron la reconfiguración de su sistema financiero interno en los noventa, sistema hasta entonces monopolio de una banca estatal de desarrollo.  Desde aquí, la dirección político-empresarial del país adhirió al Consenso de Washington (1990-93) y más líricamente a su ampliación por el Consenso de Santiago (1998).  La situación costarricense ejemplifica que las tesis neoliberales (crecimiento y derrame) no funcionan pero se continúa su práctica alegando que “no existe otro camino” y que los costos del modelo se siguen de su insuficiente aplicación.  En Costa Rica la “modernización” neoliberal ha sido sensibilidad política de administraciones en apariencia de diverso signo.  A Abel Pacheco (2002-2006) se le legó la tarea de sancionar el TLC.  Temiendo el juicio histórico traspasó la responsabilidad al gobierno de los hermanos Arias.

El mandato de Rodrigo y Óscar Arias (2006-2010) es para Costa Rica el primer gobierno neoligárquico desde la guerra civil de 1948, pugna que reforzó la sensibilidad social y el régimen democrático en el país.  Desde entonces la oligarquía pasó a ser minoría electoral sin capacidad para gobernar.  Con los Arias aparece una nueva derecha anudada por las tesis de las “soberanías compartidas” y el “crecimiento” basado en inversión directa extranjera y la competitividad empresarial y gubernamental en el mercado global.  El enlace con el mercado global contiene las reformas estructurales y de existencia cotidiana que faciliten el dominio unilateral del gran capital transnacional y de los capitales asociados.  El territorio, su biodiversidad y su gente son ofrecidos al capital para ser fecundadas mediante su administración privada.

En el seno de esta derecha los Arias aportan fuerza empresarial, prestigio político (Óscar fue Nobel de la Paz en 1987) y gran parte de la votación clientelar e histórica del Partido Liberación Nacional (PLN), el más nutrido del país.  Con estos elementos, los Arias lograron concentrar un sólido aparato de poder que articula sectores del Poder Judicial, el Tribunal Supremo de Elecciones, la Asamblea Legislativa y los Municipios.  La alianza se extiende a grupos empresariales y medios masivos y presiona a la cúpula de la Iglesia Católica.  Parece una alianza irresistible y así lo entiende agresivamente la derecha.  Estima que, tras medio siglo, es el momento para su retorno y triunfo definitivo.

Por parte de Estados Unidos, el TLC con América Central y Dominicana es factor de su estrategia continental para amarrar un dominio hemisférico.  Surgió como alternativa al fracaso del ALCA (1994-2005).  Fallada la constitución del Área de Libre Comercio de las Américas, EUA avanzó en la negociación de tratados de libre comercio bilaterales.  Centroamérica fue uno de los puntos elegidos por su debilidad y posición caribeña.  El tratado se impuso aceleradamente en menos de un año (los centroamericanos pactaron por separado) y su carácter lo perfila una de las personalidades relevantes de la campaña del SÍ con posterioridad al triunfo de esta postura: “Esto no puede seguir así; va a explotar (…) el grueso de la población no se está beneficiando de esos grandes ingresos que entran al país” (F. Chang, cosmonauta, científico y empresario).  Ciegas, las minorías opulentas y agrupadas de la región eligen pactar un modelo que avisa el suicidio en un área empobrecida pero con tradición de lucha y, por ello, social y ambientalmente riesgosa.

Pese a la gestión espuria del Tratado, importa destacar que el referéndum costarricense ha sido la primera oportunidad de expresarse, para una pequeñísima parte de la población del planeta, sobre el carácter que imprimen a la economía mundial los actuales poderes de este mundo.  Como era obvio, estos poderes, más que los pueblos y ‘las izquierdas’, repararon en la novedad y contribuyeron a torcer su legalidad y a ensombrecer su legitimidad.  A fin de cuentas, se trataba de una consulta que no podía perderse.

Un referéndum que no podía perderse

El referéndum costarricense sobre un TLC con EUA enfrentó a diversos actores internos e internacionales.  A favor del pacto, la maquinaria de poder al servicio de los Arias, empresarios regionales interesados en la completa centroamericanización de Costa Rica, la administración Bush y la jerarquía católica.  En contra, diversos sectores de la sociedad civil, la dirección de los trabajadores sindicalizados o agremiados en el sector público, la pequeña izquierda política movimientista, tres de las cuatro universidades estatales y la mayoría de sus estudiantes, trabajadores de la cultura, religiosos, y fragmentarios sectores empresariales campesinos y urbanos.  Exceptuando a Rodrigo Carazo, expresidente de la República, personalidades de la política tradicional procuraron restaurar imagen participando en el No.

