El Socialismo tiene que demostrar su superioridad ética

Luego de la batalla, la reflexión

23/11/2008
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La jornada electoral del 23-N exige una reflexión socialista. Limitarse a los esquemas de valoración típicos de las contiendas democrático-burguesas sería una trampa de consecuencias impredecibles. Una revolución socialista no puede limitarse al análisis político clásico impuesto por la burguesía. El evento electoral recién superado deja una cantidad de lugares comunes que podrían tener la infeliz consecuencia de esconder la esencia de lo acontecido.

Asumir que nuestro pueblo mostró una madura vocación democrática asistiendo a las urnas, o que la revolución volvió a superar en votos totales a los de la burguesía, o destacar el hecho de que el Presidente Chávez “sigue teniendo una alta popularidad aún después de casi diez años de gobierno”, o que se ganó contundentemente en 17 estados, o que se consolida la “maquinaria del partido”, es poco menos que un peligroso despropósito estratégico.

Si luego de diez años no hemos logrado comunicar los valores superiores del socialismo, aquellos valores que convertidos en conciencia de clase inmunizan de los halagos electorales al pueblo, si luego de diez años no hemos logrado convencer a gruesos sectores de nuestra población -que no son burgueses- del retroceso que significa elevar a espacios de poder a fichas del fascismo como Manuel Rosales, Antonio Ledesma o Capriles Radonsky, si la campaña se limitó al torneo carnavalesco de ofertas de “gerencia” poco o nada distinta a los torneos adeco-copeyanos de otrora y en el cual sólo faltó el “pitito de Piñerua”, lo que hay que admitir sin anestesia es que ha fallado la verdadera maquinaria socialista, la maquinaria de la vanguardia ideológica.

Si a lo largo de toda la campaña no pudimos oír –excepción hecha del Comandante Chávez y en algún caso el bueno de Aristóbulo Isturiz- un solo discurso de contenido ideológico y si en la gestión cotidiana -amén de los graves problemas de coherencia entre las consignas y los modos de vida- se tuvieron graves fallas, es claro que en aquellos sectores poblacionales más fuertemente expuestos a la propaganda contrarrevolucionaria obtendríamos lamentables resultados. Devolverle cualquier espacio a la contrarrevolución, pero particularmente espacios de gran incidencia como la Alcaldía Mayor, la Alcaldía del Municipio Sucre y las gobernaciones de Miranda, Carabobo, Táchira y Zulia, con todas las probables consecuencias desestabilizadoras que esto tendrá obliga a una imprescindible reflexión.

El gran desafío de una revolución socialista es construir el hombre socialista. Así como Simón Rodríguez con gran sabiduría señalaba que no habría república sin republicanos, hoy debemos señalar que no habrá socialismo sin socialistas. Sin un liderazgo real, radical y totalmente socialista, capaz de comunicar, contagiar y sembrar socialismo difícilmente tendremos socialismo. Hasta el momento el socialismo le ha sido esquivo a la humanidad. No hemos podido –a lo largo de milenios- construir el edificio socialista con el material espiritual heredado del esclavismo, del señorío y luego del capitalismo.

Una vanguardia realmente socialista tendría la capacidad verdadera, no de ir venciendo en torneos electorales a la burguesía en una relación conformista 65-35 sino que debería poder convencer con su ejemplo a todos los explotados del país y eso daría una relación 99-1. Porque en Venezuela no hay 35% de burgueses. En espacios como Petare, habitados por grandes mayorías de pobres y un sector de clase media-baja ambas igualmente explotadas y excluidas, la Revolución ha debido obtener la aprobación del 99%. Sabemos de las dificultades –medios de desinformación, educación formal, cultura capitalista, etc.- pero esa tiene que ser la meta por dura y larga que ella sea. La Revolución no puede hacerse con más de un tercio de la población permanentemente opuesta sin que esto tenga graves consecuencias.

¿Podremos lograrlo? Hasta ahora los hermosos intentos que ha emprendido la humanidad no han sido exitosos. Hoy esa misma humanidad no tiene alternativas. La vieja alternativa entre socialismo o barbarie ha devenido hoy en socialismo o muerte. Ni la humanidad ni el planeta soportan más capitalismo. ¿Qué valores debemos ir sembrando la vanguardia revolucionaria para vencer en esta batalla que no deja opción entre vencer o morir?

Un profundo amor al prójimo y la naturaleza. Un radical compromiso con la igualdad y la justicia. Un temperamento acerado para la lucha rotundamente negado a aceptar derrotas. Una irrenunciable vocación por hacer al pueblo protagonista verdadero de su propia salvación. La tarea impostergable de sembrar de los valores imprescindibles a las comunas para que transformen ellas mismas su propia historia de exclusión y dependencia. Ha llegado el momento de la verdad. No nos dejemos encantar por el bajeo de la culebra capitalista. No utilicemos argumentos clásicos de las contiendas capitalistas, tales como, en tal parte ganamos por diez puntos, en tal otro no quedamos tan lejos…todo eso es basura burguesa y no podemos construir socialismo “con la armas melladas del capitalismo”.

Todo lo verdadero tiene una mágica simplicidad. Ser socialista significa emprender el camino a la igualdad indignado ante cualquier injusticia. Ser socialista significa arremeter contra la desigualdad por amor infinito a los que sufren. Ser socialista consiste en emprender esos caminos despojados de egoísmo, orgullo, prepotencia, soberbia o vanidad. Así que no existen muchas maneras de ser socialista sino una básica e imprescindible en la cual todo se confirma: la conversión alegre y decidida al hombre nuevo. Una conversión vivida desde la paz interior que mana de la conciencia. Una conversión que exigirá sacrificio, dolor y entrega absoluta especialmente en la lucha sin concesiones contra nuestro propio hombre viejo.

No tendremos socialismo sin socialistas. La naturaleza intrínseca del ser socialista es, pues, relativamente simple, seguramente demasiado simple para los oportunistas, los disfrazados, los mimetizados, los que esperan recompensa por tanto “sacrificio” distinta a la gloria de saberse útil y bueno habiéndose elevado al escalón más alto al que puede aspirar el ser humano. Esa es la reflexión que debe quedarnos, no de las batallas electoralmente ganadas sino de los espacios realmente perdidos aún en medio de tales “victorias”. Hay que ir –no con los argumentos de una campaña electoral- a todas las esferas donde está, lucha y sufre nuestro pueblo: el hogar, el barrio, la calle, el liceo, la universidad, la fábrica, el campo, el mercado, etc., y además hacerlo desde ese hombre o mujer radicalmente nuevos. Hay que hacerlo, sin prisa pero sin pausa, con las ventanas del alma abiertas, no sólo ciertos días o en ciertos momentos, sino todos los días y todas las noches, todas las horas de nuestro tiempo empeñados en la conquista del socialismo que por amor a la humanidad queremos. Esa es la tarea el día después del carnaval electoral

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