El referéndum era un juego que no podía perderse.  No solo porque se votaba o No o Sí, sino porque lo que se decidía con los monosílabos era un proyecto-de-país.  Uno clarísimo, el neoligárquico.  El otro, embrionario o a la defensiva, más confuso pero contestatario.  No todos quienes participaron en el juego (en especial quienes se abstuvieron de votar) tuvieron conciencia de lo apostado en él.  Los hermanos Arias sí.  En el referéndum se jugaba su administración y la misión que les endosó la oligarquía.  El segundo frente era especialmente ominoso porque había significado la investigación judicial de dos expresidentes en el pasado reciente.  Para la administración Bush, la derrota era otra prueba de su decadencia y frustración.  No imponía su voluntad ni siquiera en la pequeña Costa Rica.  Para la lógica de la acumulación, significaba un tropiezo ínfimo pero con proyecciones de símbolo.  Podía ser parte de la gestación de un proceso mundial de resistencia contra el carácter actual de la globalización.  La diminuta Costa Rica era importante.

Para los del No, la derrota significaba la entrega de Costa Rica a la neoligarquía y al capital transnacional.  Un golpe feroz para la resistencia materializada mediante movilizaciones sociales en la última década.  Muchos se jugaban en el referéndum su identidad social parcialmente construida en otras luchas (ecológicas, feministas, de pueblos originarios, de jóvenes y estudiantes, de campesinos, gremiales, sindicales).  Para grupos importantes, la oposición al tratado fue ocasión para el nacimiento de una nueva identidad, autoexigida en el trabajo de agitación y organización que los puso por primera vez en contacto y diálogo con las existencias plurales de la Costa Rica social.  Para los jóvenes, derrotar al Sí fue parte radical de su manera de hacerse ciudadana y humanamente presentes en la historia.

Las reglas para el referéndum las determinó el poder y el dinero.  El Tribunal Supremo de Elecciones escogió un reglamento que permitía al Gobierno utilizar todos sus recursos y al movimiento del Sí financiarse sin aclarar el origen de sus fondos locales, centroamericanos y estadounidenses, y dejar al movimiento del No solo con su voluntad y creatividad.  La Sala Constitucional avaló en decisión disputada la absoluta constitucionalidad del Tratado.  La “gran prensa” franqueó cualquier límite en su apoyo al Sí.  Casi no hubo espacio ni en prensa ni en televisión para el No.  Las encuestadoras inventaron resultados.  La campaña para aterrorizar a la gente fue reforzada por empresarios que amenazaron irse del país si triunfaba el No y amedrentaron a sus trabajadores con el despido si el voto era negativo.  Los alcaldes se comprometieron a hacer triunfar el Sí en sus jurisdicciones.

En este sentido, el fraude fue sistémico.

Pese a ello, el resultado se decidió en las últimas horas, cuando en el período de tregua propagandística la gran prensa desató una ola “informativa” sobre la voluntad de la administración Bush de castigar a Costa Rica si el Tratado era rechazado.  CNN aportó un histérico pseudoreportaje publicitario.  Una parte del voto No resolvió abstenerse.  La presión en las urnas el día de la elección la redondearon empresarios comprando votos y la mejor organización de transporte clientelar del Sí en relación con la inexperiencia del No.  Tres puntos de distancia, si se toma en cuenta la diferencia de fuerzas, maldad y trucos, no puede valorarse como derrota política en especial si se considera que el No (sus Comités Patrióticos presentes en todo el territorio) abrieron posibilidades de una nueva manera, al menos para Costa Rica, de estar ciudadana y socialmente en la vida pública.

En efecto, no se trató de una derrota política, pero sí de una seria derrota electoral que puede tener una significativa incidencia política.

Lo que abrió el referéndum

Superado el pavor de imaginarse derrotados, los Arias abrieron la etapa post-referendo con una actitud conciliatoria.  Duró horas.  De inmediato resurgió la tesis de “para eso tenemos mandato”.  Se leyó el triunfo como el que debían aprobarse a golpe de tambor las 14 leyes de implementación del TLC que incluyen el final del control nacional sobre energía y comunicaciones.  La Asamblea Legislativa se autosecuestró de la ciudadanía.  Los empresarios, afincados en el Ministerio de Comercio Exterior, pasaron a agregar a las leyes de implementación todo lo que pueda significar satisfacer sus codicias.  Nada extraño.

En el otro bando, los Comités Patrióticos reclamaron autonomía y diversas formas de lucha contra las leyes de implementación.  Individuos y pequeños grupos aislados claman por “todo el poder”.  El Partido de Acción Ciudadana, opositor, parece relegar sus tesis de probidad en el ejercicio de la función pública en beneficio de su rendimiento electoral en el 2010.

Lo deseable es que la sensibilidad que ha animado a los Comités Patrióticos se transforme en un acumulado que organice a la población para defender a su Costa Rica solidaria y la proyecte renovada en estos tiempos difíciles.  Si ello ocurre, la derrota electoral del 7 de octubre será una anécdota.  Si esta apuesta falla, el referéndum costarricense sellará la entrega del área al gran capital, y ello se utilizará para jaquear al resto de América Latina.

Helio Gallardo es filósofo chileno y catedrático de la Universidad de Costa Rica.

https://www.alainet.org/es/active/23070?language=en
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS